Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 1

Estaba ordenando mi cuarto, en especial mi armario, sacando cajas y objetos que no había tocado en mucho tiempo, quizás desde que estaba centrada en comer, dormir, estudiar y tener todo el 6to año aprobado para las vacaciones de verano. La luz del sol entraba por la ventana, iluminando el polvo que se levantaba de cada caja que abría y cerraba. Estaba empacando todo, debía dejar todo listo para irme lo más rápido posible de la ciudad con mamá y Sebastián, mi hermano. No quería perder más tiempo en un lugar donde ya no era bien recibida, un lugar donde siempre serías juzgada, pero era difícil no distraerse con lo que uno iba encontrando en el camino en plena mudanza.

Mamá odiaba que dejara las cosas tiradas, o lo que era peor, amontonar las prendas de vestir unas con otras, cosa que después llevaría a que todo terminara arrugado o en un total desorden. Así que le había dedicado gran parte del mediodía a apartar las cosas con cuidado y sacar todo aquello que ya casi no usaba, lo que me quedaba chico o lo que necesitaba llevar. Por lo que tuve un poco de ayuda en el proceso, aunque no la quería.

Lo que tenía previsto para la tarde, lo cual era ya marcharme, se había visto interrumpido por el mensaje de mi mejor amiga, Mariana. Me había invitado a su casa un rato, a pasar una última tarde juntas, pero no creía poder estar de ánimos. Porque si todo sucede más rápido, mejor; quizás menos dolor, quizás menos tener que pensar en el viaje y todo lo que estaba dejando atrás con él.

Sin embargo, entre tanto caos, había algo que me impactaría: mi hermano encontrando una carta, una carta que dejaba por sentado palabras que me tragué y nunca las dije. No sé por qué razón guardé esa carta; tenía que haberla quemado, tenía que haberla roto en pedazos. Pero yo quería, de alguna manera, dejar una evidencia de lo que su ausencia me había dejado, del malestar que me había provocado, de como por tomar malas decisiones y confiar ciegamente en alguien que hizo que ahora este como estoy.

Y qué tonta fui, porque si quería dejar o incluso llevarme algo de él, ya lo estaba haciendo. Es decir, este viaje, solo este viaje era por su causa y porque al parecer, huir era lo mejor que podía hacer. Así que ahí no más dejé lo que estaba haciendo, le arrebaté el papel de las manos a Sebastián y la abrí para refrescar lo que había escrito. Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en ella.

A mi hermano, se le había cambiado la cara al darse cuenta de mi reacción y de lo que había hallado. La habitación se volvía cada vez más callada, más silenciosa, impenetrable a llenar el ambiente con las canciones de los 80 y 90 que estaba escuchando mi madre muy tranquila en la cocina, provocando así que lo único que resonaba en mis oídos fuera el latido de mi corazón, fuerte y disonante en la inquietud.

Un dolor agudo, como una punzada en el esternón, un vacío, me comenzaba a robar el aire y algunas lágrimas traviesas picaban mis ojos, calientes y saladas como el mar. Y entonces, mi memoria, caprichosa y cruel, me llevó de regreso a ese fin de semana de septiembre, a la feria de secundaria y a la persona a la que alguna vez me enamoré perdidamente.

No sabía que la carta pudiera causar tales efectos. Pero lo hizo; hizo que tuviera una mezcla de nostalgia, de bronca, de rencor. De todos modos, no fue su culpa por encontrar aquel papel; quizás fue la mía por dejar que algo tan estúpido me afectara, sobre todo por pensar que había cosas que creía haberlas olvidado o simplemente superado. Aunque, al parecer, hay algunas que nunca se irán, que perdurarán con nosotros y que con un solo contacto pueden llevarte a despertar ciertas sensaciones reprimidas.

Al final, Sebastián me quitó la carta de las manos y la tiró hacia alguna parte de la habitación, formando un bollo con ella. Me dio un abrazo y, poco a poco, iba recobrando la compostura. No sé si fue buena idea dejar que me viera así, tan vulnerable, tan triste, pero de alguna manera siempre lo terminaba haciendo. Otra vez terminaba quedando expuesta y débil. No quiero ni imaginar lo que será cuando llegue el momento y vea el rostro de ese bebé con sus rasgos y su inevitable parecido.


Septiembre

Hace un año y algunos meses

Cuando llegue a la feria, el predio era bastante espacioso y contaba con abundante zona verde, al aire libre, con unas enormes puertas para el ingreso y una estrecha calle de por medio que separaba a los emprendedores, artistas y donde estaríamos nosotros, en dos secciones: una donde se encontraban los juegos, inflables, el escenario y equipos de música. Por el otro, las carpas con puestos de comidas y jugos naturales, tatuajes falsos, maquillaje, hasta productos caseros para el hogar y artesanías que siempre sabían estar presentes para ese tipo de eventos.

Rulos, bueno, era el apodo que le habíamos puesto a Mariana junto con Ale, nuestro amigo, por sus característicos rizos de su cabellera. Aquella había decidido participar de la feria que suele organizarse cada año durante la primavera, para las promos, es decir, el 5to y 6to año, y poder recaudar fondos para las distintas actividades que se llevan a cabo y requieren tener plata. Y por supuesto que no estaba interesada en ello, ya que suelo mantenerme alejada de estos asuntos por distintas razones, que no pienso mencionar, pero de alguna manera me terminó insistiendo a que asista con ella. Así fue como un sábado, como cualquier otro día corriente, monótono y agobiante, tal vez por mi aburrida rutina, terminó provocando que mi mundo acabara de cabeza.

Entonces, aquel día nos convertimos en todas unas expertas en licuados y jugos naturales, más específicamente alrededor de seis personas en la misma labor; todos en una carpa chica, apretujados, con poca capacidad para que entren más de nuestros compañeros y nos puedan ayudar con la venta, y la división de tareas. La reglamentación era malísima, por parte de los organizadores, que habían impuesto. A veces estaba fresco y a veces hacía calor, no teníamos sillas para poder tomar un descanso, así que era estar de pie desde el medio día y toda la tarde noche con los talones y piernas doliéndote a no más poder. Eso era el primer día, porque no estaba ni enterada que pasaría el mismo martirio el domingo. Pero a quien le puedo mentir, ese siguiente no estuvo tan nefasto.

El domingo, poco a poco la gente se empezaría a acercar a los puestos e inevitable ocurría tener que interactuar con amigos o incluso familiares, que se daban una vuelta por el lugar. Podría decirse que se tuvo más éxito, que fue el más transcurrido y que las ventas avanzaron a su debido tiempo, a veces con mucha ganancia y otras con casi nada. Y lamentablemente, lo pasé bien, al menos tuve más charla con mis compañeras con las que ni hablábamos en clase, salvo cuando necesitaban algún favor. Hasta ese entonces, considere que podía forjar una linda amistad con algunas de ellas, pero menos mal que no tarde en descartarlo. Una buena charla, algo de una sola vez y que casi no ocurre, no va a definir una buena amistad con personas que no valen la pena tenerlas en tu vida. Para eso, es mejor desecharlas o quizás solo tenerlas cerca, para que no estorben.

Cuando se hicieron las cuatro de la tarde y soportado todo el mediodía el sofocante calor, decidieron darnos un pequeño descanso, un recreo que seguramente no duraría mucho. Y viendo la oportunidad de poder sentarme, relajar mis piernas y mi espalda, así podía aliviar el dolor punzante que hacía efecto en mí, lo aproveche. Así que limpié mi sitio de trabajo, la máquina de jugo y el resto de gajos de mandarina y naranja que quedaban atascados en el exprimidor. Luego, tomé asiento en mi silla, que había buscado, y contemplé el espectáculo a lo lejos que estaba a punto de comenzar, mientras las personas se amontonaban cerca del escenario.

Había venido a tocar una banda de músicos de cumbia, que eran escasos de integrantes, pero muy talentosos al parecer. Se subieron al escenario haciendo la prueba de sonido antes de poder presentar su primer tema. Un pecoso enano, más tarde, les daría la orden a los organizadores que ya estaban listos y dieron inicio. Cuando la batería y demás instrumentos comenzaron a sonar, alguien se había parado justo delante de la carpa en dónde tal vez estaba una de las mejores vistas hacia el escenario, evitando que pudiera ver a esos chicos que estaban dando su show. Parecía apropósito lo que hacía, detenerse en el medio, justo en la mitad del camino, como si fuera el único, tratando de ver lo que sucedía, como si fuera transparente, como si no le importara nada. Al menos, así era para Mauricio.

Mauricio Almada era nuestro antiguo compañero. ¿Antiguo? No, esa expresión lo hace sonar muy viejo, mejor un excompañero. En efecto, había decidió repetir el año en el que íbamos juntos. Desde entonces, al ir en aulas separadas y tomando en cuenta que de seguro éramos alrededor de mil doscientos alumnos en el instituto, nunca más me lo cruce. Sin embargo, esa vez lo había visto bien, diferente y con otros ojos. Lo vi con esos ojos con los que nunca se debe ver a alguien y fue mi más grande error.

Nunca nos habíamos dirigido la palabra. Bueno, de hecho sí, como mucho fueron dos veces, pero no más que eso. En una ocasión recuerdo que fue para explicarle un problema matemático y la otra, para avisarle que el director lo citaba a su despacho, como siempre. Ahora, suponiendo que esas conversaciones no eran las más fluidas o frecuentes, así como no ser alguien de su interés o agrado, nunca me importó caerle bien ni de convertirnos de desconocidos a amigos. A ver, ¿para qué iba yo a tratar de caerle bien a la persona con la que alguna vez había intercambiado dos palabritas? Era casi la misma situación que había tenido con mis compañeras. Por lo tanto, se me hacía indiferente.

De nuevo, ese día había sido casualidad encontrarlo. Aunque estaban sus amigos, nosotros y el festival, lo que lo llevaba a una excusa perfecta y planificada. De igual modo, no tardé mucho en comentarle a una de mis compañeras que estaba tapando el puesto con su presencia y que sería mejor que se corriera. De tan solo hacerme la idea de que estaba ahí, ocupando todo mi campo visual, me irritaba y si nadie se lo decía, lo iba a hacer yo. Afirmando mi comentario, que poco le dieron importancia, de manera involuntaria se me había escapado un suspiro, al bajar mi mirada al suelo: algo raro en mi ser había sucedido. No obstante, dejé que ese razonamiento que estaba a punto de hacerme a mí misma, se quede en el olvido. No debía, ni mucho menos quería, perder la cabeza por algo tan insignificante.

Pero escuché su voz. Sí, la escuché a escasos centímetros de mí mientras hablaba con un chico, y se sentía como si estuviera susurrando junto a mi oído, a mi lado, provocando que los vellos de mis brazos se erizaran. Era apática y cautelosa, un dulce encanto que emanaba de su boca y que hipnotizaba. Su risa ronca arrastraba un pequeño chillido agudo al reírse mientras sus ojos cafés oscuros se entrecerraban. Un hoyuelo se asomaba en el lado derecho de su mejilla cuando sonreía, dejando ver sus dientes blancos, alineados.

Después de tantas risas, posiblemente ocasionado por un chiste de su amigo, Mauricio giró de manera inconsciente hacia la persona que le daba la espalda. Es decir, hacia mí. Y en ese preciso momento, sus ojos se encontraban con los míos, invadiéndolos con repetición, desafiándolos sin permiso ni mi aprobación. Que maldita mirada que tenía, mirada que condenaba, mirada que exponía mis sentimientos más profundos y equívocos que debía sentir. Supongo que esa mirada fue la destrucción de todo y desde ahí, todo comenzaría a girar en torno a aquella.

Yo quise buscar respuestas en esos ojos, pero aún era muy apresurado para tratar de encontrarlas. No quería asumir antes de tiempo que una tonta chispa, un cosquilleo, recorrió todo mi cuerpo y más por algo que me había hecho enojar. Es decir, nada tenía sentido y tampoco quería que lo tenga. En fin, en un momento parecía haberse puesto como nervioso e inquieto, ya que pasaba sus manos por su cabello castaño oscuro y lo desenredaba, desordenándolo aún más. Lo llevaba largo y ondulado. Deshacía con insistencia los rebeldes rizos que se le formaban en las puntas frontales.

Para colmo era como que si el tiempo se hubiera detenido y me permitiera solo vivenciar aquel suceso y retomara su curso poco a poco, como si nada hubiera ocurrido. Mauricio le daba largos tragos a su bebida fría, mientras sus finos labios se curvaron en una sonrisa, al mismo tiempo que retomaba la conversión con su amigo. Después de eso, su mirada no volvería a apartarse de la presentación.

-Pero, ¿quién se cree que es? -Había dicho bufando y revoleando los ojos.

-¿Qué? -pregunta Esmeralda, pensando que le había hablado.

-Nada. -Tomando una servilleta con bronca, comencé a limpiar una de las máquinas de jugo que había salpicado toda la mesa, consecuencia de haber puesto la fruta y no haber colocado la tapa del aparato- Creó que necesitaré más papel. Iré por más. Esme, encárgate del señor, por favor.

Me había quitado el delantal mientras caminaba a la administración y lo apretaba con bronca entre mis manos, tratando de calmar mi enojo por esa impertinente sensación y también porque me estaba perdiendo el espectáculo. Después de darme la recepcionista, algunas servilletas y de paso, algunas bolsas para la basura, en la salida me encontré con Alejandro.

-¡Sarda! -Levantó su mano mientras se acercaba a mí- Justo te buscaba para chusmear un rato. ¿Tenés tiempo? Tengo información muy valiosa que tienes que escuchar. -Me guiñaba el ojo.

Lo abracé, como si no lo hacía cada vez que llegaba al aula y lo saludaba. Y tras ver que apenas sonreí, ante su buen sentido del humor, agrega:

-¿Qué pasó? ¿Por qué esa carita?

-Lo de siempre. Intento hacer las cosas bien, pero siempre me salen mal -suspiré, señalando con resignación la mancha de jugo en mi cuello, al apartarme.

-Ven, necesitas lavarte en el baño -dijo Alejandro.

Comencé a limpiarme en el baño mientras aquel esperaba afuera sosteniendo las bolsas y las servilletas.

-¿Y qué era lo que me ibas a contar?

Nuestras voces resonaban en el interior, aunque no estábamos muy lejos, porque hablábamos alto para poder escucharnos, y sentía compasión por quien tuviera que soportarnos.

-No puedo contarlo tan abiertamente. Después preguntas cómo el chisme se pasa tan rápido.

Salí de inmediato.

-¿Qué pasó?

-La vi a la innombrable ayer en el centro. ¿Sabes con quién estuvo? Con Elías, sí, con su actual.

-¡Ay, no te lo puedo creer! ¿Y vos qué hiciste?

-Y nada, Viqui, que voy a hacer yo. El corazón se me achicharro, no te lo voy a negar, pero que sentido tiene, si a ese le viene bien cualquiera. Pobre la innombrable lo que le espera con ese pibe.

-¡Victoria! -Llamó Mariana enojada desde lejos y giramos con Ale para verla como llegaba hasta nosotros con pisadas fuertes-. Te estaba buscando. Están pidiendo que regreses, los pedidos se están acumulando. ¿Por qué te tardas tanto?

-Ya iba, me crucé con Lele y estábamos hablando. Ni que hubiera desaparecido de la faz de la tierra, no exageres.

-Como siempre, ejercitando la lengua y justo con este que menos le gusta -Lo saludo con un beso en el cachete-. Hola, Ale, ¿cómo estás?

-Bien, Rulos. Pero al parecer, vos no.

-Si aja -contestó seca Mariana-. Victoria, basta con la charlatanería con nuestro amigo, no ves que quiere volver con la otra y te inventa el cuento.

Ale se sintió ofendido y mostró una expresión de asombro.

-Bueno, allá él con su vida, yo lo escucho como a todos.

Ella revoleó los ojos ante mi comentario. Luego me despedí de él para regresar con Mariana a la carpa.

Cuando estaba de regreso, Mauricio seguía ahí. Pero esta vez había tomado un puesto en la tienda, unos guantes de látex y un delantal. Se hacía el chistosito con mis compañeras mientras masticaba un chicle de menta y preparaba algunos batidos. Lo miré de mala gana acercándome a dicha carpa y nuestras miradas otra vez tuvieron ese mismo impacto que antes. Masticaba con fuerza, llevando la golosina de un lado a otro en su boca y a propósito, haciendo que las líneas de su mandíbula se marcaran en su rostro, tal vez para que yo lo notara o quizás para alimentar lo mal que ya me caía y mi odio hacia él.

-Iluso -dije en un susurro para mí más que para él.

Tomé mi máquina y la puse en marcha para preparar más de los pedidos que la gente nos encargaba. Estuvo solo un rato y luego lo echaron porque hacía cualquier cosa. Entonces, cuando la noche cayó, volvió con sus amigos a seguir bebiendo. Luego, supuse que se había ido a un lugar mejor, ya que me distraje y desapareció de mi vista. Desapareció tal y como hubiera preferido antes, tal y como hubiera querido que lo haga desde el momento en que se cruzó en mi camino.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro