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"Locura".
Luego de recorrer varios pasillos, llego a una puerta que da a un jardín lleno de flores, arbustos, arboles y una pequeña fuente en donde algunos pajaritos bajan a hidratarse, todo esto en el centro de este gran lugar, rodeado por muros que impiden disfrutar del todo el exterior.
Los pájaros emprenden el vuelo al percibir que me voy acercando, los sigo con la mirada y veo un sol resplandeciente en lo alto de un bello cielo azul. Y pensar que los llamados hombres contaminan tan pura perfección.
Observo el agua cristalina en la fuente, y más allá está mi reflejo, un reflejo que se hace borroso con mis pensamientos. Pienso en la tormenta, en toda mi vida jamás había presenciado una tan grande y aterradora como esa, nunca hubo una así en Prinffilt. Pienso en Dant y en ir a preguntar mañana sobre noticias de personas desaparecidas o algo. Pienso en este lugar, en lo aterrador que resultaría que ya nada vuelva a ser como antes al volver. Pienso en la charla con Samantha Ferguson, una charla demasiado atípica a mi parecer, pero que estoy segura cuenta con un mensaje.
Pero, ¿qué mensaje es ese? No soy estúpida, lo que dijo esa mujer es una amenaza, una muy clara, y es estúpido porque no le he hecho absolutamente nada. No es envidia porque no hay nada que envidiar en mí. ¿Los alrededores pueden ser peligrosos? Una clara advertencia, pero, ¿de qué? ¿De ella? ¿De otras personas?
Admito que tiene razón al haber dicho que no se puede confiar en nadie. No confío en este lugar ni en ninguno de sus trabajadores, a menos que lleve mi propia sangre o un ego por los cielos como el de Dant.
Permanezco en ese hermoso jardín por muchos minutos, hasta que pasa una hora y luego algunas más tras él. Me deleito observando el sol ocultarse tras los arboles, veo distintas tonalidades mezclándose, es algo inigualable ante mis ojos. Una perfección que algún día será destruida por su mismísimo cuidador.
Me considero una de las pocas personas que realmente quiere generar un cambio, uno bueno en este mundo, y digo esto porque no es que se vieran muchos cambios de los buenos hoy en día y no logro entender cómo es que no se dan cuenta del dolor, de la destrucción que provocan.
Luego de todas estas horas meditando, pensando y recordando, decido volver adentro y ver si mamá ha despertado de su siesta de belleza. Tengo la intención de levantarme cuando escucho pasos detrás de mí, me giro y veo a un hombre acercarse, posee una barba ya un poco crecida con algo de blanco en ciertas partes, es alto, lleva puesto una camisa blanca, unos pantalones de vestir de color negro y unas sandalias de cuero.
—Lo siento. ¿Molesto? —Lo observo, no parece un mal hombre, pero no hay que fiarse.
—No. —Mi voz es más bien un susurro, aclaro mi garganta y voy a hablar de nuevo pero lo veo acercarse, se sienta en la banca a una distancia prudente.
—Muy bien. —Mantiene la vista al frente. Sus ojos son de un color celeste claro, sus rasgos ya cuentan con ciertas arrugas. Dejo de observarlo para dirigir también mi vista al frente. Nos quedamos así, en silencio, contemplando el atardecer durante varios minutos. Pienso que tal vez el hombre quiera estar solo así que decido que es mejor retomar la idea de irme—. ¿Pensando? —Su voz rompe el silencio, deteniéndome, lo veo de reojo.
—Algo así. —Es lo único que contesto.
—Pareces una joven inteligente, supongo que esos pensamientos deben ser poéticos. —No inmuta su postura, sigue con la vista al frente—. ¿Te gustaría compartirlos? —Lo pienso y en realidad no tengo nada que perder, necesito desahogarme por lo menos un poco.
—Pienso... sobre la vida.
—Eso es bueno. Serías ingenua si no lo hicieras. —Me observa por unos segundos y vuelve a su postura anterior—. Y dime, ¿qué piensas sobre la vida?
—En realidad es más... —Busco en mi mente las palabras correctas—. Sobre la manera en la que el ser humano trata al mundo, lo cual lleva a la vida, pero en más sobre la contaminación, la tala de árboles. —Suspiro—. Es abominable como algunos destrozan cada pequeña esperanza de vida a su paso, solo mire. —Apunto hacia las plantas y él las mira—. Observe bien, porque le aseguro que algún día todo lo verde se extinguirá, estarán totalmente marchitas. —Suelto otro suspiro y bajo la mano—. Y también sobre el estar aquí, sobre la tormenta y cómo serán las cosas más adelante, cómo temo que serán. —Me encojo de hombros.
—Sí, a veces también pienso sobre eso. —Giro mi rostro para observarlo.
—¿Por qué no lo ven? ¿Cómo es que no se dan cuenta? ¿Acaso no ven el daño? ¿No ven lo que provocan? Las vidas que se pierden, el dolor, las muertes. —Respiro agitadamente por haber hablado tan rápido. Tal vez me estoy desahogando demasiado con un completo desconocido—. Lo siento. —Me acomodo en mi lugar, miro mis manos y comienzo a jugar con mis dedos—. No debería estar hablando así con usted, ni siquiera sé su nombre. —Lo veo de reojo y el hombre no se ha inmutado, sigue con la vista clavada al frente.
Vuelvo a mirar el atardeceren donde ya el sol está a muy poco de esconderse por completo.
—Soy Robert.
Parpadeo, desconcertada, lo observo y él alza ambas cejas esperando una respuesta.
—Clare. —Ambos esbozamos una pequeña sonrisa de labios cerrados y volvemos a mirar al frente.
—¿Quieres un consejo, Clare? —Asiento—. No puedes pasarte la vida entera lamentándote porlos errores de hombres que dicen no saber lo que hacen, claro que lo saben. Créeme.
—Entonces, ¿por qué lo siguen haciendo?
—Tal vez porque la sed de poder es más fuerte que la voluntad de hacer el bien, la terquedad es el motor que los lleva a cometerlo pensando que lo que hacen no tiene un precio, porque solo ven el costo de lo material, ¿dónde queda el costo de la vida? Pues creen que la vida es eso que ellos llaman poder, o tal vez porque creen que nada acabará, que el mundo es eterno, que al destruir una pequeña parte de ella volverá a florecer, o simplemente no le dan importancia. —Me observa—. Piensan que un billete es más valioso que una vida, cuando es una vida, un pensamiento, una palabra lo que provoca el verdadero cambio, no una maquinaria que lo único que logra es contaminar, y para tenerlo primeramente talan los arboles, destruyen bosques, destruyen hogares, vidas. —Se inclina un poco, mirándome directo a los ojos—. Creen ver sentido y felicidad en donde ellos mismos se encargan de que no la haya. —Se endereza.
Pienso en cada una de sus palabras y las comprendo porque son exactamente las que pienso cada noche antes de cerrar los ojos para ir a un sueño profundo desde que fui consciente de lo que sucede en el mundo, y cada día al despertar y ver un destello de luz solar. Vuelvo la vista al frente, él hace lo mismo.
—¿Crees que algún día se darán cuenta? —pregunto.
—Sí.
Arrugo el entrecejo y lo vuelvo a observar.
—¿Cómo logras creer eso? Van de mal en peor, si no se dan cuenta ahora no lo harán nunca.
—Lo harán, y de la peor manera.
—¿Ahora?
Me observa.
—No ahora.
—¿Entonces cuándo?
Observa al frente y apunta las plantas.
—Mira eso, ¿acaso no son gloriosas? —Las observo.
—Sí... Lo son.
—Y mira las flores que poseen algunos, muy bellas, ¿no?
—Bellísimas. —No logro entender a qué va esto pero le sigo la corriente. Ahora apunta hacia la fuente.
—Observa el agua cristalina, te acercas y ves tu reflejo tan claramente. Magnífico.
—Realmente. —Apunta hacia arriba y alzo la mirada, sintiendo sus ojos en mí.
—Y mira todos los rayos de sol que aún se encuentran, esparcidas sobre todos ellos con una tonalidad majestuosa en un hermoso atardecer.
—Preciosa.
Vuelve su atención a la fuente.
—¿Cuándo? Cuando ninguna planta dé frutos y luego estén muertas. Cuando ninguna flor esté a la vista pues todas estarán marchitas. Cuando ya no contemos con el agua cristalina para beber. Cuando el cielo sea de un color irreconocible por la cantidad incontable de contaminación. Cuando paren las grandes lluvias e inicie una gran sequia en donde querrán agua cada segundo porque sus gargantas se encontrarán tan secas que su propia saliva los raspará. Cuando los mares se sequen. Cuando el oxígeno ya no sea del todo puro. Cuando las colinas se incendien a causa del calentamiento global. Cuando el sol sea de un rojo sangre que al mirarlo quemen sus ojos. Cuando las montañas de hielo se derritan y los animales literalmente caminen sobre el agua. Cuando no queden hojas en los arboles. Cuando talen el último árbol. Cuando inhalen su último aliento. —Asiente para sí mismo, pensativo—. Muchas cosas más sucederán el día en el que se darán cuenta. —Ríe sin ganas—. Pero no creerás que veo el futuro.
Observo el césped y pienso en esta conversación que realmente no creí sería necesaria, ni buena con un desconocido, bueno, con Robert. Asusta, mucho. Cada una de sus palabras cala con profundidad en mí.
—¿Cree que... la gran lluvia que hubo fue provocada por eso?
—¿Y tú creíste que solo era eso? ¿Una lluvia cualquiera que quedaría en la gran historia de los desastres de Prinffilt? —Niega lentamente con la cabeza—. Todo está iniciando y nadie se da cuenta.
—Es una locura. —Mi voz sale en apenas un susurro.
Me observa, se inclina unpoco y lo dice en un susurro.
—Lo que más aterra al hombre es la locura, pero también es lo que más lo atrae. —Lo observo fijamente. Él vuelve a su sitio y cierra sus ojos.
Quedo suspendida, mis pensamientos mezclándose, miro al frente pero mantengo la vista perdida. Sin duda alguna Robert se ha ganado mi respeto, jamás alguien había dado tanto en el blanco con tales pensamientos. Admirable.
—Bueno, fue un placer charlar contigo, Clare.
—Lo mismo digo, Robert. —Sonrío apenas, aún impactada. Asiente en forma de despedida y se levanta, dirigiéndose a la puerta de entrada.
La noche se hace presente y decido que es momento de entrar. Ingreso a la habitación y escucho cómo el agua cae en el baño, tomo mi teléfono y veo que ya está completamente cargado, sonrío con entusiasmo. Tal vez pueda contactarme con Dant.
—¿Pero qué...?
No hay cobertura.
¿Cómo es que en un sitio como este no hay cobertura? Esto es raro.
—¿Qué sucede?
Mamá se acerca, secando su cabello con una toalla.
—No hay cobertura.
Frunce los labios, pensativa.
—Bueno, de seguro la tormenta afectó también en eso. —Se encoge de hombros.
—Pero se supone que este sitio es seguro, por lo tanto debería de contar con cobertura para permitirnos, no lo sé, comunicarnos con familiares o algo —digo con obviedad.
Se acerca hasta su cama y deja la toalla sobre esta.
—Mañana preguntamos, ¿te parece?
Resoplo y asiento, resignada.
—De acuerdo.
—Ahora ve a darte un baño. —Me da suaves empujoncitos y río.
—A su orden.
Me inclino para buscar entre mis cosas qué ponerme, de reojo puedo ver cómo se cruza de brazos.
—Y por cierto, ¿dónde estuviste toda la tarde?
Me incorporo y aprieto la ropa que escogí contra mi estómago.
—Por ahí... Pensando. —Le sonrío e ingreso al baño.
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Gracias por seguir aquí leyéndome, lo valoro muchísimo.
¡Muak!
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