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7

El día tan hermoso que hubo ayer, se esfumó por completo dejando un par de nubes negras pero a la vez, había una extraña calidez que mis poros anhelaban absorber.

— ¿Seguro que no quieres acompañarme? — Adler estaba mirando televisión. Tenía que hacer un par de trámites. Como buscar los medicamentos que encargué a la farmacia la semana pasada, alguna que otra cosa en el supermercado. Sé que no es la gran cosa, pero quizás le interesaba. Cualquier oportunidad de estar al aire libre aunque sea por unos momentos estaba bien —. Sé lo mucho que te gustan los días nublados...

— Me gustas más tú — acercó su silla a mí y me agaché para darle un casto beso en los labios. Sonreí acariciando sus mejillas esperando su respuesta —. Estaré bien. Sería genial si puedes abrir las puertas del balcón para apreciar un poco la vista. — Hemos gastado un dineral, todos nuestros ahorros y más, refaccionando la casa para que sea habitable mediante las necesidades de Adler.

— Bueno. Ahí veré si compro algo para la cena. Creo que hoy podríamos salirnos un poco de la dieta. ¿Qué te parece?

— Me parece bastante bien. — Me miró sonriente.

— Nos vemos. — Le di la mano y le dio un débil apretón.

Se largó a llover en el trayecto. Sonreí al recordar las miles de veces que alguna vez, Adler y yo bailamos bajo la lluvia. Había algo en ella que nos fascinaba.

Llegué al supermercado e hice las compras para la casa. Mis hermanos aún estaban ayudándome y no puedo estar más agradecida. Ahora, estos últimos días he podido retomar la escritura. Al principio no podía escribir ni una sola palabra, miraba el computador por horas. Sudor y lágrimas de por medio, llegó un momento en el que las palabras se derramaban en mi teclado.
No sabía exactamente de qué estaba escribiendo, ni siquiera si esto podría ser un libro como tal. Pero vaya que sirvió. Fue un alivio. Ese día llegué a borrar todas las planas que llevaba. Entendí que no era un libro. Era meramente desahogo de todas las cosas que sentía y quería decir, y que no decía por miedo, o por realmente no poder hacerlo. Porque siempre debería ser fuerte, ¿qué sería de Adler si yo me arrastrara por el piso? Por un momento llegó a ser sofocante. Pensé en recurrir a un especialista, al final nunca lo hice. No en esa época de mi vida.

Pasé por la caja registradora las últimas cosas y pagué la inmensa cuenta. Ese era tema aparte. Ninguno generaba dinero, al menos el dinero suficiente. Mi familia y la de Adler se unieron para pagar entre todos lo que fue la hospitalización y medicamentos los primeros meses. Ahora vivimos de los ahorros de lo que sería el viaje de nuestras vidas. Entré al auto y apoyé mi rostro contra el volante. Estaba sola y recién venía a darme cuenta de aquello. Lloré. Lloré y lloré. A veces salgo a caminar solamente para que no me vea llorando. No es algo que se me hace fácil controlar. Cualquiera me entendería si supiera mi estabilidad emocional.

El viaje de nuestras vidas...

— ¿Y pues dónde quieres ir? — Pregunté mientras observaba cómo se vestía.

— ¿Contigo? A donde tú quieras — volvió a besarme y casi se deja a llevar otra vez... pero debía ir al trabajo —. ¿Nueva Zelanda?

— Me muero si me encuentro esas monstruosas arañas, ¿o eso era en Australia? Esas que vuelan y son muy peludas.

— Ni idea, pero por ahí — dijo — ¿Perú? ¿Costas caribeñas? No sé si tu piel aguante un par de semanas expuestas a ese nivel de sol.— Tocó mi mejilla. Eso era cierto. Soy la clienta estrella de mi dermatólogo, el señor Paris.

— Una insolación asegurada. Aunque no lo descarto del todo — hice una pausa —. Siempre podemos estar bajo una sombrilla, untados en bloqueador solar.

— ¿Y entonces qué piensas? ¿Algunos de esos lugares te llama la atención?

— ¿Sudáfrica? — Pregunté al aire. Se tumbó a mi lado, mucho más pensativo que antes.

— ¿Qué tal si ahorramos aún más y viajamos a más de un destino? — Apoyó su cabeza en su mano sonriendo emocionado — ¿Grecia? ¿Italia? — De la emoción me senté en la cama. La felicidad de sólo pensar en lo que sería dicha experiencia me había quitado el sueño de la horrible noche que pasé antes de despertar. Siempre había soñado con ir a todos esos lugares que sólo había visto en la televisión. De niña nunca tuve unas vacaciones de ese estilo. El único país que he visitado, además de este, es Canadá. Para las vacaciones de verano solíamos ir un par de días a la playa, a unas cabañas muy simples; pero honestamente, no cambiaría esas vacaciones por nada. Ni mucho menos quisiera sonar malagradecida. Éramos nosotros. Donde fuéramos, si íbamos todos juntos, sabíamos que sería un éxito y nos la pasaríamos increíble. Posteriormente supe que así sería con Adler también.

— Y Francia, España, Inglaterra y Holanda — levantó sus cejas —. Tú sólo dime dónde quieres ir e iremos. Latinoamérica... ¡Japón! Cualquier parte del mapa.

— ¿No estás bromeando cierto? Seríamos como los ancianos de esa película tan tierna. — Lo miré enternecida. Luego dijo algo que jamás podré olvidar. Porque él era inspirador incluso cuando no intentaba serlo.

— Podemos llegar a donde nuestros corazones y alma quieran — tocó con su dedo índice mi pecho y siguió hablando —. Toma el comentario como quieras. Sé que llegaremos lejos en lo nuestro. Podemos hacer tantas cosas... lo haremos. Te lo aseguro. Debemos trabajar duro para realizarlo. Pero ya nos veo embarcándonos en un avión, con sólo unos pasajes de ida.

— ¿En verdad crees eso? — Asintió sin pensarlo. Tan... esperanzador — ¡Oh por Dios! En verdad haremos esto algún día. — Lo besé y eso bastó para arreglamos para ir al trabajo con mucho más ímpetu que el día anterior. En ese entonces Adler trabajaba para una revista de turismo y hotelería. Muchas veces debía viajar los fines de semana para fotografiar los lugares más hermosos y escondidos que podías imaginar, y si tenía suerte, podía acompañarlo. Casi siempre lo hacía. A su lado y en lugares paradisiacos como a los que iba, la inspiración no era muy difícil de encontrar. A la vez, al mismo tiempo yo trabajaba para una editorial de libros infantiles. Me gustaba tanto mi trabajo.

Recuerdo todo con mucha nostalgia, porque en realidad me gustaba la vida de antes. Me había desocupado extrañamente temprano y no sabía si volver a casa era exactamente lo que quería. A veces necesito un respiro, que creo que es mucho más que necesario. Hay días en los que me siento inmersa en el océano, sin poder llegar a la superficie, por más que patalee.

Irónicamente, me dirigí al lugar que me haría pensar aún más en la situación en la que estábamos.

— Buenas tardes — Entré al centro de rehabilitación y las enfermeras de siempre me saludaron cordiales —. ¿Está Hal?

— No — una de las enfermeras contestó —. Hoy avisaron que no vendrá a terapia.

— ¿Puedo preguntar quién ha sido? — Rasqué mi nuca impaciente.

— Honestamente, no sabemos. Lo más probable es que una de sus hijas se haga cargo de él, pero en la ficha no coinciden los apellidos. Al menos que utilice el de su madre. Él es un hombre muy solitario. — Eso me consta. Y por cosas de la vida, tenía una pequeña necesidad de hacerle compañía. Como si no tuviera ya suficientes problemas y cosas que hacer. En él veía a mi abuelo, que ya está en el cielo. Él fue un gran hombre. Pienso en cómo toda su familia aparentemente le ha dado la espalda y me rompe el corazón. ¿Cómo podrían? ¿Qué tienen en la cabeza?
Aquí hay otra cosa que aprendí: el amor no siempre es tan fuerte, y no siempre es en la salud y en la enfermedad. Que no todos se quedan... como si no fuera suficiente lidiar con eso, las personas que más quieres podrían abandonarte. Es algo que no cabe en mi cabeza.

— Ah... Supongo que volveré mañana. — Suspiré a punto de caminar a la salida.

— Por otro lado, si deseas, Kiara está muy aburrida. La hemos visto hablando con usted en algunas ocasiones.

— Oh, supongo que podría hablar con ella. — Caminé al fondo y ahí estaba la adorable niña. Con dos cintas en su cabello que me hizo recordar a los peinados que mi madre practicaba en mí cuando era tan sólo un bebé.

— ¡Mía! — Sonrió al verme. Tenía una sonrisa que podría derretir a cualquiera.

— ¡Kiara! — Respondí con el mismo entusiasmo — ¿Cómo estás?

— Más o menos. Ya no puedo ver tanta televisión. — Refunfuñó arrugando su pequeña nariz.

— ¿Y por qué?

— Reprobé matemáticas — rodó sus ojos y no pude evitar soltar una pequeña risa —. Mamá dice que es muy importante que aprenda a sumar y restar, le digo que ya aprendí y, ¿me creerás que no me deja ver El Pájaro loco?

— Oh, eso sí que es malo — fingí darle la importancia que tenía para ella —. Pero tu mamá tiene razón. Yo pensaba igual que tú. Aún odio matemáticas, siempre me gustaron más las letras. Pero te aseguro que algún día se lo agradecerás.

— ¡Pero no hoy! — De pensar, volvía a enojarse. Su mirada cambió por una de felicidad, o más bien, de emoción. Parecía tramar algo y yo estaba con la intriga — ¿Mía, podrías llevarme a pasear?

— ¿Y-yo? — Respondí nerviosa. No quería decirle que no, pero sabía que eso sería imposible.

— Por favor, he estado todo el día acá. Ya terminó mi sesión y mamá no llegará en mucho tiempo más. Por fi, Por fi.

— Acaba de llover, está muy húmedo el pavimento y puedes resfriarte.

— Es solamente ir al parque, está muy cerca y estoy muy abrigada. — Bueno, eso era cierto.

— Tengo que llegar a casa pronto. Mi novio me está esperando.

— ¡Pues que venga a pasear también! — No puede, necesita de mí para venir. — Dije desanimada.

— Ah, ¿un sólo auto verdad? A mamá y papá les pasa eso.

— No es eso... Él también utiliza una silla de ruedas.

— ¿Es en serio? ¡Quiero conocerlo! — La inocencia y simpleza de un niño no pensaría de eso como un problema, mucho menos y extrañamente una pequeña en las mismas condiciones. Supuse que podría intentarlo. No perdía nada con preguntar.

— Lo lamento. No tienes autorización para hacerlo. Está estrictamente prohibido sin la autorización de sus padres. — Toda la emoción que irradiaba se apagó. Me arrodillé para quedar a su altura y poder mirarla a los ojos de manera más cómoda.

— Al menos lo intentamos. — Suspiró decepcionada.

— Lo lamento, Kiara. Prometo traerte un oso de peluche la próxima vez que te vea. — Sonrió un poco, pero por ningún motivo como antes.

— Pero — volvió a interrumpirnos la enfermera —, sí puede salir legalmente con una enfermera y ¿Qué crees? Es hora de mi almuerzo. — Kiara no daba más de la felicidad y salimos a dar una vuelta sin antes asegurarnos de que estuviera lo suficientemente abrigada. Agradecí el gesto de la chica. Las personas que trabajaban en ese lugar eran muy nobles, se notaba la sincera preocupación y dedicación en su trabajo. Siempre dispuestas a ayudar.

Kiara parecía disfrutar ver como en el cielo se formaba un leve arcoíris y compré unas palomitas que Karina, la enfermera, le daría más tarde.

— Espérenme un segundo. Es mi teléfono. — Me alejé unos pasos para mayor privacidad.

"¿Hola? ¿Mía? Soy Victoria. Estamos en el hospital. Adler no tenía muy buen aspecto. Decidimos asegurarnos de que estuviera bien. Te esperamos"

7

1 de julio, 2018

Querido Adler:
Jamás corrí como lo hice en ese momento. Excepto en el día de tu accidente. ¿No tenías muy buen aspecto? Todo podía agravarse en tu condición.
No quiero perderte. En verdad que no.
Porque sería perder una gran parte de mí misma.
Y eso era algo que muy dentro de mí, en mis pesadillas, sentía que algún día pasaría.

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