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23

"El color que la hipnotizó tan solo fue el reflejo falso de lo que esperaba".

—Está despertando, señor.

No sé quién dijo eso, no reconozco su voz. Se escuchan unos pasos, una luz justo en uno de mis ojos hace que agite las pestañas y cierre ese ojo con molestia.

—Llámenlo —dice otra voz, esta sí se me hace conocida.

Una puerta se cierra, metales chocan, más voces que sigo sin reconocer, más pasos. Silencio.

Mis ojos pesan demasiado, más aún cuando un rayo de luz mucho más potente que el anterior se encuentra de golpe contra ellos. Los entrecierro y luego los abro, despacio. Levanto el rostro y veo que la potente luz pertenece a un farol colgante que se encuentra justo encima de mi cabeza.

¿Cómo llegó ahí?

Confundida, intento llevar mi mano a él, pero algo me detiene. Grilletes de metal retienen mis muñecas. Al verlas y ser consciente de la bata de hospital, entiendo lo que está pasando, es cuando siento dolor en la zona en la que aprietan, y pánico.

Esto parece ser una habitación, aunque no hay muebles, tan solo estoy yo, sujeta a una cama, esta está elevada, dejándome frente a frente con la oscuridad que no es iluminada por el farol, me permito observar mejor mi alrededor, en donde al parecer no se encuentra nadie. Intento otra vez liberarme, hasta que el metal parece quemar mi piel, es ahí cuando me detengo.

Esto no está pasando. No, por favor.

Tomo respiraciones temblorosas e intento buscar alguna salida, pero solo está una puerta, y considerando que estoy sujeta a esta maldita cama, no hay forma de huir.

Sé que si grito nadie vendrá.

Observo hacia abajo y mis tobillos están igual de retenidas que mis muñecas.

El chirrido del metal de la puerta arrastrándose me hace llevar de nuevo los ojos hasta allí. La poca iluminación solo deja ver una silueta dirigirse hacia otra que se encuentra en una esquina, una de la que no había sido consciente. El que había ingresado deposita algo en las manos de la otra figura y luego el sonido del metal vuelve, indicando que la puerta es cerrada.

—Te creí más lista —dice con voz gruesa y escalofriante—. Pero qué tonta resultaste, niña. —Ríe.

Entrecierro los ojos, pero la luz solo está centrada en mí y él solo permanece en la oscuridad, rodeado por las tinieblas.

—¿Qué...? —No sé qué decir. Un montón de preguntas revolotean en mi mente, tantas que me agobian.

Él da unos pasos hacia mí, se detiene justo cuando la luz alcanza sus zapatos.

—Estás confundida, lo sé. —Inclina su rostro hacia un lado, da un par de pasos, dejando por fin ver su rostro—. Y yo tengo las respuestas.

Todo el miedo y ansiedad por ser liberada se transforman en ira, rabia, indignación, dolor, odio.

—¡Enfermo de mierda! —Gruño y sacudo mi cuerpo con violencia—. ¡Maldito hijo de puta!

Richard forma una sonrisa torcida, como si todo esto le diera orgullo. Eso solo aumenta mis ganas de cortarle el cuello.

—No soy muy fan de la violencia, aunque a veces tuve que aferrarme a ella.

¿Cómo puede ser capaz de decir eso? ¿Cómo carajos vive en paz?

Da pasos para acercarse y, ingenua, intento pegar mi espalda mucho más de lo que ya está por el mullido colchón. Se detiene a menos de un paso de distancia, y siento tanto asco al tenerlo así de cerca.

—Aléjate —murmuro con la voz rota.

El tenerlo otra vez en frente, más cerca de lo que lo vi la última vez, me carcome. La valentía se esfuma. Tan solo retumba el sonido de aquella bala penetrando el cráneo de aquel joven, solo puedo ver la sangre siendo derramada, esparciéndose y decorando el lugar con el color de la muerte. Todo en sus malditos ojos. Desvío la mirada para no tener que soportar esa tortura, aunque el recuerdo sigue presente.

—¿Ves esto? —No observo en su dirección—. ¡Mira esto!

Suelto un quejido por lo fuerte de su grito, hasta escucho un pitido. Trago con dificultad y volteo mi rostro. Él sostiene una carpeta, supongo que es lo que le entregaron hace un momento.

—¿Sabes lo que es? —No me muevo. Sus ojos grises se ven mucho más oscuros, se llenan de rabia y me obligo a negar con la cabeza como respuesta—. Bien, veamos. —Abre la carpeta y desliza un dedo por la hoja hasta detenerse—. Clare O'connor. —Me tenso—. Dieciocho años, vivienda en la zona tres. De acuerdo... —Pasa algunas hojas hasta llegar a una en específico, en esta alza sus ojos hasta mí y las vuelve a bajar—. Hija de Lorraine y Frederik O'connor. —Queda en silencio, uno que me asusta, mientras sus ojos quedan clavados en la hoja—. Frederik O'connor —repite.

—¿Qué con eso? —Levanta sus ojos, fríos.

—Cuéntame de él. —Se relame los labios, ansioso por una respuesta que no logro obtener.

—¿Qué?

—De tu padre. Cuéntame de él. —Su voz pasa a ser una amigable, como si mis muñecas y tobillos no se estuvieran raspando, como si no me tuviera retenida. Como si fuésemos colegas.

Bufo y río con fingida gracia.

—Si vas a torturarme ya hazlo, o si vas a matarme. Solo hazlo. ¿Qué carajos tiene que ver mi padre?

—Responde —demanda con autoridad.

—Ni siquiera lo llegué a conocer, murió cuando era solo una niña, ¿contento?

—No —niega con lentitud, con esa sonrisa que me provoca arcadas—. Dime lo que sabes.

Frunzo el ceño.

—¿Qué voy a saber? Ya te he dicho que...

—¡Habla! —vocifera y vuelvo a hundirme en el colchón.

—¿Qué quieres? —murmuro con voz débil.

—La verdad —dice con los dientes apretados, dando un paso para quedar cerca de mi rostro, el cual giro y trago grueso para no vomitar.

—Pero esa es la ver... —Toma mi rostro con brusquedad y lo gira hacia él. Reprimo como puedo un quejido.

—Mientes. —Aprieta su agarre. Duele—. Tienes dos opciones: hablas y sueltas todos los trapos que tu padre nos ocultaba. —Alza un dedo y las cejas, sus dientes apretados cambian a una pequeña, pero macabra, sonrisa de emoción—. O dejas que lo hablemos con tus amigos.

No. Mierda, no.

Mi respiración se vuelve pesada. ¿Trapos que mi padre les ocultaba? Papá era un inversionista y abogado, eso creo, era uno de los mejores según me contaba mamá. ¿De qué carajos está hablando?

—Está en tus manos, Clare. —Odio que pronuncie mi nombre—. ¿Sí me entiendes?

—Pero tú eres el que no entiende. —Lo observo—. ¡Que no sé nada! ¡No entiendo de qué hablas!

—Veo que no les tienes cariño.

—¡No! ¡Déjalos a ellos! ¡Por favor!

—Entonces habla.

—¡No sé nada!

Mi garganta arde, tengo tanta sed. Temo que en cualquier momento quedaré sin voz.

Se aleja y cruza sus manos detrás de él, implacable, como si no estuviese amenazándome con dejarme sin mis mejores amigos. Como si sus vidas no valieran nada.

—De acuerdo. —Asiente y se gira.

—¿A dónde vas? —Me ignora—. ¡Si te atreves a tocarlos, tan solo un poco, yo misma te mataré, pedazo de mierda!

Se detiene, gira su rostro y me observa sobre su hombro.

—Ni siquiera pudiste salvar a tu madre, niña. Siendo así de inservible, ¿crees que te temeré?

Hijo de...

La opresión que provocan sus palabras, las que no deberían de importarme, arden. El ardor pasa a un dolor profundo, ese por el que tanto lucho todas las noches, y ese dolor pasa a ira. Ira hacia ese maldito hijo de perra.

Las lágrimas hacen acto de presencia, con cada respiración temblorosa se vuelven muchas más, hasta que una logra salir, deslizándose por mi rostro.

Me repito cuatro palabras mientras intento tomar aire: No fue mi culpa. No fue mi culpa. NO FUE MI CULPA.

Es algo difícil de creer con todas las voces en mi cabeza susurrando lo contrario.

Quedo a solas. Pasan minutos en los que logro entrar en calma. El ardor que las lágrimas provocan, junto con el cansancio, hacen que entrecierre los ojos. No quiero cerrarlos, pero poco a poco estos se vuelvan rendijas, hasta que al final solo logro distinguir un pequeño punto de luz que va evaporándose, hasta ya no existir.

***


El fuerte ruido del metal hace que me sobresalte, doy un cabezazo que logra hacer que abra los ojos. Richard, con la misma frialdad y seriedad de siempre, me observa un momento antes de hablar.

—No es tan tarde —dice, acercándose—. Aún podemos hablar. —Hace un gesto con una mano, frunzo el ceño al dirigir la mirada detrás de él y distinguir otra figura—. Aún puedes conocer a un integrante esencial que ayudó en esto.

La figura llega hasta la luz con la cabeza gacha, esta se encuentra cubierta por un pasamontañas. ¿Van a torturarme? Mi pulso se vuelve acelerar.

»Quítate esa cosa —ordena, refiriéndose al pasamontañas. No obedece, continúa en total silencio, con la cabeza baja—. ¿No escuchaste? —Enarca una ceja y se coloca de lado, quedando su boca a la altura de la oreja del sujeto—. ¡Quítatelo!

Cuando yo doy un brinco y muevo mis manos por la ansiedad, me sorprende el no ver ni una pisca de temor en él ante el fuerte grito. No se inmuta, como si ya estuviera acostumbrado a ese trato. Algo me dice que es así.

Alza sus manos hasta sujetar la tela superior del pasamontañas y lentamente va deslizándolo hacia abajo, quitándoselo. Su cabello es lo primero en quedar al descubierto, sus mechones apuntando a todos lados, desordenados. Su rostro, pálido, con un hematoma cerca de uno de sus ojos, debajo de ellos se logra ver unas ojeras profundas. Su rostro es tal y como lo recuerdo pero, al alzar su mirada, sus ojos no son los mismos.

Son grises.

—No... No es posible. —Mis ojos se cristalizan—. Eiden...

Pronunciar su nombre y que él no reaccione, no diga nada, ni un simple ''puedo explicarlo'' que sería inútil, pero aún así, me destroza. Él desvía la mirada, esa en la que creí ver verdad, empatía, paciencia, amor.

No entiendo un carajo.

—Tienes suerte de saber su nombre. —Richard hace una mueca—. No le apeteció cambiarlo.

Dejo a un lado la fuerte opresión en el pecho y, tomando lentas respiraciones, hablo.

—N-No entiendo.

Aprieto los labios sin dejar de observar al chico que, creí, sería parte de la solución. Cuando en realidad siempre fue parte de la destrucción.

—Clare, te presento, ya con el apellido, a Eiden Jonhson. —Llevo mis ojos hasta él, esperando lo peor. Posa una mano en el hombro de él, dando un apretón—. Buen trabajo, hijo.

Mi interior, ya vuelto trozos, ahora se vuelve cenizas.

Las palabras son imposibles de pronunciar con el nudo, este solo se identifica al volver a encontrarme con su rostro. No me observa, solo tensa la mandíbula.

Esto no debería ser así.

Bajo la vista. Niego con la cabeza, tan rápido que desordeno mucho más mi cabello.

—No. —Sollozo—. ¡No! ¡¿Qué haces?! —La garganta me arde—. ¡No!

—La ingenuidad es algo que disfruto de ver en los demás —dice el viejo—. ¿No es impresionante lo que se puede lograr con una mente brillante y lentes de contacto?

Fue eso. Todo este tiempo eran malditos lentes de contacto, estuve cerca del enemigo, todo este tiempo lo supieron, nosotros mismos les entregamos las herramientas para encontrarnos. No importaba qué hiciéramos, si creíamos que una opción era correcta y decidíamos seguirla, él iba a estar ahí y el resultado sería el mismo.

—Si jamás te importamos una mierda, ¡¿por qué no nos mataste y ya?! —Sus ojos conectan con los míos—. ¡¿Por qué?!

—Ya te lo había dicho. —Richard señala a Eiden—. Porque te necesitamos viva. —Alza el rostro y yo me encojo por lo penetrante de su mirada—. Por ahora.

No comprendo, busco entre mis recuerdos, ¿él ya me lo había dicho? ¿Cuándo?

Justo cuando quiero darme por vencida, el recuerdo llega. Es verdad, él me lo había dicho. Mi estómago se revuelve al darme cuenta de que fue justo después de que golpearan a mamá, justo antes de que él me encerrara en esa fría y húmeda habitación con esas otras personas.

Él siempre ha sido parte de la herida.

—Eiden... —murmuro por lo bajo, sintiendo cómo una lágrima traicionera se desliza por mi mejilla.

Sus cejas espesas se curvan hacia abajo y en sus ojos creo ver tristeza, solo por un breve instante, hasta que su semblante vuelve a endurecerse. Tal vez mi mente juega conmigo. Existen veces en las que la mente, al ver que tu interior está siendo consumido por la realidad, intenta ayudarte, haciendo que veas algo que no es, esto para menguar el dolor.

—Tendremos tiempo para más reuniones. —Realiza una pequeña inclinación de cabeza hacia mí y luego, con un gesto, indica a Eiden que se me acerque.

Él lo hace y Richard da media vuelta para retirarse.

—¡¿Cuándo los podré ver?! —Se detiene, girando su rostro para observarme sobre su hombro.

—Tendrás que... —Suelta un fuerte suspiro y hace una mueca, como si estuviera pensando en las palabras correctas—, colaborar un poco. Hoy podrías. —Ríe con cinismo—. Pero decidiste no hablar, Clare. Ya nos veremos mañana.

Aprieto mis manos, formando puños. Eiden sigue acercándose, cada paso que realiza para acercarse es un pedazo de cristal cortando cada parte de lo que creía era una realidad, con suma delicadeza cada recuerdo feliz es consumido por la oscuridad de sus ojos.

Un estremecimiento sube desde mi muñeca en donde posa su mano, y no para agarrarla con cariño, sino para sacarla de uno de los grilletes de metal, para así proceder con la otra. Pienso en sacudirme y correr hacia mi libertad, pero los dos guardias que ingresan con armas me dicen un claro: Híjole, yo creo que no se va a poder.

Mis pies descalzos tocan el frio suelo del lugar, lo que me provoca una rara sensación. Alzo la mirada y me encuentro con Eiden, quien me observa, solo unos segundos, luego se gira para quedar detrás de mí y colocar esposas en mis muñecas. Una tortura para las marcas dolorosas que quedaron. Aclaro mi garganta.

—¿A dónde me llevarás?

Coloca una mano en mi espalda, me estremezco. Puedo sentir como se inclina hacia mí, su respiración rozando mi oreja. Parece que dirá algo, no me muevo y espero a que lo haga, pero ninguna palabra llega. Se aleja y con la mano en mi espalda me guía hacia la salida.

¿Cómo manejo todo el dolor?

Al salir, la luz, mucho más potente que la de la habitación, me ciega por un breve instante, entrecierro los ojos por ello. Al ver al frente y a los costados no me sorprende tanto que sea el mismo, el maldito y mismo lugar en donde todo inició. Con la diferencia de que ya no hay personas comunes en los pasillos, solo bestias y dementes disfrazados como personas.

Observo sobre mi hombro a los dos guardias que van detrás de nosotros intercambiar palabras y códigos que no entiendo, y ciertas veces intercambian palabras con algún sujeto por medio de sus comunicadores, sin embargo, siempre permanecen en alerta. Eiden se mantiene en silencio, guiándonos a lo que supongo será mi nueva prisión. Lo observo, sus ojos no se desvían del pasillo, aunque lucen perdidos.

—¿Lo de tu supuesto hermano también fue una mentira?

Su silencio es la respuesta.

Sentí pena, lástima e incluso dolor por él al creer eso. ¡Todo fue una vil mentira!

Una puerta de metal, justo como antes, es abierta y soy introducida en ella. Eiden se dispone a liberar mis muñecas y aprovecho para poder enfrentarlo. Con rabia vuelvo a preguntar.

—¿Por qué? —Fallo en sonar firme—. Tan solo dime eso.

Alza la mirada. Quiero llorar por el dolor que me provoca el color de sus ojos, solo con conectar con ellos puedo ver todo el engaño.

Se endereza y con voz firme dice:

—En este mundo no hay alternativa.

Lo entiendo.

Lo había dicho, él mismo me había dicho toda la verdad en simples palabras, unas a las que luego le seguían:

«No puedo ser de otra forma».

Estoy segura que, de haberlo sabido, igual creería que podría ser diferente. Que lo sería por mí. ¿Eso me convierte en una tonta? ¿Ingenua? ¿Crédula? No hubiese pedido demasiado, únicamente eso.

¿Pero qué esperaba? ¿Que nos prefiriera a nosotros antes que a su propio padre? Siempre sería lo mismo, sin importar qué hiciéramos. No obstante, el abrir los ojos y observar el rostro ensombrecido de la verdad, provoca un profundo dolor, desquebrajando la poca esperanza que me quedaba. ¿Por qué no puedo solo aceptarlo? ¿Por qué tiene que doler tanto?

Confié en él.

Creí que la escasa felicidad con la que contaba duraría, que no acabaría, no tan pronto.

Me relamo los labios, saboreando el sabor de mis lágrimas en ellos, mientras su silueta desaparece detrás de la gran puerta.

Al girarme y dar el primer paso ya logro distinguir una cabellera castaña justo en el centro del lugar, su vestimenta está algo desaliñada, pero reconocible. Su rostro se encuentra recostado contra la pared húmeda, sus ojos cerrados le otorgan un aire calmado, eso junto con sus piernas extendidas, una de sus manos se encuentra apoyada sobre el estómago y la otra caída perezosamente sobre el suelo.

Me acerco a él, caigo de rodillas y lo abrazo, siendo más pequeña que él mi rostro queda apoyado en su pecho. Dant se sobresalta, abriendo sus ojos, e intenta alejarse al incorporarse.

—Soy yo —susurro y trago por el nudo que ya se va formando—. Dant, soy yo.

—¿Qué...? —Se acomoda en el suelo. Al reconocerme toma mi rostro entre sus manos, haciendo que mis ojos conecten con los suyos—. ¿Clare? —Parpadea, incrédulo—. ¡Clare!

Da un pequeño brinco y me atrae hacia él. Vuelvo a enterrar mi rostro en su pecho y me acurruco contra su costado, sin soltarme de él, como si de esa forma lograra concederme una fina y delicada aura de protección.

Mis ojos vuelven a empañarse por culpa de las lágrimas, todo volviéndose borroso de nuevo. Un sollozo sale de mí y Dant me aprieta mucho más contra él. Puedo notar sus latidos, esos que del miedo creí ya no volver a escuchar y, aunque el ritmo es acelerado, logra inspirarme una sensación de calma.

—Dant... —murmuro entre pequeños sollozos.

—Aquí estoy. —Besa mi cabeza y luego apoya su mejilla contra la misma—. Aquí estoy.

Lloro, volviendo a ser la misma niña pequeña de la que él se hizo mejor amigo, volviendo a ser aquella pequeña que le temía a la oscuridad, aquella que lloraba por la muerte de algún animal sin importancia en alguna película. Solo que esta vez la niña ya no quiere seguir, quiere que todo desaparezca.

Vuelve a tomar mi rostro entre sus manos y lo detalla en busca de algo.

—¿Te hicieron algo? ¿Te golpearon? ¿Te amenazaron? Si ese canalla te hizo algo juro que lo voy a dejar sin...

—No, estoy bien. —Miento. Una fina línea de luz que ingresa por una pequeña ventanilla en lo alto de la pared a nuestras espaldas permite que distinga algo inusual en una de sus mejillas, un color morado con un poco de verde, hasta algo de rosa. Llevo una de mis manos hasta allí, él hace una mueca.

—Tranquila. Se me dio por ser gracioso y no les agradó del todo, no es gran cosa. —Le quita importancia con una pequeña sonrisa.

Suspiro.

—No sabemos mentir. —Aprieta sus labios.

Nop.

Las personas a nuestro alrededor permanecen ajenos a nuestro melancólico encuentro.

—Dant. —Alza las cejas a la espera de que continúe.

—¿Sí?

—¿Podrías solo...? —Vuelvo a sentirme pequeña. Indefensa.

—¿Solo...?

—¿Podrías abrazarme de nuevo? —inquiero en un hilo.

Su semblante se suaviza y me acaricia una mejilla. Ese simple gesto logra que mis ojos se vuelvan a llenar de lágrimas. Sonríe con ternura.

—Hasta el fin de este jodido mundo.


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