38
No, ya he pasado por mucho. Podía soportar ciertas adversidades, cosas puntuales. Pero no podría soportar estas oportunidades que el mismo destino, (desgraciado destino) me presentaba.
¡Cómo iría! Sólo yo sé donde están esos papeles. Nadie, ni siquiera Adler, lograría saber en qué parte están. Los guardé de esa forma porque eran importantes y no debían estropearse. Pero en este momento ser precavida me ha jugado una mala pasada.
Caminaba por toda la casa, sin poder dormir, con una taza de té y calcetines rotos que aún no tiraba a la basura, aterrorizada, sin coraje para afrontar la inminente acción que debía realizar:
Debía volver a verlo. Por primera vez, no podría salir corriendo ni evitarlo. Para colmo, lo más probable es que deba verla a ella también.
Ver cómo esa casa ha cambiado, ver cómo las fotos de nuestras travesías probablemente habían sido reemplazadas por nuevos momentos para el recuerdo. Estar en un lugar que había sido mi, nuestro, hogar; por tantos años. Sí, ese lugar que ya no reconozco. Ese lugar que ya no me da calor ni abrigo alguno.
Mis manos temblaban con tan sólo pensar en el momento en el que no podría evitar su mirada.
Me obligué a tomar desayuno a pesar de casi vomitarlo antes de partir hacia donde él estaba.
Luego recordé, aunque no fuera lo correcto, que tengo una llave por ahí, guardada entre mis cosas. ¿Por qué no la arrojé? No sé. Pero la tengo, y sé que en dos horas él estará haciendo su rutina, como todos los jueves.
Fue una pésima idea, pero en mi mente parecía ser brillante. Él no estaría allí, no habría problema, ni un encuentro entre ambos, lo que para mí era primordial.
También es cierto que estaría irrumpiendo en propiedad privada, pero a quién voy a engañar. Esa era mi casa también. Si hubiese querido, podría haberlos echado del lugar, armar una escena y vivir insatisfecha en ese lugar por el resto de mis días. Digo insatisfecha, porque nunca volvería a ser lo que era. Con esa vibra y olor a galletas recién horneadas. Mi colección de velas que Adler encontraría inútil en un principio, y luego elegiría una esencia cada noche a la hora de la cena. Preferí ser la mejor persona y darle todas las comodidades a otra con discapacidades. También preferí escapar de cualquier cosa que me recordara a él, por eso dos horas después, tiemblo al subirme al auto y sentir todos esos sentimientos que dejé en esa casa devuelta.
Estaba tan impaciente por llegar, que manejé más rápido de lo usual, quería que todo fuera rápido, salir de esto lo antes posible sin dejar rastro de haber estado ahí.
En el frontis de la casa no estaba la camioneta del centro que Victoria solía manejar para acarrear a Adler a sus rutinas, por ende, ya se habían ido.
Cuidadosamente abrí la puerta. Miré para ambos lados antes de entrar y aguanté la respiración como si mi vida dependiera de aquello. Era tonto porque estaba sola, o eso creía.
Caminé por el pasillo principal, ese que solía estar plagado de fotos nuestras y me extrañó, más bien me estrujó el corazón, ver que aún seguían ahí, intactas.
¿No estaban tan felices juntos? Ni siquiera han tenido la decencia de sacar las fotografías.
Nunca logramos hacer viajes muy grandes, sólo dentro del país, pero eso fue más que suficiente para tener miles de anécdotas que juraríamos contarle a nuestros hijos. Por mi lado, un par de veces estuve a punto de hacer rondas de prensa por mis libros en europa, pero nunca las concreté debido a la falta de apoyo de mi editorial. Pero eso no era lo que importaba en estos momentos. Debía encontrar los míseros papeles. En eso doy un salto al sentir una voz no muy lejos de acá. Luego sentí el chirrido de sus ruedas y sentí una cronología de mi vida ante mis ojos en menos de un segundo.
— Sal de esta casa ahora o llamaré a la policía — seguramente pensaba que se trataba de un ladrón. Noté el pánico en su voz y la impotencia de no poder hacer más que eso. Quería hablar pero de los nervios, no podía emitir un sonido — Oye Siri, llama al-
— Soy yo. — Sólo eso bastó para que permaneciera en completo silencio. Tapé mi boca con ambas manos. Reconoció mi voz en un segundo. Sentí el sonido de sus ruedas cada vez más cerca y a medida que eso sucedía, mi corazón estaba a punto de estallar.
— Mía — dijo en completo estado de shock. Su aspecto era extraño. Muy roñoso, apenas vestía esa camiseta que rogué por años que botara a la basura por lo desteñida que estaba —. No esperaba verte acá...
— He venido a buscar unos papeles para la editorial, pensé que estarías en terapia. — Me aguanté el impulso de preguntar por qué no estaba en el centro en estos momentos.
— No he querido ir hoy, no he tenido ganas de hacer mucho. Hasta que llegaste. — Sus palabras eran como un verdadero puñal en mi espalda, porque no podían ser más traicioneras al hacerme sentir tantas cosas cuando no debería.
— Buscaré los papeles y me largo de acá, no te preocupes. Perdón por entrar sin permiso, dejaré mi llave acá antes de irme. — Rápidamente caminé hacia lo que solía ser nuestra habitación e inmediatamente me siguió.
— No eres una molestia, es más, no sabes lo mucho que he soñado con volver a verte —seguía hiriéndome con lo que él pensaba que eran palabras asertivas, seguramente en plan de recuperarme — ¿Cómo has estado? — Por primera vez me detuve, tomando mi tiempo para darme vuelta y verlo.
— Como la mierda. — Me di media vuelta y seguí buscando entre carpetas de documentos. Qué buena manera de empezar una conversación entre personas civilizadas.
— Yo tampoco he estado en mi mejor momento. — Quería responder que no me interesaba en lo más mínimo, que no le pregunté, pero eso era lo que quería saber hace ya bastante tiempo. Quería saber cada detalle de cómo eran sus días, como solía ser.
— ¿Ah sí? — Reí sarcástica —. ¿Cómo? Si se te ha visto de maravilla.
— No es fácil no estar contigo.
— Pero sí que lo fue reemplazarme, ¿no? — Intentaba disimular el temblor en mis manos producto del nerviosismo que estoy sintiendo. De ese valor que no sabía que tenía dentro de mí— ¿Qué pensabas? ¿Que lo aceptaría y estaría siempre contigo?
— Fue un grave error, eso lo tengo claro. — Hablaba como si sus palabras pudieran mejorar la situación, y a medida que más lo hacía, todo estaba peor.
— ¡Un grave error que sigues cometiendo! — A este punto no sé si reía por indiferencia o algo de dolor asomándose lentamente por mis poros, pero claro estaba que aún seguía haciéndome daño, cosa que parecía imposible.
— Tengo miedo, Mía.
— ¿Miedo de qué?
— De quedarme solo. — Acercó su silla lentamente hacia mí e inmediatamente retrocedí unos cuantos pasos.
— Ese miedo no lo conocía en ti... — miré mis zapatos intentando evitarlo a toda costa. Se suponía que nada de esto debería estar pasando. Él debía estar en el centro de rehabilitación, yo en cualquier lugar menos aquí, eso era seguro — ¿Sabes que es lo peor?
— ¿Qué? — Respondió tímido.
— Esa inseguridad jamás se habría asomado por tu cabeza si no hubieras hecho lo que hiciste.
—¡Pero lo hice! — Alzó la voz agobiado. Al verme a los ojos emblandeció su expresión — Créeme, no hay día en el que no me arrepienta, he sido un idiota, lo sé. Siempre fui feliz a tu lado, no había necesidad.
— Y si eras tan feliz a mi lado, y no había necesidad, ¿por qué lo hiciste? — Mi voz se quebró al hacer la última pregunta y me odiaba en estos momentos por ser tan sensible. En realidad necesitaba esa respuesta, y este era el momento, algo dentro de mí, decía que probablemente no haya otra oportunidad para hablar sobre esto, o quizás... para hablar.
— No lo sé, Mía. Me sentí solo, supongo. Sé que tú no hiciste nada más que literalmente dar la vida por mí, yo fui un egoísta y no me importó. Trabajabas muchas horas y Victoria siempre estuvo conmigo...
— Otra vez estás culpándome — ahora la tristeza se había transformado en rabia y cada vez más me urgía salir de esa casa lo más pronto posible. Agarré mi cabeza con ambas manos intentando calmarme pero poco a poco todo se tornaba borroso —. ¡No es mi culpa que tú no pudieras contra tus impulsos y tus putas hormonas!
— Te necesitaba — a este punto sí estaba llorando, sin sentir una pizca de lástima por él. Ahora yo era la que caminaba hacia Adler, llena de coraje, despecho. Creía que jamás sentiría algo peor que esto. Después la vida me daría unas cuantas lecciones sobre lo equivocada que estaba.
— Me necesitabas a mí, no a ella — comencé a caminar por el lugar en busca de el escondite en el cual solía guardar las cosas importantes. Tiraba todo a mi paso en busca de los papeles, luego accidentalmente rompí algo que a su vez, rompió mi corazón —. Mierda, no. No, oh no. — Me arrodillé intentando recoger los pedazos de vidrio y accidentalmente me corté de una manera brutal.
— Está bien, no te preocupes.
— Es tu fotografía — lloré con mucha tristeza. Era la fotografía que Adler alguna vez tomó en la secundaria, era mi favorita, la más bella de todas. El Golden Gate durante el amanecer. Nos escapamos de casa cuando nuestros padres dormían y caminamos por toda la ciudad. Me encantaba, porque además de ser bellísima, me traía siempre muy buenos recuerdos. Tiempo después pintamos el marco de la foto de una manera muy especial, al óleo, terminamos haciendo una guerra de pintura y posteriormente una de besos. Quería aferrarme al pasado, a los tiempos felices, y ver que hasta eso estaba destrozado, fue un golpe duro —. No puedo creerlo.
— No es nada, de verdad. No le ha pasado nada a la foto.
— ¿No es nada? Eso era muy importante para mí. — Derrotada, sollocé sin vergüenza alguna. Estaba de rodillas, sangrando, sin ánimos de más. Avanzó lentamente en su silla y se posicionó frente a mí, acortando la casi nula distancia entre nosotros. Presioné mis ojos con fuerza, negándome a verlo.
— Lo lamento. Todo. — Dijo en un susurro después de unos minutos, acercándose aún más si eso era posible. Nuestras respiraciones entremezcladas... Sólo Dios sabía lo mucho que había anhelado esto, pero esta vez, se siente muy diferente.
— Me traicionaste, Adler. Cuando yo no hice nada más que amarte — abrí los ojos y posé mi mano encima de la suya —. No es justo. No es justo haberme entregado de la manera en que lo hice. Jamás esperé nada a cambio, y cómo quisiera que las cosas fueran como antes. Tú y yo juntos... como siempre.
— Aún puede ser posible. Aún podemos ser los de antes.
— ¿No te das cuenta? Esto cambia las cosas, para siempre. Jamás volveremos a ser los de antes.
— Mía, no digas eso, por favor. — Apreté su mano una última vez y la solté sacando fuerzas de algún pequeño espacio en mi interior. Nuestras narices se rozaban y no era un sueño.
— Me traicionaste... jamás podré olvidarlo. — Saqué de mi bolsillo las llaves de la casa y el sonido metálico de estas, una vez que las arrojé al piso, se hizo presente en toda la habitación. Tomé mis carpetas y me digné a salir del lugar. Sin antes dar una media vuelta y llevar conmigo la fotografía que para mí inspiraba paz y tranquilidad.
Creo, creía que aquí había terminado todo, esta vez de verdad. No más peleas, no más falsas explicaciones, no más imágenes mentales que afectaban mi estabilidad antes de dormir.
No más Adler Cox. Esta vez, en serio.
Eso me aterraba, porque por mucho tiempo en mi vida él fue todo lo que alguna vez conocí. Pero ahora mismo, con valentía quería tomar las riendas de mi vida, aunque resultara en un completo desastre. Porque él siguió estando con ella, y yo seguí esperando que volviera, pero jamás lo hizo.
Todo fue tan rápido e intenso, sentía que todo daba vueltas y lo más probable es que en estos momentos tenga una alza de presión. Nada que no me haya pasado antes, eso se lo puedo agradecer a mi abuela, la gran herencia familiar. Dejé entre mis dientes una pastilla y me di cuenta que hoy había olvidado mi botella de agua en la cocina junto a la nevera. Busqué la cafetería o simplemente un mercado cercano, y tres cuadras más al centro me encontré con una linda cafetería. Por el gran letrero en la entrada, recién había inaugurado hace un par de días, así que decidí darle una oportunidad y pedí un café con un trozo de brownie. Si Sally hubiese estado conmigo en este momento, me hubiera dicho que no hay pena, ni malestar; que una copa de helado con un brownie y un buen café, no pudieran solucionar. Y es verdad, mi estado de ánimo mejoró ligeramente cuando comencé a comer. O quizás era la falsa felicidad del momento, y una vez que volviera a casa, sería lo mismo de todos los días.
Era penoso ver a una chica con los ojos hinchados de tanto llorar; sentada, más que claro era que estaba sola, engullendo un menú para dos.
Minutos más tarde, pude notar que tan sola no estaría.
— No puedo creerlo, ¡Mía!
Holaaaaaaaa, ¿quién crees que es la persona que ha visto a Mía?
Wow, ella realmente ha dicho "basta de rodeos" Dame razones de por qué hiciste esto.
Duele, claro que sí. Pero estoy orgullosa de ella, ¡está floreciendo!
Mía es más que una vida en conjunto, por más que le duela a ella, a Adler; y a mí. JAJA.
Espero que les haya gustado este capítulo, pronto se viene el siguiente.
Les pido lo mismo de siempre, si les gustó, comenten y dejen su voto.
Graciaaaaas <3 <3 <3
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