Capítulo 1 [Lo llaman Destino]
Welcome back a la reina de Medinabella (y de Londres) Mel Ortiz ❤︎❤︎ y bienvenidas, reyes y reinas, a Lo llaman Destino.
Capítulo 1
Un año más tarde. Londres.
—¡Mira por dónde vas!
Mel tuvo que correr para llegar al otro lado de la carretera. Ese coche había estado a punto de atropellarla y la culpa era enteramente suya, pues iba mirando el último mensaje que su padre le había enviado por WhatsApp.
Una vez hubo pisado el firme suelo de la acera, por fin pudo respirar. Una sonrisa se extendió por su rostro. Francisco solo le había mandado dos palabras en su mensaje, pero esas dos palabras eran reveladoras: «¡Grandes noticias! Ven a verme». «Grandes noticias» solamente podía significar una cosa: un ascenso, dinero, reconocimiento, ¡éxito!
Mel había cambiado, ¿de acuerdo? Pero tampoco taaaanto. Ya no creía en el éxito a cambio de nada. En esos últimos meses había trabajado mucho, tanto que había descubierto que, en realidad, estaba hecha para eso: se despertaba pronto todos los días, se arreglaba y llegaba a las oficinas centrales de C.O. en Londres, donde ahora ocupaba un puesto en el área de diseño de los nuevos productos.
No había sido fácil, no iba a mentir. Especialmente no después de que ella regresara a Londres con el rabo entre las piernas, prácticamente escapando de Medinabella y de la horrible situación con la que se había encontrado allí. Al final, simplemente, no había sido capaz de permanecer allí. Ver a Julen todos los días, sentirse completamente estancada y tener que ser su secretaria, sin sus amigos y sin una meta que cumplir... eso era más de lo que había podido soportar. ¿Lo más sorprendente? Que su padre lo había entendido y que la había dejado regresar a Londres, sin seguir castigándola, sin hacerle demasiadas preguntas acerca de lo que había sucedido con Julen cuando ella le había respondido que, simplemente, no quería hablar del tema.
El Karma parecía haber dejado de cebarse con ella. Eso eran buenas noticias, ¿no? Aunque Mel Ortiz seguía andándose con ojo para no causar problemas. Al fin y al cabo, la joven había aprendido muy bien que, si cometía una mala acción, eso le traería nefastas consecuencias. Ahora, cada vez que quería insultar a alguien, se mordía la lengua —a veces incluso iba al baño a despotricar antes de regresar con una sonrisa—, ni siquiera le había vuelto a pedir una sola libra a su padre, salía de fiesta sin meterse en líos y, simplemente, trataba de vivir su vida sin meterse con nadie, sin hacer daño.
A veces se preguntaba cómo estaría Julen. ¿Estaría el Karma haciéndole pagar todo lo que le había hecho? Esperaba que sí... aunque, acto seguido, esperaba que no. Probablemente, desearle el mal a otra persona también le traería mal Karma.
Puso rumbo a C.O., emocionada por lo que tuviera que decirle su padre. En esos momentos, después de lo duro que había trabajado durante todo ese año, sabía que estaba a punto de recibir su recompensa.
***
La sede de C.O. era increíble. La empresa tomaba todo un edificio de siete plantas, construido en su práctica totalidad en cristal y mármol. Las vistas eran increíbles, pues estaba situado en la concurrida Liverpool St., que siempre bullía de gente, ejecutivos elegantes y lujosos cochazos oscuros. Si algo echaba Mel de menos allí era su trastito rosa, pero lo había tenido que dejar en Medinabella y se lo había confiado a Diana, que ya le había mandado algunas fotos de los viajes que había hecho en su Volkswagen polo que tenía más años que ella.
John estaba sentado ante el despacho privado de Francisco Ortiz, bueno, más que sentado, estaba tumbado. Mel casi habría jurado que estaba dormido y roncando, pero el joven se levantó del sofá en cuanto la vio y se acercó a ella, envolviéndola entre sus brazos con suavidad durante unos segundos.
—¿A ti también te ha llamado tu padre?
La pequeña salita frente al despacho era de lo más vistosa: con un sofá de cuero azul, varias estanterías con libros —como si alguien se fuera a poner a leer Jane Eyre mientras esperaba a ser atendido por Francisco Ortiz— y una de esas modernas cafeteras de cápsulas con un sinfín de opciones de diferentes cafés.
Normalmente, John estaba siempre acelerado. Se tomaba, aproximadamente, siete cafés al día mientras estaban en la oficina. Era un adicto al trabajo y, ¿qué más? Ah, sí, además estaba loco. Loco de atar, de remate. Aun así, Mel lo adoraba y en ese último año se habían hecho los mejores amigos.
—Sí. ¿A ti también?
Se sorprendió cuando vio que John parecía calmado al asentir con la cabeza. Eso no era normal, muchísimo menos después de recibir una llamada de su padre.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupada—. Te veo raro.
Lo habitual era ver a John subiéndose por las paredes, incapaz de permanecer parado por un maldito segundo. El John que ella conocía se sacaría una bolsa de debajo de la silla y empezaría a comparar telas y tejidos para futuros zapatos mientras esperaba.
El joven rubio asintió con la cabeza con tranquilidad de nuevo. Era GU-A-PÍ-SI-MO, eso era lo primero que Mel había visto en él el día en el que su padre lo había llevado a la oficina y se lo había presentado como el nuevo jefe de proyectos. Tenía el cabello rubio, más bien largo, los ojos azules y unos labios rellenos y rosados. Su rostro podría haber resultado femenino si no hubiera estado acompañado de una mandíbula tan afilada que Mel había podido imaginar con claridad su capacidad para partir corazones.
En cualquier otro momento, Mel habría estado interesada al instante. En cualquier otro momento. Pero cuando conoció a John, aún no había superado a Julen. A pesar de que se repetía a sí misma, una y otra vez, que ya no sentía nada, que lo odiaba y lo maldecía... la realidad era que Julen vivía en una pequeña parte de su mente que Mel solo visitaba a solas, de vez en cuando, dejándose a sí misma rememorar algunos momentos felices con él: kajbsakjd
Después recordaba cómo Julen se había acostado con ella, le había dicho que la quería y, básicamente, la había tomado por tonta mientras estaba prometido con otra. Qué bonitos recuerdos le traía Julen Urit.
—¿Estás drogado? —preguntó Mel, enarcando una ceja.
John no respondió, Mel se llevó una mano a la boca y dejó escapar un gruñido.
—¡Estás drogado!
No había ningún modo de que él estuviera tan tranquilo si no fuera porque se había tomado algo. ¡Pero si eran las ocho de la mañana! Mel comenzó a mirar a todas partes, desesperada, deseando que nadie más hubiera visto a su amigo en ese estado.
—Tu padre va a despedirme.
—¿Qué dices? ¿Estás loco? —Mel abrió mucho los ojos.
—Me escribió un mensaje anoche. Me dijo que tenía una noticia que darme. Va a despedirme.
—Por supuesto que no va a despedirte, ¡mi padre te adora!
Quizás «adorar» era una palabra un poco grande. Francisco no demostraba ningún tipo de afecto, ni siquiera lo hacía con ella, que era su hija, pero Mel sabía que su padre apreciaba mucho a John. ¡Era un trabajador fantástico! Desde que él había comenzado a trabajar en C.O., se había adaptado a la perfección a la empresa y Mel había encontrado en él al apoyo que tanto necesitaba en esa oficina en la que todo el mundo creía que era una niña mimada a la que su padre le había regalado su puesto.
—Mira.
John sacó su teléfono móvil y tardó demasiados segundos en conseguir desbloquearlo, pues no dejaba de marcar la contraseña incorrecta o de tomar el móvil al revés. Mel se llevó las manos a la cabeza.
—¿Pero, qué te has tomado?
—Una de las pastillas de Veronika para los nervios... o dos. No sé, me he tomado un par de cafés y lo he mezclado.
—Oh, por Dios, John...
Por fin, tras una larga espera, John consiguió desbloquear su teléfono y abrió el mensaje de WhatsApp que Francisco le había mandado. Decía simplemente. «En mi despacho, 8. Tengo una noticia».
La verdad era que el mensaje que le había mandado a ella era un poco más alentador. Posó su mano sobre el hombro de su amigo.
—Todo va bien. No va a despedirte.
A John se le escapó una risita floja. Por Dios, ¿pero qué pastillas eran esas? Los ojos de John estaban rojos, probablemente no había dormido en toda la noche.
—Voy a volver a vivir en el sótano de mi tía Dolores.
—Por supuesto que no.
—Mel, mi tía Dolores tiene seis gatos. Y te lo aseguro, no respetan mi privacidad.
Trató de no poner los ojos en blanco.
—John, céntrate. Si mi padre se da cuenta de que te has tomado algo...
—¿Qué va a hacerme? ¿Despedirme? —John volvió a soltar una carcajada y Mel negó con la cabeza, suspirando—. Me voy a quedar sin dinero, mi tía Dolores tendrá que mantenerme, como si fuera un gato más...
—Tienes que irte, John. Yo hablaré con mi padre y...
Mel agarró a su amigo del brazo y caminó con él varios pasos hasta llegar al ascensor. Apretó el botón insistentemente, como si eso fuera a funcionar para que este llegara antes.
—¿Mel?
—John, tienes que irte. No puedes reunirte con mi padre en este estado. ¿En qué demonios estabas pensando?
¿Quién lo habría dicho? Melissa Ortiz, la amiga responsable. Pulsó el botón cinco veces más, instando al ascensor a llegar hasta ellos cuanto antes. Tendría que llevar a John al baño, como mínimo, para que se mojara la cara. Después llamaría a un taxi para que lo llevara a su casa y...
El ascensor llegó, por fin, y Mel suspiró, aliviada, pero se congeló en cuanto las puertas de este se abrieron. Su padre se sorprendió al verlos y los miró con sus penetrantes ojos azules. Francisco Ortiz vestía de traje, como el hombre de negocios que era, y llevaba el cabello negro salpicado de algunas canas peinado hacia atrás.
—Buenos días, me alegro de encontraros juntos. Como ya sabéis, tengo que hablar con vosotros. Vamos a mi despacho.
John soltó una carcajada ahogada y Mel le dio un golpe disimulado en cuanto su padre se giró y comenzó a caminar hacia la puerta de su despacho. John comenzaba a cojear, como si los nervios trataran de hacerse paso entre esa exagerada calma que lo poseía.
Francisco se detuvo y se dio la vuelta, frunciendo el ceño.
—¿Estás bien, John?
—Estoy...
—Está resfriado. Creo que debería irse a casa, pero ya sabes como es —comenzó a improvisar Mel—, le encanta trabajar. No hace otra cosa. No para, ¿verdad? ¿Por qué no te vas a descansar, John?
—No te preocupes, Mel —dijo Francisco, negando con la cabeza—. Será solo un minuto, prefiero ser breve.
John ahogó un pequeño grito y Mel le dio un pisotón en el pie. Abrió mucho los ojos cuando los ojos nublados del chico parecieron fijarse en ella.
—¡John! —susurró ella de forma insistente, después le hizo un gesto señalando al ascensor.
—¿Seguro que estás bien? —Francisco no parecía entender qué era aquello que sucedía y Melissa rezaba para que, de hecho, no lograra hacerlo.
—Me he tomado cinco cafés —informó John.
Francisco pareció aún más confundido.
—¿Cómo? Pero si solo son las ocho de la mañana...
Melissa bufó de forma disimulada, logró esbozar una brillante sonrisa ante su padre y tiró del brazo de John una vez más para conseguir que este, al menos, caminara recto.
—¿Vamos? —preguntó Mel, señalando la puerta—. John y yo estamos muy emocionados por conocer la noticia que tienes para darnos.
Supo que si volvía a decir algo como eso, John se echaría a llorar allí mismo, así que Mel se aferró a su brazo y caminó muy pegada a él para asegurarse de que ni se movía ni decía nada fuera de lugar.
Después, John y Mel siguieron a Francisco al interior de su despacho.
¡¡BIENVENIDAS!! Mil gracias por pasar por aquí a leerme, estoy super emocionada de seguir con la historia de Mel y de Julen. Poooor favor, no os olvidéis de votar y comentar si os gusta la historia. Me ayudará muchísimo a seguir escribiendo y es la única forma de saber si os gusta la historia y qué pensáis.
Mil besos y nos vemos en el próximo capítulo.
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