28
"Los fantasmas siguen ahí... ¿los ves?".
Aprieto la pelota de goma, aplastándolo mucho en el proceso, dejo de hacer fuerza con los dedos y el aire vuelve a su interior, haciendo que la pelota regrese a su estado normal, redonda. La dejo de nuevo en la mesa y busco otra cosa con la que pueda distraerme, doy con un gatito que mueve el brazo, de esos automáticos que solo están ahí parados moviendo ese único y bendito brazo, ¿de qué sirve eso en esta oficina? ¿Y por qué mi querida tía tiene uno? No va con ella.
Me recuesto contra el respaldo de la silla, dejo caer mi cabeza hacia atrás y hago girar la silla, observo el techo oscuro, tiene algunas manchas, son cinco en total. Oh, no, hay otra en esa esquina.
Qué aburrido.
Luego de unos días aquí me han explicado, en términos simples, lo que es este lugar, las cuales fueron, y cito: ''Un centro de ayuda creado por Samantha e integrada por todo aquel que busque un cambio. Ya luego, poco a poco, esos integrantes fueron variando hasta contar con varios físicos, médicos, entre otros''.
Sé lo que es este lugar, sí, pero no me han dicho en dónde se encuentra situado, y no lo he podido averiguar por mi cuenta ya que ni siquiera tengo idea de en dónde está la que sería la entrada y salida, por lo que desde que he llegado no he conseguido ver ni pisar el exterior, lo único que puedo hacer es recorrer las instalaciones con las que cuenta, bueno, las que no están restringidas. La que más he visitado es esta, la oficina de Samantha.
La puerta es abierta y me incorporo de inmediato para observar detrás de mí. Samantha se detiene bajo el marco.
—Espero no hayas tocado nada. —Enarco una ceja, ella verifica desde su lugar que no falte nada en la mesa.
—¿Es una amenaza? —Se acerca, rodea el escritorio y se sienta.
—Puede.
Llevo esperando casi media hora, lo sé por el reloj colgante en una esquina. Bufo y vuelvo a recostarme de forma perezosa contra el respaldo de la silla, siento que todo mi cuerpo está hecho trizas luego de una semana de entrenamiento, pero por lo menos ya sé dar patadas y puñetazos, algo es algo.
Samantha acomoda unos papeles en el interior de una carpeta de plástico color azul, los coloca de manera ordenada y luego posiciona la carpeta en la cima de otras. Abre un cajón y de ahí saca otra carpeta y más papeles.
—¿Me llamaste para que te observe ordenar papeles? —Alza sus ojos hasta mí y los vuelve a bajar, despreocupada.
—Puedes ayudar si quieres.
—No, no quiero. —Vuelve a alzar sus ojos, esta vez con un semblante malhumorado. Río en mis adentros.
Ella saca mi lado rebelde.
Continúa acomodando los papeles, suelto un bufido y hago girar la silla en la que me encuentro, pero unos segundos después dejo de oír el movimiento de las hojas, por lo que me detengo, levanto la cabeza y la observo.
—¿Puedes sentarte de forma adecuada? —Bufo por la nariz y hago lo que me pide, ella coloca sus manos unidas en el escritorio y me observa con detenimiento.
—¿Qué?
—Tengo que hablarte de tu madre.
De inmediato siento cómo mi cuerpo se tensa, me acomodo en la silla sin apartar mis ojos de los suyos. Trago.
—¿Qué hay con ella? —Hace una mueca, con sus ojos realiza un recorrido por la oficina hasta volver a mí.
—Sé que no tuviste la oportunidad de despedirte, no de una forma adecuada. —Vuelvo a tragar y asiento—. Si hubiese podido la hubiera ayudado, pero fue inesperado...
—Conozco lo que pasó, solo di a lo que quieres llegar.
No quiero su lástima ni sus palabras de aliento, no estoy de humor y aún tengo algo de dolor en el cuerpo, en el alma. Lo que sea que tiene para decirme prefiero que lo haga de forma directa.
—¿Has pensado en si ella llegó a conocerme? —Frunzo el ceño. La verdad es que no me he parado a pensar en eso, tal vez por el hecho de que no disfruto pensar demasiado en su rostro serio y malhumorado, y mucho menos recordar a mamá, no puedo, cada vez que lo hago siento una opresión en el pecho, como ahora. Niego con la cabeza—. No fuimos las mejores amigas, pero a pesar de eso ayudó en lo que pudo.
—¿Ayudó? ¿En qué?
¿Y en qué momento? Siempre estaba en la habitación de aquel lugar, o leyendo alguna revista o durmiendo, ciertas veces iba a la cocina, como aquella vez en la que consiguió los limones.
—Cuando te decía que tendría sus siestas, a veces eran ciertas, pero la mayoría de las veces se reunía conmigo para aclarar lo que sucedería, ya que, cuando todo se desatara, la ayudaría a escapar y la llevaría a la cabaña, la que tu amigo tuvo suerte de encontrar y de que tu madre hubiera dicho quién era, de lo contrario nos hubiésemos deshecho de él.
Hubieran... ¡¿qué?!
—¡¿Y lo dices como si nada?!
—¿Le hice algo? —Silencio—. No, ¿verdad? No hay nada para reprochar. —Suelta una corta risa—. De verdad tuvo suerte. Y ya luego llevé a tu madre junto a él. —Parpadeo varias veces digiriendo sus palabras—. ¿Que ella observaba hacia el bosque? Sí, porque le prometí que te llevaría junto a ella, lo cual cumplí.
—¿Cómo sabes eso?
—Todo el tiempo estuvo comunicada conmigo. —Sonríe—. Lo escuchaba todo.
Genial, siempre la tuve de metiche.
Algo se retuerce en mi interior al pensar de esa forma. Quiere ayudarme, pero aún así mi mente se empeña en recordar sus momentos de hija de perra que me saca de mis casillas.
Me recuesto contra el respaldo, de nuevo, pero esta vez de forma más adecuada.
—¿Por qué no te acercaste a mí?
—¿Y que Richard supiera todo? —Ah, por eso, claro—. Además, estaba bien con mi anonimato. —Suspira e imita mi postura—. Te juro que si conocía del plan de tu amigo no hubiese permitido que lo llevaran a cabo, no era nada seguro, y aún así... —Niega con la cabeza y chasquea la lengua—, creyeron que lo lograrían.
Aprieto mis manos hasta formar puños. Es irritante la forma en la que pretende entablar una buena conversación, pero al mismo tiempo suelta este tipo de comentarios tan dolorosos, de los cuales es más que consciente de que podrían afectarme y aún así los continúa haciendo.
—¿Solo es eso? —pregunto entre dientes.
—Sí, ya puedes retirarte. —Se inclina y saca otras carpetas de uno de los cajones. Coloco mis manos en mis rodillas para impulsarme y levantarme, pero me detengo, volviendo a sentarme. Nota mi acción y me ojea de forma rápida para volver a lo suyo.
—¿Qué hay de Asher?
—¿Qué con él? —inquiere, sin apartar sus ojos de los papeles.
—Pues de dónde salió, se ve que es muy... devoto a ti.
Hace una mueca mientras escribe por uno de los papeles, yo espero paciente por su respuesta.
—Lo ayudé cuando inició todo esto, le di de comer y otras cosas. —Toma otra hoja y también escribe en él. Se encoge de hombros—. Está agradecido y supongo que trabajar para mí es su forma de decirlo.
—¿Gratis? —inquiero con sorpresa.
—Fue su decisión. —Alza ambas cejas—. Le doy de comer, protección y entrenamiento gratis. Es justo.
Asiento en acuerdo. Lleva una mano hacia un costado del escritorio, en donde toma algunas carpetas para llevarlas a otro cajón.
—¿Por qué no me dijiste sobre Eli? —Una de sus manos queda suspendida en el aire, sube su mirada hasta mí—. ¿No iba a saberlo nunca?
Se endereza.
—Ibas a saberlo, sí —asiente—. Pero no quería que se hiciera débil. —Frunzo el ceño—. Las etiquetas de ''prima'', ''amiga'', vuelven a uno muy cercano a esa persona. —Trago fuerte al ver cómo sus ojos se oscurecen—. No quiero verla arriesgar su vida por salvar la tuya.
Bajo la mirada tras oír eso último, la escucho volver a revolver las hojas, el sonido del papel siendo arrugado comienza a impacientarme, más viendo la computadora que luce en perfectas condiciones a un costado encima del escritorio, con facilidad podría hacerlo todo ahí.
—No pude salvarla —murmuro por lo bajo.
—No podrías de cualquier modo. —La observo—. Si la sacabas de ahí, moriría en el camino.
—¿Cómo lo sabes? Nadie lo sabe, ella...
—No. —Me dedica una mirada fría y vuelve al papeleo.
Me recuesto, juego con mis dedos y dejo salir un bufido.
—¿Y cómo es que ese hombre sabía lo de mamá? ¿Cómo tú lo sabes?
—Ya te dije cómo lo hacía yo, y Eiden había logrado encontrarlos esa misma noche, vio lo que pasó con tu madre y se lo comunicó a su padre. Ahí también lo supe de forma más... concreta.
Todo por seguir aquel plan.
Debiste haber hecho algo más.
Sacudo la cabeza, intentando hacer desaparecer esa voz de mi cabeza. Tortura, eso es lo que logro, pero en cierta parte es verdad.
Caí tan hondo y lo arrastré todo conmigo.
—Fui tan tonta. —Suelto un largo suspiro—. Tan solo quería encontrar una solución. —Me paso una mano por el rostro, frustrada—. Y solo conseguí destrucción.
—No te culpes tanto. —Curva sus labios hacia abajo—. Ahora el mundo es así.
Giro los ojos, hastiada, y me incorporo para dirigirme a la puerta.
—Oh, una cosa más. —Me detengo, sosteniendo el picaporte en una mano—. Un café.
—¿Qué?
—Un café —repite en medio de un suspiro cansador.
—¿Y dónde consigo eso?
—En el kiosco de la esquina. —Arrugo el entrecejo y sonríe con burla—. Claro que en la cocina o en una de las máquinas que hay por ahí.
Bufo, echo la cabeza hacia atrás de forma perezosa y salgo de su oficina. Recorro los pasillos, atenta, analizando a cualquiera que se cruza por mi camino, hasta llegar a una esquina de uno de los pasillos, observo a ambos lados, creo recordar que en el lado derecho había una máquina que hace café. Doblo en esa dirección y, efectivamente, ahí está la máquina.
Tomo uno de los vasos, supongo que hay que colocarlo debajo de algo, pero antes hay que apretar ''algo'' para que salga por otro ''algo'' el café.
¿Quién soy? ¿Clare la viajante del pasado?
He olvidado cómo se utiliza una de estas. Me inclino hacia un costado, buscando algún botón, luego me doy cuenta de que todos se encuentran en la parte superior de la máquina. Ahora toca averiguar cuál de ellos hace que la cosa ordeñe café.
Me llevo una mano al mentón y observo cada botón, no quiero descomponerlo al apretar cualquier cosa. Recorro el pasillo con la mirada, en busca de ayuda, pero estoy sola. Bufo y vuelvo a analizar la máquina.
El sonido de un objeto metálico cayendo al suelo hace que alce de nuevo el rostro.
—¡Maldición, lo siento!
Ese es Asher. Curvo los labios en una mueca pensativa en si debería quedarme a analizar la endemoniada máquina, o ir a ver qué sucede con él.
Otro objeto cayendo.
A la chingada con el café.
Giro sobre mis talones, recorriendo los metros que me separan de en donde se encuentra el chico. Lo primero que veo es su cabello todo revuelto, sus cejas fruncidas y sus ojos fijos en algún lugar hacia abajo. Sigo su mirada hasta dar con lo que provoca tanta molestia en él, lo cual consiste en pequeños objetos de metal, intenta colocarlos correctamente en una valija mediana que cuenta con un plástico con orificios del mismo tamaño que el de ese y otros objetos igual de pequeños, algunos un poco más grandes. No dejo pasar que, sobre la ropa que suele usar, lleva puesto una bata unas tallas más grandes.
—Ya casi... —Intenta colocar como corresponde un objeto más, pero sus ojos se desvían y dan conmigo, de inmediato pega un salto y, de tan inesperada que me resulta su reacción, también doy uno—. Por todos los... —Se lleva la mano desocupada al pecho—. ¿Hace cuándo que estás ahí?
—Eh... Acabo de llegar. —Me trabo un poco y me aclaro la garganta—. No quise asustarte.
—Pues lo hiciste. —Suelta el aire y vuelve a su labor—. ¿Te ayudo en algo? —Niego con la cabeza, con un movimiento más rápido del que planeo, eso lo hace reír. Señala con un gesto hacia el interior del lugar—. Anda, pasa.
Dudo un poco, pero al ver el montón de cosas con el que cuenta en su interior la gran habitación, decido ingresar. Luego de la larga mesa de metal en la que trabaja Asher, la habitación cuenta con varias máquinas que desconozco, la mayoría de un color blanco y otros de un gris claro o negro muy oscuro, la luz de las farolas se reflejan en el material brilloso de ellos. Se nota que los limpian todos los días.
—¿Conoces todo esto? —Se encoge de hombros.
—Algo. Robert es el que sabe.
Dejo de observar cualquier cosa y me giro de inmediato hacia él.
—¿Robert? —Asiente.
—Sí. Robert. —Enarca una ceja al reparar en mi interés—. ¿Lo conoces?
Dudo para dar mi respuesta. Es mi amigo, ¿no? Será mayor y todo, pero aún así tengo la certeza de que es mi amigo... O conocido.
—Algo así. —Opto por decir.
—Ah. —Esboza una media sonrisa y aparta la mirada, volviendo a lo de antes.
—¡Ya estoy aquí! —indica una voz conocida. Robert, con su cálida sonrisa de siempre, ingresa al lugar por una puerta corrediza que se encuentra al fondo de la habitación, una que de seguro conduce a otro cuarto o algo por el estilo—. Oh. —Pasa sus ojos de mí hasta el chico a mis espaldas y de nuevo a mí—. Hola, Clare.
—Hola. —Sonrío.
Me corresponde la sonrisa y me rodea hasta llegar a la gran mesa, esta con varios utensilios que desconozco, los acomoda y coloca unas hojas junto a un bolígrafo, observa algo hacia un costado y anota en la hoja.
—Veo que ya conociste a mi alumno. —Señala con el bolígrafo al chico.
Asher me sonríe, uno de los objetos pequeños resbala de sus manos y cae, produciendo un molesto sonido metálico al impactar contra el duro suelo.
—Mierda. —Se agacha y lo toma, observando con arrepentimiento al que es su maestro—. Lo siento... Otra vez. —Hace una mueca e intenta con torpeza seguir con lo suyo.
—Algo torpe, pero aún está en proceso de aprendizaje. —Ríe.
Analizo con curiosidad lo que realizan: Asher intenta no volver a dejar caer lo que con esfuerzo intenta acomodar, y Robert continúa con sus anotaciones, levanta la vista para pensar en algo y lo vuelve a posar en la hoja. Hago una mueca al sentirme fuera de lugar. Rodeo la mesa y busco con qué distraerme, las diversas máquinas me llaman demasiado la atención, más las blancas.
—No toques nada —advierte Robert—. Menos esas. Son algo delicadas. —Señala la máquina frente a mí, luce como una camilla, solo que lo único similar a eso es el colchón en su interior, ya que lo que lo rodea es hierro y cuenta con una forma ovalada, luce como una capsula en la que puede caber una persona.
—¿Qué es? —Me giro para observarlo. Toma su carpeta junto con las hojas, se acerca y, al llegar junto a mí, da unos pasos hacia la máquina, colocando en él una mano, delicado.
—Un prototipo de lo que se espera que, en algún futuro, ayude a sanar mucho más rápido ciertas enfermedades. —Alzo ambas cejas, sorprendida—. De locos, lo sé.
—Lo es —concuerdo. Me acerco un poco más, inclino un poco el rostro, intrigada por lo que llegará a ser—. No tenía idea de que sabes de estas cosas.
Silencio. Me giro y lo encuentro con la vista perdida.
—Hay varias cosas que aún no sabes. —Lo veo tragar y aclararse la garganta, me observa con... ¿nostalgia?—. La idea fue de tu padre. —Parpadeo varias veces, él me da una sonrisa de labios pegados y vuelve los ojos hasta la máquina—. Dejó varios planos, entre ellos se encontraban los de esta máquina, y te seré sincero, no sé si llegará a funcionar. —Ríe de forma forzada.
—Wow. —Es lo único que logro decir. ¿Mi padre...? ¿Lo conoció?
Da media vuelta y camina hasta llegar a la mesa, deja sobre él la carpeta, continúa con su camino hasta Asher, le susurra algo, el chico asienta como respuesta y Robert se vuelve a girar hacia mí. Duda un momento antes de hablar.
—¿Damos un paseo?
Llevo mis ojos de él a Asher, este, sin dejar de realizar su gran trabajo, me sonríe, le correspondo la sonrisa y me dirijo hacia Robert.
—¿A dónde? —inquiero una vez nos encontramos en el largo pasillo.
—Sé que te gustará, detrás de todas estas máquinas y entrenamientos frustrantes, ese lugar hace la diferencia.
No vuelvo a preguntar nada y dejo que me guíe a aquel lugar. Recorremos largos pasillos, el que no encuentre ninguna ventana por la que pueda observar el exterior me desespera un poco, y el que haya tantas cámaras. Llegamos hasta una puerta que, a diferencia de las demás, es de madera y, con solo tenerla frente a mí, puedo percibir algo diferente. Robert toma la perilla y me observa sobre su hombro.
—¿Lista?
Asiento y abre la dichosa puerta. Dejo de respirar.
Me esperaba cualquier cosa, menos esto.
Grandes árboles se extienden por cada esquina, en lugar de paredes de cemento, hay grandes ventanales que dan con el exterior, en donde se contemplan más árboles. Me adentro al lugar, pasando las yemas de mis dedos por varias flores en macetas, alzo el rostro y me encuentro con más de estas, solo que, en lugar de flores, cuentan con plantas de diferentes tamaños, algunas sobresalen un poco del objeto debido a su grandeza, otorgando un aura pacífica al lugar al estar colgadas en partes estratégicas. En el centro, un banco junto a un estanque dan el toque final. Aspiro y al soltar el aire se siente distinto, se siente paz.
—Es algo idéntico al que solíamos ir. —Lo escucho decir, llegando al banco y sentándose.
—Es mejor —opino y asiente en acuerdo.
—Oh, pero esas son videos. —Señala lo que se ve a través de los cristales.
—¿Cómo? —No comprendo del todo.
—Lo que se ve ahí. —Vuelve a señalar—. Ahora es de noche, Clare, y lo que se ve ahí es un brillante sol. —Ríe—. No es lo que hay afuera, son falsos.
—Oooohh. —Asiento y me acerco a la fuente, no quiero tocar el agua por miedo a ensuciarla de alguna forma. Vuelvo mi vista a los cristales—. ¿Por qué lo hacen así?
—No fue mi idea, pero queda bien. —Sonríe, guiando sus ojos hacia lo que yo también observo.
—Sí, pero, ¿por qué? Digo... —Lo observo—, ¿por qué no mostrar lo que hay realmente afuera?
—Hablas de eso, claro. —Alza ambas cejas y medita sus palabras antes de soltarlas: —. No estoy autorizado para revelarte tal información.
¿Qué? ¿Más secretos?
—Siempre es lo mismo. —Bufo, girando los ojos. Me observa al escucharme.
—Es que es así. Las cosas son así.
—Claro, claro. —Vuelvo a bufar.
Suspira, pasando ambas manos por la tela de su bata hasta meterlas en los bolsillos con los que este cuenta. Hace un gesto para que me acerque, lo hago y me siento a su lado. Espero paciente a que inicie con la charla, por su postura se nota que trata de encontrar la forma de hacerlo.
—¿Recuerdas lo que te dije sobre la tormenta? ¿El motivo de ella? —Asiento—. Es verdad, claro que lo es, y ese imbécil piensa que con todo esto encontrará la solución a eso y más, y tal vez sea una gran idea, pero la forma de llevarla a cabo no es... —Resopla—. Es un enfermo. —Suelta un pesado suspiro y me observa apenado—. Perdón por las malas palabras.
—No pasa nada. —Hago una mueca, encogiéndome de hombros—. Es todo eso y más.
—Pero...
Se acomoda en su lugar, lo veo tragar con dificultad, eso es raro en él, siempre lo he visto seguro, fiel a sus ideas y confiado en sus acciones.
—¿Pero...?
—Hice cosas... no tan atroces como las que él realizó y realiza. —Vuelve a tragar—. Pero atroces al final.
—No lo creo. —Río un poco para intentar aligerar el ambiente—. Eres Robert. —Frunce el ceño y sonrío con ternura—. Eres bueno.
Ahora es él quien suelta una risa.
—Él también cree que es bueno y mira lo que hace. —Aprieta sus labios—. Frederik era como un hermano para mí, Clare. —Pausa y busca una reacción de mi parte, esta consiste en observarlo con sorpresa—. Sí, era mi mejor amigo.
—Lo conocías. —Asiente—. Era tu mejor amigo. —Vuelve a asentir, guío mis ojos hacia el estanque, la luz que ingresa por los ventanales provocan pequeños destellos en el agua cristalina.
En el camino hasta aquí pensé en algo de que tal vez fueron socios para realizar algún proyecto, ya que ahora sé que Robert también se encuentra y siempre estuvo dentro del mundo científico, pero... ¿su mejor amigo?
—¿Qué piensas? —Se inclina un poco hacia el frente para estudiar mejor mi rostro.
¿Que qué pienso?
¡¿Que qué pienso?!
—En que me volveré loca por todo lo que me ocultan. —Suelto una corta risa amarga—. Ahora resulta que tú eras su mejor amigo. —Resoplo y me dejo caer contra el respaldo del banco—. No me sorprende tanto, la verdad. Creo que ya puedo esperar cualquier cosa, solo que... estoy impactada.
Ríe en medio de un suspiro e imita mi postura.
—Por eso me acerqué a ti, para proteger lo único que queda de él en este mundo, y en el camino tuve que hacer varias cosas, aquellas tan atroces. —Suspira de nuevo—. Sé que es demasiado, pero... —Se encoge de hombros—, supongo que no luce tan descabellado cuando estás en la locura desde el inicio.
Analizo sus palabras y llego a una conclusión: él pudo hacer algo. Si estuvo desde el inicio, ¿por qué no detener lo que hizo surgir las llamas? Debió saberlo todo.
—¿Por qué no lo detuviste? —Frunce el ceño, abre la boca para pronunciar palabra, pero me adelanto—. ¿Por qué no impediste que siguiera con Richard? De seguro te comentó todo lo que hacían, ¿estabas de acuerdo con ello? Si eras su mejor amigo, ¿por qué...?
—Lo intenté. —Hago una mueca, desconfiada—. En verdad lo hice, Clare. Pero tu padre creía que al enfrentarlo cara a cara y hablarlo lograría convencerlo, de que así...
—Pero no pudo. —Vuelvo a interrumpirlo.
—Clare. —Me dedica una mirada cansada y relajo un poco el rostro.
—Lo siento. —Me encojo en mi lugar, arrepentida por mi arrebato.
—Él tomó la decisión, no pude hacer nada ante eso.
Suelta otro suspiro, uno más pesado, más cansado, y siento lástima por haberle hablado de tal forma. Me molesta el hecho de haber heredado lo testaruda de mi padre, y sé que si él no hubiese sido así tal vez hoy seguiría conmigo, todo esto no estaría pasando y me hubiese ahorrado la gran cantidad de cagadas por las que tuve que pasar.
Me acomodo en mi lugar, pasando con incomodidad mis manos por la tela del pantalón.
—¿Te arrepientes de algo? —Lo observo de reojo.
—De varias. —Sonríe, pero la sonrisa no llega a sus ojos—. Pero pago el precio.
—¿Qué precio?
Toma todo el aire que puede, como si se preparara para una pesada y dolorosa charla, y algo en mí me hace saber que así será. Repasa el lugar con una mirada perdida que hace que sienta pena por él, no quiero verlo así. Suelta el aire, lento, pausado.
—Richard jamás desconfió de mí, las únicas que conocían mi historial con tu padre fueron tu madre y la señorita Samantha. —Hago una mueca de desagrado al escuchar cómo llama a la última—. Eso facilitó el acercarme a ti y lo que tenía que hacer, solo que... —Aprieta la quijada—. Solo que no creí que sería así.
No digo nada. Podría decirse que luzco como alguien sin corazón al solo observarlo, ver cómo se pasa la manga de su bata por sus ojos y sorbe por la nariz. Solo observo.
—La señorita Samantha —prosigue—, me ha dicho que estás al tanto de la muerte de aquel chico, el de la habitación antes de que escaparas con la niña Grace. —Asiento, sintiendo un escalofrío por toda la espalda al volver a recordarlo—. No tenía por qué morir. —Gira su rostro a mi dirección, apretando los labios—. Pero no sabía, te juro que no sabía.
—¿N-No? —inquiero, dudosa, la voz me tiembla un poco. Robert niega con la cabeza, mirándome con ojos llenos de súplica, como si así asegurara que yo crea en su palabra, y una parte de mí lo hace, pero también está el miedo.
—No... —murmura en apenas un susurro—. Luego de que sucediera, lo supe. De haber contado con la información de que eso era parte del plan no lo hubiese permitido.
Bajo la cabeza hasta posar mis ojos en mis manos, juego con mis dedos hasta dar con un trozo de piel en uno de los dedos y, aunque suene algo maniático tal vez, juego con la piel hasta lograr sacarlo.
—Ese es el precio, Clare —masculla entre dientes—. El que yo pago. Lo hago al recordar que, intentando salvar tantas vidas, aún así, en algún punto, tuve que sacrificar la de inocentes.
—Pero no sabías. —Giro mi rostro hacia él, sus ojos enrojecidos me analizan con arrepentimiento.
—Sigo teniendo peso de la culpa. —Suspira y posa sus ojos en los cristales.
—No lo creo. —Dirijo mi mano hasta la suya y la sujeto con fuerza—. El que estés arrepentido dice mucho de ti, el que lo digas con ese dolor dice lo mucho que sientes su perdida. —La mueca que realiza me da a entender que no se lo cree, no del todo—. No eres como él, Robert.
Entiende a quién me refiero, lo sabe. Asiente un poco, es su forma de cortar con el tema, de darle final. Doy un apretón a su mano y me aparto. Pasa el dorso de una mano por sus ojos mientras suelta otro suspiro. Esto es duro para él.
—Puedes confiar en mí. —Vuelve a hablar, solo yo me giro hacia él. Sonríe con la vista fija en las plantas, lo imito.
—Lo sé. —Río en medio de un resoplido—. Eres el único adulto en quien sé que puedo hacerlo, y el único que siento que entiende mi posición.
En parte es verdad lo que acabo de decir, pero también comienza a ser mentira.
—Una posición difícil en la que no deberías de estar.
—También lo sé. —Resoplo de nuevo, esta vez sin una risa de por medio, mientras me recuesto contra el respaldo frio del banco—. Es una mierda.
—No digas eso —reprende, girando para observarme.
—Pero si sí es una mier...
—Eh, no, sí que lo es, pero no digas esa palabra.
Abro mucho los ojos, avergonzada.
—Lo siento.
Se forma un silencio, un largo silencio, esta continúa hasta que es rota por sus carcajadas.
—¿Te la creíste?
Frunzo el ceño. Él sigue riendo, alzo las cejas al comprender su ''broma''.
—Oh, sí, sí. —Río de forma forzada.
No es gracioso.
A través del cristal se aprecia el movimiento que una ráfaga de viento provoca en los árboles, cómo con sus movimientos, simples pero potentes, logran que unas cuantas hojas caigan hasta llegar al césped algo mojado por la humedad. Y aunque sea un video y no la realidad, es tranquilizador.
Un simple movimiento, solo uno, y se produce el cambio. Solo un día bastó para que el caos reinara en la ciudad y, si todo sigue bien, solo unos meses bastarán para culminarlo, para dejar atrás todos los fantasmas que aún nos acechan, tanto a Robert como a cualquiera que se encuentre en el centro de esta destrucción.
Tiene que culminar.
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