Capítulo 19.
Capítulo 19.
Iker salió del gimnasio recién duchado y vestido aún con ropa deportiva.
—Hola, Iker —lo saludó Marta con una enorme sonrisa. Era una de las chicas que había conocido allí mismo hacía unos meses. A veces entrenaban juntos.
—Hola.
Iker sonrió de forma afable.
—¿Sigues tan ocupado trabajando como siempre? —preguntó la joven.
Marta llevaba un conjunto deportivo rosa, totalmente ceñido a su estilizado cuerpo. Era rubia y lucía un brillante piercing en su ombligo que captaba todas las miradas por la calle. Todas menos la de Iker, que volvió a sonreír amablemente.
—Más aún. No te preocupes, cualquier día que tenga libre te invitaré a cenar.
Marta hizo un puchero algo ñoño, un tanto molesta; llevaba meses intentando ligarse a ese bombón: le hablaba cada vez que tenía ocasión, le proponía planes e incluso vestía de la manera más provocativa posible cada vez que iba al gimnasio sabiendo que se lo iba a encontrar.
Pero todo eso era inútil, Iker Urit, abogado y sensualidad hecha carne, no se fijaba en ella.
—Me pregunto quién ocupa tus días, dejándote tan poca libertad —le picó Marta.
Iker volvió a sonreír, mostrando su sonrisa perfecta y despeinándose un poco el cabello oscuro.
Marta se murió por poder acariciar ese pelo.
—Nadie especialmente.
Marta rió entre dientes, eso no podía ser posible. Seguro que había alguien disfrutando del cuerpo de Iker, y era extremadamente molesto que no fuera ella quien tuviera ese privilegio.
—Espero tu llamada, entonces.
—Por supuesto —se despidió Iker.
De verdad, ese hombre tenía que ser tonto para no darse cuenta de que sólo le faltaba sacar una pancarta y comenzar a bailar cada vez que le veía. Iker siempre actuaba de la misma forma inocente y amistosa. Y Marta no quería amistad, ¡quería tirárselo cada noche de su vida!
Iker siguió caminando por las calles del centro de Madrid con una bolsa de deporte negra colgada del brazo, su apartamento estaba cerca. Con un suspiro sacó su móvil del bolsillo. Le daba miedo esperar tan ansioso algún mensaje de Cristina, por eso trataba de mantenerse ocupado y no pensar en ella. Pero era imposible. Ilusionado comprobó que tenía algunos mensajes nuevos en su WhatsApp, pero tras echar un vistazo, supo que ninguno era de ella. Todo era complicado, a veces Cristina actuaba como si él no existiera y otras lo reclamaba constantemente. Un mensaje de un número desconocido captó su atención. Lo abrió, curioso.
«Hola :)»
En la imagen del contacto sólo aparecía un gato pequeño y blanco. ¿Quién sería esa persona?
«¡Hola! Perdona, pero no tengo tu número guardado. ¿Quién eres?»
La persona comenzó a escribir, pero tardó cerca de dos minutos en parecer decidir qué quería decir y mandárselo por fin.
«Soy Diana».
Iker se quedó sorprendido. ¿Diana? ¿La misma Diana que nunca le había hablado en persona ahora le hablaba por mensajes? No pudo evitar reírse al pensar en cuán irónico le resultaba.
«¿Cómo estás, Diana? Qué sorpresa, ¿ocurre algo?»
Jamás habría acertado a imaginar hasta qué punto se encontraba completamente roja y avergonzada la muchacha al otro lado de la línea. Diana sólo podía pensar en que quería asesinar a Melissa con sus propias manos y después huiría a Rusia, donde adoptaría la identidad de «Nina Kopylova» y jamás volvería a tener WhatsApp.
«Simplemente he pensado que tú y yo nunca hemos hablado, ¿no es curioso?»
«Realmente curioso. Ya era hora de que comenzáramos a conocernos».
E Iker sonrió de nuevo, pensando que el mensaje no había sido de Cristina, pero que tampoco estaba tan mal hablar por primera vez con Diana.
***
Melissa no podía dormir. Era increíble, ¡aún no eran ni las seis de la mañana! Tras dar mil vueltas en la cama, tratando de conciliar el sueño, Mel se levantó de la cama y se dirigió a la ducha, decidida a comenzar su día. Una vez vestida y peinada, se miró en el espejo, contemplando con los ojos entrecerrados que tenía grandes ojeras. Sus ojos le parecían tan apagados sin ningún tipo de cosmético que ni siquiera se reconocía.
Comenzó a maquillarse lentamente, pensando que debería salir a correr para hacer un poco de ejercicio mañanero. Al instante siguiente se echó a reír al analizar ese pensamiento, ¿correr ella? Ni por unos pendientes de Bvlgari.
Suspiró, dirigiéndose a la ventana. Tenía claro que no podía dormir a causa de la discusión que había tenido con Julen el día anterior.
Tras esos gritos que se habían dirigido el uno al otro en el baño, no habían vuelto a hablar en todo el día, lo cual era extremadamente molesto para dos personas que trabajaban estrechamente juntas.
¿En qué momento Mel había dejado de tener una vida maravillosa para tener esa existencia tan patéticamente plagada de infortunios?
Se estaba preguntando eso cuando observó, al otro lado de la ventana, a alguien situado en el aparcamiento al aire libre del hotel.
No tardó mucho en distinguir que era Julen, que se acercaba al cochecito blanco que ahora era de su propiedad.
Tras unos segundos observando al joven dando vueltas alrededor del coche con un maletín negro en la mano, una extraña fuerza casi la obligó a salir para comprobar qué estaba pasando. Quizás fue simple curiosidad, o quizás fue el Karma haciendo una de las suyas... otra vez.
***
Si con algo no había contado Melissa Ortiz ese martes de octubre a las seis y veintiocho de la mañana era con encontrarse a Julen Urit en pleno aparcamiento del hotel, sin camiseta. El coche estaba alejado de los demás vehículos. Lo había llevado allí el mismo Bernardo, colocándolo en un lugar donde podría permanecer sin molestar a nadie.
Mel abrió mucho los ojos al contemplar más de cerca la espalda de Julen, con los músculos marcados y sus anchos y fuertes brazos. Desde luego, eso quedaba bien escondido bajo el traje que Julen siempre llevaba. Julen había abierto el capó del coche y tenía la cabeza enterrada en su interior.
«Santa María madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores...» Le gritó su mente, que al parecer, quería atormentarla casi tanto como su conciencia.
Se podía admitir que Melissa tuviera que vivir en España y trabajar con el hombre al que más detestaba del mundo, podía aceptar incluso que este hombre estuviera endiabladamente bueno... pero que se quitara la camiseta era inadmisible. Simplemente no debería suceder, nunca. Los tacones resonando en el asfalto del aparcamiento le llamaron la atención a Julen, que se giró para encarar a Mel. De hecho, sabía que sería ella por el simple sonido de sus pasos, que ya reconocía.
«Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte...»
Julen tenía abdominales. Y pectorales. Y cualquier cosa acabada en «ales» que fuera sinónimo de ser sexy.
Desde luego, Melissa no solía ser así de morbosa... bueno, de hecho sí lo era, ¿pero con Julen?
Quizás lo que ocurría era que hacía demasiado tiempo que no veía a un hombre y por eso se estaba volviendo loca al encontrar tan atractivo a su jefe... o a lo mejor, simplemente, ese hombre debería ir a la oficina sin camisa todos los días.
—¿Qué haces? —preguntó Mel cuando Julen la observó. Para su vergüenza, no pudo mirarle a los ojos en ningún momento. Los seis cuadrados en el estómago de Julen tenían toda su atención. Mel necesitaba un abanico o un sistema de aire acondicionado.
—Arreglo tu coche —Julen le mostró sus manos negras, llenas de aceite.
Mel chasqueó la lengua y logró establecer contacto visual con él.
—No va a servir de nada que lo arregles, no lo quiero —dijo—. Y, ¿por qué no lo llevas a un taller?
Julen suspiró y se dio la vuelta. Volvió a agacharse sobre el motor del coche y siguió trasteando con todos esos elementos de los que Mel sólo sabía que manchaban, y mucho.
—Porque me gustan los coches —respondió él al cabo de un rato—. No es necesario llevarlo a un taller cuando yo puedo ponerlo a punto y además entretenerme mientras lo hago.
—Te he dicho que no lo quiero. Es una chatarra.
Julen trataba de no alterarse, como el día anterior.
—Pues esta chatarra, como tú dices, funciona perfectamente. Sólo necesita un par de retoques para poder llevarte a cualquier sitio que quieras... al fin y al cabo querías ir a Madrid, ¿no?
Mel pareció espantada. ¿Cómo iba a aparecer en Madrid en un coche oxidado completamente? Eso era un suicidio social, no podía permitírselo.
—Encontraré otra manera de ir a Madrid, no me importa.
Julen, finalmente, suspiró y volvió a acercarse a ella, mientras se limpiaba las manos negras con un trapo.
Mel volvió a observar sus músculos contrayéndose y se preguntó si ese hombre era tan idiota como para no saber que era ilegal estar embadurnado de aceite teniendo un cuerpo como ese.
No es como si ella fuera a abalanzarse sobre Julen, pero la imaginación era libre...
—¿A qué has venido, Melissa? ¿Me quieres joder la mañana antes de que empiece?
Mel se cruzó de brazos.
—Mel, me llamo Mel —le corrigió—. ¿Y se puede saber qué haces tú arreglando este trasto a las seis de la mañana?
El joven frunció el ceño ligeramente, pero decidió contestar bien para no comenzar una nueva discusión.
—No podía dormir, solamente es eso. He pensado que esto me relajaría, pero ya veo que no.
La imperiosa necesidad de preguntarle la razón de su insomnio se aposentó en la lengua de Mel. Quería saberlo. ¿También sería por la discusión? ¿Se sentía mal cada vez que ellos dos tenían problemas?
Mel sabía que sí, a ella le sentaba muy mal discutir con Julen. Luego no podía sacarse los gritos de la cabeza y sentía ganas de llorar a cada rato. ¿Era eso normal?
Por primera vez fue consciente de que él estaba haciendo algo por ella. Intentaba arreglar su coche, hacer que ella lo aceptara. Incluso después de la discusión que habían tenido el día anterior... ¿Por qué? Julen observó, sorprendido, cómo Mel se acercó al coche con algo parecido al interés en su rostro.
No la esperaba allí esa mañana, de hecho habría preferido no verla, porque ahora se sentía aún peor por la discusión del día anterior.
Lo tenía claro en esos momentos y negarlo era engañarse: volvía a estar bastante colado por Melissa Ortiz, aunque ahora fuera una niña de papá, pija, vaga y caprichosa. Le daba igual, Julen solo podía sentir su corazón acelerándose cada vez que ella aparecía, y unas inmensas ganas de besarla, sin importar dónde estuvieran.
Sólo Dios sabía lo cerca que había estado el día anterior, en mitad de la discusión, de pegarla a la pared del baño y besarla hasta que ella dejara de lado esa estúpida actitud ante todo el mundo. Y sabía que lo habría conseguido... pero no. Era una pésima idea; no podía hacer eso. Julen Urit no podía perder la cabeza por Melissa, era algo que, simplemente, ya no podía suceder.
—¿Qué es eso? —preguntó Mel con curiosidad, su tono era suave.
Julen se colocó a su lado, frente al motor del coche.
—Es la bujía de precalentamiento. Tengo que cambiarla. ¿Quieres ayudarme?
Mel observó cómo Julen se mordía el labio, dubitativo, y acto seguido, la muchacha dirigió su mirada a sus zapatos blancos.
—Llevo unos tacones muy caros —alegó.
—Pues te lo quitas —le rebatió Julen.
Sus ojos siguieron subiendo.
—Y un vestido blanco, se va a manchar.
—Pues te lo quitas —una amplia sonrisa torcida se expandió por el rostro de Julen.
Melissa se planteó un segundo quitarse el vestido, fue un pensamiento irracional, ¡estaban en medio de la maldita calle! Ella llevaba ropa interior negra, de diseño. Era preciosa, de hecho, era magnífica... Pero con sólo mirar el torso desnudo de Julen supo que no, no podía quedar casi desnuda frente a él en ese momento. Ni en la más absurda de las fantasías.
Julen la miró, creyendo que Mel Ortiz se iría de ahí y volvería a su cómoda cama hasta que fuera una hora un poco más razonable para salir, pero, entonces, para su gran sorpresa, la muchacha se bajó de sus tacones y se recogió el cabello en una coleta alta mientras se acercaba a él.
Él se preguntó si de verdad ella había aceptado su propuesta, aunque así pareció ser cuando, con renovadas energías, Mel habló:
—¿Por dónde empezamos?
Este es uno de mis capítulos favoritos, espero que os haya gustado <3
Sigo actualizando, ¡¡pero también sigo con la mudanza!! El viernes me voy a la casa nueva, así que seguiré por aquí. ¡¡Mil besos!!
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