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Capítulo 43


Capítulo 43

Cuando la puerta del ascensor se abrió, Melissa tomó aire lentamente. Llevaba un pantalón largo y elegante y una camiseta sencilla y azul vibrante. Necesitaba transmitir con su ropa que no le importaba lo que había sucedido, que no estaba deprimida en absoluto. Sus altos tacones tan sólo podían expresar que nadie podría tumbarla ni bajarla de esa montaña desde la que ella veía el mundo, ¿verdad?

En realidad, estaba temblorosa. Sus manos y sus piernas se agitaban como gelatina y era probable que de un momento a otro se cayera de los tacones y se hiciera un esguince en los dos tobillos a la vez. Eso podría llegar a ser bastante patético, pero Melissa se mentalizó de que no lo sería, de que todo saldría bien.

Caminó con una lentitud extrema cuando llegó a la planta en la que trabajaba y avanzó por el pasillo hasta pasar por el despacho de la pared de cristal de Julen. Entonces aceleró el ritmo dramáticamente y empezó a correr para llegar a su escritorio situado a unos metros del lugar de trabajo de Julen. En ese momento quiso tener una oficina propia, quería paredes, ¡quería una puerta!

Julen salió de su despacho en cuanto la vio pasar y la siguió rápidamente por el pasillo, hasta llegar a ella antes incluso de que ella hubiera alcanzado su mesa.

—Melissa... —dijo con voz ronca.

Mel se giró, maldiciendo por lo bajo. Ahí estaba, ¡ahí estaba! Su corazón comenzó a latir con fuerza, por mucho que ella intentara evitarlo y volvió a sentirse triste y deprimida una vez más. Al menos se alegró de una cosa: ella estaba gloriosa, con el cabello perfectamente arreglado, la piel intacta y la ropa lisa e impecable. Julen estaba horrible. Sí, se merecía esas ojeras, el cabello despeinado y los ojos enrojecidos. Se los merecía... a no ser que fueran un teatro, como todo lo anterior que había conocido de él. Mel se mantuvo estoica.

—He notificado correctamente mis días de ausencia, me sentía indispuesta. ¿Hay algún problema?

Julen trató de ignorar el tono gélido de su voz.

—Tenemos que hablar, Mel...

La chica se cruzó de brazos y fingió una expresión de sarcástico divertimiento.

—Si tuviéramos que hablar, estaríamos hablando —contestó, y después se dio cuenta de que eso no tenía demasiado sentido, así que añadió algo más a sus palabras—. Y no hay ninguna conversación pendiente entre nosotros, las tuvimos todas el otro día, ¿no te acuerdas?

Sin dejarle tiempo a que respondiera, Mel se dio la vuelta y se dirigió a su silla para comenzar a trabajar, pero Julen la siguió. Él se apoyó sobre su mesa y la miró a los ojos, suplicante.

—Dame sólo un minuto, por favor. Sólo un minuto.

Escucharlo así la rompía en dos, a cada instante en el que Mel se encontraba con Julen se sentía un poquito peor, lo cual parecía imposible dado al estado de dolor al que había conseguido llegar. Melissa por suerte para ella, tenía una capacidad innata para fingir, para disimular sus sentimientos. Era algo que había notado desde pequeña en las personas como ella, que habían crecido y vivido bajo el escrutinio público y las habladurías de la gente. Mel tan sólo alzó sus ojos y los clavó en los de Julen, como si no le doliera, como si no estuviera sintiendo nada en ese momento.

—No tengo un minuto, estoy trabajando —dijo con frialdad—, así que a partir de ahora, señor Urit, no vuelva usted a hablarme de algo que no esté estrictamente relacionado con mi trabajo. ¿De acuerdo?

Julen no respondió, sólo la miró y ella sintió que su fortaleza se resquebrajaba un poquito. En ese momento de flaqueza, de sus labios escaparon unas palabras que no quería decir, pues se evidenció que su indiferencia era fingida:

—Y cualquier cosa que tengas que decirme, la escribes en una carta y la dejas en la oficina postal de los traidores —siseó.

Julen no supo qué prefería: frialdad extrema o crueldad. Supo de inmediato que ninguna de las dos, que él sólo quería a Mel otra vez, la joven caprichosa e inmadura que tan loco lo había vuelto, que lo había conseguido enamorar de nuevo sin siquiera pretenderlo. Julen se rindió por esa vez, sabía que no podría sacar nada de ella porque aún estaba todo demasiado reciente. Pero la esperaría, sí, lo haría tanto tiempo como fuera necesario.

Con la firme promesa de que volvería a estar con Mel, Julen volvió a su despacho, dejándola sola por fin y permitiéndole respirar, pues era una tarea difícil delante de él. Una vez sentada en su silla, encendió el ordenador y se sorprendió positivamente al ver que no tenía nada de trabajo acumulado por esos cuatro días en los que no había ido a trabajar. Supuso que Julen se había ocupado de sus propios asuntos, o quizás simplemente la figura de la secretaria era algo que ni siquiera necesitaba en realidad.

Melissa se encontró ante la noticia de no tener absolutamente nada que hacer, por lo que agarró su bolso y de él sacó una vez más un papelito doblado y redoblado varias veces: su lista de malas acciones.

Lista de cosas no demasiado buenas que he hecho:

-Arruinar la vida de Louis.

-Robarle dinero a papá.

-No ir a la gala benéfica de Tanzania.

-Robarle dinero a papá.

-Arruinar la relación de mamá con Kyle.

-Arruinar la relación de papá con Lucy.

-Arruinar la relación de mamá con Dan.

-Besar a Declan delante de Meredith.

-Mentir unas... ¿diez millones de veces?

-Robarle dinero a papá.

Añadió una última acción y la tachó unos segundos después:

-Ser cruel con Bernardo.

Desde luego, hacía bastante tiempo que no le robaba nada de dinero a su padre y estaba trabajando allí por una cantidad mucho menor a la de una secretaria normal. Por lo tanto, esa mala acción la estaba recuperando poco a poco, o al menos eso esperaba. También había hecho algo bueno al disculparse con Bernardo, eso debía contar como algo bueno... tampoco pretendía que se le perdonara la vida de inmediato, pues suponía que el Karma tardaría un tiempo en dejar de castigarla, pero al menos se conformaba con no acumular más mala suerte de la que ya tenía.

El teléfono sonó en ese mismo instante y cuando Mel lo descolgó, se preguntó si algún día podría formular una frase sin que ésta misma se negara apenas unos segundos después.

—Oficina del considerablemente mejorable para el puesto de director ejecutivo, Julen Urit. ¿Qué desea? —preguntó.

Se escuchó un suspiro al otro lado de la línea y supo de inmediato quién sería. Su corazón se paralizó y sus manos volvieron a temblar de nuevo, aunque trató de sujetar el teléfono con firmeza.

—Soy Cristina Martínez. ¿Podría hablar con el señor Urit?

Melissa tragó saliva, tratando de que su voz no temblara al volver a hablar con esa mujer.

—De trabajo, supongo —dijo con sorna.

De verdad que no quería entrar de nuevo en esa situación, que deseaba con todas sus fuerzas olvidar la historia con Julen de una vez y seguir con su vida, pero aún estaba reciente y lo seguiría estando por un tiempo. Por eso, en ese momento no podía controlarse, tan sólo maldecía a la mujer que se encontraba al otro lado de la línea.

—No precisamente —respondió Cristina y Mel supo que estaba sonriendo.

La odió. De repente tuvo ganas de llamar a su padre como si fuera una niña pequeña sólo para poder decirle, enfurruñada: «¡Papá! Julen y su novia están haciéndose llamadas privadas en horario de trabajo». Finalmente tan sólo susurró un par de insultos en inglés y, antes de que Cristina pudiera responderle algo, cualquier cosa, apretó el botón que la comunicaba directamente con el despacho de Julen.

—Señor Urit, al teléfono su prometida.

Después pulsó la tecla que le pasaría la llamada y colgó el teléfono con violencia, sintiendo que su respiración se había acelerado. Se había dejado llevar y eso era algo que no podía permitirse más, debía aceptar lo que había sucedido y recuperarse. No más numeritos ni vocecitas sarcásticas. Por ella, Cristina y Julen podían hacer lo que quisieran, como si decidían ir a la oficina y casarse allí, frente a su mesa. A partir de ese momento, ella no quería tener nada que ver. Se centraría en mejorar su Karma y eso sería todo. Su prioridad era simple: con un poco de suerte, podría volver a Londres, recuperar su vida y hacer como si todo eso sólo hubiera sido una pesadilla. 

Y, en realidad, si lo pensaba más detenidamente, así había sido.


Ya no queda nada para terminar este libro :)

Sé que estoy actualizando lentamente estos días, os contaré por qué pronto. :) Mientras tanto, y si os apetece leer algo cortito y entretenido estos días, he escrito una novela navideña llamada "Las luces del norte". La encontráis en Amazon y gratis si tenéis Kindle Unlimited :)

¡Mil besos!


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