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Capítulo 7

Capítulo 7

Lista de cosas no demasiado buenas que he hecho:

-Arruinar la vida de Louis.

-Robarle dinero a papá.

-No ir a la gala benéfica de Tanzania.

-Robarle dinero a papá.

-Arruinar la relación de mamá con Kyle.

-Arruinar la relación de papá con Lucy.

-Arruinar la relación de mamá con Dan.

-Besar a Declan delante de Meredith.

-Mentir unas... ¿diez millones de veces?

-Robarle dinero a papá.

—¿Qué estás haciendo?

Mel pegó un enorme bote en su silla, alzó la vista hacia la voz de su, ahora jefe, Julen. Sonrió nerviosamente y trató de esconder torpemente la lista que estaba escribiendo.

—Es... la lista de la compra —musitó.

Julen alzó una ceja.

—¿Y tienes que hacerla en tu horario de trabajo?

Mel frunció el ceño y lo miró con frialdad.

—Ahora mismo no tengo nada mejor que hacer —le respondió, molesta—. Soy una secretaria muy eficiente con una nevera vacía.

En ese mismo momento el teléfono comenzó a sonar y ella lo agarró, automáticamente.

—Oficina del amable, espléndido y gran director ejecutivo Julen Urit. ¿Qué desea? —dijo con un tono de voz que denotaba el más absoluto desdén.

Julen puso los ojos en blanco mientras la miraba. ¿Por qué era tan maleducada? Él no había pedido una secretaria, ¡Francisco se la había impuesto! Él simplemente había estado allí, haciendo su trabajo, como siempre, y el dueño de C.O. había decidido que sería una buena idea castigar a su hija enviándola allí.

A Julen siempre le había gustado hacer las cosas por sí mismo, sin necesitar que alguien le apuntara sus quehaceres o le ordenara sus cosas. De hecho, le ponía nervioso tener a alguien a su alrededor hurgando en sus asuntos.

Melissa tomó el teléfono y se lo llevó al pecho, tapando el micrófono. Después alzó la vista, clavándole sus ojos azules con una mirada desinteresada. Sus labios estaban pintados de un intenso tono rojo y Julen tardó un momento  en dejar de observarlos y escuchar qué demonios le estaba diciendo su secretaria.

—Una tal señorita Cristina Martínez —anunció—. ¿Le digo que estás demasiado ocupado vigilándome como para atender tus deberes?

Aún pasaron tres o cuatro segundos hasta que Julen reconoció el nombre.

—¡Mierda! —exclamó en voz baja—. Pásame la llamada a mi despacho, Melissa.

Después salió corriendo hacia su oficina, que se encontraba justo en frente, a pocos metros.

—Mel —suspiró ella mientras desviaba la llamada al teléfono de su jefe—, me llamo Mel, troglodita.

La verdad era que él era extraño. A veces parecía tan relajado y pendiente de ella, casi como una persona normal. Pero, cuando estaba en el trabajo, era como un robot ordenador que sólo sabía decir: «Melissa, los informes de Alemania», «Melissa, mi cita con el señor Morgane», «Melissa, no te hagas la manicura en la puta oficina».

Era extrañamente bipolar, con dos personalidades muy diferenciadas... tripolar si también contaba al niño torturador que había sido años atrás.

Con un largo suspiro, Mel se estiró en su silla mientras bostezaba. Dos días trabajando y ya comenzaba a notar que no podría seguir levantándose tan pronto, eso nunca había sido parte de su rutina y ahora le resultaba complicado acostumbrarse. Le dolía la cabeza por haber dormido poco. Ella era un animal nocturno, siempre lo había sido, solo conseguía dormirse a partir de las dos o las tres mañana.

—El correo del señor Urit —anunció una voz.

Melissa levantó la vista de su escritorio y la fijó en un joven que llevaba varios sobres y paquetes en la mano. ¡Bien! Por fin un chico guapo... Era rubio, de ojos castaños y muy expresivos. Seguramente tendría uno o dos años menos que ella, pero eso no le importaba. ¡La diversión no tenía edad!

—Gracias —dijo Mel, seductoramente.

El muchacho sonrió y le tendió un par de paquetes. Ambos rozaron sus dedos al realizar el intercambio y Mel lo miró, parpadeando con coquetería. ¡Menudo bombón! Interesada, ella se estiró en la silla, cruzando sus larguísimas y estilizadas piernas, enfundadas en una falda lapiz negra y unos panties transparentes.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó.

—Iván.

Bonito nombre. Algo le decía a Melissa que Iván sería interesante.

—Encantada, Iván... —dijo suavemente—. ¿Por qué no traes un par de cafés y charlamos un rato?

Él asintió, sonriendo con efusividad y desapareció por el final del pasillo al instante. Seguramente sabía de sobra quién era ella y también era consciente que, de hecho, le estaba brindando la oportunidad de su vida. ¡Tomar un café con Melissa Ortiz, princesa del imperio de C.O.!

Y, ¿por qué no? ¡Por fin un momento emocionante en ese lugar tan aburrido!

***

—De acuerdo, Cristina —dijo Julen, mientras miraba los archivos que había sobre su mesa—. Estaré atento a los inversores.

Al otro lado de la línea ella siguió hablando durante unos momentos, pero Julen ni siquiera estaba escuchando. A través de la pared de cristal de su oficina alcanzaba a ver a Mel sentada sobre su escritorio tomando un café alegremente.

Él no era ningún tirano, pero, ¡joder!, se suponía que estaba trabajando... Francisco había dejado muy claro que esperaba de él que fuera tan exigente con ella como lo sería con cualquier otra persona, sin ningún tiempo de diferencias ni favoritismo.

—Hasta luego, Cristina. Gracias, un beso.

Colgó el teléfono y se levantó de la mesa de nuevo, dirigiéndose a la puerta. Observó la cantidad de trabajo que tenía pendiente. Simplemente, no podía trabajar sabiendo que tenía a Melissa cerca. Necesitaba saber qué estaba haciendo ella a cada instante, vigilar que no cometiera alguna tontería como escaquearse del trabajo huyendo o tomar un café junto a... ¿ese era el chico del correo?

Bufó y salió de nuevo de su oficina. ¿Se podía saber qué cojones estaba haciendo ahora?

Melissa reía alegremente mientras le daba un sorbo a su café y miraba a Iván como si fuera un ser brillante y excepcional, sentada sobre su escritorio. Él, por su parte, se encontraba con el pecho hinchado, como un estúpido palomo hablando con ella y, seguramente, sintiéndose muy especial. Julen no necesitó abrir la boca. Simplemente se plantó frente a ellos con cara de pocos amigos y carraspeó ligeramente mientras se cruzaba de brazos, haciendo que los dos se giraran hacia él.

Melissa ni se inmutó; de hecho pareció querer seguir hablando con el joven... pero Iván sabía lo que era bueno para él, así que consiguió balbucear algunas palabras y agarró de nuevo los paquetes que estaba repartiendo de despacho en despacho. Al cabo de unos segundos, ya no estaba allí.

—¿Por qué has hecho eso? —se quejó Melissa, levantándose de la mesa y quedando parada frente a él.

Él la miró, enojado.

—Te acabo de llamar la atención porque no estás haciendo absolutamente nada y, en cuanto me giro, te veo tomando un café y distrayendo al chico de los recados.

Melissa ahogó un grito de exasperación. ¿Acaso ese imbécil no entendía que en ese maldito pueblo no había nada interesante que hacer? Ese trabajo como secretaria era estúpido y aburrido, ¡no le quedaban archivos que revisar ni llamadas que apuntar!

—Ya no me queda trabajo.

—¿Quieres trabajo? —exclamó él—. Pues prepara mis malditas reuniones para mañana. Tenemos mil cosas que hacer...

Ella hizo una mueca de desagrado.

—¿Podrías dejar de decir palabrotas? —pidió—. Estás siendo muy vulgar.

Julen comenzaba a ponerse de los nervios. Esa mujer lo sacaba de quicio. ¿Eso era lo único que había escuchado de una orden directa?

—¿Estoy hiriendo tu sensibilidad de niña mimada, princesa?

Mel abrió mucho los ojos, sorprendida. En el rostro de Julen acababa de ver el inconfundible destello del muchacho malicioso que él había sido hacía años y eso la estremeció.

Con un extraño temor, la joven caminó un par de pasos hacia atrás y cortó el contacto visual.

De pronto le habían venido demasiados recuerdos a la mente; recuerdos que no estaba preparada para afrontar.

Él la observó retirarse y supo que había sido casi como si la golpeara. Julen no solía perder la compostura, de hecho, desde que su padre había muerto, no recordaba haber herido a nadie de forma personal, al contrario: Julen siempre hacía lo que se esperaba de él. Eso había sido lo que realmente le había hecho cambiar y dejar atrás al adolescente malcriado y desagradable que había sido.

Quiso pedirle perdón a Mel, pero, ¿cómo?

«Me haces perder la calma».

No, no iba a decirle eso. Menuda gilipollez.

—Eres un cabrón —dijo ella, mientras se sentaba otra vez y prestaba atención a la pantalla de su ordenador—. Lo sigues siendo, por mucho que quieras hacerle creer a todo el mundo que has cambiado.

Julen suspiró. La había cagado, como cuando era un crío. Las malas costumbres nunca se pierden.

—Pero ahora este cabrón es tu jefe —anunció—. Así que ponte a trabajar.

Y por más que la mera idea ya le hiciera sentir ganas de llorar, Mel sabía que era verdad y no había nada que pudiera hacer al respecto.

¡Maldito Karma!

Gracias por seguir leyendo, un besote <3


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