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Capítulo 13

Siempre me ha encantado este capítulo. No sé por qué, simplemente lo escribí una noche en la que al parecer, todo lo que hacía me parecía genial, ¡y no hay nada mejor para un escritor que estar contento con su trabajo!

Os dejo una foto de Jessica en multimedia, la mejor amiga a la que de momento (y sin planes futuros de que esto cambie) sólo la conocemos por llamadas o internet.  No olvidéis que podéis encontrarme en Instagram y en Tik Tok (vmcameron213) y que siempre estoy por aquí :)

Capítulo 13


»—¡Devuélvemela!

Mel gritó, mientras saltaba para intentar agarrar su muñeca Barbie. Pero fue imposible.

Julen sonrió con malicia y subió la muñeca de plástico aún más alto, sabiendo que Mel no llegaría de ninguna manera a cogerla.

—¿Qué quieres que te devuelva, princesa? —dijo el niño, con voz irritante.

Siempre la llamaba así con la intención de enfurecerla.

Mel gritó aún más fuerte.

—¡Papá! —la niña miró hacia sus padres, que se encontraban cenando en la mesa de al lado—. ¡Julen se está aprovechando de que es mayor que yo!

—Julen, deja a Mel en paz —le recriminó el padre de ella..

—¡Lo hace todo el tiempo! —se quejó Mel, frunciendo sus redondos labios rosados.

A unos metros, Iker asintió fervientemente con la cabeza. Apenas era un niño pequeño, pero ya se daba cuenta de que su hermano de doce años, se comportaba de forma extraña cuando Mel venía a España cada verano.

—Julen, ¡dámela!

—¿Qué quieres que te dé? —Julen seguía molestándola, sin importarle lo que sus padres opinaran.

—Mi Barbie...

—Oh, vamos... ¿No sabes decir muñeca?

El labio de Mel comenzó a temblar mientras se ponía roja de humillación. No, esa era una de las causas por las que Julen solía reírse de ella, porque no pronunciaba correctamente algunas palabras.

—Give it back!

Julen se carcajeó.

—¿Cómo? No te he entendido, Mel. Tendrás que hablarme en mi idioma si quieres que te devuelva tu muñeca...

La niña rubia se sentía completamente impotente mientras Julen seguía esperando. Pero ella no podía decirlo, se reiría aún más si decía la palabra «muñeca» incorrectamente.

Julen era extremadamente cruel, ella nunca habría tratado de esa forma a nadie...

Por fin Julen pareció cansarse y bajó su mano. Mel aspiró aire profundamente, dispuesta a agarrar por fin su muñeca favorita.

Su madre y ella habían estado cosiendo la ropa para esa muñeca durante horas y por fin habían conseguido un conjunto morado perfecto que combinaba con la preciosa sonrisa de la Barbie rubia. Julen solía decirle que ella también era una Barbie, al igual que su madre. Pero no lo decía como si fuera un cumplido.

—Toma —dijo Julen.

En vez de darle la muñeca la tiró hacia el otro lado de la habitación y Mel acudió hacia allí corriendo, con lágrimas en los ojos, y lloró aún más amargamente al comprobar que el frágil vestido de la muñeca se había ensuciado al caer contra el suelo...

—¡Te odio, te odio, te odio!«

—Te odio...

Melissa se despertó de golpe, respirando de forma muy acelerada.

Durante unos segundos no supo dónde estaba. No esperaba despertarse en su agradable cama de Londres, pero tampoco allí, en el pueblo donde había tenido lugar su horrible sueño... que había sido realidad dieciséis años antes.

Aún desorientada, agarró su móvil y miró la hora. Mierda, era lunes y debía ir al trabajo.

Con tranquilidad, Mel se levantó de la cama y entró en la ducha.

Sus mañanas eran muy largas: debía ducharse, secarse el pelo cuidadosamente, peinarse cuidadosamente, vestirse cuidadosamente, maquillarse cuidadosamente...

Porque, si había una palabra que pudiera definir su físico, era «perfecto». Y la perfección exigía mucho cuidado. Por primera vez en los días que llevaba trabajando en C.O., Mel decidió desayunar en el hotel, aprovechando que aún eran las ocho menos cinco de la mañana e iba con tiempo de sobra. Antes de llegar al restaurante del hotel, su móvil comenzó a sonar, y ella sonrió al ver que se trataba de Jessica quien la estaba llamando.

«¿Tú, despierta a estas horas?» dijo como saludo.

Jessica rió al otro lado de la línea.

«Acabo de llegar de una fiesta genial y aún no me he dormido, Mel.»

Eso encajaba más con Jessica. Y también habría encajado con ella si hubiera permanecido en Londres y no en Medinabella, el pueblo más perdido que jamás había conocido.

En cuanto cruzó la puerta de la cafetería del hotel, le llamó la atención ver unas veinte mesas repletas de trabajadores de C.O. que desayunaban animadamente, algunos bromeando entre ellos y otros aún con cara de sueño o escuchando música, cabizbajos, ante una taza de café con leche.

Incluso vio a alguno que otro rellenando informes y archivos que, al parecer, no les había dado tiempo a completar durante el fin de semana.

La verdad era que a Mel le gustaba mucho ese ambiente. Había sido una buena idea por parte de su padre crear un hotel con aire de oficina para todos los trabajadores de la empresa; era una gran solución para quien tuviera que quedarse allí en vez de vivir en la ciudad.

Se puso tensa de pronto al distinguir a Julen, que también acababa de entrar por la otra puerta al restaurante.

Llevaba puesta sólo una camisa y unos pantalones, sin su habitual americana hecha a medida. Su cabello oscuro resplandecía, brillante y mojado aún. Muy sexy.

Julen siempre estaba perfecto, en todo momento, y allí, por la mañana, lo estaba de un modo descuidado. Aun así, resultaba irresistible (o lo habría sido para cualquier mujer que no lo hubiera tenido como verdugo durante una década). No parecía tener que invertir ningún esfuerzo en ofrecer ese aspecto profesional y arreglado, no como ella, que debía invertir horas en preparar la imagen que quería dar al mundo.

Julen sonrió mientras saludaba a sus compañeros de trabajo, con los que parecía llevarse bastante bien, y se detuvo unos instantes a hablar con una muchacha morena con pinta de becaria.

«Estaría bien que, ya que gasto mis fuerzas en llamarte, me escucharas mientras te hablo» murmuró Jessica, molesta, al otro lado del teléfono.

Mel recordó que estaba hablando con su mejor amiga y siguió caminando hasta la enorme cafetera, junto a la que se encontraban los zumos de diferentes frutas. El bufé era impresionante, con un sinfín de opciones que dejaron a Mel ojiplática. ¡La cantidad de dinero que podría ahorrarse en comida solamente desayunando hasta que explotar todas las mañanas!

«Perdona, Jess. Mi jefe acaba de entrar en el restaurante».

Jess sonó excitada.

«Ayyy, dime cómo está el troglodita por la mañana. ¿Le ha crecido la barba y lleva un taparrabos?».

Mel se mordió el labio mientras observaba a Julen de reojo y agarraba una pequeña bandeja negra en la que puso un yogur. Pensó que le encantaría tomarse un té en ese momento, pero si quería evitar dormirse dos horas después, debía elegir café.

«Irritantemente impresionante.»

Para su sorpresa, Julen se acercó a ella y Mel recordó que el viernes no le había contestado el mensaje que él había enviado por la noche. Desde entonces, ni siquiera se habían encontrado por el hotel, puesto que Mel había pasado todo el fin de semana recluida en su habitación, viendo películas y escuchando música.

Se quedó parada cuando Julen llegó hasta ella; mirándole con fingido pasotismo. ¿Qué demonios quería ahora?

Estuvo a punto de preguntárselo, puesto que él se detuvo frente a ella, pero antes de que pudiera abrir la boca, Julen se adelantó.

—¿Me dejas servirme café?

—Oh.

Mel se apartó rápidamente de allí, como movida por un resorte. Comenzó a enrojecer al darse cuenta de que Julen sólo había ido hasta allí para servirse café, no para hablar con ella ni darle ninguna orden. Ni siquiera para darle los buenos días.

—Gracias —respondió él, educadamente pero aun así con una extraña y patente frialdad.

Al otro lado del teléfono, Jessica parecía a punto de estallar.

«¿Ese es él? Ay Dios, ¡qué voz más sexy! ¡Necesito una foto ya!»

Mel puso los ojos en blanco.

«No voy a sacarle una foto, boba» dijo en inglés.

«Pues dame su Instagram, su WhatsApp, su dirección...»

Mel no pudo evitar reírse.

«Créeme, Jess. Él sólo te gustaría al principio... en cambio, su hermano...»

Julen dejó caer su taza de café al suelo, sin querer. Había estado tan pendiente de la estúpida conversación que Mel estaba teniendo por teléfono, creyendo que él no la entendía, que se había olvidado de que el café quemaba. Para su desgracia, el líquido oscuro cayó sobre el suelo con fuerza, salpicando de lleno a Melissa.

—¡Joder! —exclamó.

Mel observó su vestido, que hacía diez segundos había sido corto, ajustado y extremadamente blanco.

Bien, ¡perfecto! Ahora tenía una enorme mancha marrón encima del muslo izquierdo. Tendría que ir a cambiarse antes de poder trabajar.

Antes de que ella pudiera hacer nada, una joven camarera se acercó corriendo a Julen.

—¿Se ha quemado, señor Urit?

—No, no, Sandra. No te preocupes, sólo se me ha resbalado.

El rostro pecoso de Sandra expresaba una preocupación mayúscula, como si a Julen le hubiera atropellado un autobús y después lo hubiera pisoteado un avestruz, en vez de tan sólo haber tirado una estúpida taza de café sobre Mel.

Mel se sintió profundamente irritada por esa chica. ¿Acaso no se daba cuenta de que había sido un desliz?

«¿Qué pasa?» Preguntó Jess, que no se enteraba de nada al escuchar las aceleradas voces en español.

«Te llamo luego.»

Sin escuchar su respuesta, Mel colgó el teléfono.

Sandra corrió hacia la cocina para coger la escoba y, mientras, Julen se agachó y comenzó a recoger los cristales rotos de la taza. Mel chasqueó la lengua, molesta, y se aproximó a él, con sus altísimos y preciosos tacones, sus largas piernas bronceadas y su carísimo vestido arruinado.

—Te vas a cortar, Julen —le advirtió desde su elevada altura.

Él dudó un momento, pero aun así siguió agarrando los pequeños cristales. No sabía si ella le estaba hablando con cierta preocupación o simplemente se había acercado para estar en primera fila si él se cortaba y terminaba sangrando.

De pronto, simplemente, estaba molesto.

Llevaba días siendo amable con Mel, aún a sabiendas de que ella ni siquiera lo intentaba con él y que no lo quería tener cerca.

No sabía de qué demonios se sorprendía, ¡por supuesto que a Mel le gustaba Iker! Su hermano era atento, gracioso, sabía cómo hablar con ella, y, sobretodo, no la había maltratado ni traumatizado durante su infancia y adolescencia. Eso le daba muchos puntos por encima de él.

Sandra volvió a aparecer.

—No, no —exclamó, horrorizada—, deje eso, señor Julen. Yo me ocupo.

Mel no pudo evitar hacerle burla a su espalda. ¿De qué iba esa tía? «Ay, señor Urit, no se preocupe», «ay, señor Urit, qué guapo está usted hoy», «ay, señor Urit, qué ojos más azules tiene». Mel sabía que en realidad eso era lo que Sandra estaba diciendo con su mirada, aunque no con sus palabras.

Bufando, Mel se dio la vuelta con la bandeja en la mano, se sentó lo más alejada posible de todos los demás, y comenzó a comerse su yogur en silencio y con el ceño ligeramente fruncido.

Unos segundos después, Julen se acercó, aún manteniendo las distancias.

—Te aviso con tiempo para que organices las agendas —dijo—. Esta semana tendremos a los directivos de Lietzchen en España, así que el viernes tenemos una cena con ellos a la que espero que tú acudas.

Mel se quedó callada un segundo, pensando en lo que Julen le estaba diciendo. La verdad era que no le apetecía en absoluto presentarse en esa cena llena de directivos cuando ella sólo era una secretaria.

—No veo qué tendría que hacer yo ahí —dijo, golpeándose suavemente el labio inferior con la cuchara de aluminio—. No creo que vayan a tratarse temas acordes a mi cargo en la empresa.

Julen tragó saliva al contemplar este gesto tan natural para ella, pero que él preferiría no haber visto. Aunque siempre pareciera totalmente centrado y decidido al estar con ella, para Julen era algo complicado a veces poder desviar la vista de sus piernas o de sus labios. ¡Era un hombre, joder! Al menos eso era lo que se decía a sí mismo, tratando de expulsar todos aquellos pensamientos que le venían a la cabeza cuando se fijaba en otros detalles mucho menos sexuales, como su cabello o la curva de su espalda. Prefería pensar, simplemente, que Mel estaba buena y él no podía ignorarlo, sin tener que enfrentarse a que ese podía no ser el único problema.

Los labios de Mel lo habían tenido hechizado desde que recordaba haberla visto por primera vez. Ahora siempre los llevaba pintados de rojo o de granate, pero sus labios naturales eran de un color rosa fuerte que los hacía parecer carnosos y húmedos, todo el tiempo, y eso no era bueno en absoluto para Julen.

Por fin, tras unos segundos, él retomó el hilo de la conversación, tratando de mirar a sus ojos, que también lo distraían en cierto modo.

—¿Por qué dices eso?

—¿No es obvio? —dijo ella, dejando el yogur a un lado—. ¿Alguien más va a ir con su secretaria? No pienso ir allí para que todos piensen que soy una trepa, o algo así.

Julen no pudo más que reírse al oír la palabra «trepa». ¿Quién en su sano juicio iba a pensar algo así de ella?

—No seas dramática, Melissa —le dijo, antes de darse la vuelta—. Eres la hija del jefe y eso es lo único que les va a importar.

Mel se quedó ahí quieta un momento y, finalmente, decidió que ya era hora de quitarse el vestido sucio para comenzar su jornada laboral con su «querido» director ejecutivo.

La verdad era que tenía que reconocer que le habían dolido un poco las palabras de Julen. Sí, era la hija del jefe, pero eso no significaba que ella no fuera también una persona inteligente y capaz de realizar cualquier trabajo. En cierto modo, toda su vida se había visto condicionada por ser quien era, por quiénes eran sus padres, por qué era lo que poseía.

Por primera vez se preguntó por qué Julen siempre intentaba mantener una relación cordial con ella (aunque rara vez lo conseguía) y una parte de su mente le dijo que quizás, también para él, que ella fuera la hija del jefe era lo único que importaba.


Mil gracias por pasaros a leer :)

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