25
"Corres entre los lobos".
Pie derecho cruza enfrente del izquierdo. Pie izquierdo cruza enfrente del derecho.
Repito el proceso una y otra vez, es mi nueva forma de caminar, una que hace que me tambalee cada momento y arranque bufidos de cansancio por parte del hombre a quien toca guiarme, ¿por qué no entiende que puedo sola?
El piso de mármol blanco provoca que la luz de los faroles se refleje en él y molesten a mis ojos, los entrecierro y giro mi rostro con brusquedad hacia un lado, provocando así que varios mechones entren en mi boca, hago una mueca y los escupo, un poco de baba saliendo junto con los mechones.
Al volver la vista al frente, todo lo que me rodea cuenta con movimiento, las líneas que separan un poco cada cuadro blanco del piso comienzan a unirse y eso hace que suelte una risa tonta.
—Carajo, camina bien.
—Eso intento... —Bufo y observo la pequeña tarjeta en su pecho en donde porta su nombre impreso—, Chandler.
Se detiene, haciendo que mis pasos también lo hagan abruptamente, podría decirse que casi caigo.
—No me llamo Chandler.
Observo su rostro en busca de la broma.
—¿Qué? ¿No eres el de Friends? —Hago un puchero triste ante su respuesta.
Sus rasgos son similares a los de Chandler, pero al parecer no es él, pero yo quiero que sea él.
—No, no soy él. —Vuelve a caminar, empujándome un poco para que siga.
—Pero, entonces... —Alzo una mano frente a sus ojos para que me observe—, ¿qué dice ahí?
Baja su vista hasta el objeto de plástico.
—Dice Carlos.
—¿Carlos? —Asiente—. Es horrible.
Bufa y me indica que giraremos al pasillo izquierdo.
Una idea llega a mi mente al ver lo gracioso que se ven las paredes, parecen gelatinas, ¿podría sujetarme de ellas? Sería gracioso verme hacer el intento de no caer. No tengo idea de a dónde me guía Carlos, habían dicho algo de que ya habían acabado con las... ¿muestras? Sí, eso eran, pero, ¿qué son las muestras? ¿Comida? No lo sé. Luego de eso llamaron a este sujeto y le dijeron que podía volver, pero, ¿a dónde?
Que las paredes y el suelo sigan sin permanecer en un lugar no me dejan concentrar. Todo es tan confuso, pero tan divertido.
—Oye, Carlos.
—¿Y ahora qué?
Río ante su respuesta.
—Ya somos colegas, ¿no? —Suspira—. ¿No? —insisto.
—Cállate y camina.
—Por lo menos dime a dónde me llevas.
—Camina.
—Eso hago, ¿qué no ves? —Señalo mis pisadas, cada una más descoordinada que la anterior.
No vuelve a responder y sonrío con malicia al saber lo que haré. Su agarre en mis hombros ya no es tan fuerte, y eso está perfecto. Varias puertas comienzan a hacerse presentes, de seguro quiere que entre a una de ellas y descanse un poco, de seguro Carlos es muy bueno, eso se nota. Pero aún así haré mi juego, no estoy cansada.
Así que de un tirón alejo mis hombros de él y comienzo a correr.
—¡Hey!
Supongo que a Carlos no le gusta el juego.
Trastrabillo un poco, pero logro recomponerme y continuar. Observo sobre mi hombro y veo a Carlos hablar por una televisión pequeña o algo así, no tengo idea de para qué, solo sigo corriendo, chocando con algunas paredes y resbalando.
Mi cuerpo impacta con el de alguien, ambas nos alejamos al instante y nos observamos con confusión, aunque yo suelto una risa por el hecho de no entender de dónde salió ella.
Ella no está en el juego, ¿por qué apareció?
—¡Detengan a la chica! —Se escucha decir a una voz masculina.
¿Qué chica? ¿A quién persiguen?
El semblante de la mujer cambia bruscamente, de un movimiento me hace girar y me rodea con sus brazos, reteniéndome.
—¿Qué haces? ¡Tú no juegas!
Cierro los ojos con fuerza y, al abrirlos, el temblor de todo lo que me rodea comienza a reducirse, hasta que se detiene. Comienzo a dudar de si me encuentro en un juego, pero la fuerza que ejerce la mujer para sujetarme me lastima, por lo que no permanezco quieta.
—¡Aquí la tengo! —grita, justo en mi oído.
Me quejo por su grito, que fue horrible con la voz tan chillona que posee, y comienzo a retorcerme para así poder liberarme. Carlos llega hasta nosotras e intenta tomarme por los hombros, de seguro para volver a guiarme a esa puerta de hace un momento, pero yo no quiero, hasta prefiero ir con la mujer destructora de tímpanos.
—¡Déjenme! —chillo y tiro patadas hacia cualquier dirección.
—¡Cálmate! —pide él.
¿Cómo me pide eso? Me están lastimando, quiero alejarme de ellos.
Algo brilla en uno de los costados de Carlos, me provoca curiosidad, no está bien sujetado, con un poco de esfuerzo podría alcanzarlo. Tal vez sea vidrio, ¿pero para qué quiere él eso?
Se escucha una fuerte voz por un altavoz en el techo, eso hace que él alce los ojos hacia arriba, es así como consigo una oportunidad e intento alcanzar la cosa brillante, pero la mujer tira de mí, intentando que deje de moverme. Vuelvo a intentarlo y mi mano solo roza levemente la tela del pantalón. Gruño al sentir cómo las uñas de la mujer se clavan en mi rostro, produciendo un ardor insoportable.
—¡¿Pediste refuerzos?! —pregunta la mujer al hombre, este asiente.
En ese momento, en ese preciso momento, mi mano logra alcanzar el objeto y tomarlo entre mis dedos. Sigo sin reconocer qué es, solo lo observo unos segundos, unos segundos en los que la mujer vuelve a tirar de mí y llego al límite. Justo cuando ella realiza su jugada, yo realizo la mía.
De un movimiento rápido guío mi mano con el objeto hacia atrás, dando justo en ella.
Su agarre se afloja.
Sus manos me sueltan.
El rostro de... ¿quién es el hombre? Sin importar quién es, me sorprende lo rápido que cambia de expresión, de una agitada a una totalmente descompuesta. Él también me suelta y da pasos hacia atrás, sin despegar sus ojos de lo que sea que hay detrás de mí. Me giro y, al conectar mis ojos con los de la mujer, un escalofrío recorre mi cuerpo.
Varias manchas rojas van creciendo en su uniforme blanco, ella jadea en busca de aire, el cual logra conseguir, pero no le es suficiente. Sus ojos imploran por ayuda, pero yo permanezco inmóvil.
¿Cómo pasó eso? ¿Quién fue?
Aprieto los ojos con fuerza y bajo la mirada, al instante un solo pensamiento llega a mi mente:
Fui yo.
Sangre empapa la hoja de metal de la navaja en mi mano, se desliza en cámara lenta por sus esquinas y gotea hasta llegar al suelo y mancharlo. La mano con la que lo sostengo también cuenta con su sangre, esta también se desliza, y también llega hasta el final del recorrido, uniéndose a las manchas que descansan cerca de mis pies.
La mujer baja su mirada y se lleva ambas manos al lugar de en donde brotan las líneas sangrientas, que cada vez son muchas más. El impacto de su cuerpo cayendo de rodillas, para luego quedar tumbado por completo, resuena en el pasillo, y mucho más para mis oídos que solo pueden escuchar todo lo que sucede con ella, cómo su cuerpo tiembla, cómo cada vez pierde mucho más de ese líquido carmesí, y cómo el hombre llega hasta su cuerpo para tomarlo entre sus brazos.
Ella sigue aquí, lo sé por la manera en la que su pecho sigue subiendo y bajando con cada respiración. Cada terminación de su cuerpo suplica por piedad.
Piedad por un dolor que yo causé.
Un mareo hace que me tambalee y me sostengo la frente tratando de recuperar mi equilibrio, doy pasos hacia un costado, sin apartar ni por un segundo mis ojos de su cuerpo. Ella susurra cosas que no entiendo, y él susurra otras, ¿se conocen de algo? ¿Son algo?
Mi respiración falla y me llevo la mano al cuello. Mis pasos siguen, aún sin entender hacia dónde me dirijo, hasta que caigo en cuenta de que...
Es mi oportunidad de huir.
El hombre alza la mirada, por el pasamontañas solo logro ver sus ojos, en ellos hay aflicción, pero logro distinguir la ira al reparar en la navaja que aún sostengo. También observo el objeto y lo suelto, como si se tratara de un objeto ardiente.
Una de sus manos sube y sé lo que hará, así que comienzo a dar pasos hasta rodearlos a ambos y quedar de espaldas con el resto del pasillo.
Un paso: más sangre sale de ella.
Otro paso: escupe su propia sangre.
Y otro paso más: la mano de él llega hasta su oreja.
—Está en el pasillo dos, muy cerca del pasillo principal, vigilen la salida y cierren todas las puertas.
Comienzo a correr con dificultad, así que me sujeto de las paredes y me impulso para poder seguir. Al dejar de sujetarme observo cómo la mano que sujetaba la navaja ha dejado huellas de sangre en el cemento, así que con mi otra mano intento quitar algo de ella, pero solo logro que ambas manos queden empapadas con el líquido.
—No, no, no. —Mi voz tiembla y aprieto los labios.
Paso ambas manos por la bata que, siendo blanca, también queda con las decoraciones macabras. Tropiezo con mis propios pies y caigo al suelo, lastimando mis rodillas, me incorporo como puedo y observo sobre mi hombro. Aún tengo tiempo.
Mientras mis piernas vuelven a correr a toda la velocidad que les es posible, no dejo de limpiar mis manos por la bata. Me sobresalto al escuchar la alarma de emergencia, uno de los altavoces se encuentra en el techo, justo encima de mí, lo que provoca un fuerte pitido en mis oídos, me llevo las manos hasta ellos y los aprieto.
Que se detenga, por favor, que se detenga.
El hombre había dicho que me encontraba cerca del pasillo principal, por lo que ahora...
Alzo la mirada, y ahí está, a tan solo unos metros.
La puerta a la salida se encuentra justo ahí, frente a mí, al final del largo pasillo principal. Pero lo más impactante no es eso, sino el hecho de que se encuentre entreabierta.
Sacudo mi cabeza. No voy a indagar mucho en eso, no es el momento, no hay tiempo, pero... ¿y los demás? ¿Qué pasará con Dant? ¿Y Grace? Tal vez esto no sea lo correcto, tal vez haya otra forma.
—¡Diríjanse al pasillo principal!
No, no hay tiempo.
Volteo mi cuerpo hacia atrás al escucharlos. Están muy cerca, pero no vienen de este pasillo, vienen del otro que conecta con este, el que también dirige a la puerta.
Mis pensamientos vacilan entre moverme o no, quizá encuentre algo allí afuera, no sé el qué, pero esto debe de ser por algo, siempre todo es por algo. La puerta de la salida me pide a gritos que salga por ella, así que vuelvo a correr.
Se escuchan varios pasos a toda velocidad, están cerca. Acelero un poco más, me aguanto el estirón en una pierna y continúo hasta llegar a mi objetivo.
Deslizo la puerta metálica, quedando de esa forma abierta para mí, y salgo al exterior.
El aire fresco golpea mi piel, haciéndome estremecer, pero aún así no reparo en ello, solo me enfoco en correr, correr y correr.
Giro un poco el rostro y veo cómo muchos hombres se acercan corriendo, uno más rápido que el otro, tal vez sean unos ocho o más. Todos ellos en busca de una niña que solo quiere estar en paz.
¡Solo quiero vivir en paz!
Lágrimas inundan mis ojos, no me detengo hasta llegar a estar a una distancia segura de las grandes rejas. Observo con detenimiento en busca de algún guardia y, al ir acercándome, los encuentro, pero no como lo esperaba.
Están inconscientes.
Mi cerebro trata de unir los acontecimientos extraños, ¿cómo suceden? ¿Por qué justo en este momento?
Pensándolo mejor, todas son estúpidas, porque tal vez la única importante es: ¿Quién los realiza?
Los gritos de varios guardias me sacan de mis cavilaciones. Con cuidado de no pisar ningún dedo ni nada de los tres guardias que se encuentran allí, tomo uno de los hierros de la reja, empujo y...
¡Carajo! Tiene seguro.
Realmente reforzaron la seguridad.
Busco con rapidez algún botón, pero solo hay un sistema de seguridad, por lo que calculo que se debe de contar con una tarjeta, justo como me lo indican mis vagos recuerdos. Vuelvo la vista hacia el cuerpo de los guardias, me acerco a uno de ellos, a el que se encuentra mucho más cerca de la reja, y busco en sus bolsillos. Mis manos no dejan de temblar, y cuando ya estoy por perder la paciencia, logro dar con la tarjeta de color azul, la deslizo por el sistema de seguridad, se escucha un pitido y la reja es abierta.
Al ya estar en el inicio del bosque, me detengo, tomo grandes bocanadas y continúo. Las lluvias de los días anteriores dejaron charcos, mis pies resbalan y caigo, algunas piedritas clavándose en mis palmas y rodillas. Gruño, me incorporo y bajo la mirada hacia mis rodillas, arden un poco. Aprovecho para volver a observar hacia aquel lugar, algunas luces, de lo que supongo son linternas, iluminan algunas zonas de la entrada al bosque junto con grandes luces provenientes de ciertos sectores de la parte superior del edificio, y ya estoy algo adentrada en él, pero se encuentran cerca.
Vuelvo a tomar aire, uno demasiado tembloroso por lo cansado que ya se encuentra mi cuerpo.
Corre.
Con mis brazos hago a un lado las ramas de los árboles, provocándome así ciertos rasguños, la piel me arde, siento mucho dolor en mis pies descalzos, lo más probable es que ya cuenten con miles de ampollas y se encuentren inflamados, ¿y cómo no van a estarlo? Prácticamente he estado corriendo cada dos por tres, llevo más de un día sin ingerir algo sólido. Estoy exhausta. Pero no me importa, mi vida está en riesgo.
O lo que me queda de ella.
No estoy segura si por la falta de alimento la audición me está fallando o es la histeria que me hace escuchar pasos cerca de mí cada cierto tiempo.
"Tu fin se acerca".
Esas palabras, pronunciadas con esa voz profunda, escalofriante, resuenan en mi mente. Siento la cabeza palpitarme con fuerza y los ojos arder mucho más por el cansancio, pero no debo cerrarlos, en cualquier momento puedo ser atrapada, o peor.
Me detengo. Mis pulmones arden, me cuesta inhalar un poco de oxígeno, quema. Me apoyo en mis rodillas, mi respiración es irregular y el fresco de esta noche no ayuda demasiado. Trato de calmarme. Me incorporo y dirijo la mirada a mis manos que cuentan con rasguños y restos de sangre.
Sangre.
El recuerdo, como si de un líquido se tratase, impregna por completo mi mente. Llevo ambas manos a la cabeza y la sujeto con fuerza. No deja de doler, la impotencia de saber que ya no hay marcha atrás rebasa mi cordura, que esta es ahora la realidad, mi realidad.
Muerte.
Comienzo a temblar, observo mi vestimenta rasgada por todas partes. Las heridas de mis brazos, piernas, e incluso del rostro, arden. Mis pies cada vez palpitan más, la punzada en la cabeza aumenta, siento la garganta seca y los músculos entumecidos.
La luz de la luna logra iluminar parte de mí alrededor, estoy en medio del bosque, sólo se logran escuchar ciertos sonidos de animales nocturnos y del viento contra las hojas. Necesito hallar un sitio seguro para por lo menos intentar descansar algunos minutos, aunque dudo que pueda encontrar alguno. Intento dar algunos pasos más, pero me es imposible, siento como si los huesos de mis pies se hicieran trizas, es un dolor insoportable que sube por todo mi cuerpo.
Escucho el crujir de las hojas a mis espaldas.
Por favor, no.
Giro como puedo para enfrentar a quien sea la persona que me ha encontrado.
Dos figuras se encuentran enfrente de mí; altas, completamente vestidos de negro y en sus ojos, que son lo único que se logra ver gracias al pasamontañas que llevan puesto, resalta la malicia. El que al parecer está a cargo realiza un asentimiento hacia el otro sujeto y con pasos largos, pero amenazantes, van acercándose a mí, sin apartar ni un solo segundo sus ojos de los míos.
Retrocedo dos pasos con extrema lentitud antes de echarme a correr de nuevo.
Mierda.
Mis pasos no son tan certeros, trastrabillo ciertas veces, caigo, pero me vuelvo a incorporar, siento cómo comienzo a sudar, algunos mechones de mi cabello suelto se adhieren a mi magullado rostro. Me duelen mis costados por culpa del cansancio, no voy a lograr resistir.
Las dos figuras vienen detrás de mí a una velocidad impresionante.
Logran alcanzarme. Uno de ellos me toma entre sus brazos, me alza y, la fuerza con la que lo realiza, provoca que mis heridas duelan por el roce, arden como el jodido infierno. Forcejeo lo más que puedo para intentar liberarme, pero me es imposible con la poca fuerza con la que cuento, sus brazos se afianzan con mucha más fuerza a mí alrededor y siento cómo el dolor en mis heridas incrementa.
Escucho los latidos de mi corazón retumbar en mis oídos, mi respiración ahora es más que irregular, intento gritar, pero por la sequedad de mi garganta no logro hacerlo.
Observo cómo en su mano derecha, la otra figura, sostiene un pañuelo blanco, el cual intenta acercar a mi rostro. Zapateo y me muevo lo más brusco posible, pero sólo consigo que el dolor aumente.
El que sostiene el pañuelo, con su mano libre, me propina una bofetada que me hace voltear el rostro hacia un lado y me desestabiliza por completo. Percibo el sabor metálico de la sangre y la quijada comienza a palpitarme. Sujeta mi rostro, girándome hacia su dirección, y coloca el pañuelo de tal manera que queda por encima de mi boca y nariz.
Un olor extraño ingresa por mis fosas nasales.
Mis párpados se vuelven pesados, la vista borrosa y la respiración lenta. Mi cuerpo se vuelve una masa que no logro controlar, no quiero cerrar los ojos, pero todo se vuelve un caos. Hasta me atacan unas enormes ganas por devolver todos mis órganos. Los sonidos del bosque se vuelven distorsionados, incomprensibles, extraños.
Siento el aliento de la figura que me sostiene en mi oreja y difícilmente logro entender lo que me susurra antes de que todo se vuelva oscuridad:
—Capturada.
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