Capítulo 16.
Capítulo 16
Había pasado más de media hora desde que ella se retirara, así que se sentía avergonzada de aparecer de nuevo en la cena... pero aun así lo hizo.
Julen sonrió ampliamente al observarla acercarse, con los labios aún rojos, pero al menos habiendo recuperado su tamaño natural.
—Disculpen —dijo ella, educadamente—. Me he sentido algo indispuesta, pero ya estoy bien.
Le lanzó una mirada furtiva a Alexia, que se encontraba saboreando su postre de helado con una mueca de superioridad.
Esa mujer nunca había sido simpática, ¡pero había que reconocer que en esos monentos estaba peor que nunca! Mel disfrutó del postre y las atenciones de los directivos alemanes, a los que había conquistado antes con tan sólo unas pocas palabras.
Julen no podía apartar la vista de ella y Mel sentía una intensa mirada azul recorriéndola a cada segundo, pero tenía miedo de mirarle; ni siquiera sabía por qué, pero algo en ella le impedía clavar sus ojos en él. Lo que habían vivido en el baño hacía unos minutos era demasiado extraño para tratarse de una experiencia que había compartido con Julen. Melissa no quería ver esa parte de él, no quería conocer a un Julen amable que pudiera llegar a preocuparse por ella. No podía arriesgarse a creer que Julen era diferente a como había sido siempre. Eso rompía todos sus esquemas.
Por su parte, él, estaba confuso. Sentía un extraño calor en el pecho cuando pensaba en Mel y cada vez se encontraba más asustado.
Temía volver a estar como ocho años atrás: enamorado hasta los huesos de una mujer que no le prestaba ni el más mínimo interés. Eso no era lo que debía hacer, él lo sabía muy bien.
Tras finalizar el postre, todos decidieron ir a tomar unas copas en el bar más popular de Medinabella en esos momentos, que se encontraba cerca de allí. Cuando se levantaron de sus sillas, contentos, Alexia aprovechó para separarse de su hijo momentáneamente y quedarse rezagada. Nadie se dio cuenta de que la mujer se acercaba a Mel; sólo la joven, que sintió cómo alguien le agarraba el brazo violentamente.
Melissa se quedó parada, con los ojos muy abiertos al contemplar la rudeza de Alexia, y ni siquiera tuvo tiempo de contestar cuando ella, con una enorme y falsa sonrisa en sus labios, se acercó a su oído para susurrarle unas palabras.
—No te acerques a mi hijo.
***
Eran casi las dos de la mañana y los alemanes estaban mostrando una extraña adoración por las divertidas noches españolas. En ese oscuro bar, iluminado alternativamente por luces azules y rojas, los cócteles lujosos y caros pasaban de mano en mano, servidos en grandes copas de cristal.
Julen se encontraba sentado junto a Anette, la atractiva directiva alemana de cabello rojo. La mujer sonreía coquetamente con cada uno de sus comentarios, pero Julen no quiso ser maleducado ni grosero diciéndole que él ya tenía a alguien en su vida... Él giró la cabeza y encontró a Mel, completamente sola y entretenida apurando un enorme vaso lleno de hielos en la barra. La joven daba vueltas a su bebida con una pajita rosa y la mirada de Julen volvió a viajar a sus labios de nuevo. De pronto, las ganas de hablar con ella fueron casi irrefrenables, así que se levantó de su enorme sillón y sintió que el mundo giraba un poco a causa de todo el alcohol que se había visto obligado a tomar esa noche.
—Disfrute de la noche, señorita Ankel —dijo amablemente.
Anette se ruborizó ante su tono galante y lo despidió con la mano mientras él se dirigía a Mel. La alemana pensó que era una pena que un hombre tan atractivo y sensato estuviera embobado con una niña caprichosa como, todos sabían, era Melissa Ortiz. Era obvio que lo estaba, no había dejado de mirarla en toda la noche.
—Veo que te encuentras mejor —le dijo Julen a Mel, saludándola—. ¿Vodka?
Ella rió afablemente, señalando su vaso.
—Agua con mucho mucho hielo.
Julen sonrió mientras la miraba de arriba abajo. Nunca había conocido a una mujer ni siquiera la mitad de perfecta que Mel. Al menos físicamente, puesto que psicológicamente todo era otra historia.
De pronto se giró hacia el camarero.
—¿Me puedes servir dos kalimotxos, por favor?
Melissa rompió a reír fuertemente.
—¿En serio, Julen? —dijo—. ¿Tienes quince años?
—¡Por los viejos tiempos!
Melissa tuvo que secarse las lágrimas de los ojos de tanto reír cuando el camarero les sirvió dos enormes vasos de vino tinto mezclado con coca-cola. A pesar de que Mel no había pasado mucho tiempo en Medinabella durante su adolescencia, sí recordaba que esa era una bebida muy popular entre los jóvenes. A ella le agradaba, la traía, en cierto modo, a sus raíces españolas. Recordaba haberlo probado en algunas fiestas en las que, de vez en cuando, algún francés relamido se lo había ofrecido como si fuera un cóctel de alta categoría. Eso siempre le había hecho gracia.
Para ella, el vino con coca-cola le recordaba a las largas noches españolas junto a toda su familia y sus amigos. Le traía recuerdos a buena comida, a risas y a calor. En cierto modo, a felicidad.
Aún le picaba un poco la boca tras la piña, pero imaginó que por tomar un sorbito no le ocurriría nada malo...
Julen alzó el vaso.
—¿Vamos a brindar con esto? ¿En serio? —musitó Mel, quejándose mientras se reía.
Julen se hizo el ofendido.
—¡Por supuesto que sí! ¿Y cómo que «esto»? ¡Es la bebida nacional, Melissa!
—Mel —le corrigió ella de forma automática, y después alzó también su vaso—. ¿Por qué brindamos?
Sus ojos se cruzaron durante unos segundos, y Mel sintió un extraño peso en el estómago mientras los preciosos ojos de Julen la atravesaban. El rostro de él era tan atractivo que era casi imposible mirarlo sin ruborizarse, ¡y Mel nunca se ruborizaba por un hombre!
—¿Por las segundas oportunidades? —dijo él, con voz oscura.
Ese momento fue muy difícil para ella. La imagen de un Julen de doce años seguía atormentándola, llamándola «princesa» o «Barbie» a cada paso que daba.
Pero, al fin y al cabo, allí estaban ellos dos, brindando con kalimotxo.
¿No era esa situación, en sí misma, una segunda oportunidad?
Algo dubitativa, ella acercó su vaso al de él y entrechocó el cristal.
—Salud.
Los dos bebieron. Julen un par de tragos y Mel un pequeño sorbo, que le recordó una extraña situación ocurrida hacía once años.
—¿Recuerdas que me diste a probar esto cuando era pequeña?
Julen rio. Sí, se acordaba muy bien de cómo se las había arreglado en la cena para que sus padres no repararan en la desaparición de la botella de vino y había querido compartir la experiencia con Mel, que nunca antes había bebido alcohol. Ambos eran unos críos, en realidad, y aún les habían quedado muchas cosas por aprender. Se habían sentado en el balcón del cuarto de Mel, con la luna sobre sus cabezas y, a solas, habían bebido y bromeado entre ellos. Como si hubiera sido una pequeña tregua, algo que nunca sucedía.
Melissa se mordió el labio ante él, al recordar esa vieja memoria que tan pocas veces había vuelto a llevar a su mente. La verdad era que ese era un buen recuerdo, y era un recuerdo con Julen.
—Melissa, yo...
Los dos volvieron a dejar el vaso sobre el mostrador y se miraron. Ella aún estaba confusa y se preguntó cuántos más buenos recuerdos con Julen habría pasado por alto su mente, pero no llegó a poder pensarlos, puesto que él, simplemente comenzó a hablar.
—Mira, ya sé que es una gilipollez que te lo diga ahora y que esto no cambia nada... Pero, simplemente, debería contártelo. Ahora somos adultos, quizá entiendas mejor la situación.
Mel alzó una ceja.
De pronto tuvo cierto miedo a escuchar las palabras de él, puesto que, aunque ella nunca lo hubiera sabido realmente, su intuición siempre le había dicho que debía existir una razón que justificara el odio que Julen tenía por ella...
Julen fue consciente de que, quizás, sólo iba a hablar porque estaba borracho... pero si el alcohol le daba ese valor, bienvenido fuera. Se había callado durante demasiado tiempo, reprochándose a sí mismo no haber sido capaz de confesarle la verdad cuando era el momento.
—Yo te trataba así cuando éramos pequeños... —tomó aire y lo expulsó de pronto junto a sus palabras—. Porque estaba loco por ti.
Mel se quedó en shock, con los ojos muy abiertos mientras lo miraba. No podía haber sido capaz de decirle algo así, ¿verdad?
—¿Cómo? —preguntó. Seguro que había entendido mal.
Julen se pasó una mano por su oscuro cabello, mientras evitaba su mirada.
—No me preguntes por qué reaccionaba así, pero... simplemente, tú eras inalcanzable para mí: siempre hablando de tu vida y tus amigos de Londres... y de pronto, un día te esfumabas y no volvías a aparecer hasta el verano siguiente. Y yo sólo quería que no te olvidaras de mí al marcharte.
Por supuesto que no lo olvidaba. ¡Nunca lo olvidaba! ¿Cómo podía sacar de su mente a su pesadilla personal?
Julen miró al suelo, con aire taciturno. Melissa no respondió nada, sino que se quedó estática durante varios segundos. «Perfecto, Julen» Se dijo a sí mismo, «la has vuelto a joder».
En esos eternos segundos, Julen sólo deseó que ella dijera algo: que lo insultara, que le tirara la bebida a la cara o que lo golpeara. Cualquiera de esas cosas era mejor que ese silencio tan cortante como mil cuchillos.
Cuando Julen reunió el valor de alzar la vista se encontró con los ojos algo nublados de Mel, cuyo labio inferior temblaba imperceptiblemente, aunque no para él, que conocía cada centímetro de su piel como cualquiera conoce perfectamente su canción favorita.
Julen casi pudo oír un ligero «crac» procedente de lo más profundo de su propio pecho en el momento en el que Melissa Ortiz, sin mediar palabra, se dio la vuelta y salió del bar, haciendo resonar sus tacones en el suelo de madera.
Mala suerte, Julen. Tendrás que probar de nuevo ;)
¡¡Mil besos y gracias por leer, votar y comentarrrr!!
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