7
Me habían dado una semana para desalojar mi casa, una maldita semana y todos mis sueños se irían al diablo.
Abrí mis ojos lentamente y mi mente comenzó a pensar en detalle todo lo que mi cuerpo hacía. Para empezar: aún respiraba, lo cual muy mal para mi mente, significaba que aún era parte de este mundo.
Me levanté como todos estos últimos días, justo a las dos de la tarde para buscar un atuendo muy sofisticado y luego darme una ducha con el poco gas que quedaba en el galón.
Cuando ya eran las cuatro de la tarde más o menos, subí a mi auto y conducí hasta aquel lugar que se había convertido en, prácticamente, un santuario para mí.
Hoy sería el día... podía sentirlo.
Comencé a tararear la canción que sonaba en la radio, saqué de mi bolso las fotografías de mi matrimonio, otras de mis preciosos padres y otras con mi pequeña Tikki antes de que me dejara. Miré cada foto apoyando mis muñecas en el volante y cuando llegué a mi destino, me dispuse a bajarme del auto con todo guardado nuevamente en mi bolso.
Observé los árboles a mi alrededor, estiré mis brazos para intentar alcanzar el cielo y sonreí. Caminé al mismo ritmo que recordaba haberlo hecho en mi boda, sólo que ahora no habían invitados, ahora no estaban mis padres para regalarme sus sonrisas y no estaba aquel hombre que ocupaba todos mis pensamientos en ese entonces.
El viento soplaba con fuerza y mis pulmones se llenaban de aire puro. Era abrumador, sobretodo porque ni siquiera quería volver el tiempo atrás, porque en el fondo sabía que era mejor sufrir por una verdad, que vivir en una mentira.
Cuando llegué al punto perfecto para terminar con mi sufrimiento, miré el horizonte nuevamente y me sostuve de la fría baranda de metal.
No me di cuenta de cuanto tiempo estuve así, pero, ya casi había oscurecido y mi cometido jamás llegué a cumplirlo.
¿Por qué? Él no estaba... Aquel excéntrico extraño no estaba e inconscientemente lo esperé, pero jamás apareció.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza y mi respiración se agitó. No me fijé en que momento comencé a buscarlo con la mirada desesperadamente.
—Será que él... —me subí a la baranda y miré hacia el río, intentando buscar alguna señal de él. No lograba ver por la fuerte corriente. —no... no pudo hacerlo. —negué con la cabeza y las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas. Bajé de aquel lugar y me abracé a mi misma.
Un dolor punzante se instaló en mi pecho, era como si presionaran constantemente mis costillas. Volví sentír el mismo nudo en mi garganta como cuando me enteré de la muerte de mis padres.
El llanto fue imposible de contener y oírme llorar tan desesperadamente por aquel desconocido, me asustaba en cada segundo que pasaba.
—No pudiste... —cubrí mi rostro con ambas manos. —no pudiste hacerlo, por favor... aparece aquí, conmigo. ¡No pudiste hacerlo!
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