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22

"Primer acto: El títere acecha.

Segundo acto: Las cuerdas se cortan.

Tercer acto: El títere cae.

¿Cuál es el nombre de la obra?"

Siento un vacío al escuchar nuestros pasos, porque sé que faltan los de ella.

Tras pensarlo bien, realizamos una búsqueda por unas horas alrededor del lugar, solo para cerciorarnos de que en realidad no esté herida en algún lugar. Nos habíamos dividido, Dant quedándose en el mismo punto en donde ya no tuvo señales de ella, Eiden y yo recorrimos callejones, tiendas y el alrededor de estas, pero fue inútil. El no poder separarnos demasiado, para así poder socorrernos si lo necesitáramos, lo dificultó mucho más.

Así que seguimos.

Ahora tan solo faltan unos tres días para llegar a la organización.

El crujir de las hojas bajo nuestros pies sería agradable, si no fuese por el incómodo silencio. Luego de la desaparición de Grace, Dant ya no habla tanto, solo lo necesario, y sus bromas ya no son tan constantes. Eiden, al ver que estoy igual que mi amigo, tampoco dice nada, solo nos aconseja cosas de vez en cuando con respecto a los alimentos y cómo realizar algunas cosas, nada más.

Eiden se detiene, así que nosotros, sin entender el por qué, también lo hacemos.

—Podemos acampar ahí. —Señala un lugar en la parte baja de una pequeña colina, esta cuenta con un hermoso césped.

Bajamos la colina y comenzamos a colocar las tiendas. Al culminar, un brillo provoca que entrecierre los ojos, me cubro con mis manos y observo cómo un hermoso atardecer ilumina todo con tonos anaranjados.

—A Grace le gustaría ver esto —digo al ver a Dant posicionarse a mi lado. Sonríe en un gesto lleno de falsa alegría.

—Ella decía que no tenía un color preferido porque no quería que los otros colores se sintieran mal. —Ríe con desgano—. Supongo que admiraría los colores de este atardecer y luego se sentiría mal por ello.

Yo no sabía eso, ¿por qué no lo sabía?

Una punzada de dolor se instala en mi pecho. Esos pequeños detalles la hacen tan única, tan ella, tan especial para nosotros. Los ojos me arden y parpadeo en un fallido intento por hacer que pare.

—Ella te admira mucho, Clare. —Lo observo—. Dijo que quiere ser como tú. Así de fuerte y considerada con los demás.

Trago y tomo aire para poder hablar.

—¿Y qué le dijiste?

—Que ya lo es.

Formo una sonrisa temblorosa con mis labios.

—Buena respuesta.

Dant suspira y pasa un brazo por mis hombros.

Una cantidad de veces incontables me hice la pregunta de quién me mantenía estable. Porque es verdad, no necesitamos de nadie para estar erguidos y fuertes para el combate, es solo que en el transcurso que lleva el llegar a ser así de fuertes necesitamos, por lo menos una vez, de alguien que nos escuche, nos abrace y nos entienda. Él hacía eso, y lo hace en este momento.

—Ahora... —Se aleja y con una mano alborota mi cabello—. Eiden dijo que dentro de un rato estará nuestra cena. —Hace comillas con los dedos en la última palabra.

—Ojalá no haya quemado algo. —Ríe.

—Quieres verlo caliente —murmura por lo bajo.

—¿Qué?

—¿Qué?

Sonríe con picardía y yo lo dejo pasar al darme cuenta de que se trata de una de sus bromas, las que ya no están tan presentes, así que no me molesta. Al llegar hasta Eiden, quien viene acercándose hacia nosotros, mi amigo le da un toque en el hombro de forma amistoso, el pelinegro solo ríe.

—¿Tienes hambre? —pregunta.

—Algo. —Asiente y se mantiene quieto, observándome—. ¿Vamos? —Alzo las cejas al ver que se quedó perdido.

—Ah, claro. —Se gira y se pasa una mano por la nuca. Debe de estar estresado.

Dant toma una de las latas de sardinas y se sienta.

—No sé por qué dijiste que prepararías todo si comeríamos de latas, lo cual no lleva tanta preparación que digamos.

—Ordené todo en este pequeño tronco para ustedes —señala—. Eso es un gran sacrificio.

—Hmm, claro.

—Si no quieres no comas —dice Eiden, levantándose para quitarle la lata.

—Ya, ya, ya. —Esconde la lata detrás de él.

—Eso pensé. —Sonríe victorioso y vuelve a sentarse.

Tomo una lata con cuidado, porque soy tonta y hasta eso me puede cortar.

—¿Se dan cuenta de que en tres días ya llegaremos? —Dant queda pensativo tras decir eso.

—Sí, es... —Suspiro—, surreal.

Hay cierta emoción en mí sobre eso. En que el momento esté tan cerca, eso me hace sentir un pequeño hormigueo en la espalda. El miedo aún está, pero sé manejarlo. Lo que más ayuda es el pensar sobre Grace, que podremos encontrarla con ellos.

Detengo la mano con comida de Dant al ver lo pensativo que está, tal vez ni siente lo que come.

—¿En qué piensas?

—La verdad, ni yo lo sé. —Se encoge de hombros—. O tal vez sí, ¿no les ha pasado?

—¿Cómo una mente en blanco? —pregunta Eiden.

—Sí, pero... —Se remueve en su lugar—. A la vez es como si sí pensaras, pero no... no tienes los pensamientos ahí, no los ves. ¿Me entienden? —Asentimos, algo dudosos—. Estoy como pensando en nada, pero a la vez estoy pensando en todo.

—¿Y los puedes resumir a algo pequeño? —Me observa, haciendo una mueca.

—Que ojalá no jodamos mucho más nuestra existencia.

Se estira para tomar una lata más y se levanta.

—¿Ya duermes?

Me preocupa. El Dant que conozco no diría algo así, no en estas circunstancias, porque él es el positivo del grupo.

—Sí.

Solo eso. Tal vez estoy demasiado sensible, o tal vez solo estoy sintiendo todo de un golpe.

Me hago pequeña. Primero el desastre que dio inicio a todo, luego toda la mierda de aquel encierro, presenciar una muerte, malos tratos, perder a mamá, hace unos días desaparece Grace, y ahora Dant está alejándose. Quiero creer que esa es su manera de manejar su dolor, que volverá pronto, y que ya no me veré tan pequeña debajo de toda esta carga.

Todo oprime mi interior.

Llevo una mano a mi pecho e intento tomar aire, pero este no ingresa, no llega.

—Clare. —Me llama Eiden mientras deja la lata sobre el tronco que hace de mesa—. ¿Todo bien?

—Solo... —Vuelvo a inhalar.

—¿Quieres...?

Me levanto con brusquedad y abro una mano en su dirección en señal de que no se acerque. Al estar levantada logro respirar un poco. Caminar puede ayudar, así que voy a mi tienda.

Una vez dentro paso mis manos por mi cabello y lo despeino, cierro mis ojos con fuerza y tomo lentas respiraciones. Otra vez el nudo.

—No quiero sentir esto. —Mi voz sale tembloroso y aprieto los dientes—. ¡No quiero sentir esto, maldición!

Si tuviera algo que tomar con fuerza y destrozarlo, lo haría. Al no contar con nada lo único que hago es golpear el suelo, una y otra vez. Sin importar el dolor en mis manos. Sin importar si me lastimo las uñas al tomar la tierra entre mis manos y que estas entren bajo mis uñas con fuerza. Tampoco me importa que el gruñir y gritar tan fuerte provoquen que me duela y arda la garganta.

Saco lo que puedo de mi frustración y dolor.

No me doy cuenta de las lágrimas hasta que los mocos hacen que la nariz se me tranque y esto me impida respirar bien.

—¡Carajo!

Me levanto con torpeza y busco en mi mochila el paquete con pañuelos que conseguí en una de las tiendas, creo que algo en mi interior me alertó que esto pasaría y por eso lo tomé. Me saco toda la mucosidad asquerosa y suelto un suspiro tembloroso al también secar las lágrimas, pero estas se vuelven a acumular en mis ojos.

—¿Puedo? —Permanezco quieta en mi lugar, ¿eso fue a mí?—. ¿Clare?

Pestañeo varias veces y paso otra vez el pañuelo por mis ojos.

—E-Estoy bien. —Maldigo internamente al oír lo débil que me sale la voz. Me aclaro la garganta—. Puedes irte.

Silencio. Observo mis uñas y manos todas sucias, las paso por la tela de mi pantalón para que se limpien un poco. La delicadeza ya dejó mi cuerpo hace meses.

—Aún no me he ido. —Doy un respingo al volver a escucharlo.

Me dirijo al cierre de la tienda, lo abro y dejo salir la mitad de mi cuerpo.

—¿Ves? Estoy bien.

—Oh, claro que paso con gusto a tu dulce hogar. —Sonríe y con facilidad me hace a un lado para ingresar a la tienda.

—¿Ahora qué haces?

—Visitándote.

—¿De qué...?

—Muy acogedor, solo que le falta olor. El mío tiene olor a gases.

Aprieto los labios para no soltar una pequeña risa.

—Eso sí que es acogedor. —Señalo la salida—. Ahora puedes irte.

—¿Por qué? —pregunta, con fingida inocencia.

—Porque es tarde.

—No lo es tanto. —Recorre la tienda, como si sí le interesara ver cómo es, hasta que frunce el ceño, deteniéndose, y toma el pañuelo—. ¿Y esto?

—¡No lo toques! —Se lo arrebato y señalo de nuevo la salida—. Tengo sueño.

—Pues no lo tengas.

—Eiden...

—¿Qué?

—Ya vete.

—¿Por qué?

—¡Porque no estoy para juegos! —grito.

Aprieto los labios y vuelvo a pestañear varias veces al sentir el picor en mis ojos. Dejo salir un suspiro y bajo la mirada. Por alguna razón me siento apenada al estar tan vulnerable frente a él, lo cual no tiene sentido ya que hace unos días lo estuve.

—Estás atrapada en tu dolor, quieres escapar, pero no sabes cómo. La verdad yo tampoco conozco la fórmula para ya no sentir. —Alzo la mirada, despacio—. Tienes razón, en muchas cosas, solo eres un poco terca.

Hago una mueca.

—¿Un poco? —Suelta una pequeña risa.

—No hace falta ser tan sinceros. —Sonrío un poco y él da unos pasos para acercarse—. Pero quiero creer que se puede olvidar por un momento.

—¿Cómo?

Me paso las mangas del suéter por los ojos para secarme las lágrimas, pero las dejo quietas, confundida, al sentir sus manos en mis muñecas, y las hace bajar. Siempre con sus ojos puestos en los míos.

—¿Eres algo así como esos de shows de televisión que juegan con la mente del otro observándolo directo a los ojos? —Río, frunciendo el ceño.

Sus manos viajan a mis mejillas. Mi cuerpo se paraliza, dejo de reír y los latidos de mi corazón se aceleran un poco.

—No. —Su aliento acaricia mis labios—. Solo intento transmitir con ellos lo que siento.

Me invade una idea de pronunciar cualquier cosa, algo que haga que ya no sienta estos nervios. Entreabro los labios para hablar, pero nada sale de ellos, no con sus labios sobre los míos.

Calidez.

Un estremecimiento recorre mi cuerpo. Miles de chispas esparciéndose. Todo se nubla y tan solo existe esta extraña, nueva, pero placentera sensación.

Cierro los ojos y, un poco temerosa, dejo mis manos sobre su pecho. Él mueve sus labios lentamente, como si temiera hacerme daño, como si quisiera cuidarme de lo que me rodea y que con esto lo esté logrando. Sus pulgares realizan suaves caricias por mis mejillas. Mi corazón late de forma frenética y mis manos tiemblen cuando las deslizo por su pecho, sus hombros, hasta llegar a su nuca en donde entrelazo mis dedos con los mechones de su cabello, sin querer que se aleje.

El suelo bajo mis pies se vuelve inexistente, como si flotara. Me dejo envolver por las emociones que me provoca el estar así, solo nosotros, dejando de lado el dolor, dejando de lado el horrible huracán en mi interior.

Quiero ser salvada, aunque sea solo por un breve instante.

Los besos se vuelven más ansiosos, más exigentes. Eiden, al ser el más controlado, disminuye el ritmo depositando cortos besos en mis labios. Casi protesto por ello.

Descansa su frente sobre la mía y acaricia mi rostro con gentileza, siendo el sonido de nuestras respiraciones aceleradas lo único audible.

—¿Por qué fue eso? —pregunto, sabiendo la respuesta obvia.

Sonríe.

—Es parte del show. —Frunzo el ceño—. Ya sabes, el de mirar a los ojos y jugar con la mente. —Río, negando con la cabeza—. Espero haberte ayudado.

Capto el doble sentido y enarco una ceja.

—Un poco, sí.

—¿Solo un poco? —Entrecierra los ojos y me encojo de hombros.

—No hace falta ser tan sinceros.

Vuelve a acercar su rostro, solo unos milímetros nos separan, tan solo un poco más. El crujir de las hojas en el exterior me alerta y giro mi rostro con brusquedad al tiempo que empujo a Eiden, haciendo que se tambalee un poco. Lo observo avergonzada.

—Creo que ya debes irte. —Apenas logro susurrar entre respiraciones temblorosas, tratando de no trabarme.

—También lo creo. —Me sonríe, divertido.

Dant ingresa a la tienda y nos observa con confusión. Estoy feliz de que solo sea él y no estemos en peligro, no obstante, tampoco es tan agradable su interrupción.

—¿Qué hace él aquí? —cuestiona, señalando a Eiden con un dedo.

—Ah... Él... —Vamos, piensa.

—La estaba ayudando. —Se apresura a decir Eiden. Retengo un suspiro de alivio.

—¿Ayudando? —Frunce el ceño—. ¿En qué?

Mi cerebro sigue sin señal.

—Con la colchoneta.

¡Joder, Eiden! ¡Tu cerebro está peor que el mío!

Dant alza las cejas y asiente con una sonrisa maligna formándose en su rostro.

—Ya veo. —Asiente y me observa—. Espero te hayan ayudado bien.

El calor sube por mis mejillas, y lo peor es que quedo muda. Eiden se aclara la garganta, rascándose el cuello con incomodidad.

—¿Tú... la buscabas?

Seh, quería saber si no quería más comida, ya que yo ya no quiero el mío. —Eleva la lata en su mano—. Pero... —Lleva su mirada de Eiden a mí—, veo que ya hasta el postre te comiste, Clarecita.

Casi me atraganto con mi propia saliva. Me guiña un ojo con complicidad y da media vuelta para salir de la tienda, siempre con su tonta sonrisa de ''Los cacheeee''.

—La concha de la lora. —Resoplo, dejando salir todo el aire de mis pulmones. Eiden ríe al escucharme decir eso y lo fulmino con la mirada—. Ya vete tú también.

—Estás toda roja. —Vuelve a reír.

—¿Sí? Pues tú también lo estarás por los puñetazos que te daré. —Le muestro mi puño cerrado y alza las manos en son de paz.

Ningún beso cambiará mi lado rompe culos.

—Por eso digo que ya me voy. —Se relame los labios, aún sonriendo—. Buenas noches, Clarecita.

—Buenas noches, zopenco.

Giro los ojos al escucharlo reír de nuevo.

¿Qué acaba de pasar?

Me siento sobre la colchoneta, cansada por las millones de emociones por las que pasé en un día. Sonrío y me muerdo el labio inferior.

Tan solo puedo recordar lo sucedido. Lo bien que se sintió. Y es una total locura que haya pasado, no estoy para esas cosas en este instante. Pero, aún así, no me arrepiento.

***

Ahí está.

Es inmenso. Una obra admirada por varios en el mundo por la historia con la que cuenta y por lo que simboliza para este país.

Intento ver la punta de la gran construcción, esta apenas se logra distinguir por la oscuridad que cada vez es mayor, apunto la linterna hacia arriba y entrecierro los ojos para ver mejor. El viento hace que cierre los ojos por el choque del aire fresco contra ellos.

Horas, solo son horas para llegar y la emoción ya es palpable. La frontera, luego de mucho, por fin podremos llegar a ella y, así también, llegar al final de este viaje, que estoy segura dará inicio a otro más.

Cuento con sentimientos encontrados. Las manos me tiemblan por el frio, pero además también por los nervios. Las aprieto, intentando controlar la enorme ansiedad que siento.

—¿Emocionada? —inquiere Eiden, sonriente.

—¿Tanto se nota? —Río con nerviosismo y me estrujo las manos—. En cualquier momento comenzaré a reír como una loca.

—Aguántate un poco más.

Asiento y lo observo de reojo. Su mandíbula se marca por la sonrisa que lleva. Debe de estar igual, aunque intente mantenerse tranquilo se nota que también está emocionado.

Dant intenta subirse a una parte alta de un costado del lugar por donde vamos, esta es de cemento. Desde aquí se ve lo resbaladiza que está junto con esos musgos, pero aún así él lo intenta y, por supuesto, cae.

—¡Carajo! —Con ayuda de sus manos logra incorporarse—. No debí hacer eso.

—No, no debiste. —Río y él me saca la lengua.

Con lentitud, una mano se posa sobre la mía, lo observo y, efectivamente, es la de Eiden. Me sonríe con dulzura mientras enreda nuestros dedos. Estos últimos días ha aprovechado cada momento que podía para hacerme reír por cualquier tontería, hablar conmigo, e incluso, robarme besos. Besos no tan robados ya que se los correspondía con gusto.

—Dant podría vernos —susurro.

—Solo hago que dejes de estrujarlas —dice, refiriéndose a mis manos.

—Estoy nerviosa, por eso lo hago.

—Y yo también. —Realiza un puchero con su labio inferior que me hace soltar una risita—. Deja que este inocente te tome de la manito.

—Ya estás grande, bebito.

—¿Entonces por qué me llamas así?

Maravillosa jugada.

—Porque... pues... —Resoplo—. Suéltame y ya.

—Llorona.

—¿Cómo me llamaste?

—Dije...

—Shh, silencio, Romeo.

Dant alza un dedo para callarlo, y reiría por lo perplejo que queda el chico a mi lado, así como también me sonrojaría por lo vergonzoso que resulta que haya escuchado nuestra, no tan, discusión. Sin embargo, el ceño fruncido de mi amigo me alerta.

—¿Qué?

—Shh.

—¿Escuchaste algo?

—Shh. —Mueve el dedo para que este quede en mi dirección y así pedirme silencio—. Creo que...

Una rama cruje al ser aplastada. Llevo mis ojos hacia todas partes en busca del responsable, me giro y logro ver la silueta de alguien.

¿Quién...?

Una cabellera, de la que no distingo su color debido a la oscuridad, se agita en el aire.

¿Grace?

Emoción crece en mi interior al ver esa posibilidad. Doy pasos apresurados para llegar hasta allí, haciendo que mi mano se aleje de la de Eiden. Él me toma del hombro para detenerme.

—Clare, ¿qué haces?

—Ahí. —Señalo el lugar exacto en donde vi la figura, la cual ya no está. Frunzo el entrecejo—. Vi a alguien. Es Grace.

—¿Qué?

—Vi una figura. Es Grace. —Sonrío e intento ir, pero nuevamente me detiene.

—¿Cómo sabes que es ella?

—No lo sé, pero debo averiguarlo —digo con desesperación.

—No, no sabes si es ella —insiste, tomándome por los hombros para retenerme.

—¿Y qué tal si sí es? —Intento soltarme de su agarre, impaciente.

—No lo sabes.

Quiero verla, quiero ver si es ella, quiero volver a tener a Grace conmigo.

—Clare, escucha a...

No termina. Dant no termina de hablar y eso me confunde.

Observo hacia su dirección y lo veo tambalearse.

—¿Dant? —Reprimo un grito al ver cómo su cuerpo cae de lleno sobre el césped, hasta puedo escuchar el impacto de su cabeza contra el suelo—. ¡Dant!

Doy pasos apresurados hacia él con la intención de ayudarlo, pero un mareo me impide continuar, este hace que el suelo se mueva. Percibo un pequeño pinchazo en algún lugar de mi cuerpo, no reconozco cuál, es demasiado confuso. En un momento todo está bien y al otro todo vuelve a sacudirse. Aún así intento ir hacia mi amigo.

Una figura distorsionada aparece en mi campo de visión, justo detrás de Dant. Entrecierro los ojos, intentando distinguir de quién se trata. Y solo estoy segura de una cosa.

No es Grace.

Me tambaleo, mi cuerpo se siente pesado, pero al mismo tiempo, ligero. Giro mi rostro hacia mi izquierda, en donde se encuentra Eiden, agitado, intentando liberarse de otra figura que parece retenerlo, impidiendo que llegue hasta mí. Hasta creo escuchar ecos de los que parecen ser gritos.

Quiero correr, pero no puedo.

Quiero gritar, pero no puedo.

Quiero socorrer a Dant, pero no puedo.

Hay frio combinado con una gran debilidad, estos se esparcen, haciéndome estremecer. Escucho un zumbido desagradable, agito mi cabeza para deshacerme de él, pero solo logro perder todo mi equilibrio.

Un grito desgarrador llamándome. Golpes. Y caigo rendida.

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