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Capítulo 28.

Este es uno de mis capítulos favoritos, me gusta muchísimo <3


Capítulo 28.


Ella se despertó de golpe. Simplemente abrió los ojos y su mente lo reconoció de pronto: no estaba en su cama. La cabeza le dolía a horrores; hacía años que no se emborrachaba de esa manera.

Diana se levantó rápidamente, comprobando que estaba en una habitación muy bien ordenada, con una cama individual y prácticamente sin ningún mueble más junto a ella.

Se miró a sí misma y vio, mientras se tapaba la boca con horror, que llevaba puesta una camiseta blanca y cómoda y unos pantalones negros... ¿de boxeo?

Ambas eran prendas masculinas que le quedaban bastante grandes. Alguien la había desnudado, vestido y... ¡secuestrado!

La joven comenzó a caminar por la habitación, asomándose a la ventana. Al reconocer la calle en la que se encontraba suspiró, al menos no había salido de Medinabella... ¿pero dónde demonios estaba?

El suelo era de madera suave, pero aun así resultaba frío para sus pies... cosa que vio solucionada al encontrar un par de cálidas zapatillas de andar por casa justo al lado de la cama.

Calzándoselas, la muchacha abrió la puerta de esa habitación tímidamente y se encontró con un pasillo con varias puertas que llevaba a una escalera de madera clara. Era una casa preciosa, decorada de forma sencilla pero con buen gusto. Diana comenzaba a preocuparse cada vez más. ¿Se había acostado con un desconocido esa noche? ¿Y dónde estaba Mel? Estos pensamientos le provocaban miedo, hasta que por fin, llegó al piso de abajo y se topó con algunas otras puertas. Una de ellas era de brillante cristal, y supo enseguida que se trataba de la cocina, puesto que un agradable olor a frutas y a chocolate le llegó hasta la nariz. Con timidez abrió la puerta, completamente preocupada por saber quién se encontraría al otro lado...

Una gran parte de su cerebro se relajó en ese preciso instante, cuando contempló el despeinado cabello color bronce de Rubén y al joven vestido con un pantalón ancho de chándal y una camiseta sencilla, muy similar a la que ella llevaba puesta. El corazón de Diana bombeó muy rápido cuando Rubén se giró hacia ella, con sus intensos ojos verdes aún un poco adormecidos.

Rubén no pudo evitar sonreír como un imbécil.

Lo había intentado, de verdad. Llevaba más de veinte minutos preparando el desayuno perfecto, tratando de pensar una reacción inteligente para cuando Diana fuera a la cocina y se encontrara con que estaba en su casa... pero en lugar de eso, simplemente se había puesto a sonreír. ¿Podía parecer más psicópata?

—Buenos días —musitó, tratando de arreglarlo.

Diana no se movió de su posición, sino que lo siguió mirando unos segundos más.

—Buenos días, Rubén... —su voz fue algo confusa, no sabía cómo preguntarlo, pero debía hacerlo—. ¿Cómo... he llegado hasta aquí?

Él se acercó a ella, pero no demasiado, no quería asustarla. Aun así, Rubén no cabía en sí de alegría. Llevaba meses soñando con la idea de poder contemplar a Diana por la mañana, recién levantada de la cama. ¡Y allí estaba! Aunque no en las circunstancias que él habría querido...

—Antes que nada, ¿quieres desayunar? —preguntó.

Diana asintió con la cabeza y se sentó con lentitud en una de las sillas blancas que había junto a una pequeña mesa. Así que así era la casa de Rubén...

Unos segundos después, Rubén colocó un plato con unas diez tortitas frente a ella, acompañado de un bol de frutas y una taza rellena de café. Era un desayuno realmente copioso, se veía el esfuerzo que el chico había puesto en él.

—¿Quieres zumo? O leche.... —Rubén parecía algo nervioso—. O... lo que quieras. La verdad es que no tenía claro qué te gusta para desayunar, así que he hecho de todo.

El joven miró al suelo, algo avergonzado, mientras se rascaba nerviosamente la nuca... es fue un gesto que a Diana le pareció tremendamente encantador, pero tanta amabilidad era extraña incluso para Rubén, que siempre la trataba de forma impecable.

Fue entonces cuando una espantosa idea comenzó a pasear por la mente de Diana. ¿Se había acostado con Rubén?

No, la forma correcta de preguntarlo era: ¿SE HABÍA ACOSTADO CON RUBÉN?

—No, está perfecto —dijo, distraídamente—. Me gusta todo.

Él se sentó frente a ella, con una humeante taza de chocolate caliente entre las manos. El olor llegó a Diana mientras volvía a contemplar los brillantes ojos de Rubén. Era un chico perfecto, completamente. Vale, ella estaba enamorada de Iker, pero si se había enrollado con Rubén la noche anterior... tampoco era tan grave, ¿verdad? Ella llevaba muuuchos meses sin acostarse con alguien, podría haber sucedido que perdiera el rumbo en ese momento.

Son cosas que pasan... Pero, ¿y si él le contaba a Iker lo que había ocurrido? Eso sería el fin de cualquier oportunidad que pudiera tener con él.

—Anoche Melissa y tú bebisteis un poco —explicó Rubén—. Así que Julen y yo nos preocupamos bastante y al final fuimos a buscaros. Yo... no sabía qué hacer contigo, y no podía dejarte tirada en tu habitación del hotel a riesgo de que pudiera pasar cualquier cosa. —Su voz sonaba realmente grave—. Así que decidí traerte aquí. Fue casi instintivo.

—Qué humillación —gimió Diana—. Lo siento, Rubén.

Él negó con la cabeza y la miró tiernamente.

—No tienes por qué disculparte. De hecho, estaba asustado, no sabía cómo reaccionarías al despertar en mi casa.

Diana asintió con la cabeza, probando un pequeño bocado de tortita. Su estómago se revolvió cuando consiguió tragar; las resacas siempre le afectaban al estómago.

Eso significaba, entonces, que no había pasado nada entre ellos dos. ¿Verdad?

—La verdad... ha sido extraño —se miró la ropa y después preguntó, con timidez—. ¿Me has desnudado tú?

Rubén casi se atragantó con el chocolate caliente antes de comenzar a agitar los brazos y a negar con la cabeza.

—No, no. Tranquila, yo sólo te di esa ropa y... tardaste media hora en ponértela, pero lo lograste tú sola.

La joven respiró, un poco más tranquila.

—Ah, vale —suspiró—. Muchas gracias, Rubén, no sé cómo agradecértelo. Tengo veintiséis años, no debería haberme comportado de esa manera tan estúpida.

Rubén volvió a quitarle importancia con un gesto tranquilo y una brillante sonrisa.

—Ha sido un placer ayudarte.

Diana bajó la cabeza, incómoda, y comenzó a beber su café en silencio. Ella no hacía esas cosas, no era propio de ella. En cuanto terminó de desayunar, Diana se levantó de la silla.

—Será mejor que me vaya —dijo.

Rubén asintió, algo taciturno.

Había visto su oportunidad para poder hablar con ella allí mismo y poder avanzar en esa posible relación que él quería con Diana, pero al parecer la había cagado en absolutamente todo desde que había decidido llevársela a su casa. Era muy propio de él cagarla.

Antes de que Diana saliera de la cocina, él decidió que, ya que se había asomado al pozo, quizás lo mejor era dejarse caer completamente.

—Diana, sé que no es de mi incumbencia, pero anoche... —Tomó aire un segundo—. Anoche dijiste algo sobre que querías hablar con Iker...

Ella abrió mucho los ojos, un momento. Estaba sorprendida, y acto seguido comenzó a enrojecer, sin ser completamente capaz de mirar a los ojos a Rubén.

—Estaba borracha, no me acuerdo.

Rubén asintió con la cabeza.

—Aun así me gustaría saberlo, ¿a ti te gusta Iker?

Diana sintió su piel ponerse de gallina. La cabeza le martilleaba a causa de la resaca y aún se recriminaba completamente el haberse comportado así la noche anterior. A esos sentimientos había que sumarle que Rubén estuviera de pie frente a ella, con los ojos verdes brillantes y expresión seria, preguntándole sobre una de sus intimidades.

—No sé si eso... —quiso decir, pero sus palabras se apagaron en sus labios.

El muchacho se acercó lentamente a ella, hasta quedar a una distancia no demasiado cercana, pero sí lo suficiente para que Diana tuviera que levantar la vista y afrontar los ojos del chico, que en ese momento parecían muy tristes. Y entonces, simplemente, supo que él sentía algo por ella. No hacía falta que lo dijera.

—Por favor, Diana. Necesito saberlo.

Ella no apartó la cabeza, sino que, al cabo de unos segundos, asintió.

Se sintió fatal al ver cómo él bajaba la mirada, como derrotado.

Para Rubén fue como recibir un golpe inesperado, aunque en cierto modo, él lo sabía desde el principio. De pronto una idea acudió a su mente: Iker iba a ir a Medinabella ese día, así que relacionó conceptos rápidamente.

—Cuando te invité a cenar hoy y me dijiste que no podías... ¿fue porque ibas a ver a Iker?

Diana volvió a asentir, sintiéndose aún peor. ¿Por qué demonios le pasaba eso? Rubén y ella no eran nada; él nunca le había dicho nada sobre sus sentimientos. ¿Cómo iba ella a saberlo?

El joven se apartó de nuevo de ella, suspirando. Las posibilidades ya eran, definitivamente, bajo cero. No era una novedad, a Rubén Silva nada le salía bien en el terreno amoroso. ¿De qué le servía tener un buen trabajo, una casa perfecta y unos buenos amigos si las mujeres huían de él como de la peste?

¿Acaso era él el problema?

—Lo del domingo —volvió a mirar a Diana, aunque sólo unos segundos—. Olvídalo, ¿de acuerdo? No tiene importancia.

La tristeza que reflejaba Rubén era casi indescriptible.

—Podemos quedar de todas formas —ofreció ella—. Podríamos...

—No te preocupes —la interrumpió él con voz suave—. Prefiero no ilusionarme a lo tonto.

Esta vez fue Diana quien se acercó al chico y acarició con suavidad su brazo, tratando de transmitirle algo que ni siquiera ella sabía qué era. Pero para Rubén fue doblemente doloroso.

—Te juro que yo no sabía que tú... —le susurró Diana.

Rubén se fijó en cada rasgo del rostro de la joven. La quería, la quería tanto que en ese momento le dolía el pecho sólo por tenerla ahí.

Quiso pedirle una oportunidad, rogarle y prometerle que la haría la mujer más feliz del mundo porque la quería de verdad... pero sabía que no iba a servir de nada. Prefería mil veces no estar con ella a estarlo, pero que ella amara a otro.

—No habría cambiado nada —le dijo suavemente.

Durante un instante, Rubén alzó un par de dedos y acarició la suave piel del rostro Diana, que cerró los ojos ante el contacto y se estremeció completamente.

Se encontraba fatal, quería comenzar a llorar, quería que Rubén sonriera y hacer como si nada hubiera pasado.

En su mente, Diana revivió la imagen de Iker. Ella quería estar con él, ¿verdad?

Lo dudó, sólo un segundo, cuando Rubén terminó de recorrer su mentón con sus largos dedos y volvió a bajar la vista, para salir de la cocina unos segundos después. Y, entonces, Diana suspiró y tardó un par de minutos en moverse de ese sitio para ir a por su ropa. Aunque eso hubiera pasado... ella seguía teniendo una cita esa tarde.


Capítulo triste para Rubén </3. Después de tantos años y ahora que estoy escribiendo la segunda parte de la novela, la verdad es que estoy completamente perdida respecto a qué hacer con Diana y Rubén. ¡No tengo ni la más remota idea! ¿Algún consejo u opinión? Os mantendré informadas :)

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