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24

"Nadie conoce el fin, pero el fin nos conoce".

«Buen trabajo, hijo».

Vuelve a repetirse, no se detiene, y tampoco hago que se detenga. Supongo que se trata de una mente a la que le gusta recordarme lo tonta que soy.

Mis ojos, terriblemente irritados, siguen sin entregarse al cansancio. Toda una noche sin dormir, torturándome otra vez con todas las palabras falsas que fueron pronunciadas, con los momentos y sonrisas que, no pude ver, eran una mentira.

Dant si logró conciliar el sueño, sin en ningún momento soltar mi mano y sin alejarse, lo que me permite permanecer abrazada a él. El único del que sé con certeza que nunca me fallará, dejando de lado los momentos en los que su cerebro hizo corto circuito, sé que siempre estará cuando lo necesite.

—No... —Retiro un poco el rostro de su pecho, para así poder escuchar mejor lo que balbucea y ya no sus latidos—. Es... Cla... —No entiendo. Me acerco un poco más a su rostro, quedando así mi oreja cerca de su boca—. Clare es una chismosa.

Frunzo el ceño y lo observo. Él ríe, abriendo los ojos.

—No soy una chismosa.

—No, claro que no. —Ríe mucho más y le doy un golpe.

Su risa disminuye, quedamos en silencio, y no me atrevo a pronunciar palabra por el miedo a lo que su semblante serio signifique. Todo atisbo de diversión es ensombrecido.

Gira su rostro y observa a las personas, hago lo mismo. Muchos aún siguen durmiendo, otras ya han despertado y otras conversan. Todos con rostros demacrados por la tristeza.

—Siento todo esto. —Niega con la cabeza, pasando una mano por su nuca.

—Dant.

—Tal vez si yo...

—¡Dant, no! —Lo reprendo y me observa con arrepentimiento—. Deja de culparte por hechos inevitables, no sabemos qué pasará mañana, así como no sabíamos qué pasaría hasta el día de hoy. —Hago una mueca—. Y aún así todo sería igual.

—¿Por qué lo dices?

Me encojo de hombros y me levanto para quedar sentada a su lado, quedando mi espalda apoyada contra la pared. Apoya su cabeza sobre mi hombro y con un dedo realiza círculos sobre el suelo.

—Por Eiden —respondo con desgano.

—¿Qué tiene él? Y ya que lo nombraste, ¿lograste verlo o algo? Desde que llegué no sé qué pasó con él, ni con Grace.

Aún no lo sabe, y no sé cómo responder, a pesar de haberlo pensado con detenimiento, cada palabra, cada expresión, sigue siendo complicado de decir.

Tomo aire y hago un gesto con la mano, indicando que deje de posar su cabeza sobre mi hombro y preste atención.

—A veces no se puede evitar cometer errores, tan solo suceden, ¿sabes?

—No me salgas con tus frases filosóficas, Clare, porque son solo una distracción, y yo necesito ir al grano con el chisme.

Giro los ojos.

—Esto es serio, Dant.

—También lo es el que estoy chiquito.

—¿Vas a escucharme o no? —Recibo un suave bufido a modo de respuesta y se cruza de brazos, tomo eso como un sí. Busco la forma de cómo iniciar, pero de cualquier manera quedará indignado, traicionado, sin importar qué palabras utilice. Suspiro—. No existe esa organización a la que nos dirigíamos.

Baja sus brazos, despacio, a medida que estas bajan también lo hacen las comisuras de sus labios.

—¿Cómo? —inquiere en un susurro—. ¿No es verdad? ¿Por qué dices eso?

—Porque es así. —Trago—. Todo fue planeado, Dant, jamás tendríamos esa supuesta ayuda porque la OEC no existe. —Mi voz se rompe.

La rabia contenida al decir en voz alta que todo lo que anhelábamos tan solo fue una ilusión, que jamás saldremos de esta, vuelve a instalarse, amarga.

—Es que... No lo creo, no puede ser. —Apoya sus manos en el suelo y se levanta para quedar de rodillas frente a mí—. Tú lo escuchaste, Clare. Viste el mapa. Eiden dijo que...

Su vista queda clavada en la nada, pensativo.

—Mintió.

—Mintió —repite, incrédulo, y se deja caer en su lugar de antes, observa sus manos en silencio, yo espero atenta a que diga algo. Arruga su rostro con enojo—. ¡Hijo de puta!

Varias personas mayores giran su rostro al escucharlo gritar tremenda barbaridad.

—¡Shhh! —susurro, alarmada, intentando esquivar las miradas acusadoras de varios.

—¡Como si no dijeran palabrotas!

—¡Ya! —Lo vuelvo a reprender—. ¡Perdón! —Sonrío con incomodidad y observo a Dant con severidad.

—¿Qué? —reclama en un susurro.

—¿Qué? —Lo imito con tono burlón—. Ellos también están pasando por esta mierda, Dant. Ten un poco de respeto.

Suspira y juega con sus manos.

—¿Cómo lo manejas? —pregunta luego de unos minutos.

—¿El qué?

—No lo sé, Clare, tal vez el que el chico que te gusta en medio de un momento medio apocalíptico en tu ciudad, que dijo que te ayudaría a ti y a muchos más, terminó engañándote. —Lo observo con molestia—. Es que eres lenta, Clare.

—Pues si lo que quieres saber es si me siento como la mierda, pues sí, me siento como la mierda, Dant. —Aprieto los dientes—. Y tus palabras no me ayudan en lo absoluto.

Hace una mueca.

—Perdón, es que... —Aprieta sus labios y, en vez de seguir hablando, se inclina y me abraza, se lo devuelvo a regañadientes.

—No vuelvas a decir algo así o dejo de ser tu mejor amiga.

—¿Y quién te dijo que era tu mejor amigo, cochina? —Lo golpeo y ríe—. Pero en serio, lo siento.

—Está bien.

—Fue la rabia hablando por mí.

—Lo entiendo.

—Lo siento muchisisisisisimo.

—¡Que lo entiendo, Dant! —Ríe y se aleja.

Sonríe con ternura al ver que porto una pequeña sonrisa.

—¿Cómo lo supiste? —Suelto aire por la nariz y recuesto mi cabeza contra la pared.

—Ellos mismos me lo dieron a entender en esa maldita habitación antes de traerme aquí. —Trago—. Ahí estaba Richard.

—Ese pedazo de caca. —Gruñe.

—Y luego de unas horas apareció Eiden. —Me detengo, Dant alza sus cejas indicando que continúe—. Ahí Richard no lo llamó por su nombre.

Frunce el ceño.

—¿Cómo es eso?

—Lo llamó "hijo". —Palidece.

—Joder...

Me estremezco al sentir cómo vuelven las lágrimas.

—Estuvimos conviviendo con el hijo de ese idiota, y yo... me gusté de él. —Los ojos de Dant me observan con tristeza—. ¿Puedes decirme algo más patético?

Estira sus brazos y me atrae hacia él. Acurruco mi rostro en busca de consuelo sobre la curva que une el hombro con su cuello.

¿Cómo pude ser tan tonta y caer? ¿Cómo pude ser tan ciega y confiar en que esa cálida mirada era real? ¿Cómo?

—No es tu culpa. —Niega con la cabeza, sin parar de acariciarme la espalda.

—No debí dejar que... —Sollozo—. Fui tan tonta.

—No. —Me toma por los hombros y me separa de él—. Nunca te culpes por seguir tus sentimientos, es lo jodido de ser un ser humano, pero a la vez es lo que nos permite ver todo lo hermoso que se oculta detrás de toda esta mierda.

Limpia mis lágrimas con sus dedos y vuelve a abrazarme, un abrazo que no dura demasiado al ser abierta la puerta de metal. La luz que ingresa da justo en mis ojos, así que con una mano me los cubro y con otra me seco las lágrimas en mis mejillas. Más de cinco guardias se encuentran en la entrada, dos de ellos ingresan para dirigirse hacia nosotros. Me pongo en alerta. Dant afianza mucho más sus brazos a mí alrededor.

Uno de ellos me toma de un brazo y hace que me levante. El otro realiza lo mismo con Dant.

—¿Qué carajos?

—¿Qué sucede?

Hacen caso omiso a nuestras preguntas o quejas y estiran de nosotros para dirigirnos hacia la salida. Observo sobre mi hombro cómo otros guardias toman a otros chicos, y sin darme cuenta detengo mi caminar, por lo que el guardia que me sujeta estira con fuerza de mi brazo.

—¡Muévete! —ordena con impaciencia.

—¡Inepto, tú no le ordenas ni le gritas nada, ¿me oíste?! —vocifera Dant.

El guardia que está con él le da un empujón.

—¡Tú cállate!

Mi amigo gruñe. Sé que realizará una estupidez.

—Dant. —Lo llamo, despacio, con cuidado de no molestar a los imbéciles que nos sujetan.

Quizá el guardia lo escuchó pero le quita importancia al ver que el chico obedece y guarda silencio al observarme y entender claramente lo que quiero decirle: No me apetece que te corten la lengua, así que mejor cállate.

Sí, lo entiende bien.

Baja la mirada y deja que lo guíen hacia el lugar en donde nos dirigen junto con los demás chicos.

Jamás había visto esta parte del edificio, porque jamás indagué en los otros pisos con los que cuenta. Se siente extraño, como si el aire contara con miedo, soledad y... enfermedad. Como si estuviéramos en un hospital abandonado, podrido, pero sin ninguna basura en los pasillos, solo esa sensación que se reduce a que, si tienes la oportunidad de huir, hazlo.

Y lo comprendo al llegar a unas puertas de cristal y observar su interior.

Observo a Dant, está igual de asustado que yo.

—Amigos, si desean saber si sigo siendo puro, pueden comprobarlo de la forma tradicional, ¿no? —Nos acercan a unas sillas—. ¿No? —La voz le tiembla.

El color blanco de la parte acolchonada, junto con el plástico que lo cubre, hacen que la luz del farol se vea reflejado en ellas. ¿Por qué todo es tan pulcro y blanco? Me lastiman los ojos.

Nos hacen sentar y, tan rápido como nuestros traseros caen en ellas, se apresuran en colocar seguro en nuestras muñecas.

Ya dejen en paz a mis muñecas, joder.

—Pueden retirarse —dice una mujer. Los guardias asienten y se retiran junto con otros más.

—¿Quién es usted? ¿Qué nos hará?

Me observa, en una de sus manos sostiene una aguja, esta está alzada en el aire y logro distinguir un líquido en él. No me gustan las agujas.

—Solo relájate.

Qué enfermo suena eso.

Forcejeo con las... ¿qué son? ¿Cintas de cuero? Con lo que sea que estén hechos, hasta si están hechos de los huesos de antiguos jefes de este lugar, no me importa, tan solo quiero liberarme de ellas.

Dant abre los ojos de par en par, observando el brillo que destella la fina punta de la aguja. Es un miedo compartido.

Sigo agitando mis brazos, mis muñecas comienzan a arder por lo apretado del agarre. La mujer se acerca a mí, al tiempo que realiza un gesto y otra mujer aparece desde la parte de atrás de mi asiento, esta también con una aguja, sus pasos se dirigen hacia Dant.

—No, no, no —dice él, negando también con la cabeza junto con una sonrisa nerviosa—. Yo estoy bien así, gracias. Vuelva el lunes.

Ignorando lo dicho por el chico, la mujer se inclina hasta Dant, quien tiembla más que una hoja, por lo que toma uno de sus brazos y coloca alrededor de él una banda, apretándolo. La mujer a mi lado realiza lo mismo con mi brazo derecho.

No puedo hacer nada. Mi respiración se acelera al presenciar cómo la punta de la aguja traspasa mi piel, ingresando en mi interior, para luego succionar mi sangre. Trago grueso al verla retirarse y tomar otra jeringa.

¿Seremos sus ratas de laboratorio? ¿Hasta cuando? ¿Hasta la muerte?

—Dios. —Observo a Dant—. ¿Nos van a drogar para vender nuestros órganos?

Ambas mujeres giran su rostro hacia él.

—¿Podrías callarte? —dicen al unísono.

—¿Por qué todos me dicen eso? —Resopla.

Un ruido se repite en varias partes de la habitación, producido por las sillas que, al oprimir cierta parte, van inclinándose hasta dejar todo nuestro cuerpo recostado.

La comodidad ante todo.

Algo frio, pero suave, roza unas pocas veces el interior del codo de mi brazo izquierdo, luego una punzada se hace presente. Alzo como puedo mi cabeza y observo cómo ahora mi brazo cuenta con una intravenosa. Un líquido llega desde algún sitio e ingresa a mi interior.

—¿Qué es eso?

—Recuéstate —ordena.

—No —digo con rabia contenida—. Dígame qué demonios está ingresando ahora en mí y sin consentimiento alguno.

Coloca sus manos en mis hombros, realiza un gesto con la cabeza y llega otra mujer, esta toma otra de esas cintas de seguridad de un costado de mi hombro y lo pasa sobre mí hasta llegar al otro hombro, en donde lo abrocha, impidiendo que realice cualquier movimiento con ellos y, así también, que me levante a ver todo lo que podía hace un momento.

Vuelvo a recostar mi cabeza, ya que es inútil intentar ver algo. Mis ojos se pierden en el color negro del techo mientras reprimo cualquier intento por moverme, eso solo empeoraría más las cosas.

—¿Clare? —Volteo como puedo mi rostro hacia Dant—. ¿Por qué hay hombrecitos encima de ti? —Frunzo el ceño—. Mira cómo caminan, son tan pequeñuuuus.

—Pero, ¿qué...?

Entrecierra sus ojos y forma una sonrisa bobalicona.

—Ahora te dan besitos. —Ríe con torpeza—. Yo tamben te mando besitos. —Estira sus labios como una trompa y comienza a hacer ruidos de besos, luego se detiene y vuelve a reír.

—Ahora hablas mucho más, qué insoportable. —Se queja la mujer a su lado.

—Uy, lo siento. —Se encoge como si le doliera tal reprimenda—. Shhhhh —susurra, girando el rostro de ella a mí.

—¿Qué le hicieron? —Dant mueve su cabeza de un lado a otro como un total demente.

¿Lo drogaron? No era necesario hacer eso para que se callara, ¿cómo pueden tratarnos de tal forma?

—Y tú también te callas.

—¿Qué le hicieron? —Vuelvo a cuestionar. Siento una punzada en la parte trasera del cuello por esforzarlo tanto para así poder observarla a los ojos.

La mujer posa su mano sobre mi frente y lo empuja con brusquedad para atrás.

—Si estas pensando en drogas, pues sí, en parte. —Aprieto las manos hasta formar puños—. Y ahora te toca a ti.

—No... —Un estremecimiento me recorre al ver que se gira, toma una carpeta y anota algo. ¿Es lo mismo de antes? ¿Ellas son parte de aquellas mujeres de uniforme? Tiene sentido, o tal vez haya mucho más detrás de lo que creo ver.

Aún faltan piezas. Sigo siendo una simple espectadora. Aún no descubro qué consumen las llamas.

Las palabras incoherentes de Dant ya no están presentes, ni su risa boba, ni sus susurros que pedían silencio, ni siquiera lo siento cerca.

—No me siento... bien —murmuro con debilidad en apenas un susurro, sintiendo un leve mareo.

Unos pasos, que me confunden para saber en dónde se encuentra, ya que se escuchan con una mezcla entre cerca y lejos. El choque metálico, producido por ciertos elementos que desconozco, y el pitido de lo que creo son las máquinas, forman parte de las crueles melodías distorsionadas a mi alrededor. Mis puños van aflojándose y puedo ser más que consciente de la fina capa de sudor en mi frente, de cómo se desliza una gota hasta llegar a mi sien y seguir hasta caer de mi piel.

El rostro de él, algo borroso, se coloca encima del mío.

Sé que es él.

Ladea su rostro, solo un poco, y me observa.

Sé que me observa con atención.

Una fina sonrisa se hace presente, una que promete el peor de los castigos para la vida de aquel que lo contradiga. Él disfruta nuestro sufrimiento.

Richard se acerca, esta vez sin una sonrisa, pero sí con una gran satisfacción en su voz, y su aliento roza mi oreja cuando susurra:

—Tu fin se acerca.

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