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5

Los días para él y todos, fueron una completa tortura. Sólo dormía. Y mientras estaba despierto, lloraba o gritaba hasta quedarse sin voz.
¿Podía culparlo?                                                       
Odiaba el ser en el que se había convertido. No entendía por qué le había pasado esto. Siempre pensó que era un cliché esa frase "Dios les da las batallas más difíciles a sus más grandes guerreros" Quizás esté en lo cierto.                       
Duele como no imaginas. Duele saber que no quiere estar pasando por esto, que quizás hubiese sido más fácil para Adler si él... no hubiese sobrevivido.

Sé que aún queda mucho camino por recorrer y eso es lo que en realidad me aterra. ¿Nuevas complicaciones? Siempre puede haberlas. Pero es que de eso se basa la vida, su esencia, lo incierta que es. Un día estás de maravilla y al otro estás viviendo los peores momentos de toda tu existencia, si es que llegas a poder vivirlos. Estaba dispuesta a aceptar todos los desafíos que la vida nos ponga en el camino. Aunque estuviera tan cansada, apenas respirando.

— Buenos días. — Me encontré con una imagen curiosa. Aún desde su posición en la cama, se encontraba observando por la ventana. Habían dos opciones:

Que estuviese en paz viendo cómo los árboles lentamente se movían de un lado para el otro, alguna que otra hoja cayéndose y el radiante sol, que después de muchos días, finalmente apareció.
Está matándose por dentro al pensar que no podrá correr en el pasto de nuestra casa como solía hacerlo. O en cualquier lugar. O básicamente, hacer la mayoría de las cosas.
Habíamos contratado a una chica del centro de rehabilitación con la que hablé un par de veces cuando visité el lugar. Se llama Victoria. Se veía bastante profesional y necesitábamos a alguien que supiera sobre las necesidades y cuidados de Adler. Yo más que nadie debía aprender de ella. Porque no todo el tiempo estará Victoria con nosotros y, al final del día, soy yo la persona que lo llevará a la cama, se preocupará de todo. Las primeras noches no dormí pensando en que algo podía pasarle. Sentía su respiración cada veinte minutos, no veía la hora para oficialmente despertar. Además de la gran fuerza que necesitaba para acomodarlo.

Ha pasado un mes desde su despertar, aproximadamente. No he vuelto al centro de rehabilitación y me siento algo culpable. Quiero volver, en serio. Pero con Adler en este estado ni siquiera he escrito una sola página.

Esta mañana posó sus ojos en mí, por ningún motivo como solía hacerlo, no expresaba emoción alguna.

— Hola. — Respondió seco, evadiendo cualquier respuesta de mi parte, cerrando los ojos otra vez.

— No duermas — le ordené sonando un poco más dura de lo que esperaba y abrió sus ojos lentamente —. Digo, si en verdad lo necesitas, hazlo. Pero ya es hora de despertar.

— Mía... — suspiró con una pizca de ironía — ¿Qué quieres que haga? No tengo más opción que quedarme acá — movió lentamente su cuello en forma de protesta. Es una, si es que no la única, movilidad que momentáneamente posee —. Así pasará el tiempo más rápido.

— ¿Qué dices si planeamos un paseo al campo McPhee? Sé lo mucho que adoras ese lugar. Que "Cada vez que vas, encuentras algo nuevo" — me senté a un lado, rozando su barbilla con mi pulgar —. Muy pronto llegará la silla nueva. La entrega está agendada para mañana.

— Tú sabes por qué me gustaba ir a ese lugar.

— Igualmente, podemos ir, verlo desde otro punto de vista.

— Perdió la magia, ¿no lo entiendes? — Alzó la voz, desalmado — ¿Cómo podré tomar fotografías? — Preguntó enrabiado. No conmigo, estaba enrabiado con el universo entero — ¡Responde!

— ¡No sé, Adler! — Apreté mis ojos fuerte, oprimiendo las lágrimas que luchaban por salir. ¿Qué iba a decirle? Tenía razón — En verdad, no sé qué hacer. Esto es tan nuevo para ti como para mí — Aún con los ojos cerrados, junté nuestras frentes, sellando el pacto que siempre prometimos. Estar juntos en las buenas y en las malas —. Hay otras formas de ver las cosas buenas en esta vida. No puedo decirte que podrás hacer todo lo que solías hacer, pero tú; estás acá por una razón.

— Fue suerte. Creo.

— No fue suerte. No era tu momento de morir — las palabras crudas salían por mi boca y no sabía cómo detenerlas —. Así como lo oyes, así de simple. Volviste, Adler. Es un milagro que estés acá, conmigo, en estos momentos. Iremos al parque, partiremos con algo más cercano. Vas a respirar aire fresco, ver a los pajaritos que tanto te gustaba observar, no vas a dejar que esto te prive de vivir tu vida, si aún puedes vivirla.

— Es que de esta forma no se vive, Mía — sus ojos irradiaban tristeza. Sus labios, un puchero involuntario que ha hecho cada vez que está triste desde tiempos inmemorables. Suspiró como si hubiese tomado una determinación y prosiguió —. No tengo opción, al parecer — respondió con el mentón agachado. Con la ayuda de Victoria logramos salir al mediodía, cuando las temperaturas ya habían subido un poco. Aún no estaba de ánimos, y dudo que lo esté el día de hoy. Ha tenido días peores, en los que yo sólo quería salir corriendo. También tenía días en los que lloraba y necesitaba de mí en todo momento. Hay días que habla mucho, que te hacen pensar que su esencia está ahí, intacta. Esa alegría que resplandecía incluso en la habitación más oscura que sólo él podía tener, y la gratitud que llevaba en su corazón por todas las cosas pequeñas.

Llegamos al parque y en silencio disfrutamos de la paz que había un domingo por la mañana. Sin tráfico, sin preocupaciones en el momento. Casi logrando que mi esperanza vuelva a crecer.

— ¿Cómo estas, Adler? — Pregunté sacando una bufanda de mi bolso y enrollándola alrededor de su cuello.

—  ¿Quieres la versión bonita o realista? — Le di una sola mirada que captó en un segundo y siguió hablando —. Me duele todo, tengo ganas de comer una hamburguesa y estoy siguiendo un estricto régimen de mierda que no puedo romper.

— Amor, es sólo por un par de semanas. Luego podrás incorporar algunas comidas en cierta medida. Tienes que volver a entrenar tu intestino.

— La discapacidad es para siempre. — Sí. Sí que lo era. Por primera vez, no podría rebatir cada palabra que él decía. Y eso me mataba. Porque las cosas jamás serían como antes aunque rezara día y noche por ello.  

Una vez que por fin estábamos en casa otra vez, corrí (escapé) al centro de rehabilitación. Adler volvió a dormir, Alyssa vendrá a visitarlo y Victoria cubriría sus necesidades básicas cuando despertara.

Esta vez Hal sí estaba. Se veía un tanto amargo, pero no como otras veces. Dudé en acercarme pero ya me había localizado. Caminé hacia él lentamente y me senté en la silla a su lado. Esa silla que siempre estaba vacía.

— Hola, Hal.

— Mira lo que trajo la marea, Mía. Ya te estabas demorando. — Usualmente pensarías que ese fue un comentario amistoso, pero no lo fue.

— ¿Qué has hecho hoy? — Inmediatamente deseé no haber preguntado porque sabía que una respuesta cortante o hiriente me esperaría.

—  No mucho, fíjate — me miró indiferente —. Oh, cierto. Fui a andar en bicicleta, luego fui a correr por la hermosa playa. Deberías hacerlo.

— ¿No tienes una esposa? ¿Hijos? — Pregunté abruptamente. Una pregunta que salió de mi boca sin antes ser analizada — Digo, por algo estás acá. No llegas por tu cuenta. — Mis palabras sonaban tan crudas otra vez y me sentí muy triste.

— ¿Por qué no vas a preocuparte de tu novio? ¿Cómo está él? — Evadió completamente la pregunta, y mucho más malhumorado.

— Él está durmiendo, depresivo. Y con justa razón. Será muy difícil volver a la realidad en la que Adler ya no es el chico aventurero.

— Una lástima. En serio. Pues, ve a verlo.  — Comenzó a llamar a una enfermera para que lo cambiara de sitio y me desesperé.

—  ¿Dije algo malo? Puedes contarme, Hal. Estoy aquí para brindarte compañía. — Avanzó con su silla unos pocos metros y apretó un botón para verme frente a frente de nuevo.

— No necesito tu compañía y eso es lo que te cuesta entender — masculló. Estaba tan enojado, sentía que no estaba siendo justo conmigo —. Tampoco necesito la de mi ex esposa, mis hijos y mis nietos que no tienen ni una pizca de interés en este viejo de mierda que no puede cuidarlos. — Sus ojos desorbitados se calmaron levemente, intercambiando emociones, ahora yo era la exaltada. Creo finalmente entender su malhumor, su rechazo. Era un hombre tan solitario. Me dolía el corazón, no sólo por su historia, también uno de mis tantos defectos es no poder ser fuerte cuando alguien me levanta la voz. Batallé contra las lágrimas, pero pude volver a dirigirle la palabra.

— Lo siento mucho, señor Parker. De verdad. Per-

— Te dije exactamente que no quería tu lástima, chica. Por favor, ve donde tu novio. Necesita más apoyo que yo. — Siguió avanzando a la otra habitación.

— Señor Parker, usted lo necesita tanto como él. — Exclamé a punto de que desapareciera por la puerta. Aún sin irse, detuvo la silla un momento. Sin dar una vuelta atrás, me dejó sola en la sala.

Me devolví a casa y la tarde se nubló por completo.
Si algo a Adler le gustaba, eso era la lluvia. A mí me gustaba de vez en cuando. Me gusta la calidez y felicidad del sol. Él era todo lo contrario. Abrí las cortinas de la habitación esperando que la idea le sentara bien y no dijo una sola palabra.

— Gracias. — Cerró sus ojos contemplando el bello y relajante sonido de las gotas contra la acera. Tomé su mano y por primera vez en mucho tiempo, éramos una pareja de enamorados escuchando la lluvia.

5

24 de junio, 2018

Querido Adler:
No negaré que estoy asustada. Asustada de que nunca puedas volver a encontrar la felicidad. Sé que ha de ser mucho más difícil desde tus propios zapatos, pero hasta a mí me es difícil buscar o implorar las cosas buenas en estos momentos. Me encantaría crear la pócima de la felicidad. ¿Pero qué gracia tendría la vida si todo fuera perfecto? Nosotros los humanos buscaríamos la forma de fregarla y mandar nuestra vida al carajo, claro.
Porque el destino no sería tan incierto y la vida plena se transformaría en plana.

En un momento dijiste que el campo McPhee perdió la magia.

También sentía, poco a poco, que iba perdiendo la vida.

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