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10

— ¡Tio Adler! — La pequeña hija de Ashton se lanzó a sus brazos y él la elevó por los aires.

— ¡Rosie! — Besó su mejilla y ella no daba más de la felicidad — ¿Cómo estás chiquita?

— Hey, tu tía sanguínea que te quiere mucho también está aquí, ¿sabes? — Interrumpí la escena fingiendo estar dolida. Rápidamente se lanzó a mis brazos.

— Hola, Mía.

— Hola, mocosa. — Besé su mejilla repetidas veces, ella soltó un pequeño grito de disgusto y una vez que la solté, limpió inmediatamente su mejilla. Eso es ser tía en su máxima expresión. La vi algo arrepentida por el "gesto tan descorazonado" y me dio un corto beso en la mejilla para después salir corriendo por el pasillo.

— Niños — carcajeó acercándose a mí —. Lo que es yo, jamás podría rechazar un beso tuyo. — Me tomó por la cintura y depositó un beso en mis labios.

— ¡Ew qué asco! — Sentí a mi espalda sonidos de arcadas y abucheos. Me di media vuelta y ahí estaba Rose otra vez, con la diferencia que ahora Martin la acompañaba.

— Uy, sí — Adler me inclinó hacia el piso — ¿Les gusta esto? — Comenzó a dejar besos extremadamente ruidosos por mi rostro — ¿Qué opinan de esto? — Me besó sonriendo y luego acarició mis brazos rápidamente causando que los niños se fueran corriendo.

— ¡Asquerosos! — Gritó Martin antes de desaparecer. O más bien, "Asquedosos", él estaba muy resfriado. Adler al ver que los niños abandonaron la sala, me besó de verdad. Nos separamos y lo tomé de las mejillas buscando sus ojos.

— Cómo quiero a esos niños. — Sonrió.

— Créeme que es mutuo — respondí —. Ellos te adoran. Se ve que al parecer tienes cierto encanto con los niños.

— ¿Tú crees? — Alzó sus cejas cuestionando lo que había dicho.

— Sí — dije —, eso es muy atractivo. — Revoloteé su cabello y se acercó más a mí, volviéndose serio.

— ¿Algún día te gustaría tener hijos? — Preguntó atento a cada movimiento que hice.

— Claro que sí. Siento que a eso en gran parte venimos al mundo. Ahora, bueno. Las ganas están. Sólo me falta encontrar al padre... — bajé la voz y me agarró divertido.

— Claro. Porque tú quieres que el soldado del invierno sea el padre de tus hijos, no tu novio de la secundaria.

— Jamás dije eso — carcajeé —. Aunque, ahora que lo pienso; ¿cómo le digo a mis óvulos que ese hombre no los va a fecundar? — reí aún más fuerte al verlo serio, más bien algo celoso, de broma — ¿Y tú, quieres tener hijos?

— Sí. Me proyecto en un futuro teniendo hijos, un lindo matrimonio. Eso si una supermodelo quiere, claro. — Carraspeó su garganta indiferente

— Claro que quiero tener hijos contigo. — Toqué mi cabello y lo moví con aires de grandeza.

— ¿Si quieres? — Ahora me miraba aún más serio. Como si no esperara mis palabras.

— Sí quiero. Soy de esas chicas, ¿sabes? De esas que planean su boda. De las que sueñan con este momento a muy temprana edad — de su parte hubo un raro silencio. Quise morir del miedo, de los nervios. Porque eso no es algo de lo que hablo todos los días. Mucho menos con el posible esposo en potencia. Aún somos unos niños, pero no descarto la posibilidad de que él sea el indicado. Es más, creo que lo he sabido por un tiempo. ¿Se sentirá de la misma manera? —. Perdón. No he querido espantarte. Todo a su tiempo y si algún día el destino quiere, y cuando estemos preparados, sucederá. — Me observaba serio y rezaba que un terremoto azotara la ciudad con tal de detenerlo.

— ¿Me has pedido perdón? — Preguntó — Así será. Porque ambos lo queremos. — Tomó mi mentón y besó mis labios con suma delicadeza. Supongo que algún día lo lograremos.
Quién diría que nuestro amor sólo podría crecer sin límites. Que podría quererlo aún más con el pasar del tiempo. Y que sentiríamos el mismo amor (o más) desde el primer beso que nos dimos.
— Ve, tranquila — Alyssa aseguró mientras alimentaba a su hijo. Lolly comía las migajas que caían de su regazo. Victoria había pedido el día libre. Era sólo ella y yo... y Adler —. Estaremos bien, ¿cuánto podrías demorar en una pequeña reunión de trabajo?

— Supongo que no más de una hora. — Sonreí ansiosa.

— El trabajo es muy importante también — añadió —. Estaremos bien, tesoro.

— Gracias, Alyssa — sonreí caminando hacia ellos —. Cualquier cosa no duden en llamarme. Disfruta el almuerzo que tu madre hizo con mucho amor. — Me di cuenta que otra vez me estaba refiriendo a Adler como si se tratase de un niño. Es algo que él reprochaba a menudo, y yo, siempre lo negaba. Ahora recién vengo a caer en lo que hace ya un tiempo me ha dicho.

— Sí, Mía — dijo —. También me dormiré antes de las nueve, no te preocupes.

— Muy bien — sonreí avergonzada —. Nos vemos, lindo. — Tomé mis cosas y partí a la repentina reunión de trabajo.

Estaba nerviosa. No necesariamente porque tenía un presentimiento maligno. Si algo he aprendido, es que siempre hay que afrontar y observar las cosas con optimismo. Quizás quieren hablar conmigo, referirse a lo sucedido. Porque no, en todo este tiempo, no me han dirigido ni una sola palabra. Ningún mensaje de apoyo, quizás desean reivindicarse, más vale tarde que nunca.

Manejé con cautela por el estacionamiento del edificio. Hacía tiempo que no venía a la editorial. ¿La verdad? Se ve igual. No ha cambiado nada.

Algunos colegas me saludaban atentos, otros alegres. Apenas mencionaron el accidente, y si lo hacían, respetaban nuestra privacidad. Lo cual agradecí demasiado. Me faltan ánimos para recordar dicho oscuro momento.

— ¡Mía Hart! Qué alegría nos da verte — mi jefe me abrazó cálido o forzado, mejor dicho, para mí fue algo incómodo, pero aprecio el intento — ¿Cómo has estado?

— Pues, he estado mejor, señor Banks — respondí directa pero cordial. Quería remarcar lo que he estado viviendo los últimos meses —. Pero aquí estamos, cada día mejor, sobreviviendo.

— Eso nos da mucha tranquilidad — si estabas tan preocupado hubieses llamado, eso es lo que haría un jefe común y corriente. Un jefe decente —. Hemos solicitado tu visita porque queremos discutir la petición que nos hiciste un par de meses atrás — Elton Banks hablaba en plural, cuando él era la única persona en la oficina hablando conmigo —. Si mal no recuerdo en la carta que mandaste solicitaste aplazar la fecha de entrega del libro infantil. ¿Estoy en lo correcto?

— Sí. Sí lo está — carraspeé mi garganta —. Podrá entender que los cuidados de un parapléjico consumen gran parte del día. Es algo a lo que estoy completamente dedicada. Sigo escribiendo, pero no con el mismo ritmo que solía escribir. Todavía está en mis planes cumplir con el contrato y publicar un libro lo antes posible, pero con exactitud y honestidad, sé que no podré entregarlo antes de fin de año — su rostro cambió. Ya, le dije. Ahora no era momento de callar. Debía hacerle entender que nada pasaría, que de todas formas lo entregaría en un futuro cercano —. No significa que postergaré la entrega todo un año, pero sí necesito algo de flexibilidad para poder ser autentica con mi trabajo y entregar lo mejor para los niños, que es lo más importante.

— Sabemos lo difícil que ha de ser vivir con esa carga, pero lamento decir que su propuesta ha sido denegada. Necesitamos publicar cierta cantidad de obras al año y tú, Mía Hart — hizo un énfasis en mi nombre —, eres de las escritoras más codiciadas y prestigiosas de la editorial. No podemos dejar de contar con tu trabajo este año. Lo que quería decir realmente, es que la entrega del libro deberá ser sin excepciones, un mes antes de la fecha estipulada. Inscribiremos su obra a los premios literarios, por lo que es esencial que comiences a trabajar y tomes en cuenta el gran trabajo que tienes, que muchos escritores desearían estar en tu posición.

— Está bromeando, ¿cierto? — Sonreí suspirando. Sintiendo algo de alivio — ¿Qué? ¿No está bromeando?

— Me gustaría decir que es una broma, pero no. Contamos contigo, Mía. Nunca nos has fallado. Que esta no sea la primera vez.

— Me está pidiendo algo que es muy probable que no pueda cumplir. Tenga algo de piedad, todos saben lo mucho que me apasiona mi trabajo. ¿Qué importan unos tontos premios? Lo que importa es la calidad de mi escritura, que los niños disfruten y tengan enseñanzas para la vida.

— ¿Y qué pasa con nuestra imagen? Ya hemos registrado la fecha. — Una parte de mí quería llorar. Otra quería golpearlo, y otra quería dejar de existir. Estos no son momentos financieros en los que puedo derrochar y regodear. Necesitamos ese dinero para vivir. En otra situación, hubiese renunciado y no les daría un mísero centavo más a costa de mi esfuerzo y dedicación

— Usted es un desalmado. Si pudiera por un minuto estar en mis zapatos, entendería la descabellada petición que me está haciendo.

— ¿Vas a renunciar? — Preguntó — ¿Qué vas a hacer al respecto?

— Créame que dadas las circunstancias, los malos tratos; lo haría en un segundo. Pero agradezca que por mi desgracia, seguiré haciendo de su editorial, una empresa literaria relevante, únicamente porque tengo una vida que financiar. — Me marché sin decir una sola palabra más.

Jamás me había sentido tan pisoteada y denigrada, tuve que tragarme el orgullo para que, al final del día, podamos vivir a gusto, con los requerimientos que sí o sí, debemos costear.

Llegué a casa a dormir, ni siquiera comí la deliciosa cena que Alyssa había dejado en el horno. Sólo escribí en mi cuaderno de notas, básicamente groserías, cosas para desahogarme.





10

28 de julio, 2018

Querido Adler:
Hoy tuve un mal día y espero que eso no afecte tu estado de ánimo. Las cosas se están poniendo difíciles. O más bien, pareciera que nos las están poniendo difíciles.
Prometo esforzarme, terminar ese libro. Ganaremos buen dinero por él y luego podré mandar a todos al infierno. Si bien, siempre me he sentido cómoda en mi lugar de trabajo, ahora entiendo cómo son las cosas: Antes solía dedicarme a escribir. Nada más que eso. Por eso jamás tuve problemas con el señor Banks. Ahora tengo muchas más preocupaciones y prioridades respecto a tu cuidado y básicamente cosas de la vida. Todo estará bien, eventualmente. Más tarde que temprano. Eso es mejor que nunca.

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