8
"El enemigo está en todas partes".
¿Conoces esa sensación en la que crees que todo es un error? Cuando las paredes son demasiado asfixiantes, cuando te sientes incapaz de respirar correctamente porque necesitas enmendar todo, querer retroceder el tiempo y hacer todo bien. Esa sensación es la que justo ahora se encuentra consumiéndome. Esa sensación es la que me embarga cuando, al cerrarse por completo la puerta, sé que también se llevan mi libertad. Y seguido de eso, un vacío.
Observo fijamente por algunos segundos el metal, pestañeo y llevo la mirada hasta mis rodillas que cuentan con raspaduras, llevo una mano a una de ellas y paso mi dedo índice por las líneas rojizas para luego levantar la otra mano y realizar lo mismo con la otra herida, duelen. Pero además de eso noto que en mis muñecas cuento con unas marcas rojas y rasposas. Sollozo y el llanto emerge de mí.
No son heridas de grandes proporciones, así que no les doy tanta importancia. Simplemente esperaré a que la poca sangre en mis rodillas seque y que las marcas en mis muñecas dejen de doler. Observo fijamente el suelo.
Mamá de seguro tiene el rostro así o más magullado que mis rodillas. No tiene nada que colocarse para la hinchazón.
¿Estará llorando? ¿La habrán golpeado de nuevo? ¿Sentirá también este vacío en el pecho?
Maldigo en mis adentros mientras que las lágrimas siguen rodando por mi rostro. Y sé que luego obtendré unos ojos súper hinchados y que no sirve de nada el llanto pero, ¿qué más puedo hacer? No me escucharán si suplico, no les importa mi dolor, nadie me ayudará. Nadie. Gruño de impotencia, cubro mi rostro con mis manos y cierro los ojos con fuerza.
Tengo que ser fuerte.
Por mamá.
Por Dant.
Por mí.
Estoy demasiado sumida en mi llanto que, al escuchar algunos pasos detrás de mí y el peso de una mirada, me tenso. Abro mis ojos con lentitud, me ordeno ser cautelosa y me giro, observo entre mis dedos lo que se encuentra allí, o mejor dicho, a quienes se encuentran allí.
No hay una, sino muchas personas.
No me había dado cuenta de ello porque no había mirado detrás de mí, cuando prácticamente me tiraron aquí pensé que me habían traído para sufrir sola, así que me oculté en mis recuerdos, pensé que era eso.
Pero no.
Justo detrás de mí, se encuentra una joven. Bajo lentamente mis manos y la observo, atenta.
Sus ojos están sobre mí, evalúa mi aspecto, y supongo que no se da cuenta de que me moví porque sigue evaluándome con un aire ausente, pensativa. Alza sus ojos y da con los míos que aún derraman lágrimas, dándose cuenta así de que también la estoy observando, se sobresalta, rodea sus rodillas con sus brazos y esconde su rostro entre ellas, encogiéndose. No reparo en su vestimenta, solo en lo rápido de su actuar, en la forma en la que lo hace, como si se refugiara de algo.
Apoyo mis manos contra el suelo y gateo hasta llegar a ella, ignorando las miradas curiosas de los demás.
—Hola. —Se estremece e intenta retroceder más, pero es imposible, su espalda ya está totalmente pegada a la pared—. Tranquila, no te haré daño. —Intento calmarla, pero ella niega con la cabeza que sigue escondida entre sus brazos.
Escucho como susurra cosas inentendibles, me acerco un poco más, quedando a su lado. Llevo una mano hacia ella para posarla en su espalda y doy un pequeño respingo al notar como su cuerpo tiembla un poco, no lo había notado.
—¿Tienes frio? —pregunto, pero ella solo me ignora y sigue susurrando. Pregunto de nuevo, pero se remueve un poco, intentando alejarse—. ¿Qué sucede? —Hago de nuevo el amago de tocarla—. No me tengas miedo, no te haré...
—¡No! —Golpea mi mano de un movimiento rápido, tomándome por sorpresa, pero para eso tuvo que salir de su escondite y la veo.
Me enderezo. Algo muy malo debió de sucederla como para que en esa mirada haya tanta desconfianza y temor. Respira agitadamente, se inclina un poco hacia atrás con la intención de alejarse.
—No me temas.
Y parece que esas simples palabras dan con un interruptor en su interior, porque pestañea varias veces y se relaja. Posa sus ojos en el suelo.
—No... ellos... tú no... —susurra.
—No entiendo, necesito que me hables con fluidez, ¿puedes? —Levanta la mirada y coloco mi mano sobre uno de sus hombros.
—Es que no entiendes. —Sacude su cabeza en negación.
—¿Qué no entiendo?
—Ellos son malvados, crueles —dice, acercando su rostro al mío.
—Créeme, ya me di cuenta. —Hago una mueca.
—Es que no entiendes —repite.
—¿Qué cosa? ¿Qué es lo que debo de entender? —Mira detrás de mí, su mirada se vuelve perdida—. Hey. —Me observa de inmediato, sobresaltándome por la manera en la que abre sus ojos, como si quisiera atravesarme con ellos.
—No debes confiar —susurra. Sus ojos suplican, pero más allá de eso, hay dolor.
—No lo hago —digo también en un susurro.
—¿Estás segura? —Eso me toma desprevenida, la observo en silencio sin saber qué decir. Se endereza, recuesta su espalda contra la pared, se abraza a ella misma y cierra sus ojos.
Apenas hemos llegado aquí, ¿por qué tiene tanto miedo? Yo también lo tengo, pero el de ella lo sobrepasa. Me acerco un poco más e imito su postura, solo que no cierro mis ojos, la observo.
—¿Por qué temes tanto? Nos acaban de traer aquí, no sé qué planean hacernos, pero hay que tener fe en que estaremos-
—¿Nos acaban de traer? —Me interrumpe.
—Eh... sí. —Frunzo el ceño, desconcertada—. Hace menos de media hora, había todo un escándalo pero... —Me paralizo.
El escándalo.
¿Fue por esto?
—Te diste cuenta, ¿no? —Sus ojos me examinan, temerosa.
—No entiendo. —Niego lentamente con la cabeza—. Hirieron a madres, a familias solo... ¿para traernos a todos aquí?
—No a todos. —Mi ceño se frunce mucho más—. A los que faltaban.
¿Pero qué...?
No logro articular nada, no entiendo nada. Pestañeo varias veces para tratar de centrarme.
—Sigo sin entender.
—Tú —Me señala—, junto con otros jóvenes han sido traídos hoy, hace media hora.
—Querrás decir "hemos" sido traídos.
—No. —Cada vez estoy más perdida—. Yo ya estaba aquí.
—¿Qué? ¿Cómo? Si todos estábamos en el comedor y luego todo inicio y...
—Lo sé, es confuso. —Se encoge de hombros y se abraza más fuerte. Trato de ordenar sus palabras en mi cabeza.
—A ver si entiendo. —Me acomodo mejor para observarla directamente a los ojos—. Yo y otros jóvenes fuimos traídos aquí hace media hora, pero tú ya estabas aquí, ¿correcto?
—No del todo.
—¿Qué? Pero eso fue lo que dijiste.
—No me dejaste terminar. —Gira los ojos, pero luego se da cuenta de tal acto y hace una mueca avergonzada—. Yo y otros ya estábamos aquí.
—¿Desde cuándo?
Vacila un poco antes de decírmelo.
—Hace un mes.
—¡¿Un mes?! —susurro con fuerza, impactada.
Hace un mes ella junto con otras personas ya estaban aquí y no nos dimos cuenta, ¿cómo?
—Así es. —Asiente.
—Pero, ¿cómo no nos dimos cuenta? ¿Cómo lo hicieron? ¿En qué momento? —Muevo mucho las manos con cada pregunta, solo lo hago cuando estoy ansiosa y en este momento cuento con una sobredosis de ansiedad.
—No es que todos aquí desde que llegaron se hicieron mejores amigos como para que se dieran cuenta de lo que ocurría, de lo que hacen. —Dirige su vista a los demás y traga—. Además, observa a tu alrededor. —Lo hago—. Todos son jóvenes, ni uno solo que pase los veinte años, ¿por qué? No lo sé. Solo dejaron a algunos adultos para tapar ese algo que desconocemos. Por eso al principio solo trajeron a los que llegaron solos, y es ahora cuando el desastre se ha desatado. —Ríe con sequedad.
—Todo este tiempo...
—Sí... Estábamos aquí. —Me alejo, desconcertada, pero ella se acerca para susurrar—. Y hoy lo estamos todos.
Vuelve a su lugar.
—Dios...
—¿Por qué crees que ese guardia disparó a ese chico sin ni siquiera inmutarse? —Espera mi respuesta, pero niego sin saberla—. Ellos ya estaban listos, ya no hacía falta hacerse de los ángeles que llegaron a ayudarnos con el cambio climático, no. Era hora de actuar.
Respiro agitadamente, intentando analizar y digerir tanta información. Frunzo el ceño.
—¿Cómo sabes lo del chico?
—Las noticias vuelan, y la manera en la que lo hacen es que algunos guardias disfrutan restregar en nuestras caras lo que ellos llaman sus grandes logros —responde con amargura.
—¿Pero quéquieren? ¿Qué esperan como resultado de todo esto? —Se encoge de hombros.
—Ni puta idea.
Oh, tiene boca sucia, no lo esperaba.
Me recuesto contra la pared, observando el techo. Suelto un largo suspiro.
—Por lo menos dan buena comida, ¿no?
—Créeme, lo que menos les conviene es que estemos débiles.
Bajo mi rostro para observarla.
—¿Por qué lo dices? —También me observa.
—Les gusta parlotear, y más a ese que siempre está ebrio por las noches sin que nadie se dé cuenta y nos comienza a decir de todo. Así que se le suele escapar algo de información privilegiada.
—¿Cómo escuchas? No creo que puedas a través de esa cosa. —Señalo la puerta.
—Cuenta con una pequeña rejilla que abren para observarnos. El ebrio pensó que era una especie de psicóloga al acercarme un día en el que lo escuché hablar un poco raro, me vio y dejó salir todo eso.
—Pues muy inteligente no es.
—Sí. —Chasquea la lengua—. La seguridad a veces cuenta con fallos —dice entre dientes, como intentando bromear, o lo intenta. La observo y no hay ninguna pizca de diversión en su rostro.
—¿Y qué les han hecho todo este tiempo?
Pestañear varias veces y baja la vista hasta sus manos, nerviosa, todo en un micro segundo, parece histérica. Deja vagar la mirada por todo el lugar, se envuelve con sus brazos y vuelve a escogerse. Mueve sus labios rápidamente, volviendo a susurrar.
¿A qué le teme? ¿Y qué es lo que tanto susurra?
Llevo mi vista a los demás que se encuentran aquí y ella está en lo cierto, todos son jóvenes fuertes, algunos con heridas, pero fuertes.
Algo muy malo debieron de haberles hecho en todo este tiempo para que se encuentren así.
Vuelo mi vista a la chica. Reparo en su vestimenta, lleva puesto un suéter algo grande y un pantalón también holgado, ambos con muchas manchas y agujeros. Su pálido rostro cuenta con varias raspaduras, ¿ellos se las hicieron? Espero esto y más por parte de ellos luego de lo que vi.
Me ordeno ser suave, no tengo idea de si eso es verdad, y de serlo habrá dejado varias marcas en su interior, muchas, y más ondas que las del exterior, más dolorosas.
—¿Ellos... te hicieron esto? —Con mi dedo índice señalo las heridas en su rostro, se aleja ante el tacto y se encoge mucho más, como si lograra desaparecer al hacerlo.
Me es un poco confusa su manera de actuar. Pero es comprensible, tal vez ella sea alegre y extrovertida, pero lo que sea que haya vivido aquí la cambió.
Percibo movimiento por el rabillo del ojo, giro y hay un joven, está un poco alejado pero logro distinguir cómo con las uñas de sus dedos se rasguña los brazos y observa todo, balanceándose, nervioso, sus ojos se mueven rápidamente sin permanecer más de cinco segundos en un lugar, como si esperara cualquier ataque.
¿Qué les hicieron?
Siento una punzada en el pecho porque, de no poder salir de aquí, en un futuro yo estaré así.
—No me has dicho tu nombre. —La escucho decir y de inmediato la observo.
—Soy Clare. —Le paso una mano, su vista va de esta a mis ojos, con desconfianza. Finalmente levanta su mano y toma la mía.
—Grace —susurra.
En ese momento tomo una decisión, cueste lo que cueste, yo la sacaré de aquí, la ayudaré y borraré esa posible idea que ella tenga de que nadie la ayudará, de que nadie la escuchará, yo sí le tenderé mi mano y la sacaré de este agujero que cree interminable.
Le sonrío y aprieto su mano.
—Saldremos de aquí, Grace.
***
El chirrido del metal de lapuerta contra el suelo es lo que me hace levantar el rostro. Al parecer ya haamanecido y no he podido pegar el ojo ni una maldita vez, aunque no es como si loquisiera, estuve ideando lo que sea para lograr salir de aquí, pero cada vezque algo parecía ser la luz del camino a la felicidad, lo pensaba mejor y habíamillones de fallas. Todas reduciéndose a una cosa.
Morir.
He estado pensando en Eliza, aunque solamente nos hayamos visto y hablado una sola vez, ya le tomé cariño, porque en realidad es la única amiga que llegué a hacer aquí, y eso que me plantee no tener una. Y estuve pensando y recordando que no la vi en la cena caótica con todo y muerte que tuvimos.
¿Estará encerrada en otra parte? Porque no creo que este sea el único lugar de encierro.
Y no solo ella, también Robert, temo por el bienestar de ambos, pero Robert ya es un adulto, y como al parecer quieren más a la flor de la juventud, temo mucho por él.
¿Dónde lo tendrán? ¿Estará sufriendo? ¿Estará...?
Unas mujeres ingresan, lujosas con sus uniformes, con los rostros pulcros, y como siempre sostienen esa maldita carpeta. Cada una se dirige a una esquina y nos observan mientras que otras mujeres ingresan.
Son mujeres de la cocina. Abro mis ojos de par en par al ver que una de ellas es la amiga mamá. Sí, ella puede ayudarme.
Espero con paciencia a que ingresen todas, rogando porque pueda ayudarme. Quiero saltar de alegría por la simple idea de poder salir de aquí, pero me contengo.
Con ellas ingresa un carrito con comida y no cierran la puerta. Eso es bueno, si logro llegar a ella podemos salir corriendo.
La veo servir a muchos, poco a poco va hacia donde yo me encuentro, al quedar en mi frente me tiende un plato con comida, sin observarme. La sujeto del antebrazo, cuidando que nadie lo note. Sus ojos se posan en los míos.
—Debes ayudarme —susurro con voz desesperada.
Toda pizca de esperanza se esfuma en el momento en el que sus ojos abandonan los míos y susurra:
—Lo siento. —Se endereza y se aleja.
No, por favor.
Me levanto con brusquedad, tirando el planto de comida en el acto, y doy grandes zancadas para llegar a ella.
—¡¿Por qué?! —grito—. ¡Tú conoces a mi madre! ¡Ella es tu amiga! —Llega hasta el carrito de comida y lo toma.
—En ningún momento dije que lo fuera.
No hay duda en su voz y es como recibir un puñetazo en el pecho.
Dos mujeres se acercan a mí, pidiendo que vaya a mi lugar y que me tranquilice.
—¡No! —Las observo y luego vuelvo mi vista a la que supuestamente era nuestra amiga—. ¿Te gusta vernos así? ¿A todos los que están aquí? —No responde—. ¡¿En dónde está tu humanidad?!
Noto cómo aprieta sus manos, pero no responde, en lugar de eso, se dirige a la salida junto con su bendito carrito de comida.
Las mujeres intentan sujetarme.
—¡Déjenme! —Una de ellas saca una aguja de uno de sus bolsillos, la observo—. Ni se te ocurra meter eso en mi piel, maldita escoria —digo entre dientes, y retrocedo.
Siento unos brazos tomarme por detrás, grito, pataleo, doy rasguños, pero el que me sostiene es un guardia y no logro nada. Él me arrastra hasta colocarme de vuelta en mi lugar anterior, junto a Grace.
¿Por qué siempre están alzándome o tomándome por detrás con tanta simpleza?
¿Parezco un saco de arena o qué? No soy tan inservible.
Intento levantarme, me tambaleo un poco, pero lo consigo. Corro hacia la puerta que ya está siendo cerrada, llego hasta ella justo cuando se cierra por completo.
De nuevo encerrada.
De nuevo sin libertad.
Golpeo la superficie metálica con mi puño, sintiendo en mi rostro la humedad de mis lágrimas.
Ya no sé en quién confiar.
Ni siquiera hubo remordimiento en decir que jamás fue amiga nuestra, no le dolió el traicionarnos.
¿Por qué lo hizo? ¿Qué les dicen a todos para que sean tan leales? ¿Qué les hacen?
Esto es el puto infierno.
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Por eso jamás confío en las cocineras.
¡Hola! Perdón por tardar en actualizar es que ya comenzaron mis clases y es todo un desastre.
Espero les haya gustado este capítulo, el más largo que he escrito, uuuuf.
Te agradezco un millón si has llegado hasta aquí dándole así una oportunidad a esta historia. Te agradecería más si me regalas tu votito y compartes esta historia para que otras personas también la lean.
Y, por supuesto, los comentarios también son bienvenidos.
Por ahora tardaré más en actualizar pero de que lo hago, lo hago. Pinky Promise.
¡Muak!
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