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Desaparecí sin más del centro de rehabilitación camino al hospital.

Alyssa ya había visto a su hijo. Estaba desecha. En sus manos llevaba un rosario que sostenía como si su vida dependiera de ello. Creí leer su mente, sabía que necesitaba contención. Por lo que la abracé por un buen tiempo hasta que noté que su respiración volvía a un ritmo adecuado.

— Ve a verlo — acarició mi espalda dándome ánimo —, le hará bien escucharte —. Caminé con miedo a la recepción para notificar y pedir el ingreso a su habitación. Los mismos rostros de lástima me recordaban a la perfección. Esperé paciente y entré a verlo.

Se veía profundamente dormido, tal como un día domingo, yo intentaría cualquier cosa para poder despertarlo. Tiraría de sus pies, le haría cosquillas. Lo único que conseguía era que sus brazos me atraparan y viéramos una película de Leonardo Dicaprio toda la mañana sin cortes ni objeción, porque siempre conseguía lo que quería, sabía lo débil que era ante sus ojos y esa sonrisa despampanante.
A la vez, su aspecto no se parecía en nada al de un día domingo. Su cuerpo estaba amoratado de pies a cabeza, lleno de vendas tapando los cortes y quemaduras que ayer observé unos segundos y que permanecerán en mi cabeza para siempre. Lo notaba aún más débil que ayer.                                                
Me senté a su lado intentando armarme de valor para hablarle. Él sabría que estaba a su lado, sentiría mi tacto, mi energía. No podría mostrarme triste ante él. Se supone que debería alentarlo a despertar. No sabía cómo lograría proyectar eso.

— Buenas tardes, Adler — mi voz se quebró al decir su nombre, intentaba ser fuerte. De verdad lo intentaba —. Soy yo, Mía. No voy a negar que las últimas veinticuatro horas han sido las horas más difíciles de toda mi existencia. Pero verte, estar contigo, es un privilegio en estos momentos. No hay lugar en el que quisiera estar más que a tu lado. Los doctores han cuidado muy bien de ti y han hecho un muy buen trabajo. El doctor Brown me ha dicho que converse, cuente anécdotas vividas para que quieras recordar y despertar — tomé su mano delicadamente y la besé —. Hoy te hablaré del día en el que verdaderamente lograste llamar mi atención. Sé que sabes a cual historia me refiero.
Estábamos en la escuela, tú llevabas tu cámara y yo mi libreta. Me salvaste el pellejo. Una de esas miles de veces.

Me desperté por los gritos de mis hermanos peleando por conseguir el baño. Odiaba ir a la escuela los días jueves. Todos los jueves se estrenaba un capítulo de mi reality favorito, Parental Control. Ese en el que los padres deciden la cita de sus hijos. MTV en su máxima expresión y no podría verlo por ir a una estúpida clase de ciencias naturales. Una vez que Sally me dio el honor de entrar al baño comencé a husmear sus revistas que olvidó la noche anterior cuando se depiló el bozo cuyos vellos jamás he podido notar. Según ella las chicas grandes lo hacían. Por lo que obviamente ella también debía hacerlo. Me despedí de un beso de mamá y papá ya había partido al trabajo media hora antes de mi propio despertar. La maldita clase duró una eternidad, la mitad de esta la pasé jugando al Tic Tac Toe con Zoe y escribiendo metas que cumpliría de aquí a fin de año. Tenía sólo quince años, estaba llena de sueños y metas a corto plazo que sabía con exactitud que cumpliría.      
El receso me cupo como anillo al dedo, Corrí a mi casillero para buscar mi infaltable sándwich de mantequilla de maní y mi libro de pensamientos e ideas para cuentos. Mi sueño era ser una escritora de cuentos para niños y novelas románticas de esas que pides a gritos que realicen una continuación. Es por eso que dedicaba gran parte de mi tiempo a escribir y leer.  

Unos chicos se empeñaban en hacerme la vida imposible, luego entendí que esa era la torpe táctica de uno de ellos para acercarse a mí. No eran cosas tan malas las que me hacían, pero lo que realmente me molestó fue cuando arrebataron mi agenda con mis más profundos sueños y obras que a tan corta edad, ya había escrito. Ahí llegaste tú. Como un superhéroe.                                        

— ¡Por favor, devuélveme mi libro! — Llevaba intentando recuperar el cuaderno por ya un largo tiempo e incluso habían comenzado a hojearlo y a leerlo en voz alta, mis ojos rebalsados en lagrimas de humillación.

— Eres un pesado, Max — ante mis ojos estaba Adler, el compañero de clase de Sally —. Déjala en paz. No te ha hecho nada. — El gesto fue lindo. Agradecí la intención, pero el chico insistió en seguir. Luego pensó en una respuesta inteligente, ahí fue cuando supe que en realidad él era un niño bastante interesante para su edad. Comenzó a sacarle fotos, obviamente Adler formaba parte del anuario escolar e iba para todos lados con su pequeña cámara que sus padres le habían regalado en su último cumpleaños. Entonces, bastante extrañado, el chico se detuvo, aún sin devolverme el libro.

— No puedes tomar fotos de mí sin mi consentimiento. — Respondió más que furioso apretando sus puños, temía que esto no terminaría bien.

Y tú no puedes leer su diario sin su consentimiento. Así no es como lograrás tener su atención, por si eso es lo que intentas.Procuró mantenerse sereno mientras el bravucón sacaba humo por las orejas. Adler siempre demostró ser algo más que un simple adolescente. Max levantó el primer puño y Adler no demoró en devolvérselo en gracia. Terminamos en detención solamente los dos, ese chico obtuvo lo que quiso una vez más. Pero no podía estar más agradecida. Hablamos todo el tiempo que estuvimos juntos durante el castigo. Para alguien de su edad, por alguna extraña razón, era una aberración hablar con alguien de mi grado. Éramos aún muy inmaduros. No podía dirigirle la palabra a Sally en los pasillos de la escuela a menos que fuera una emergencia o sin que ella demostrara nulo interés en mis palabras. Pero eso a él no le importó en lo absoluto. En estos momentos hablábamos a la par y compartíamos los mismos intereses.

Hablamos de lo mucho que amábamos la escritura y la fotografía, los obstáculos que desde ya la sociedad nos imponía si decidíamos hacer de eso, nuestras vidas.

— Arreglaste el día, como solo tú sabías hacerlo — toqué su rostro como si de la más fina porcelana se tratase. Tenía un color que sobrepasaba la palidez, el tono era cada vez más amarillo —. No creo que tengas idea, pero tú fuiste el causante de mi interés en escribir cursis historias de amor. — Quién diría que ese momento involuntariamente comenzó a escribir la nuestra.

Pasé gran parte del día a su lado pero no había caso. Ni un movimiento, algún estímulo o espasmo que nos hiciera entender que él estaba presente. Por eso decidí alejarme un momento. Hasta mañana al menos. Sólo así podría descansar verdaderamente. Alyssa pasó unas cuantas horas a su lado también. Su aspecto era horrible, el de todos en realidad. Jamás pensé que se podría envejecer tanto en dos días. Le conversó de sus primeras navidades, su inexplicable reacción de asombro al enterarse que Papá Noel había devorado todas las galletas que él le había dejado en la mesita del televisor la noche anterior. Para qué hablar de cuando el conejo de pascua mordió la zanahoria y dejó un estrecho camino con ella. También de lo mucho que lloró al soltar accidentalmente el globo con helio que con mucho esfuerzo había comprado encontrando monedas entre los cojines de los sillones de cuero.
Llegué al único lugar que se me ocurrió. Broderick Street, el lugar de la infancia, o de la sitcom Full house para los desentendidos. El lugar tenía un encanto, nadie podía negarlo. Por un momento me transporté a mi niñez. Miles de veces jugué a la pinta y a las escondidas aquí. Venía con Ashton, mi hermano, todo el tiempo. Sally estaba muy ocupada siendo popular en la escuela. Él por otro lado, no se avergonzaba de que lo vieran conmigo. Es más, nunca fue tema de conversación. Ahora ya adulta, entendí que lo hacía sólo por mí, caminar por acá me refiero. Siempre prefirió jugar videojuegos. Ahora es el creador de uno de los videojuegos más vendidos del último tiempo.
Tomé una foto con la cámara instantánea que había olvidado en mi bolso de la última salida que hice. Fue uno de los regalos que Adler me dio para la navidad pasada. Era rosada y extrañamente grandiosa. Siempre ha querido que me sumerja en el mundo de la fotografía. Cada vez le respondí que estaba muy preocupada y ocupada con mis libros. Pegué la por ahora oscura lámina en mi cuaderno y comencé:                                     

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15 de mayo, 2018

Hoy no vi muchos avances, o más bien no vi lo que se ve en las películas. No hiciste una mueca, o abriste los ojos. Apenas te movías al respirar. Si algo podía hacerme sentir mejor era que te demostrabas muy sereno. Según Alyssa, recuperaste algo de color en el rostro y tus labios carnosos estaban levemente más rojos que ayer. No creo que en estos momentos sientas dolor. Hablamos, hablé, de aquella vez cuando lograste que ese estúpido niño dejara de molestarme, lo mucho que cuchicheamos en detención. Lindos recuerdos, unos pocos de los muchos que tenemos. Tenemos tanta historia... tanta historia que no terminará hoy. No nos rendiremos, ni ahora, ni nunca. Si eso es lo que en algún momento piensas. No dudes, tu familia no te dejará caer.

































































Hola:) Lo decidí y desde la próxima semana subiré un capítulo todos los lunes. Por favor vota y comenta lo que te está pareciendo. Muchas gracias.

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