
19
"Apoyo".
El fino objeto de metal, el cual sostiene la tienda, no cede ante mi autoridad. Se encuentra muy bien enterrado, y yo no tengo idea de cómo es la manera correcta de sacarlo. A simple vista luce como una tarea sencilla de realizar, pero ya estoy en esto hace diez minutos y no logro nada.
Suelto el objeto, me levanto y lo observo, retadora.
—Te me sales de ahí o te entro a puñetazos —advierto. Pero por supuesto que el objeto inanimado no responde ni reacciona ante mis fuertes y feroces amenazas. Gruño y, colocándome nuevamente en cuclillas, lo vuelvo a intentar.
Escucho cómo alguien bufa a mis espaldas.
—Deja eso.
Observo sobre mi hombro al dueño de tan molestosa voz. Eiden me observa desde lo alto con los brazos cruzados, analizando cada uno de mis movimientos. Aprieto la quijada y vuelvo a girarme.
—Yo puedo.
Se nota a leguas que no puedo.
—Te harás daño —advierte.
Giro los ojos.
—No, no lo haré —espeto, ya muy fastidiada.
—Te lo estoy diciendo por tu bien.
—Y yo te he dicho que sí puedo. —Tomo con mayor fuerza el fino metal y, al intentar estirarlo de nuevo, la curvatura sobresaliente incrusta en mi piel, provocando así un corte en mi palma que a mi percepción es profunda—. ¡Carajo! —Con mi otra mano sujeto mi mano mutilada.
—¿Qué sucede? —Me levanto y giro sobre mis pies para que logre ver lo sucedido. Eiden abre mucho los ojos, horrorizado.
—No te quedes ahí, ¡haz algo! —vocifero, alarmada. Tarda unos segundos en dejar de ver la sangre que se desliza por el dorso de mi mano.
—Sí, sí. —Parpadea repetidamente, desorientado—. Emm, no te muevas. —Da pasos hacia atrás para comenzar a alejarse.
—¡¿A dónde nueces iría?!
Permanezco sosteniendo mi mano en lo que espero a que él vuelva. Cada vez la sangre es más, no en gran cantidad, pero sí en finas líneas que no se detienen. Sacudo mi mano para así deshacerme de algo del líquido, la herida arde, por lo que dejo de hacerlo.
—¡Demonios! ¿Qué te sucede?
—Hoy decidí menstruar por la mano —ironizo hacia mi amigo—. Me corté, genio, es muy obvio.
—¿Pero estarás bien, verdad? —Grace me observa con preocupación y horror.
—Sí, tranquila. —Le sonrío.
Dant se acerca con sigilo, como temiendo de alguna enfermedad, y con un dedo presiona mi palma, buscando la herida, hasta que da con ella.
—¡Idiota! —Retiro mi mano—.¡Eso duele!
—Isi diili. —Se burla con un tono agudo—. Pues claro que te va a doler, tonta.
Le saco la lengua.
—Moriré desangrada y tú solo te burlas. —Finjo sollozar.
—Por Dios y lo más caliente que existe en este mundo, que soy yo —aclara—. No vas a morir desangrada.
—¿Cómo sabes? —Se gira y observa hacia las tiendas.
—Porque ya llegó tu salvador —responde con simpleza, señalando con un dedo al pelinegro.
Eiden llega hasta nosotros, coloca un botiquín abierto sobre un tronco y se rebusca en él.
—¿No tenías esas cosas en tu mochilita esa? —cuestiono al ya tenerlo en frente de mí y observar cómo, de la misma manera que la vez pasada, coloca un líquido en un pedazo de algodón.
—Sí, pero tengo esos de reserva para algún momento urgente, este lo llevo para pequeños casos en la mochila. —Se acerca a mí, pero alejo mi mano de él. Enarca ambas cejas—. Dame la mano —ordena. Niego con la cabeza. Gira los ojos, y está por reclamar, pero una risa lo interrumpe.
Dant comienza a reír descontroladamente, hasta el punto de realizar sonidos de cerditos, lo cual me causa gracia.
—¿Por qué ríes? —cuestiona Grace con interés.
—¿Qué no ves? —Nos señala con un dedo y suelta otra pequeña risa—. Le pidió su mano. —Grace frunce el ceño sin entender—. Se van a casar —aclara y vuelve a reír.
Grace abre mucho los ojos, entendiendo al fin el motivo de las risas del chico, y también ríe.
—Dios. —Resoplo—. No se cómo logro soportarte, Dant.
—Pues porque seré el que les dé la bendición. —Ríe un poco más, luego para, se acerca, y con una de sus manos simula darnos ''la bendición''—. Ahora puedes besar a la novia —dice con voz grave.
—¡Serás idiota!
Escucho cómo alguien ríe a mi lado.
No me jodan.
Eiden ríe abiertamente, como si realmente fuera gracioso el que todos se burlen de mí mientras me desangro.
—Oh, no. Sigan. —Tomo aire para gritar con exageración—. ¡Rían todos mientras que mi mano y yo sufrimos!
Eso solo los hace reír mucho más.
Los odio.
—Ya. —Suspira—. En serio, dame la mano, Clare.
—¡No si estos dos traidores no se largan de aquí! —vocifero, observando a Grace y Dant. Este último observa a Grace, llevándose una mano al pecho.
—Ah, con que así. —Toma a Grace del brazo—. Vámonos, Grace. No te juntes con estos... ¡recién casados! —grita y arrastra a Grace con él mientras ríen.
—¡Hoy duermes afuera, Grace!
—¡Te adoro! —responde con el mismo tono, aún riendo.
Gruño al sentir un pequeño ardor, llevo mi vista a ese lugar y es cuando veo que Eiden ha rozado levemente mi mano con el algodón.
Sin mi permiso.
Lo observo con los ojos ardientes de ira, enarcando una ceja.
—¿Qué? —Señalo la herida con mis ojos—. Tenía que llamar tu atención de alguna manera.
—¡Pero duele! —Retiro mi mano. Bufa.
—¿Entonces dejaremos la herida así hasta que tus huesos se asomen por el inmenso hoyo que tienes allí? —Abro tanto los ojos que hasta podrían salirse de sus lugares.
—¡¿Inmenso hoyo?!
—¡Dios! —Se queja—. Ni siquiera he logrado ver la herida. —Suspiro en señal de derrota, pasándole mi mano de mala gana.
Hago una mueca al sentir un ardor mayor al anterior. Eiden pasa lentamente el pedazo de algodón por la herida, deshaciéndose así de los restos de sangre, y es entonces cuando logro ver el tamaño de la herida.
Es más pequeña que mi autoestima.
—Vaya —dice, observando la herida—. Qué dolor.
—Para tu información, sí duele mucho —digo, sacándole la lengua.
—Ajá. —Sigue burlándose—. Pero tranquila, mañana amaneces viva. —Ríe.
Una pequeña sonrisa se forma en mis labios, es imposible no sonreír al recordar lo mucho que exageré mi dolor, porque sí duele, aunque no tanto.
La sonrisa de Eiden desaparece, siendo reemplazada por una línea recta y un semblante serio.
¿Es una señal? ¿Debo disculparme ahora?
—Eiden. —Él alza su mirada como señal de que me escucha, y la vuelve a bajar—. Siento lo de-
—Listo.
Quedo con las palabras atoradas en la garganta, observando cómo ahora mi mano cuenta con un vendaje.
Creo haberlo entendido, o tal vez no, la cosa es que: ¿Él acaba de interrumpir mi intento de disculpa intencionalmente?
Es más que seguro. Tan solo no entiendo el motivo. Yo en su lugar sería amable y cordial escuchando a la otra persona, y él simplemente me interrumpe en un acto de clara molestia.
Da unos pasos a mi costado, lo cual no comprendo el por qué, hasta que observo cómo se inclina y toma el objeto metálico con el cual yo estaba hace unos minutos atrás en guerra. Los músculos de su brazo se tensan en cuando realiza fuerza para intentar sacar el objeto, hasta que lo logra. Luce sencillo a simple vista, en cambio yo casi pierdo una mano.
—¿Era así de fácil? —Asiente—. Y yo hasta me corté la mano por él. —Río, pero mi risa se corta al ver sus ojos, más fríos que el hielo, posados en mí.
—Si no sabías no debiste hacer nada. —Frunzo el ceño—. No ibas a poder de todas formas.
—¿Disculpa? —Enarco una ceja—. ¿Estas insinuando que por ser una chica no soy capaz de hacerlo?
—No dije eso. —Niega con la cabeza, pasando su lengua por su labio inferior para luego observarme—. Sé que eres capaz de realizar cualquier cosa por tu propia cuenta, pero nadie llega a aprender si no se le enseña. Y hay veces en las que uno necesita de ayuda, la cual no está mal pedir. Así es como grandes genios han logrado enormes cambios en el mundo, porque supieron pedir ayuda cuando la necesitaron.
—Algunos genios no necesitaron de ayuda. —Alza las cejas.
—¿Y tú eres un genio? —Trago, removiéndome en mi sitio—. Nadie logra nada si cree saberlo todo.
¿Por qué siempre tiene las palabras correctas para aplastarme?
No pronuncio palabra, solo me limito a observarlo directo a los ojos para por lo menos, si no diré nada, mantenerme en una buena postura ante él. Se gira y comienza a alejarse con una expresión de enojo.
¿Le molestó el que no le contestara? ¿Debí hacerlo?
De haberlo hecho habría dicho que tiene razón, que debí de haber aceptado su ayuda. Pero el darle la razón sería un poco doloroso para mi orgullo.
Giro los ojos y decido dirigirme también hacia mis pertenencias.
—Eh, deja eso —advierte una voz detrás de mí, giro mi cabeza y veo a Dant acercándose a mí a paso apurado. Señala con un dedo mi mochila, es así como sé a qué viene esto.
—No he quedado sin manos. —Él hace caso omiso a mis palabras y toma la mochila para luego ofrecérmela. Voy a tomarla con la mano sana, pero la aleja de mí.
—¡¿Qué no entiendes?! —Arrugo el rostro sin comprender. Suelta un largo suspiro, como si hubiese corrido un largo maratón y estuviera muerto de cansancio—. Estoy tratando de ayudarte. —Me observa fijamente con el entrecejo levemente fruncido—. ¡¿Por qué no me dejas ayudarte?! —vocifera.
—¿A qué te...?
Tira de mi brazo en donde se encuentra mi mano herida, me gira, haciendo así que quede de espaldas, toma de nuevo mi brazo y pasa este con suma lentitud por una de las correas de la mochila, quedando así colgando de mi hombro.
—Listo. —Sonríe, victorioso.
—¿No pudiste habérmelo dicho? —pregunto, girándome hacia él—. Habría sido más fácil.
—Nop. —Se encoge de hombros—. Ahora pásame tu otro brazo. —Bufo, pero aún así hago lo que me pide, porque sé que no dejará de molestar si no lo hago.
Nos dirigimos hacia Grace, en donde Eiden se encuentra ayudándola con nuestra tienda. Literalmente la tienda y la bolsa de dormir, al ya no contar con aire en su interior, quedan totalmente desnutridos, y comprendo cómo fue tan sencillo para Eiden tenerlos en su mochila sin ninguna dificultad junto con sus demás pertenencias. Cabe destacar que en la mochila del chico cabríamos todos. Hasta podríamos realizar una fiesta ya que la mochila es enorme.
Una vez estando todo listo, nos observamos los unos a los otros.
—¿Realmente iremos?
La voz de Dant al formular la pregunta retumba en mi cerebro por un momento, dejándome en un trance en el que aprecio miles de posibilidades, cientos de acciones, unas en las que podría salir todo mal, y otras en las que logramos conseguir una solución a una parte de esto.
Solo imploro por un poco de luz entre las miles de cenizas en las que intentamos arrastrarnos.
—Sí, mi buen amigo. —Le sonrío, por un lado para hacerlo sentir bien a él, y por otro lado para sentir un poco de seguridad en mi sistema—. Iremos.
***
El brillo del fuego se refleja en nuestros rostros. La pequeña brisa con la que cuenta la noche provoca que algunas hojas cuenten con un movimiento tranquilo y pacífico.
Ya ha anochecido. Las estrellas decoran lo que podría ser simplemente oscuridad con pequeños, pero millones, puntos de luz. Luego de haber caminado todo el día, estar sedienta, hambrienta y sudorosa, esos puntos logran serenarme.
Extraigo del paquete la última papa, el único paquete y lo comemos como postre. Dant me observa en ese instante.
—Yo quería el último.
Me encojo de hombros.
—Pues lo seguirás queriendo, porque ahora ya se encuentra muy cómoda aquí. —Señalo con mi dedo índice mi panza, sonriendo victoriosa.
—Grace. —Empuja un poco con el hombro a la susodicha—. Haz algo.
Grace deja a un lado el hilo de su ropa con el que estaba enredando su dedo en forma de juego y nos observa, ceñuda.
—¿Q-Qué hago? —Juega nuevamente con el hilo, esta vez con nerviosismo.
—Pues defiéndeme —aclara Dant con impaciencia.
—Oh. —Se acomoda en su lugar y me señala con un dedo—. Clare. —Arruga el ceño sin saber qué decir—. Deja en paz al chico.
El "chico" alza el rostro, triunfante.
—Ahora ella es de mi bando.
—¿Qué? —Grace abre mucho los ojos—. No, Clare, yo nunca dije eso. —Niega rápidamente con la cabeza.
Su nerviosismo por algo tan inocente, de lo cual creo que no se da cuenta, me hace soltar una risa.
—Tranquila, solo es jugando —digo, aún riendo.
—Ah. —Ríe con torpeza—. Bueno, es que... No quería molestar a nadie. —Sonríe, apenada.
—¿Cómo puedes siquiera pensar que nos molestaríamos contigo? No podríamos. —Dant pasa un brazo alrededor de sus hombros—. Eres como una clase de osito andante.
—Concuerdo.
Grace se lleva ambas manos a sus cachetes sonrojados. Nos observa, esta vez con el semblante serio.
—Pero yo los quiero a los dos, ¿sí?
—Sí, sí —asiente Dant, como si se aburriera—. Pero más a mí —susurra.
—¡Ey! —exclamo y vuelvo a reír, siendo acompañada por el castaño. La pobre se vuelve a sonrojar—. Pero cambiando de tema, ¿cuánto exactamente tardaremos en llegar a la zona ocho? —cuestiono hacia Eiden.
No responde. En lugar de eso se inclina, busca algo en su mochila, lo saca y lo desdobla un poco para luego mostrárnoslo.
—¿Ven este punto? —Todos asentimos—. Es el sitio exacto del bosque en el que nos encontramos. —Lleva su dedo índice a otro punto—. Y aquí es la zona ocho. —Volvemos a asentir—. Así que, si todo sale bien durante el transcurso y no somos tan lentos, llegaremos en aproximadamente una semana o más.
Todos abrimos la boca con asombro.
—¿Tanto?
—Vamos a pie, es lo que debieron de esperar. —Se encoge de hombros.
—¿Y a la organización? —Me observa.
—Dos o tres semanas.
Hago una mueca.
Dos o tres semanas para llegar al lugar que será nuestra salvación. Pero también dos o tres semanas con él como guía, lo cual no me agrada del todo.
Eiden guarda de nuevo el mapa en su mochila.
—¿Puedo hacerles una pregunta? —Se cruza de brazos, esperando nuestra respuesta.
—Ya la hiciste —respondo, girando los ojos. Él suelta una risa, en la cual se nota que mi comentario no le causa gracia. No es como si buscara que le provocara cosquillas en el estómago de todos modos.
—Aparte de esa —murmura, apretando la quijada.
—Claro —concede Dant, encogiéndose de hombros.
—¿Cómo inicio todo para ustedes? Me refiero a, ¿cómo reaccionaron cuando se dieron cuenta de que esta es la nueva realidad? —Lo último lo dice con una pizca de tristeza—. Yo entré en pánico, pero luego, al ver que tenía a mi hermano, que debía cuidar de él, me centré un poco más. —Traga—. Aunque al final no logré mi objetivo. —Hago una mueca al recordar cómo también ha sufrido, cómo también no ha sido nada fácil ni llevadero para él.
—Está bien, te lo pondré fácil con una pequeña historia. —Sonríe Dant, y no es cualquier sonrisa, es de esas que dibuja en su rostro las veces que dirá o hará algo estúpido/gracioso—. Iba Petronila por la vida. —Tararea un "lalalala" con una voz aguda—. Pero luego un día Petronila-
—¿Se supone que Petronila soy yo? —Se encoge de hombros.
—Seh —responde, sin darle importancia—. Bueno, entonces-
—¿Por qué ese nombre? No me favorece en lo absoluto, es horrible. —Me cruzo de brazos y Dant bufa.
—No se me ocurrió otro, doña nomegustanimiculo. —Me levanto para ir por él, este, al ver mi intención, se acurruca contra Grace como si fuese un escudo, ella ríe al ver la reacción del chico—. Bueno, bueno, ¿cuál quieres?
Vuelvo a mi lugar y lo pienso por un momento.
—Beatriz. —Sonrío—. Siempre me gustó ese nombre.
Arruga el rostro.
—Paso. Petronila está mejor.
—¿Cómo Petronila podría ser mejor que Beatriz?
—Es sexy —responde con voz sugerente, alzando y bajando las cejas.
—No tiene nada de sexy. —Vuelve a poner los ojos en blanco.
—Piensa, Clare. —Con un dedo da leves toques a su sien—. Petronila de petróleo, o sea que cuando encuentres al amor de tu vida, este se encenderá. —Hace gestos con sus manos simulando chispas—. Así que todos querrán estar contigo para prenderte. —Ruge con el fallido intento de parecer sensual. Me cubro el rostro con las manos y comienzo a reír.
—Te saliste completamente del carril —comenta Eiden.
—¡Pero los hice reír! —Alza los brazos en señal de victoria. Grace ríe y Dant aprovecha su despiste para comenzar a hacerle cosquillas. Eso logra que ría mucho más.
—¡No! ¡Aléjate! —pide mientras ríe mucho más.
Luego de un rato de reírnos como locos, Dant se aleja de la pobre chica que ya estaba por dejar de respirar de tanto reír, y continúa con su relato, esta vez dando a conocer lo que realmente sucedió y con los nombres correspondientes. Él narra el cómo se sintió en aquel momento, luego le toca a Grace, y finalmente, a mí.
—Quedé prácticamente petrificada. —Trago y me acomodo en mi sitio.
—¿Estabas sola? —indaga Eiden.
—No. —Aguardo un momento para continuar. Observo mis manos—. Mamá estaba conmigo.
Nadie se atreve a pronunciar una sola palabra.
—Clare... —dice Dant, pero me levanto de mi sitio, dirigiéndome a pasos rápidos hacia la tienda.
Carajo, ¿por qué tiene que doler tanto?
No ingreso a la tienda, en lugar de eso, la rodeo y me siento en el poco césped con el que cuenta el suelo. Estoy al límite. Tengo tantas ganas de descargar todas y cada una de mis lágrimas. Ya no quiero sentir que estoy tan perdida.
Los ojos me arden, pero no permito que el dolor salga. Me contengo.
A pesar de estar al límite sé que el derramar lágrimas no cambiará nada.
Ningún pensamiento pasa por mi mente. Es como si todo estuviera en blanco, como si no supiera en qué pensar de tantas cosas que tengo por analizar.
El silencio no dura demasiado ya que alguien se posiciona a mi lado. Lo observo de reojo.
—Ya es tarde. —Me sorprende la aspereza de mi voz, es como si hubiese estado llorando por horas, pero en realidad se trata del enorme nudo en mi garganta que no desaparece.
Es el dolor siendo retenido.
—A mí no me parece. —Se encoge de hombros—. Y si lo fuera, tú también deberías de estar descansando.
Giro mi rostro para observarlo.
—¿Qué quieres, Eiden?
No se inmuta por mi tono de voz, en lugar de eso también gira su rostro hacia mí.
—Muchas cosas. —Sonríe un momento para luego volver a estar serio—. Pero en este momento solo quiero ser una persona que está ahí cuando no dicen necesitarlo, pero que sabe lo que es querer gritar de dolor y necesitar de un abrazo, porque ese simple gesto puede salvar un poco de esa persona.
—No necesito un abrazo. —Observo hacia el frente. Hago lo posible por mantenerme indiferente, no observarlo y así no comenzar a llorar como mi sistema se encuentra suplicando.
No obstante, las palabras dichas hace un momento solo hacen que sienta una punzada de curiosidad hacia él, por lo que permanezco anclada en mi lugar, observando hacia la nada. De reojo veo cómo gira su rostro hacia el frente, pero luego vuelve a mí, por lo que decido soltar cualquier cosa.
—¿No te cansas de ser tan molesto?
—¿No te cansas de ser tan amargada?
—La verdad, no. —Me encojo de hombros, formando una pequeña sonrisa.
—Pues este molestoso te acaba de sacar una sonrisa. —Lo observo y dibuja una sonrisa enorme en su rostro, victorioso.
Me doy cuenta de ello y pretendo dejar de sonreír, pero su gran sonrisa de gran triunfador me da gracia. Río y él hace lo mismo.
De acuerdo, tal vez no sea una gran molestia. Tal vez estoy siendo yo la molestia al ser tan cortante cuando él solo se ha dedicado a ayudarnos en estos pocos días que hemos estado con él.
Me trago mi orgullo y, aprovechando este momento de silencio y estando más calmada, hago lo que según mi mente y moral es correcto.
—Gracias —susurro.
—¿Qué?
—Dije gracias. —Pronuncio más fuerte.
—No, aún no escucho nada. —Coloca una mano en su oreja en forma de broma.
—Agh, sí eres un idiota. —Giro los ojos—. Me retracto.
Ríe y luego guarda silencio.
—En este mundo no hay alternativa. —Lo observo, ceñuda—. No puedo ser de otra forma. —Suelta una corta risa.
No tengo idea de qué decir, así que permanecemos en silencio durante un momento en el que tan solo se logran escuchar algunos sonidos de animalillos y nuestras respiraciones. Eso hasta que escuchamos a alguien hablar desde la otra tienda.
—Cuando vengas, por favor, al acostarte no tires, o intenta no tirarte la misma cantidad de gases que las de anoche. —Eiden frunce el ceño al escuchar lo dicho por Dant.
—Yo no...
—¡Yo soy el que sufre al olerlas! ¡No mientas! —grita e ingresa a la tienda.
Ojalá mi mano pudiera impedir que se escuchen mis risas, pero es imposible. Eiden me observa con una expresión entre avergonzado y apenado.
—No me tiro gases. —Se intenta defender.
—Y yo te creo. —Vuelvo a reír. Él bufa y decide ignorar mis risas.
Luego de un momento dejo de molestar al "tira pedos", me incorporo y me limpio las manos por la tela del pantalón.
—Ya me iré a dormir. —Sonrío con los labios pegados.
—Sí, yo también. —Se incorpora y quedamos uno frente al otro.
—Bueno... —Divago un poco—. Hmm, buenas noches.
—Descansa. —Sonríe y comenzamos a dirigirnos a nuestras respectivas tiendas.
—¡Intenta no tirarte tantos gases! —grito e ingreso rápidamente a mi tienda mientras reprimo mis ganas por reír de nuevo.
—¡Dant, acabas de arruinar mi reputación! —Lo escucho exclamar sin alzar demasiado el tono de voz.
—¡¿Qué yo qué?! ¡Tú eres el que no controla su culo con sus malos olores!
Intentando hacer el menor ruido posible, me coloco en mi lado de la bolsa de dormir. Grace ya duerme profundamente y, aunque la luz de la luna que ingresa es poca, logro ver cómo hay un poco de baba colgando de su boca entreabierta. Me acomodo y cierro los ojos con un solo pensamiento.
Eiden se está integrando.
¿Tanto que es seguro darle la oportunidad de ser realmente parte de nosotros? Tal vez ya sé la respuesta, pero decido ignorarla por temor. Mi mente divaga hasta estancarse en el recuerdo de las sonrisas sinceras de hace tan solo unos minutos.
Hay algo que le da muchos puntos a su favor, lo cual es que nadie, durante todos estos meses de dolor, desesperación y llanto, nos había ayudado tanto. No hasta que él dio con nosotros.
Se está volviendo un apoyo y alguien en el cual puedo confiar. Eso asusta.
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¡Doble capítulo!
Sigue deslizando, pero no olvides votar UwU.
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