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3

"A la deriva".

Despierto sobresaltada a causa de un brusco movimiento, respiro con lentitud para tranquilizarme, al lograr enfocar la mirada, y recordar en dónde me encuentro, relajo los músculos y me doy cuenta que el brusco movimiento fue provocado por un bache que pasó el autobús.

Observo a mamá, estoy acurrucada en su pecho, no tan cómoda por dormir sentada, por lo que me duele un poco la espalda, pero a fin de cuentas estoy con ella, mi lugar seguro. Tengo diecisiete años y aún necesito de su protección. Se encuentra despierta con los ojos fijos al frente, al sentir el peso de mi mirada me observa y sonríe.

—¿Qué tal la pequeña siesta? —pregunta, al tiempo que acaricia mi brazo.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —Esquivo su pregunta porque, sinceramente, no dormí nada bien por la postura y por las millones de preocupaciones que me invaden. No quiero mentir diciendo que fue de lo mejor cuando no fue así, lo que menos quiero en este momento es preocuparla, porque sé que se dará cuenta si la estoy mintiendo.

Suspira.

—Solo media hora o más. —Suelta una corta risa—. Lo necesitabas.

—Definitivamente. —Le sonrío—. ¿Y tú? ¿Descansaste un poco?

—Estuve haciendo guardia.

Quiero reprocharle por no haber descansado por lo menos un poco, pero me retracto porque sé que realmente hace falta alguien vigilando ya que no sabemos a dónde nos dirigen, y pues yo me quedé dormida.

—¿Y ya vamos a llegar? —Opto por decir, asiente, me da un beso en la sien y vuelve la vista al frente.

Giro en dirección a la ventana, están cayendo gotas de lluvia, se deslizan por el cristal que ya se encuentra un poco empapado, por suerte no es una lluvia de grandes proporciones, solo una pequeña llovizna.

Dejo de concentrarme en las gotas y veo lo que se encuentra al otro lado del cristal, pasamos muchos árboles, pasan uno tras otro, y yo solo observo. La naturaleza siempre me pareció una creación única, inigualable, sublime, importante. Lástima que no todos piensen lo mismo.

Luego de, más o menos media hora en el que ya ha cesado el pequeño aguacero, el autobús se detiene. Me incorporo un poco y logro ver unos enormes muros y lo que parece un pequeño cuarto con unos guardias en la entrada, además de que toda la estructura está protegida con un límite de cercados eléctricos, rejas y otros aparatos tecnológicos que no permiten vislumbrar nada del interior. El conductor intercambia algunas palabras con uno de ellos, luego se escucha un pitido y la gran reja es abierta. El autobús se pone en marcha e ingresa. Luego de un momento, nos detenemos.

Las puertas del autobús son abiertas y unos hombres, que al parecer son parte de lo que son los guardias, ingresan, verificando que todo esté en orden. Uno de ellos indica que podemos bajar, nos incorporamos y, en ese instante, detrás de los hombres, se abre paso una mujer, alta, de cabellera rojiza, ojos verdosos y piel pálida, lo que hace resaltar mucho más su labial rojo. Lleva puesto una bata y una carpeta con algunos papeles, ella nos indica que al bajar deberemos de solicitar nuestras pertenencias en el autobús al que nos guiarán, se retira y los hombres bajan tras ella, colocándose al costado de la salida.

Y henos aquí.

Al bajar y obtener nuestras pertenencias, nos dirigen al interior. En el camino observo la gran construcción del edificio en donde nos hospedaremos.

El lugar es enorme, un edificio de más de cinco pisos, no logro distinguir con exactitud de cuántos.

Antes de ingresar, en la puerta nos piden a cada uno nuestras identificaciones, en un ordenador cuentan con todos los nombres y apellidos de las personas que venían en el autobús. Ingresamos y a cada familia se les asigna una habitación, que ahora sé, hay más de cincuenta y que el edificio es de siete pisos y muy amplio. Todo está pintado en blanco y muy pulcro, es como si las personas encargadas de la limpieza lo hicieran cada cero coma tres segundos. Nos dividen en grupos con una guía para mayor organización y la misma mujer de ojos verdosos del autobús es la nuestra.

—Un saludo cordial para todos. Mi nombre es Samantha Ferguson. —Se presenta, la seguridad en su voz es envidiable—. Acompáñenme, por favor.

Subimos las escaleras, nos toca el segundo piso, por suerte, porque no es que la altura y yo seamos muy amigas.

Los tacones de la mujer, que ahora sé se llama Samantha, es lo único audible en el largo pasillo lleno de puertas, pasamos muchos cuadros que sinceramente inspiran cualquier cosa menos felicidad.

Luego de que algunas familias ingresen a sus respectivas habitaciones, llegamos a la que será la nuestra. La mujer se gira y, por primera vez, dirige la palabra directamente hacia nosotras.

—Esta es su habitación. Familia O'connor, ¿verdad? —Asentimos—. Muy bien, cualquier cosa que necesiten pueden ir a la recepción y pedir ayuda o presentar cualquier queja, con gusto las ayudarán y escucharán. La comida se servirá en el gran salón, dentro de algunas horas vendrán a buscarlas y las guiarán para el almuerzo en ese mismo, ya luego ustedes por su cuenta podrán hacerlo para el resto de los horarios. Y, desde ya, muchas gracias por la confianza. —Forma una sonrisa forzada en su rostro que todo el tiempo estaba con una expresión seria en plan: hablas y te quedas sin lengua.

Nos entrega nuestra llave y se retira con las demás familias que faltan por hospedar. Con mamá nos miramos, yo me encojo de hombros y ella realiza una mueca. Abrimos la puerta e ingresamos, presiono el interruptor y todo se ilumina.

Observamos la habitación, cuenta con dos camas y nuevamente todo de blanco, las sábanas, las paredes, un pequeño cuadro, la lámpara. Al bajar la mirada hasta puedo ver mi reflejo en el piso de mármol que, por supuesto, es blanco.

Bajamos nuestras maletas y exploramos un poco más a fondo la que seránuestra residencia. También cuenta en una esquina con un pequeño armario demadera, lo único sobresaliente gracias a su color marrón claro, y, en laesquina a la izquierda, un baño. Es pequeña, pero por el momento lo llamaremoshogar; y que quede claro que no hay entusiasmo en llamarla así.

Mamá no pierde tiempo, busca entre sus pertenencias la ropa que usará e ingresa al baño, poco después escucho el agua caer. Por mi parte me siento en una de las camas y comienzo a pensar en todas las posibilidades de poder encontrar a Dant y todas las posibilidades de no lograr encontrarlo.

Si yo fuera Dant, ¿en qué estaría pensando? La respuesta no es demasiado alentadora ya que siempre está pensando en series, películas o en traseros de alguno de los actores, casi nunca nada serio. A no ser en aquellos momentos cuando le dan esos momentos de madurez sus consejos son de sabiduría pura.

Mejor... Si yo fuera Dant, ¿dónde estaría pidiendo ayuda? Sí, mejor. Pero la respuesta tampoco ayuda demasiado, porque siempre que se metía en problemas recurría a mí.

Y no está aquí. No está conmigo.

Además de que aún tengo esa desconfianza porque, seamos sinceros, ¿desde cuándo el gobierno hace una obra de caridad tan grande como esta para ayudar a simples mortales? No me fio.

Me recuesto en la cama, paso las manos por mi rostro y llego a la conclusión de que lo mejor es tomar una ducha para aclarar las ideas y esperar la hora del almuerzo.

Está científicamente comprobado que se piensa mejor con el estomago lleno. Confirmo.

Me incorporo y busco entre mis cosas qué ponerme, mamá sale del baño y rápidamente ingreso.

Es reconfortante volver a sentir, luego de horas, el agua recorrer por mi piel, limpiándome. Siento cómo con cada chorro me voy liberando un poco de todo el estrés acumulado en estas pocas horas y las ideas van aclarándose. Al terminar, me envuelvo con la toalla, paso una mano por el espejo del lavado y veo mi reflejo: tengo unas pequeñas ojeras, mi piel trigueña está un poco pálida y mis labios se encuentran secos, en mis ojos de un marrón claro, solo logro ver cansancio, estoy muy agotada y, aunque trate de fingir, en mi mirada se logra ver la fatiga. Intento sonreír, pero luce más como una mueca.

Me visto y salgo, intentando peinar con mis dedos el desastre al que llamo cabello. Busco mi teléfono en el bolsillo del bolso, le pregunto a mamá si ella lo guardó aquí y me responde que sí y que también el cargador. No sé qué haría sin esta bella mujer, en serio.

Para mi mala suerte no tiene carga, lo enchufo y voy junto a mamá. Está acomodando toda la ropa en el pequeño armario, la ayudo y conversamos de cualquier otra cosa que no sea el estar aquí. Luego nos recostamos un momento y, ¡cielos! La suavidad de las sábanas es la gloria.

Llega la hora del almuerzo y, como había dicho la mujer de sonrisa falsa y mirada asesina, alguien toca la puerta, la abro y me encuentro con una mujer de no más de treinta años, es de baja estatura, piel morena, ojos marrones y lleva puesto un uniforme que he visto en otras mujeres del lugar. Afuera ya se encuentran otras familias, la mujer nos indica por dónde debemos de ir y nos dirigimos al dichoso gran salón.

Y ahora sé por qué lo llaman así. El gran salón en eso, un gran, enorme y espacioso salón.

Aunque este lugar cuente con una cantidad inmensa de personas, cada uno puede moverse con libertad, hay suficiente espacio, aunque no son todos los huéspedes, por así llamarlos, solo ingresan cinco grupos por cada quince minutos, lo cual es injusto porque en ese tiempo no saboreas bien lo que consumes, yo por lo menos que tardo horas degustando cada bocado.

En una esquina hay una mesa muy larga con muchos recipientes que contienen una variedad de alimentos, desde lo salado a lo dulce. No creo que en media hora pueda elegir algo de todos estos deliciosos manjares.

Tomamos una bandeja cada uno y formamos una fila. Debo aprovechar, por lo que opto por una ensalada de lechuga, ensalada de arroz, un poco de pollo, carne de vaca, jugo de naranja, pan, unas croquetas y un biscocho.

Nos sentamos en una de las mesas y comenzamos a ingerir nuestros alimentos, en el proceso me permito observar mejor el gran salón y tomo nota.

Primer bocado.

Como ya había visto, hay muchas mujeres con el mismo uniforme que la que nos guió aquí en cada mesa.

Segundo bocado.

Cada una toma nota de algo en una carpeta y ayudan a algunas personas.

Tercer bocado.

El lugar cuenta con un guardia en cada puerta.

Cuarto bocado.

Llevan puestos pasamontañas, solo se logran ver sus ojos.

Quinto bocado.

Portan armas.

En lo que resta de mi almuerzo llego a una conclusión: es demasiada seguridad y precaución. Y, ¿las mujeres encargadas cuentan con un uniforme en sí? Demasiada clase.

Está bien, lo entiendo, no se pueden confiar muy rápido, pero, ¿un guardia en cada puerta, y armados? Si me lo preguntan es demasiado exagerado para simples humanos como nosotros. ¿Y qué es lo que tanto anotan esas mujeres?

Al terminar, llevamos nuestros platos al fregadero y nos dirigen nuevamente a nuestras respectivas habitaciones. Repito: demasiada precaución.

Ingresamos y me dirijo al baño para lavar mis dientes.

—Hija. —Mamá me detiene, sosteniéndome por el brazo.

—¿Sí? —Frunzo el ceño. Solo intercambiamos palabras al momento de acomodar las cosas en el armario, no quise tocar el tema que a ambas sé que nos incomoda, solo espero no saque eso a colación.

—Solo... ¿Estás bien?

Y va a sacar el tema a colación.

—Sí. —Miento—. ¿Por qué no habría de estarlo?

Aquí viene, aquí viene...

—Es que al principio te negaste a venir por tu desconfianza y por... Dant... —Y aquí está—, que aún no lo encontramos, así que... —Se encoge de hombros.

—No. Estoy bien, tranquila. —Suspira, se acerca y me abraza, al instante se lo devuelvo. En momentos en los que siento que perderé la cordura, un abrazo de mamá es la cura. Odio mentirle, pero odio más preocuparla.

—Te dije que encontraremos a Dant, y lo haremos, lo prometo. Sabes que ese bastardo es como un hijo para mí.

Suelto una corta risa.

—Lo sé, mamá. —Decido aligerar el ambiente, me alejo un poco y le regalo la mejor de mis sonrisas—. ¿Sabes que te amo, mujer maravillosa de mi podrido corazón? —Ríe y hace un gesto con la mano como si la halagara—. Te amo, mamá.

Sonríe, la misma sonrisa por la que pude lograr millones de cosas en lo que llevo de vida.

—También te amo, mi aguacate. —Giro los ojos, jamás superará ese apodo que, según ella, con papá me lo pusieron porque cuando era bebé parecía uno, lo cual es raro. Le doy un beso en la mejilla y me dirijo nuevamente al baño.

Por la tarde, mamá decide quedarse en la habitación a dormir todo lo que no pudo la noche anterior, yo decido explorar un poco los alrededores.

Al salir cierro la puerta con cuidado de no hacer el más mínimo ruido, me giro y mi rostro impacta contra algo, abro los ojos y veo una carpeta. Y mira nada más con la carpeta de quién decido estrellarme.

Samantha Ferguson alias "Doña sonrisas falsas."

Sus ojos verdosos me inspeccionan de arriba a abajo, una mirada hermosa, pero que es la más fría que he visto en mi vida. Su semblante es de seriedad pura, es la única mujer encargada aquí que no lleva ese "honorable" uniforme, sino una bata, debajo una camisa blanca y unos jeans oscuros junto con unos tacones rojos, supongo que tiene un mayor cargo. Se mantiene recta, evaluándome.

—¿A dónde se dirige, señorita? —Lo último creo escucharlo con un tono de desprecio. Trago.

—Solo... —Aclaro mi garganta—. A conocer el lugar.

Le doy la mejor sonrisa, mostrando mis dientes. Ella enarca una de sus cejas.

—Conocer el lugar, ¿eh? —Frunzo el ceño, borrando mi sonrisa. Ella se inclina un poco, me da una de esas sonrisas falsas de labios pegados, como ya lo dice el nombre con el que la bauticé.

—Sí, a conocer más el lugar. —Arrugo las cejas—. No hay problema con eso, ¿verdad? —Encojo los hombros, sin desviar la mirada de la suya, que sinceramente intimida demasiado.

—Por supuesto que no. —Me observa con fijeza—. Los alrededores pueden ser un poco peligrosos, ¿no lo crees? —Alza ambas cejas y mi ceño se frunce un poco—. Hoy en día una joven como usted debe tener cuidado al caminar, no se puede confiar en nadie. —Procuro no desviar la mirada de la suya que me produce escalofríos—. Pero no se preocupe, aquí está segura. —Sonríe, mostrando esta vez sus dientes perfectos—. Que se divierta, señorita.

Sus ojos permanecen en mí por un rato más, luego se endereza, gira y se retira, contoneando las caderas, el sonido de sus tacones resonando por todo el pasillo.

Quedo inmóvil, procesando sus palabras.

¿Qué carajos fue eso?

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Ok... eso es raro.

Demasiada seguridad ¿no?

Sigan leyendo esto para saber más jijiji

¡Muak!

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