Epílogo
—Uno, dos, tres. —Termino mi conteo para así ayudarlo a erguirse, hace una mueca de dolor, pero coopera y queda parado, atajándose de los hierros que lo ayudarán a ejercitar sus piernas.
Con algo de esfuerzo, pero mejor rendimiento que el de hace unas semanas, realiza el ejercicio que consiste en caminar por la larga máquina de metal, este está algo acolchonado en ciertas partes para así facilitar el ejercicio. No aparto mis manos de uno de sus brazos al no saber si resbalará en algún momento como en otras ocasiones.
Logra llegar hasta el final, da la vuelta y recorre el mismo camino hasta llegar a su silla de ruedas, en donde, dando un resoplido lleno de cansancio, vuelve a estar sentado, respirando con algo de dificultad exagerada.
—Ya no quiero. —Con un brazo hace un gesto como si quisiera retirar hacia un lado toda la máquina, deshacerse de él. Arqueo una ceja.
—¿Cómo que ya no quieres?
—Me cuesta, Clare. —Bufa—. Es una tortura.
—No, tortura sería si no pudieras caminar, y sí puedes, gracias a esto. —Señalo con un dedo la máquina que ha estado utilizando, el que lo ha ayudado a mejorar junto a otras terapias desde todo aquel caos.
—Aggghhhhh. —Inclina su cabeza hacia atrás, desde tal posición vuelve a observarme, resignado—. Eres una pesada.
—¿Por qué? ¿Por velar por tu salud? Pues seré más pesada si sigues así. —Lo reprendo.
—No quiero. —Se cruza de brazos—. No me late.
—Aaaah. —Formo una sonrisa macabra—. ¿Entonces llamo a tu madre?
Él se encoge de hombros, indiferente. Me acerco con pasos amenazantes y se hunde en su silla.
—Por eso digo que sí quiero hacerlo.
En las miles de búsquedas realizadas, encontramos a sus padres. Lo hicimos.
La felicidad que invadió a mí mejor amigo al ser ellos los primeros a los que vio al abrir los ojos, fue sin duda uno de los mayores logros que puedo documentar en mi mente luego de toda esta lucha. Ambos lo suelen ayudar en sus rutinas, al principio Dant estuvo encantado por volver a tenerlos, pero luego comenzaron a ser algo más exigentes y eso lo hartó, así que prefiere que en la mayoría de los casos lo ayude yo, que soy igual de exigente pero más comprensiva, eso según palabras suyas.
Niego con la cabeza. Me acerco a la máquina y me inclino hacia un costado de este para recoger la mochila con sus cosas, por hoy culminamos sus ejercicios.
El sonido de la puerta al abrirse hace que ambos dirijamos nuestras miradas hacia la que es la entrada de este lugar. Asher, con una gran sonrisa, se dirige hacia nosotros, trae consigo, colgando de uno de sus brazos, una canasta que luce algo pesada.
—Clare —susurra el chico a mi lado, lo ignoro y me cuelgo la mochila—. ¡Clare! —Vuelve a susurrar, esta vez con urgencia.
—¡¿Qué?! —respondo, impaciente.
—¿Estoy bien?
Frunzo el ceño.
—¿Cómo que si estás bien?
—Pues eso, que si estoy bien —insiste—. ¿Tengo alguna mancha en la cara o algo?
Entiendo a qué se refiere y sonrío con dulzura. Me acerco a él, tomo su rostro entre mis manos y le doy un beso en uno de sus cachetes, eso lo hace reír.
—Estás divino, Dant.
Sonríe y dirige su mirada al chico detrás de mí, puedo ver el brillo que inunda sus ojos al posarlos sobre él y cómo su sonrisa pasa a ser una nerviosa. Es extraño verlo así, tan lleno de vida e ilusionado por una persona, pero es lindo, muy lindo.
Asher se detiene, parece percatarse de algo. Baja la canasta y ve en su interior.
—Espero nos lleve a asher cositas —habla mi amigo en un tono más bajo, alzando las cejas de forma sugerente. Le doy un leve empujón en el hombro.
—¿Cómo están, bellezas? —saluda Asher con una esplendida sonrisa.
—Creo que es en singular —sugiere Dant—. Belleza, nada más. Aunque si quieres dime más cosas, no me quejo.
Asher le sonríe con notable coquetería, Dant le guiña un ojo y yo me siento fuera de lugar.
—¿Te quedas con él? —pregunto hacia el rubio—. Tengo algunas cosas por hacer.
—Con gusto.
Giro los ojos y los dejo solos. Les gusta estar solos, ¿y cómo no?
Al salir y estar un poco alejada, me cruzo con Grace y un montón de niños que van detrás de ella. Se detiene al verme, provocando que varios de los pequeños choquen entre ellos al estar posicionados como en un trencito.
Grace suplicó por poder ayudar en algo, se sentía inútil, por más que intenté hacerle ver que no era así, ella insistía en que necesitaba colaborar, conversé con Samantha y le conseguí este puesto que consiste en ayudar en las clases de las escuelas que hemos comenzado a implementar. No le queda nada mal, los niños la ven con un amor tan puro, el mismo que ella desprende al cada día enseñarles nuevas cosas.
—¿Qué tal todo?
Resopla con disimulo para que los niños no logren verla.
—Algo difícil, pero Fer me ayuda. —Señala con su dedo pulgar a la mujer detrás de ella.
Fernanda, o Fer, una mujer simpática en sus treinta y algo de años, es profesora de los pequeños, y quien guía a algunas ayudantes como Grace. Sonrío en su dirección a modo de saludo.
—Saldré un momento, si necesitas algo Dant está con Asher. —Hace una mueca—. Ay, cierto, mejor ve junto a Robert, así no te empalagan esos tortolos.
—¿Por qué vas tan abrigada? —inquiere al percatarse de la pañoleta que cubre mi cuello, el gran suéter y el pantalón de algodón grueso junto a las botas negras que llegan hasta mis pantorrillas.
—Tengo algo de frio.
Me observa por unos segundos hasta entender y relaja sus cejas levemente fruncidas.
—Cuídate, ¿sí?
—Siempre lo hago. —Le guiño un ojo, pero como no sé hacerlo no me sale tan bien y ríe.
—¿De qué se ríe, profe? —pregunta uno de los niños con voz chillona.
—Nada, pequeño. —Coloca una de sus manos en su cachete, el niño no luce conforme con su respuesta—. Solo le hablaba sobre... ¡El postre que comerán!
—¡Síííííí! —gritan todos al mismo tiempo y tengo que cubrirme los oídos.
Me llena de orgullo la forma en la que ella logra manejar todos sus traumas, por unos meses fue a terapia, y fue difícil al inicio, pero con el paso del tiempo consiguió un equilibrio y esa paz que tanto estuvo buscando. Aún hay ciertas caídas, pero los maneja bien, y debe asistir a ciertas citas con el psicólogo, pero estos ya no son tan frecuentes.
Grace me sonríe y, junto con Fer, dirigen a los niños al comedor en donde muchos otros niños, junto con sus respectivos profesores, se reúnen para la merienda.
Hubieron muchas familias afectadas, sin alimento, sin protección, entre todo eso también los niños y adolescentes quedaron sin educación, por lo que debimos adecuarnos y brindar aquello que se les fue arrebatado.
Al contrario de lo que creía Samantha, efectivamente sí existían otros lugares como aquel en el que se llevaba a cabo la organización, esta era la principal, y habían otras tres más, en los que en uno encerraban a los niños, separándolos de sus padres que iban al otro para realizar trabajos pesados, en estos hallamos a los padres de Dant, y lo mismo con los adolescentes, quienes eran utilizados de la forma en la que Richard buscaba. Los encargados del lugar no tenían idea de nada, ni de la muerte de su jefe ni de que el principal motor había dejado de funcionar, por lo que seguían las indicaciones como en un principio. Al liberar a todos, tuvimos unas semanas muy movidas por la cantidad de heridos y enfermos, tantos que las camillas comenzaron a faltar y personas que no tenían idea de medicina tuvieron que dar una mano.
Remodelar ciertos sitios del lugar para poder conseguirlo fue todo un reto, meses de trabajo duro para al final hacer que todo quede en un balance casi perfecto. Como seres humanos, contamos con fallas, hay desacuerdos en algunas decisiones, pero hablamos, compartimos ideas y ayudamos. Nada fue ni es sencillo, el dolor de las perdidas continúa, pero por lo menos algo más llevaderas.
Observo sobre mi hombro y cierro la puerta.
En estos meses he descubierto una salida, es la que utilizo para no tener que molestar a Samantha y recibir sus lindas sonrisas, sus abrazos animadores y charlas para nada hirientes.
¿Demasiado sarcasmo? Disculpe usted.
Está ubicada en el interior de uno de los antiguos laboratorios que ahora está siendo desmantelado para ser remodelado y así muy pronto formar parte de otras áreas. Cuando hallé esta pequeña puerta cuadrada estaba detrás de un viejo cuadro, llena de polvo y telarañas, ahora se encuentra un poco más limpia, la sigo manteniendo detrás del cuadro para no levantar sospechas y, al nadie recorrer estos pasillos, que son más para emergencias, y la remodelación ha quedado en segundo plano por culpa de otros asuntos, se me hace más sencillo.
Es similar al que contaba el árbol de aquella vez, sólo que, en vez de escaleras y de ir únicamente hacia abajo, tiene como base un metal recto y a un costado una soga conectada a un mecanismo que yo misma reparé, esta resiste mi peso al yo estirarla e ir hacia arriba, hacia el exterior.
Otra cosa similar, es que también culmina en el interior de un árbol.
Las palmas de mis manos se raspan un poco a pesar de utilizar guantes de cuero para evitarlo, hago una mueca y saco mi mochila del interior de la caja transportadora, como decidí llamarla.
El aire fresco del invierno golpea mi rostro, me coloco la capucha y subo la pañoleta sobre mi rostro hasta que cubre mi nariz. Las hojas caen, dejando un rastro de diversos colores en el camino que me conducirá a mi objetivo. Queda algo lejos pero, como otras veces, espero llegar antes del almuerzo.
Una hoja cruje a mis espaldas, algo normal en esta estación, pero no para mí, siempre me mantengo alerta, por lo que en un movimiento rápido tomo el arma de mi cintura, me giro y apunto. Maldigo en mis adentros al un brazo rodear mi cuello y ser atraída hacia atrás, el frio metal de su arma contra mi sien.
—¿Creíste que nadie lo descubriría? —susurra con burla, su aliento cálido chocando contra mi oreja.
—Claro que no pasaría de ser percibido por algún idiota entrometido.
Bufa, liberándome de su agarre y retirando su arma.
—Para eso estoy. —Se señala con ambas manos. Resoplo mientras continúo con mi camino, lo escucho seguirme—. Así que cuando desapareces es esto lo que haces.
—Tu inteligencia nunca termina de sorprenderme —digo con ironía, Eiden suelta una risa.
—Siempre tan dulce.
—Como un limón.
Su risa es lo último que escucho antes de que todo se vuelva silencio, no es como si tuviéramos mucho de lo que podamos hablar. Luego de todo lo que pasó, decidí que quedaríamos como conocidos, no socios, no amigos. Conocidos. Y no siento remordimiento alguno, así como tampoco ningún sentimiento por él, me encargué de enterrarlos, o mejor aún, desterrarlos.
El camino se vuelve aburrido, tanto que en un momento lo escucho comenzar a tatarear la melodía de una canción, no es que cante mal, es que me irrita el hecho de que se haya tomado el atrevimiento de emboscarme como si estuviera cometiendo un delito para luego quedarse como un invitado de honor.
Su tatareo se vuelve más despacio hasta ya no ser audible, ambos nos detenemos en frente de mi destino. El barrio sigue igual, el desastre también, y los trozos de lo que una vez llegó a ser mi hogar, también. La desolación con la que cuenta el lugar asusta un poco, y es que golpea con fuerza ver lo que antes estaba lleno de vida y que luego no sea más que una zona desierta.
Eiden se equivocó al deducir que este es el sitio al que siempre vengo, en otras ocasiones vigilo los alrededores, no es que no confíe en la seguridad que nos da Samantha, sino que igual prefiero asegurarme de todo por mi cuenta, ya sea desde el techo de algún hogar abandonado o un árbol. Eiden se equivocó porque hoy es la primera vez que volveré a pisar el interior de este lugar, una decisión apresurada que tomé al despertar, no interfiere en mis planes de hoy así que no está mal.
El chico detrás de mí no pronuncia palabra, permanecemos en silencio mientras nos acercamos a la entrada. La puerta en el suelo me trae ciertos recuerdos de aquel día, este cruje al hacerlo a un lado para lograr ingresar, las luces del sol se cuelan por las ventanas y algunos hoyos en las paredes.
La sensación de familiaridad oprime mi pecho.
Al girarme puedo ver a una Clare en sus trece años de vida, riendo con su mejor amigo en el sofá mientras ven televisión, la misma que ahora está destruida en el suelo, empapado y con varios cables fuera de él.
Luego a una Clare de quince años que escucha con atención al mismo chico, esta vez algo tímido, temeroso, mientras le confiesa un asunto sumamente íntimo: su orientación sexual. Tuve la fortuna de ser la primera persona en saberlo, logrando que nuestra amistad se fortalezca mucho más.
Al observar hacia otra dirección, veo a una Clare en sus diecisiete años llegando a la cocina para saludar a su madre luego de un día agotador en el instituto. Una cocina ahora repleta de agua, hojas y un gato en una esquina, este no se percata de nuestra presencia en su plácida siesta. Eiden se le acerca, el animal abre sus ojos y da un salto del susto para luego emprender su huida.
—Ni los gatos te quieren.
Se gira para observarme con semblante molesto, pero en sus ojos puedo ver diversión.
—Lo dices como si a ti sí te hubiese hecho caso. —Giro los ojos y eso le quita una sonrisa.
La madera desgastada rechina debajo de mis botas, subo con cuidado de que no se rompa debajo de mí, cuenta con varios hoyos, humedad y hiedra. La poca iluminación me permite distinguir los rastros de pedazos de cemento y polvo en el suelo, hasta algunos charcos.
Se me encoge el estómago al contemplar mi antigua habitación, el desastre la hace lucir distinta, sin color, ajena. Pero, sin importar eso, los recuerdos vuelven a azotarme, dolorosos, nostálgicos.
—¿Era tu casa? —Escucho preguntar a Eiden desde atrás. Asiento sin querer entablar una conversación—. Sin todo el polvo y demás se ve muy bonita. —Lo observo sobre mi hombro y aprieta sus labios—. Silencio, claro.
Doy pasos lentos hasta quedar en el medio de las cuatro paredes, al dar uno último algo roza la suela de una de mis botas, bajo la mirada, encontrándome con la esquina de un papel, me agacho y lo tomo con cuidado. El polvo y la tierra van deslizándose hasta dejar a la vista lo que es una fotografía, y no cualquiera, sino una de mamá conmigo, la primera que veo luego de meses y la única que tendré por siempre.
Paso la esquina de mi mano por la imagen, el cuero del guante se queda con el polvo y me permite ver un poco más de la imagen. Es de una salida familiar entre ambas y Dant, al estar siempre detrás de mí y viceversa, también fue con nosotras aquel día al nuevo parque en la ciudad vecina.
Un día común y corriente, sin llanto, sin heridas, sin dolor.
Con esta simple imagen mi lado sensible sale a flote y, en contra de lo que pedí anteriormente, hablo.
—¿Cómo era tu madre?
No logro ver su rostro, de seguro es uno consternado o molesto o... tal vez no refleja nada.
—Según él... —Carraspea—, era alguien muy amable.
Lo escucho suspirar con pesadez.
—Quizá por eso no eres como él.
Escucho sus pasos, acercándose, hasta detenerse a mi lado, de reojo observo cómo sube una de sus manos, vacila y la baja para meter ambas en sus bolsillos delanteros del pantalón.
—No. No lo soy. —Tomo aire y me giro—. Clare...
—Espero sigas haciendo honor a esas palabras.
Le he perdonado su traición, lo dejo formar parte de lo que estamos creando y le permito intercambiar palabras conmigo como si nada, eso es más que suficiente, cualquier cosa que diga no me hará cambiar la imagen que tengo de él. Yo sí haré honor a las palabras que me repito día y noche:
Ya no más decepciones.
Eso implica en mí, solo es mí. En mi forma de ver las cosas, en mi confianza que suelo dar a la ligera, en mi comportamiento algo inmaduro en ocasiones, a mis palabras hirientes y más. No me voy a decepcionar, no más.
Decido que es suficiente y salimos al exterior. Con el paso de los meses fuimos viendo la vulnerabilidad con la que se contaba en ciertas zonas, en el ámbito de alimentos, medicinas y demás, pero que aún así servían como refugio, así que, los que se mantienen en esas zonas, reciben algo de apoyo por nuestra parte, a la vez que nos brindan información sobre problemas o situaciones sospechosas. Ayuda por ayuda.
Cada fin de mes, se le entrega una capsula circular hecha de metal, de un tamaño considerable que puede caber en la palma de una mano, a un mensajero o mensajera, esta persona se encarga de colocarlo en puntos estratégicos únicamente conocidos por los rastreadores. Yo, al ser una de ellos, lo sé.
Estas capsulas cuentan con fotografías para la verificación de ciertos trabajos o mensajes escritos para ser recibidos directamente por Samantha, en estos solicitan lo que les hace falta y resaltan cada punto importante realizado en las semanas. Los he leído ciertas veces al aún contar con esa desconfianza que ya me caracteriza. Esto es necesario ya que las señales en los teléfonos solo logran ponernos en peligro.
—¿Qué sucede?
Ignoro la pregunta de Eiden y me pongo de cuclillas.
Aún no es fin de mes, de igual forma cubro cada punto cuando me es posible para así estar segura de que no ha surgido ninguna emergencia, en ese caso es permitido saltarse la fecha prevista y colocar la capsula en su punto junto a una petición de auxilio.
¿Lo alarmante? Sí hay una.
Algo se remueve en mi interior, lo tomo y la curiosidad me gana, giro la parte superior de la capsula y la abro para así poder echar un ojo a su interior.
No hay fotografías, pero sí, como todas las veces, un mensaje.
Lo desdoblo con suma urgencia, mis manos tiemblan un poco y trago con nerviosismo. Sin importar por todo lo que pase, siempre sentiré este miedo por la seguridad que debo velar de los que amo.
La letra es desprolija, eso me hace saber el apuro con el que se realizó, además de que ni siquiera colocaron el saludo ni nada, es directo al grano.
"No tengo tiempo, acabamos de contar con un ataque y no sabemos cuándo volverán. Se llevaron a algunos y prometen volver, hay mujeres y niños heridos, las provisiones que nos dejaron no son suficientes ni para completar dos semanas. Solicito 1199 lo más rápido que les sea posible y destaco esto como un 1100".
Mis ojos recorren con apuro cada palabra una y otra vez, lo poco que está escrito es suficiente, sin rodeos.
Pero no es posible.
Oh, claro que lo es.
La poca paz que obtuve en estas semanas se esfuma y refunfuño, doblando la hoja y guardándola de nuevo en la capsula. Comienzo a caminar con pasos rápidos, escucho a Eiden resoplar antes de seguirme. Caminamos alrededor de una hora para llegar hasta otro de los puntos de posicionamiento de las capsulas. No puedo solo ir y alarmar al equipo, debo confirmar que esto es grande, y si lo es debe de haber otras peticiones.
Y las hay.
Observo con terror las cinco capsulas que hemos encontrado junto con Eiden, él conoce cada sitio de la ciudad, eso ayudó a apresurar los hallazgos.
Mi mente repite sin cansancio los códigos plasmados en las hojas, están en todas. Cierro la mochila con todo ya en su interior y, sin decir nada, me dirijo a la organización.
1199: Ayuda inmediata.
1100: Código rojo.
Con lo rápido que dimos con las capsulas han pasado tres horas, aún hay tiempo. Aún podemos ayudarlos y acabar con una alimaña más.
—Si quieres pue-
—Ya hiciste suficiente.
Sonrío como puedo e ingreso a la caja transportadora. Comienzo a aflojar la soga para así poder bajar y, una vez llego al interior del lugar, bajo mi mochila y sacudo un poco mi ropa. Muevo un poco la cuerda para que así Eiden sepa que puede estirarla, cuando escucho el sonido de cómo es quitada el seguro a un arma. Atajo mi respiración.
—¡Las manos donde las pueda ver! —Obedezco—. ¡Baja la mochila! —También lo hago—. ¡Lento! —Me relamo los labios con frustración y obedezco de nuevo—. ¡Más lento!
—¡No me jodas!
Me giro por completo para enfrentar a Stevetonto. Tenía mis sospechas sobre que conocía mi salida secreta que ahora ya no es tan secreta. Bufo y él enarca una de sus cejas.
—¿Creíste que no te descubriría? —Giro los ojos, él guarda el arma y sonríe con arrogancia—. Samantha me armará un altar por esto.
Su sonrisa se desvanece con lentitud al inclinarse hacia un lado por el ruido que la pequeña puerta realiza al estar bajando. Eiden lleva sus ojos del rubio a mí.
—¿Y este qué?
—No, tú qué.
Se forma un espeso y pesado silencio en el que no sé qué hacer para librarme. No tengo problema con que mi tía lo sepa, pero prefiero la confidencialidad. Aún así, lo importante ahora es salir de aquí para llevar el recado hasta ella, y él me lo impide.
—Oooohhh. —Eiden asiente para sí mismo y le echo una mirada de confusión—. Es para conseguir su aprobación, ¿no? —Steve va a hablar pero Eiden se adelanta—. Crees que diciéndole que descubriste la salida secreta de su sobrina te creerá mucho mejor.
El rostro de Steve es una pintura abstracta. Abre y cierra la boca sin saber qué decir.
—Ooooohh —digo—. Queriendo ser mi tío, ¿eh?
—¿De qué...?
—Dulce e iluso, Steve. —El pelinegro coloca una mano en su hombro y me aguanto las ganas de reír—. Admiro tu dedicación, ¿pero no crees que eso es pasarse de pinche lanza?
—No sé-
—Te guardaremos el secreto —digo y arruga mucho más el rostro.
Lo rodeo y salgo de la habitación seguida por Eiden, dejando solo a un Steve confundido. Caminamos lado a lado hasta llegar al pasillo que lleva a la oficina de Samantha. Él ríe.
—Sí sabes que no es verdad, ¿cierto?
—Sí, pero sirvió de escape.
—Seh.
Nuestros pasos resuenan hasta que nos detenemos, no solo por haber llegado a nuestro destino, sino por los gritos de enojo por parte de la mujer a cargo. Abro un poco la puerta hasta dejar una pequeña línea por la que la puedo ver con el rostro rojo, las manos sobre la mesa mientras le reclama algo al capitán superior de seguridad. Está furiosa.
—No creo que nos quiera recibir —murmura Eiden detrás de mí, viendo un poco de la rabia de mi tía.
—Tendrá.
No pierdo el tiempo con las formalidades. Ingresamos, de inmediato Samantha detiene sus reclamos y se enfoca en ambos. El hombre traga saliva, estoy segura de que agradece nuestra interrupción.
—Este día sí que me trae sorpresas. —Ríe sin ganas, meneando la cabeza—. De todas las personas que pude pensar que vería hoy juntos no pensé en ustedes.
—Es importante.
—Ya tengo muchas cosas importantes sobre mí, Clare. —Observa al hombre, este realiza un leve asentimiento y sale de la oficina—. Espero valga la pena.
Me acerco y me descuelgo la mochila para luego dejarla sobre su mesa, abro el cierre y saco todas las capsulas. A medida que voy sacando una tras otra ella arruga el ceño con desconcierto. Alcanzo una de ellas, la primera en ser hallada, para extraer la hoja y tendérsela.
—Creo que ''importante'' es una palabra que queda corta para lo que se destaca aquí.
Se toma su tiempo para leer, frunciendo cada vez más el ceño. Es claro que esto es más que ''importante'', es vital, y debemos solucionarlo. Fue nuestro juramento ante las miles de personas que decidieron creer en nosotros, en la P. R. F.
Proteger.
Restaurar.
Financiar.
Los protegemos a ellos y a la naturaleza que los rodea. Gran parte de la ciudad ha sido dañada, pero la naturaleza puede regenerarse, y podemos ayudar a los ecosistemas a recuperarse, por lo que está prohibida la financiación hacia cosas que destruyan la misma. Luchamos por cosas que la ayuden. Suena sencillo: proteger, restaurar y financiar. Pero no lo fue y no lo es, costó semanas poder convencer a una cantidad de personas sobre las nuevas bases.
Samantha me observa, sus ojos llenos de decisión.
—Reunión con los verificadores en diez minutos.
—Daré la orden.
Asiente. Tomo mi mochila y nos giramos para dirigirnos a la salida.
—Tú no, Eiden. —Ambos nos detenemos y la observamos sin entender.
—Voy a...
—No —lo corta—. Recuerda que esta semana te toca el papeleo. —Señala con sus ojos el montón inmenso de papeles colocados en los que parecen montañas desastrosas sobre su escritorio junto a las capsulas. Rodea la mesa y al pasar a su lado le da palmadas en su hombro—. Sin errores.
Él suelta aire por la nariz y, con pisadas desganadas, llega hasta su nueva misión. Agradezco a Samantha con una pequeña sonrisa y ella chasquea la lengua, siempre se encarga de quitármelo de encima, no es que le agrade tanto el hecho de vernos charlar.
Ella se desvía por un pasillo y yo me detengo frente a un cubículo compuesto por un cristal al frente, en su interior una mujer alza sus ojos hasta los míos, me pasa una placa de metal en donde coloco mi huella y, una vez es aceptada, me pasa otra en la que redacto el mensaje y se lo entrego. Aquí se encargan de mandar cualquier comunicado o aviso a los correspondientes miembros de los verificadores, conformado por las mentes con mayor conocimiento del lugar. Ya luego Eli me pone al tanto de todo lo que decidieron al su madre decírselo, no puede negarle nada, ella insiste hasta obtener la última pisca del chisme.
Observo cómo la luz roja en una esquina pasa a una verde, indicando que el mensaje ha sido recibido con éxito. Doy las gracias y giro sobre mis pies para quedar de frente con los ventanales inmensos de vidrio templado que dejan a la vista la perfecta armonía de lo que hemos creado, lo que hemos logrado. El cielo despejado plasmados en las pantallas en el techo junto a los arboles, estos últimos siendo reales, cubriendo y dando sombras al pequeño pueblo que protegemos más abajo. Desde aquí arriba lo veo todo.
Me siento como una gran espectadora de cada acto realizado por algún individuo y las casas que se ven pequeñas desde este punto. Frunzo un poco el entrecejo para ver mejor a un grupo de niños jugando, uno de ellos cae y río, con rapidez me cubro la boca con una mano, observando a mis lados. Vuelvo a ellos y río de nuevo al ver cómo el niño le saca la lengua a los demás que ahora lo molestan un poco.
Siento el peso de una mirada en mi nuca, volteo y abro mucho los ojos al ver a Dant dirigirse hacia donde me encuentro, en muletas, y se supone que aún no debe usarlas, por más que él insista en que se encuentra mucho mejor.
—¡Oh! ¡Te extrañé tanto, mi vida! —dice, para luego fruncir los labios e intentar darme un beso en la mejilla, pero lo aparto.
—Sí, yo también, pero no te pases de empalagoso. —Realiza una mueca de supuesto dolor—. Además, hace unas horas nos vimos.
—¿Y? ¿No puede uno ser tierno con su mejor amiga? Eres una malagradecida. —Hace un puchero.
—¿Yo? ¿Malagradecida? —Me señalo con un dedo—. ¿Cómo podría? Soy la novia de Chris Hemsworth, la esposa-
—De Paul Rudd, la amante de Dylan O'brien. —Gira los ojos—. Sí, ya sé.
—Y tú el sumiso de...
—Asher Grey —dice con rapidez, coqueto, junto con un guiño.
Formo una enorme O con la boca.
—¡Atrevido! —Río y le doy un golpe juguetón nada fuerte en el hombro.
—Ay, sí, y tú la muy santa. —Volteo los ojos y suelta una risa burlona.
Bajo la mirada hacia las muletas y él frunce el ceño ante mi semblante reprobatorio.
—Sabes que ya no soporto esa maldita silla.
—Y claro que sedujiste al pobre de Asher.
—¿Pobre? —Niega junto a una risa—. Estaba más que encantado.
—Te creo.
Inclina un poco su rostro y trago, desviando mi atención hacia algún punto en el suelo.
—¿Sucede algo? —Aprieto los labios—. Clare...
—No hay nada de qué alarmarse. —Me encojo de hombros.
—Las veces que te vi enviando algún mensaje por ahí. —Señala el cubículo detrás de nosotros—. No fueron precisamente invitaciones para una fiesta.
Suelto un largo suspiro.
—Se resolverá. —Lo observo de reojo, asiente algo dudoso y ambos dirigimos nuestras miradas hacia todo lo que se logra ver a través del cristal—. ¿Alguna vez creíste que no lo lograríamos?
Hace una mueca para luego acomodar mejor las muletas bajo sus brazos.
—Nah.
Enarco una ceja.
—¿Nah?
Aprieta los labios y me dedica una mirada breve.
—Creí mucho más en que tu mente encontraría la solución.
—¿Y lo hice?
Sonríe.
—De manera excelente.
Las campanas suenan con fuerza en medio del pueblo, indicando que es la hora del almuerzo, hay varios salones para poder llevar a cabo estos. El mismo niño de hace un rato alza sus ojos hasta dar con nosotros, desde ahí nos ve muy pequeños pero, sin importar eso, da saltos de emoción y nos saluda.
—Mira, Clare. —Dant sonríe con ilusión mientras sube una mano—. Tengo fans.
Se siente un sentimiento indescriptible en el pecho, como si, a pesar de saber lo que se viene, aún así, por fin logro tener un pequeño descanso. Poder ver que muchos cuentan con aquel acceso a la libertad, bienestar, educación, salud y más gracias al intenso esfuerzo de unos chicos tontos e ilusos que solo buscaban volver a sus vidas comunes y que creían que este sería sencillo de volver a obtener, querer contar con todo lo que ahora les proporcionamos a ellos.
Puedo decir que por fin lo hemos logrado, al menos una pequeña parte, y me llena de forma inimaginable. Contemplo con una sonrisa todo un futuro en pleno inicio.
Pude elegir caminar, correr o arrastrarme. Así que elegí todas.
¿Sufrí? Como la jodida mierda, y seguiré haciéndolo, lo veo venir, pero también la continuación de este gran propósito, y si tendré que dar mi vida por ello, lo haré.
Caminaré, correré y me arrastraré.
No dejaré de luchar como la testaruda implacable que he demostrado ser.
Las llamas no lograrán consumirme.
Dant deja reposar una de las muletas contra el cristal y con ese brazo rodea mis hombros, atrayéndome hacia él. Desordeno su cabello y suelta un bufido divertido.
—Es como ser los reyes...
Lo observo directo a los ojos y sonríe de lado con dulzura.
—...del jodido mundo.
FIN
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