Capítulo 15.
Capítulo dedicado a la persona que mejor va a entender a Mel del mundo: AguePinkFloyd
Capítulo 15.
Melissa supo que el Karma había vuelto a hacer de las suyas en el preciso momento en el que observó al alemán joven y fornido que tenía al lado y decidió entablar conversación con él.
—Hola, ¿cómo estás?
El hombre la miró, sin responder.
Melissa chasqueó la lengua y decidió probar en inglés, pero aun así él no abrió la boca,
—Tim sólo habla alemán —dijo el hombre calvo y gordo de su otro lado—. No te entiende nada.
«Perfecto».
Típico de su recién estrenada mala suerte; no era precisamente el hombre sexy el que sabía hablar español.
Suspiró y buscó con la mirada a Julen. Para su sorpresa, éste la estaba mirando, y, cuando sus ojos se cruzaron, él aparto la vista disimuladamente.
—Me parece una gran iniciativa —dijo Julen, dirigiéndose al hombre que estaba sentado a su lado y tratando de disimular su distracción—. Por supuesto que aún debemos plantear las condiciones.
Mel enarcó una ceja. ¿Qué mosca le había picado a Julen?
—Es algo que, obviamente, debemos hablar con calma —dijo otro hombre, con un leve acento alemán.
—Y también hay que tener en cuenta los ingresos —aportó una mujer morena de rasgos duros, una de las delegadas de C.O. en esa cena—. Puesto que durante este año nuestra empresa ha recaudado la asombrosa cantidad de...
Basta. Tres frases eran ya más de lo que Mel podía soportar.
—¿Vamos a hablar de negocios todo el tiempo? —preguntó en voz alta.
Todos se quedaron callados, mirándola, sorprendidos. Todos menos Tim, que no la había entendido y que en ese momento se dedicaba a estudiar el nudo de su corbata.
—Creía que estábamos aquí para celebrar la unión de las empresas, con un motivo de alegría —siguió hablando—. ¿Vamos a convertir una agradable cena entre amigos en una aburrida reunión de lunes por la mañana?
Julen se llevó la mano a la frente. ¿Qué demonios estaba haciendo Mel?
A su lado, Alexia agarró el cuchillo y lo apretó con fuerza contra el mantel. Y, ante la gran sorpresa de Julen, frente a él, el señor König comenzó a reírse. Se giró con gesto divertido hacia Mel.
—Tú debes de ser la adorable hija de Francisco —dijo con voz amable.
Mel sonrió de un modo encantador. Sí, estaba de acuerdo, adorable era una palabra perfecta para definirla.
Julen no pensó lo mismo, exactamente.
—Encantada señor...
—König.
Mel abrió los ojos, sorprendida al recordar que él era el dueño de Lietzchen. Llevaba toda la semana oyendo a Julen hablar de él, el Sr. König esto, el Sr. König lo otro... que si la reunión tiene que ser perfecta, que si la cena ha de ser exquisita...
—¿Y qué propones que hagamos entonces, señorita Ortiz? —preguntó el hombre..
Ella se quedó pensativa durante unos segundos.
—Podrían disfrutar de su visita a España. ¡No todos los días se puede cenar en un pueblo tan... rural!
Julen casi sintió ganas de reírse, en medio de ese intenso silencio. Esa conversación por parte de Mel podría llevarles a la ruina... o quizás mejoraría sus relaciones con los alemanes, esa también era una opción, aunque una menos probable.
—¿Tú estás disfrutando de tu estancia aquí? He oído que hasta hace pocas semanas vivías en Londres.
La voz del señor König sonaba curiosa, a la vez que parecía tantearla.
Mel decidió ir a lo seguro y no arriesgarse explicándole a ese hombre lo muchísimo que odiaba ese pueblo perdido y alejado de la mano de Dios.
—Por supuesto —dijo ella—. Está siendo absolutamente encantador.
Al pronunciar la última frase cruzó una mirada con Julen, que, curiosamente, esta vez no apartó sus ojos azules de ella. Tuvo que ser Mel quien rompiera el contacto cuando una de las mujeres jóvenes habló. Era pelirroja y de piel ligeramente oscura, elegantemente atractiva.
—¿Incluso ocupando un cargo irrelevante en la empresa de tu propio padre? —preguntó con evidente deseo de escuchar su reacción.
A Mel eso le dolió un poco, pero no quiso hacer un drama de ello. No si quería salir con éxito de aquella conversación.
Volvió a mirar a Julen, que negó disimuladamente con la cabeza, indicándole que no dijera nada. Mel le dedicó la mejor de sus sonrisas y después se dirigió a la joven.
-De hecho, fui yo quien decidió comenzar desde cero —comentó, resueltamente—. Mi padre me ha enseñado que la sencillez es la clave del éxito. Así que prefiero tener un inicio más... simple. Las responsabilidades irán llegando poco a poco. Es la primera vez que trabajo para la empresa, me conviene conocerla desde dentro.
Los alemanes asintieron, asombrados de encontrar tanta madurez en esa chica tan joven. Todos menos Tim, por supuesto. Julen no podía creerse lo que oía, pero, en apenas cinco minutos, Mel se había metido a los alemanes en el bolsillo.
La conversación se desarrollaba cuando los platos comenzaron a llegar.
—¡Ensalada templada con frutas variadas y almendras! —exclamó el camarero, poniendo un enorme plato frente a Mel.
Ella lo observó, pensando en cómo iba a hacer para comerse todo eso, ¡era muchísima comida! comenzó a picotear distraídamente, mientras hablaba de forma muy animada con los alemanes. Ya había hecho muy buenas migas con el señor König, que la había invitado a su mansión en Berlín para que conociera a su hijo, que tenía veinticinco años. A Mel le parecía una maravillosa idea, por supuesto.
-No has terminado la universidad aún, ¿verdad, Mel? —preguntó Fried, un hombre rubio con una poblada barba.
Ella compuso la más brillante y agradable de sus sonrisas.
—Sí, la verdad es que acabé hace casi dos años —respondió, entre bocado y bocado—. Estudié gestión de empresas... y un poco de economía. Siempre he sido buena en los estudios.
Julen no sabía si eso era verdad, puesto que la mitad de las cosas que Mel decía eran una clara mentira. Clara para él, que la conocía perfectamente.
Por supuesto, los alemanes estaban hechizado por ella y habían dejado completamente apartada a Alexia, que apretaba los dientes cada vez que el señor König se dirigía de forma familiar a Mel y ésta respondía con una carcajada confiada que sonaba más como un ronroneo. Melissa sabía que tenía carisma y lo utilizaba como si fuera un arma.
—Deberías enseñarle un poco de responsabilidad a mi hijo, Melissa. —El señor König se mostró contrariado de pronto—. ¡Se pasa el día de fiesta en fiesta! Es incontrolable, te lo juro.
Ella estuvo muy cerca de responder algo ingenioso, pero se quedó callada un momento al notar algo extraño en la boca.
Llevaba ya unos cinco minutos sintiendo que su lengua trabajaba más lentamente de la cuenta, pero comenzó a asustarse al notar un intenso picor en el interior de la boca.
No, no podía ser. Disimuladamente, sonrió ante la petición del hombre alemán y sacó su móvil de su pequeño bolso. Utilizándolo como espejo, lo condujo hacia su boca y... ¡horror! Sus labios estaban hinchados, parecían morcillas. Morcillas rojas. El picor aumentaba, al igual que el adormecimiento de su lengua, y la joven observó su plato de comida con aire de desolación. ¡La ensalada tenía salsa de piña! ¡PIÑA!
No tardó en venirle a la cabeza una situación, siete años antes, en la que su madre había comenzado a salir con un tipo llamado Kyle.
Kyle las había llevado a cenar a un restaurante vegetariano y Mel, en su infantil afán por separar a la pareja, había fingido un brote de alergia en mitad de la cena, alegando que sus verduras salteadas con frutas y sin piña, sí llevaban piña.
Su madre y ella pasaron la mitad de la noche en el hospital, dejando tirado a Kyle en mitad del restaurante. Como esa no era la primera vez que Melissa hacía una cosa así, Kyle no volvió a llamar a su madre. Y ahora, el señor Karma, le estaba dando una preciosa recompensa a Mel por una mala acción que había cometido cuando ella tenía solo dieciséis años.
Tratando de no evidenciar lo que le ocurría, Melissa se levantó de la silla, educadamente, y le hizo una seña a Julen para que hiciera lo mismo.
Julen frunció el ceño, sin entenderla.
La joven bufó y volvió a repetir el gesto, pero Julen siguió confuso.
—Dulen, ¿pueded venid un momento?
Su voz fue pastosa y su Melissa interior quiso cometer un rápido suicidio. El siguiente paso de la alergia era que se le cayera la baba y no poder cerrar la boca, ¡y con eso no quería lidiar en público!
Julen se levantó de la silla, ante la atónita vista de todos los alemanes y siguió a Mel hacia el baño.
A Melissa no se le pasó por alto la mirada de desprecio que Alexia les había dirigido y recordó que ella sabía perfectamente de su alergia a la piña, puesto que, desde pequeña, había comido mil veces en su casa. Sabía que ella había encargado el menú en el restaurante, pero, ¿podía ser posible? No, no. Alexia no sería capaz... ¿O sí? Ese pensamiento le resultó perturbador.
Mel traspasó la puerta del baño de mujeres y, cuando Julen entró también, ella cerró la puerta con el seguro.
—¿Qué pasa, Melissa?
Con un gran suspiro, la joven alzó la vista y se examinó en el espejo. Encontraba su rostro sonrojado pero, aparte de sus labios hinchados y el picor de su boca, estaba como siempre.
—Doy adedgica a la pinia, Dulen...
Él alzó una ceja.
—¿A qué?
—¡A la pinia!
Él tardó un par de segundos en relacionar la palabra «piña» con lo que ella estaba diciendo, y enseguida, una extraña preocupación comenzó a extenderse por su cuerpo.
Julen abrió mucho los ojos.
—No, no. ¡No me jodas, Mel!
Ella asintió con la cabeza y bajó los ojos, desanimada.
—Joder, tenemos que ir a un puto hospital.
Mel había aprendido a determinar el nivel de furia de Julen midiendo cuántas palabrotas era capaz de decir en una sola frase, por lo que, en ese momento, debía de estar muy enfadado. Al fin y al cabo, eso iba arruinar la cena con los alemanes.
—No, no —se negó ella—. Dú quedate aquí y do idé a budcad a Diana.
Julen clavó sus ojos en ella, como si lo que estaba diciendo fuera la mayor barbaridad del mundo.
—¡Por supuesto que no! Tengo que llevarte al hospital antes de que vaya a peor; te vas a poner bien, Melissa. —Se acercó a ella y, sin previo aviso, colocó su barbilla contra la frente de ella—. Tu temperatura es normal, pero será mejor que...
Melissa se estremeció completamente cuando su piel entró en contacto con la de él. La altura era la perfecta. Pero, lo que realmente llamó su atención fue que Julen estaba preocupado por ella. Parecía haber olvidado la reunión en la que habían estado dos minutos antes. La reunión de la que dependían todos sus esfuerzos de los últimos meses.
—Tdanquilo... —dijo Mel—. Edtá bien, idá mejodando. Me quedadé aquí un minudo... pedo nededitadé hielo.
—De acuerdo...
Julen salió corriendo del baño, dejándola sola y confusa allí dentro.
Ella trató de calmar el picor bebiendo agua del grifo, pero no parecía funcionar en absoluto. De repente, Melissa estaba muy deprimida.
No debería haber hecho eso con Kyle y su madre... en cierto modo, se lo tenía merecido. Su madre tan solo quería seguir disfrutando de la vida después de su divorcio. No había tardado mucho en marcharse de Londres después de eso. Tener a una hija como Mel tomaba demasiado tiempo y esfuerzo, ella lo sabía. No se lo había puesto fácil a ninguno de sus padres.
La puerta se abrió de nuevo, unos minutos después, y un Julen bastante despeinado entró al baño. En su mano portaba un vaso con cubitos de hielo y, en la otra, una bolsa con el sello de una farmacia.
¿Julen había ido hasta una farmacia en esos momentos para traerle algo que la curara?
Ella se metió un hielo en la boca, y se sintió muy agradecida al notar cómo éste se deshacía entre sus labios, calmando el ardor. Julen observó esto, tratando de ser disimulado. A su mente vinieron imágenes estúpidas de sus años de instituto, en los cuales solía jugar a un juego absurdo que se trataba de pasar un cubito de hielo entre unos cuantos amigos sólo usando la boca.
Su mente se preguntó si también Mel habría jugado a ese juego y, sobretodo, cómo sería sentir lo labios de la muchacha, suavemente fríos, sobre los su boca. La sola imagen mental amenazaba con hacer presión dentro de sus pantalones y se sintió como un idiota al pensar en eso. Mel estaba mal, podría tener un brote alérgico serio.
Se obligó a sí mismo a reaccionar. Cuando por fin volvió a mirarla, ella se estaba aplicando la crema que él había traído de la farmacia por todos los labios. Era demasiado espesa y de color naranja. De pronto Julen tuvo ganas de echarse a reír.
—¿Mejor? —preguntó.
—Infinitamente.
Los dos se miraron, y Mel se sonrojó ligeramente al comprender, por primera vez, que estaba encerrada en un pequeño baño junto a Julen.
Se sentía muy agradecida y no dejaba de preguntarse por qué él había hecho el esfuerzo de ir hasta la farmacia, ni por qué parecía tan preocupado al descubrir lo que le ocurría. Por primera vez, Melissa sintió el calor que desprendía su cuerpo y el agradable olor que lo acompañaba a todas partes... y supo que Julen se había convertido en un hombre. Ya no era un niñato malcriado. Todo era diferente ahora.
Julen se sentía nervioso.
Él nunca había sido tímido de ninguna manera con las mujeres, de hecho, durante su adolescencia, eran ellas quienes se veían atraídas por él y su fachada de «chico malo». Mel era la única que no se fijaba en él, por mucho que tratara de llamar su atención. Por mucho que él hubiera intentado todo, todo para lograr gustarle.
Y no lo hacía antes, como tampoco lo hacía ahora.
—Tengo que volver —dijo, de pronto—. Sal cuando te sientas preparada.
Y, en menos de lo que se tarda en pestañear, el joven se fue, cerrando la puerta tras de sí.
Melissa suspiró.
—Gracias —susurró, aunque él ya no estaba allí para escucharla.
Mil gracias por leer, votar y comentar <3 Me encanta muchísimo este capítulo, en mi cerebro siempre lo recuerdo como el capítulo de la piña jajajaja.
¡Nos vemos pronto!
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