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La sala era un espectáculo de opulencia. Las paredes estaban adornadas con intrincados detalles dorados, candelabros de cristal colgaban del techo, proyectando destellos como pequeños arcoíris en el mármol impecable del suelo. Los arreglos florales, compuestos de orquídeas y rosas, emanaban un aroma dulce que se mezclaba con el leve olor a champagne y comida gourmet que los camareros llevaban en bandejas plateadas. Todo gritaba lujo, perfección, y un peso invisible que Soobin llevaba como un traje hecho a medida.
Y hablando de trajes, él mismo era la imagen de la perfección. Vestía un elegante conjunto negro con detalles dorados que acentúan su postura impecable. Su cabello cuidadosamente peinado, y sus zapatos relucían con cada paso. Pero, aunque por fuera todo en él parecía ideal, dentro sentía una presión creciente, como si el aire en esa habitación estuviera contaminado con expectativas imposibles.
A su lado, su hermanita Lia, vestida como una pequeña princesa con un vestido de tul color marfil y detalles dorados, apretaba su mano con fuerza. Sus ojos brillaban de emoción mientras miraba alrededor con asombro infantil.
—Mamá, parece una película —susurró Lia, mirando los candelabros y las mesas impecablemente decoradas. Siempre se emociona por la belleza, aún cuando ya ha visitado diversos lugares así.
Soobin sonrió con suavidad, inclinándose hacia ella. —Que bonito, ¿No?
Es lo único que tiene ese lugar, belleza.
Mientras caminan juntos por la sala, saludan a conocidos y familiares. Soobin se inclinaba levemente, mostrando una sonrisa perfectamente ensayada, dando apretones de manos. A algunos los recuerda y a otros finge hacerlo por la imagen.
—Oh, Soobin, ¡qué mayor y elegante estás! —dijo una mujer de mediana edad con un vestido rojo brillante, llevándose una mano al pecho con admiración exagerada.
—Gracias, señora Kim, es un placer verla nuevamente —respondió con una cortesía tan automática que casi ni la sintió.
Con cada saludo, con cada palabra amable, el nudo en su estómago se hacía más grande. Todo parecía superficial, vacío, como si estuviera actuando un papel que nunca había querido interpretar.
En medio de la habitación, su madre charla animadamente con un grupo de mujeres vestidas con elegancia. Soobin, que estaba cerca, escuchó sin querer cuando una de ellas preguntó:
—¿Y qué hay de tu esposo? Hace tiempo que no lo vemos.
—Oh, está tan ocupado como siempre, entre el quirófano y el laboratorio. Ya saben cómo es, un hombre dedicado —la respuesta de su madre llegó con una naturalidad escalofriante.
Dedicado... Esa palabra resonó en su mente. Su padre es dedicado, sí, pero no a ellos. Es un hombre ausente, distante, como una sombra que sólo pasa por sus vidas de vez en cuando.
—Soobin está siguiendo los mismos pasos de su padre —añadió su madre, con orgullo en la voz.
—Que emoción.
—Dios lo bendiga.
—Ojalá mi hijo fuese así.
—Me alegro por ti.
—¿Sabes? Tengo una hija un año menor y...
Soobin no siguió escuchando y retrocedió. Su cuerpo tiembla. ¿Será como su padre? ¿Es eso lo único que quieren de él? Aunque para empezar, ¿cómo es su padre?
Lia, sintiendo la tensión en su hermano, le tiró suavemente de la mano.
—Oppa, ¿podemos salir?
Él asintió de inmediato, aliviado por tener una excusa para escapar de ese ambiente sofocante. Tomándola de la mano la guío hacia afuera, sin darse cuenta que la mirada de la pequeña se posó un largo rato en la mesa de dulce que no había tocado ni por un bocado.
Salieron al jardín, donde el aire fresco de la noche los envolvió. Las estrellas brillan tímidamente entre las nubes, y el silencio sólo es interrumpido por el suave murmullo de la fiesta en el interior. Se sentaron juntos en un banco de hierro forjado.
—Extraño a papá —dijo Lia de repente, mirando al cielo con una expresión melancólica.
Soobin la miró, y algo en su pecho se apretó. —Yo también —respondió en voz baja.
Por un momento, se sintieron como dos niños abandonados, huérfanos en un mundo que no parecía tener lugar para ellos. Que irónico, lo tienen todo.
—¿Cuándo volverá? —preguntó ella con inocencia.
—No lo sé —admitió, desviando la mirada.
Lia lo miró fijamente, como buscando respuestas en él. A la única persona que puede aferrarse y confiar ciegamente es en su hermano mayor. Es el único a quien puede creerle y por ello, necesita respuestas. —¿Papá nos quiere?
Soobin tragó saliva. Esa pregunta es un golpe directo a algo que siempre había tratado de ignorar. Lia tiene diez años, está empezando a entender y comprender su entorno. No será una niña ingenua por siempre y poco a poco, como él, se irá dando cuenta de la verdad.
—Tampoco lo sé... —murmuró.
El silencio que siguió fue pesado, lleno de cosas que ninguno de los dos supo cómo expresar. Lia se acurrucó contra su costado, y él la rodeó con un brazo, buscando consolarla aunque él mismo necesitara consuelo.
Es una linda jaula. Una jaula de cristal que le impide ser libre y escapar.
—¿Probó un dulce? —le preguntó con inocencia a su hermano mayor.
Asintió ligeramente —El brownie.
—¿Y a qué sabía?
—Mm... —se lo pensó ligeramente —A mucho, mucho chocolate.
—Suena delicioso —se lo lamentó.
—Puedo tomar uno para ti a escondidas.
Negó con su cabeza ligeramente —Madre se va a enterar y se va a enfadar.
—Yo te cubro.
Ella volvió a negar. —Cuando me pese se va a dar cuenta.
Es sofocante. La vida que les tocó a los Choi es sofocante al punto de hacerlos sentir peor que a un mendigo. Tener el dinero para poder comer todo lo que quiera pero no comer nada. Y tener el dinero para hacer de todo y no poder hacer nada.
Así son ambos hermanos. Es la vida que les tocó.
Soobin sabe lo que tiene que hacer, desde hace años lo sabe, no es algo nuevo. Pero seguir e igualar a su padre parece tan difícil e inalcanzable. Como si viviera en el polo norte y una tormentosa lluvia le impidiera verlo. Su padre es quien hace esa lluvia.
A veces le extraña y a veces... Le teme mucho más que a su madre.
El festival deportivo comenzó con una apertura majestuosa a cargo de la orquesta escolar.
Bajo un cielo despejado, la música llenó el aire, arrancando con un vibrante solo de Taehyun en el centro del escenario, su violín resonando con una perfección que hechizó a todos los presentes. Su postura segura y elegante captura miradas, mientras los camarógrafos enfocan especialmente en él, asegurándose de no perder ni un detalle de su interpretación. Detrás de él, Kai acompaña al piano, contribuyendo con una melodía suave y conmovedora que complementa a la perfección el protagonismo de su compañero junto a demás compañeros.
Luego, el rubio como un regalo que no prometió, si no prometió su madre, realizó un solo. Como un delicado y hermoso ángel inalcanzable, etereo que descendió al mundo para que se deleiten de su belleza por breves minutos.
Cuando terminó su solo, el aplauso fue ensordecedor, y entre la multitud se destaca su madre, una mujer hermosa y con una presencia imponente, quien no oculta su orgullo mientras sonríe desde la primera fila.
Con el ánimo elevado y las emociones a flor de piel, el festival dió inicio oficialmente con el tan esperado partido de baloncesto. La cancha se rodea de estudiantes que gritan y vitorean con entusiasmo, ondeando banderas de sus equipos favoritos. En el centro de la acción esta Yeonjun, moviéndose con una audacia y confianza inigualables. Su cabello rosado, brillante bajo la luz del sol, parecía flotar con cada movimiento mientras esquiva a sus oponentes con una agilidad impresionante.
Soobin, como organizador principal, supervisa desde un costado, atento a todos los detalles, asegurándose de que el evento transcurriera sin problemas. Sin embargo, no pudo evitar que su mirada se desviara hacia Yeonjun, quien domina la cancha con una destreza que lo hace destacar entre todos. El sudor que corre por la frente del pelirosa lumina su piel.
Ese tonto, esa misma mañana se metió al equipo de Básquet y para su suerte estaban impar. Solo por eso le aceptó, no porque se haya visto lindo al rogarle con ojitos adorables y brillantes.
Y ahora, por breves momentos, Soobin olvida su papel como organizador. Sus ojos siguen cada movimiento de Yeonjun, fascinado por cómo su energía y presencia llenan todo el espacio. El público también parece notarlo, pues los gritos y aplausos aumentan cada vez que el pelirosa anotaba o hacía una jugada destacada. Soobin respiró hondo, tratando de recuperar el control de sus pensamientos, pero no podía negar que ese rebelde brilla con una intensidad que es imposible ignorar.
El silbato final resonó, y el equipo de Yeonjun celebró su victoria con gritos y abrazos. El azabache no pudo evitar sonreír al verlo tan feliz, incluso desde la distancia.
De pronto, Taehyun apareció a su lado acompañado por su madre. Con una sonrisa suave pero firme, Taeyeon se dirigió a Soobin.
—Soobin, confío en que puedes cuidar de mi hijo por un rato. Tengo asuntos que atender y Taehyun no quiere irse. Cuídalo bien, ¿de acuerdo? —dijo con un tono que no admitía discusión.
Soobin asintió con seriedad, aunque la petición lo tomó por sorpresa.
—Por supuesto, señora Taeyeon. Puede confiar en mí.
Ella le dedicó una última mirada llena de confianza antes de marcharse. Apenas se fue, Taehyun suspiró y aflojó el lazo rojo que apretaba su cuello con evidente incomodidad.
—¿Estás bien? —preguntó Soobin, notando el gesto.
—Estoy bien —respondió sin mirarlo, aunque su tono delata lo contrario.
—Tu cuello está rojo —insistió, observándolo con preocupación.
—Es solo la tela. Es un poco incómoda —admitió el rubio, tratando de restarle importancia.
—Eso te está causando alergia —señaló Soobin, frunciendo el ceño.
—Tranquilo, no es la primera vez —dijo con un tono que intentó ser casual, pero que al más alto le pareció alarmante.
—Eso es lo que me preocupa. ¿Trajiste tu uniforme? —preguntó.
Taehyun negó con la cabeza.
—Tengo uno en mi casillero. Te quedará un poco flojo, pero te servirá.
El rostro del más bajo se iluminó con un agradecimiento sincero.
—¿En serio? Por favor.
Aprovechando que no lo necesitaban en ese momento, Soobin lo llevó al baño de hombres, donde buscó entre los casilleros hasta encontrar el suyo. Justo cuando sacaba el uniforme de repuesto para entregárselo a su primo, la puerta se abrió, y la voz de Beomgyu resonó en el espacio.
—¿Tae? Pensé que dijiste que te irías.
Beomgyu entró acompañado de Yeonjun, quien parecía agotado y completamente sudado tras el partido. Taehyun, al ver a su novio, se ruborizó y se dirigió a él con dulzura.
—Me quedé —explico con emoción —¿Qué te pareció mi presentación? —preguntó con timidez. Esperando un halago.
Gyu sonrió con amor y ternura, mirándolo como si fuera lo único en el mundo que importara.
—Fue hermoso y perfecto, como tú —respondió, acariciando con delicadeza los cabellos rubios del mas bajo.
La conexión entre ambos es evidente. Soobin lo notó de inmediato, y aunque sintió una punzada de incomodidad, se quedó en silencio. Pero cuando miró a Yeonjun, algo más lo perturbó.
El pelirosa observa a la parejita con una expresión de añoranza y melancolía. Aunque más específicamente su mirada parece clavada en Taehyun, como si fuera algo precioso e inalcanzable. Había tristeza en sus ojos, una tristeza que Soobin no había visto antes o tal vez, que no había notado hasta ahora.
Soobin tensó los dientes, sintiéndose incómodo y confuso. Hoy encontró algo más en Yeonjun que no entiende, pero que lo hace sentir extraño. Como si quemara de furia su corazón y quisiera hacerlo explotar. Está molesto, ¿Por qué? ¿Qué es ese sentimiento? ¿Por qué mira a TaeTae así?
¿Por qué trata tan bien a TaeTae?
¿Por qué le pone ese apodo estúpido?
¿Por qué... simplemente porque le importa tanto?
Tensó los dientes y se tragó todas sus palabras.
El bullicio del festival llena el aire con risas, música y el sonido de pasos apresurados. Soobin, sin embargo, parece ajeno a todo. Está atrapado en un constante cálculo de responsabilidades: verificar que los equipos estuvieran en su lugar, coordinar a los voluntarios y asegurarse de que cada detalle funcionara como debe. Mientras el mundo a su alrededor parece vibrar con alegría, él no hace más que tensar los labios y seguir adelante.
Cuando Yeonjun se quedó mirando a Taehyun y Beomgyu, Soobin decidió cortar la situación de raíz. Había tomado el brazo a su primo y lo apartó con firmeza, dejando a los otros dos envueltos en confusión. Beomgyu pareció molesto, pero no le dio importancia.
—Debes tener cuidado, Tae. Tu madre no está, y aquí hay demasiados ojos curiosos. Fans y paparazzi no dudarán en aprovechar cualquier error para arruinarte —le había advertido.
Taehyun asintió con desgano, jugueteando con el lazo de su cuello. —Estaré bien —respondió, aunque sus palabras no transmitían ni un ápice de seguridad.
Con esa breve conversación, Soobin volvió a perderse en sus labores, asegurándose de que todo siguiera funcionando como un reloj. Tae estaba sentado en las gradas solo, mirando el Festival y el cada cuánto le echa un ojo a su primo menor por si acaso.
Choi no puede permitirse disfrutar nada. Está muy ocupado.
De pronto, una figura alta y de sonrisa brillante apareció frente a él. Kai, con un vaso de jugo en la mano.
—Por favor, acéptelo, Hyung. No ha comido nada desde que empezó el festival —dijo el menor con amabilidad. Mirándole con preocupación e interés. Sus ojos mieles se ven dulces y adorables. ¿Cómo decir no a alguien tan amable?
Soobin parpadeó, sorprendido por el comentario. En efecto, ni siquiera había pensado en comer o beber algo. El cansancio apenas ahora comienza a hacerse evidente en su cuerpo. Tomó el vaso con una ligera inclinación de cabeza.
—Gracias. ¿De qué es?
—Escuché que le gusta el jugo de naranja —respondió el más joven con timidez.
Soobin asintió, genuinamente agradecido. —Oh, ¿en serio? Es cierto, gracias.
Kai lo observó por unos segundos antes de añadir con suavidad: —Espero que pueda disfrutar del festival.
—Estoy ocupado, no puedo.
—Entonces espero que no se arrepienta luego. Es un día para divertirse. Trate de ser feliz y olvidar por un momento sus obligaciones. Las personas que lo aman también son felices cuando descansa, no solo cuando trabaja y tiene éxito.
Esas palabras calaron profundo en Soobin. Un hormigueo recorrió su piel, porque sabe que Kai tiene razón. Pero las voces en su cabeza, las que siempre lo empujan a demostrar su valía, no se apagaban. ¿Disfrutar? Eso es un lujo que no se puede permitir.
Debe hacerlo bien, debe trabajar. Debe ser agradecido con su vida y demostrar que aprovecha al máximo todo lo que tiene.
Se limitó a asentir. —Gracias por tu interés.
El menor supo que ya no debía seguir insistiendo o terminaría alejándolo. Con una triste sonrisa asintió. —Iré con mis amigos. Cualquier cosa que necesite, puede venir a mí. Recuerde que también se puede disfrutar trabajando y estudiando.
Cuando el joven extranjero desapareció entre la multitud, Soobin se quedó mirando el vaso de jugo en su mano. ¿De verdad se puede disfrutar del trabajo y el estudio? ¿O solo se disfruta el éxito final, el que llega después de tanto sacrificio y sufrimiento?
Soobin suspiró y tomó un sorbo. El jugo esta frío y dulce, un pequeño consuelo en medio de un día interminable. Pero ni siquiera esa dulzura puede apagar el remolino de pensamientos en su interior.
....
Y ahora, el caos en la cancha es evidente. Uno de los jugadores clave del equipo de fútbol, tras haberse lesionado durante el partido de tenis, no podía continuar. El juego, que ya estaba retrasado, estaba a punto de ser cancelado, y la multitud comenzó a murmurar con impaciencia.
Soobin esta en el centro del tumulto, revisando listas y nombres. ¿Quién podrá sustituir al lesionado? Debe encontrar a alguien ya. El Fútbol es lo más esperado por el público general, el deporte favorito. No se puede arruinar.
—¡Soobin! —la voz inconfundible de Yeonjun lo sacó de sus pensamientos. Giró justo a tiempo para verlo acercarse a toda prisa, con su cabello rosado desordenado.
Por un momento, se sintió estúpido al ver al joven delante de si por más segundos del debido como si babease por él. Sacudió su cabeza y rápidamente explicó —Creo que Lee Sangyeon puede jugar, hay que hablar con el y...
—Se fue, se sentía mal —respondió de inmediato el contrario cortándolo. —Te necesitamos a ti —arrojó sin rodeos.
—¿Qué? —Soobin parpadeó, confuso
—No, no puedo. Estoy a cargo de la organización del festival. Tengo mil cosas que hacer.
—No hay nadie más. Ya buscamos por todas partes. Si tú no juegas, el partido se cancela, ¿entiendes?
—Eso no es mi problema —respondió con firmeza, mirando su lista de tareas. —Hay otras prioridades.
—¿Qué prioridades? —se cruzó los brazos, exasperado. —Esto es una prioridad. El partido es el evento principal del festival. ¿Qué pasará si lo cancelamos?
Soobin suspiró, intentando mantener la compostura. —Entiendo, pero no puedo. No soy jugador de fútbol y nunca he jugado en un festival, solo en clases. Yo no sé, realmente no sé.
—Si sabes —Yeonjun dio un paso más cerca, mirándolo directamente a los ojos. —Haremos un trato. Juega, y te debo un favor. Lo que sea.
—¿Un favor? —levantó una ceja, aún escéptico. —No necesito favores, necesito que el festival funcione bien.
—Por favor. No hay nadie más, y el público ya está perdiendo la paciencia. Si el juego no empieza en los próximos minutos, este festival será un desastre y yo sé que es lo que menos quieres —lo tomó del brazo y lo agitó ligeramente, desesperado —Confío en ti, Binnie.
Binnie.
Le dijo Binnie.
Hacía tiempo no le decía Binnie.
Su corazón latió, tembló....
Soobin apretó los labios, sintiendo una ansiedad creciente. Sabía que Yeonjun tiene razón; el festival depende en gran parte del éxito del partido.
—No estoy preparado para esto —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza en un tono más débil. Yeonjun se dió cuenta como empezó a vacilar, lo está logrando.
—No necesitas estar preparado. Confía en mí, eres más que capaz —insistió, con un tono tan confiado. —Por favor, Soobin. Hazlo por el festival, por el equipo… por mí.
Las últimas palabras de Yeonjun lo hicieron titubear aún más. Miró a su alrededor, viendo a los jugadores esperando y al público murmurando con impaciencia. La presión lo envolvió como una nube, y finalmente, dejó escapar un suspiro resignado.
—Está bien, lo haré —dijo con cierto nerviosismo.
El rostro de Yeonjun se iluminó con una sonrisa de alivio. —¡Sabía que podía contar contigo! Ahora, ve a cambiarte rápido.
El Presidente Estudiantil, todavía dudando de su decisión, se dirigió al vestuario. Allí, el chico le pasó un uniforme limpio y se cambió apresuradamente. La ansiedad crece a medida que pensaba en lo que estaba por hacer, pero no había vuelta atrás.
Cuando salió, ya vestido con el uniforme del equipo, Yeonjun lo esperaba junto a los demás jugadores. Le dio una palmada en el hombro y le dedicó una sonrisa reconfortante.
—Solo sigue mi ritmo, ¿sí? —dijo el pelirosa. Como si fuese su maestro y el su estudiante. Aunque Bin se ofendió un poquito. No es el mejor jugando al fútbol pero si es mejor que Yeonjun jugando al fútbol.
Se lo demostrará. El Presidente Estudiantil tiene muchos talentos y encantos.
El público rompió en vítores mientras ambos equipos se alinearon en la cancha, listos para el juego más esperado del festival.
El silbato inicial resonó en la cancha, marcando el comienzo del juego. Soobin, vestido con el uniforme del equipo de Yeonjun, esta de pie, algo rígido y fuera de su zona de confort. Siente el peso de las miradas sobre él, cada ojo del público juzgando su desempeño. Al principio, cada movimiento suyo era precavido, sus pases tímidos y sus carreras medidas.
Sin embargo, poco a poco, el ritmo del partido comenzó a absorberlo. Recordó las veces en las que jugaba fútbol en las clases de educación física, cuando no había presiones ni responsabilidades. Con cada pase exitoso y cada carrera por el balón, empezó a soltarse.
Corriendo entre el pasto, sintió una brisa ligera en el rostro, y algo en su interior despertó. Por un momento, se permitió olvidar su rol como líder del festival y simplemente disfrutó del juego.
Yeonjun no tardó en notar la mejora del más alto. Ambos comenzaron a compenetrarse de manera natural. Cuando tenía el balón, Soobin siempre estaba en la posición correcta para recibir un pase. Y cuando Soobin lo tenía, Yeonjun sabía exactamente dónde correr para darle una opción. Es extraño y reconfortante la forma en que pudieron apoyarse del otro.
En una jugada clave, el pelirosa tomó posesión del balón y avanzó hacia el área rival. Pero el equipo contrario, decidió rodearlo. Tres jugadores lo cercaron, bloqueándole el paso, y antes de que pudiera soltar el balón, uno lo empujó con rudeza. El impacto hizo que cayera al suelo de forma aparatosa, recibiendo un duro golpe contra sus rodillas.
El árbitro pitó de inmediato: penal.
Soobin, al ver la caída, no lo pensó dos veces. Corrió hacia él con una expresión de preocupación mezclada con furia. Se arrodilló a su lado y le extendió la mano para ayudarlo a levantarse.
—¿Estás bien? —preguntó con voz seria, mientras sus ojos recorren el cuerpo de su compañero en busca de señales de lesión. La piel de sus rodillas se hirieron, diversos raspones en su piel superficiales que dejan caer un poco de sangre.
—Sí, estoy bien —respondió con una sonrisa cansada, aunque se frota el codo adolorido.
Soobin tensó los dientes, mirando al jugador que había provocado la falta con una mezcla de indignación y determinación. No iba a dejar que se saliera con la suya.
En la siguiente ronda, tomó el balón con más decisión que nunca. Avanzó con rapidez, esquivando a los defensas rivales con movimientos ágiles. Cuando llegó a la posición perfecta, no lo dudó: pateó el balón con toda su fuerza. Este voló directo hacia la portería, dejando al arquero sin oportunidad de reaccionar. El gol fue un éxito.
El público estalló en aplausos y vítores, y Soobin, a pesar de su habitual actitud seria, no pudo evitar esbozar una sonrisa. Su equipo corrió hacia él para felicitarlo, palmadas en la espalda y gritos emocionados llenaron el aire.
Finalmente, tras una hora de emociones intensas, el silbato final marcó el cierre del partido. Su equipo resultó ganador. Todos se reunieron en el centro de la cancha, abrazándose y saltando de alegría cargando la copa.
En medio de la euforia, los empujones y los saltos desordenados, Soobin y Yeonjun terminaron frente a frente. Sus pechos rozaron por breves segundos, y ambos se miraron, algo sorprendidos. Y antes de que pudieran procesarlo, el caos de la celebración los separó nuevamente.
El más alto no se dio cuenta de que su rostro se había ruborizado. Fue un instante insignificante en apariencia, pero que lo dejó con una sensación extraña en el pecho.
Mientras el equipo continuó celebrando, se permitió mirar alrededor. Había sido divertido mientras duró, y por un momento, había olvidado el estrés y las expectativas que siempre cargaba. Había sido un pequeño respiro… uno que no esperó, pero que necesitó más de lo que había creído alguna vez.
El bullicio de la celebración empezó a disiparse mientras los preparativos para la carrera de relevos llena el ambiente. Soobin, aún con el rostro levemente sudado por el esfuerzo, se acercó a Yeonjun, quien estaba sentado en una banca, frotándose sus hombros lastimado con una expresión casual, como si no fuera nada.
—Tienes que ir a la enfermería —dijo con seriedad, se ve preocupado.
—Estoy bien, de verdad. No es nada —respondió Yeonjun, levantando la mirada con una sonrisa tranquila, pero el pequeño gesto de incomodidad al mover el brazo lo delató.
Soobin no dijo nada más. En lugar de discutir, tomó la muñeca de Yeonjun con firmeza, pero con cuidado, y comenzó a caminar hacia la enfermería, arrastrándolo detrás de él.
—Oye, ¿qué haces? ¡Soobin! —protestó, tropezando ligeramente al ser jalado, al principio se rehusó pero luego, terminó dejándose llevar.
Al llegar a la enfermería, encontraron la habitación vacía. La enfermera no esta. El azabache dejó escapar un suspiro frustrado, pero no lo pensó dos veces.
—Siéntate —ordenó, señalando la camilla mientras busca en el gabinete los suministros médicos necesarios.
Yeonjun lo miró, alzando una ceja, pero obedeció sin protestar. Soobin regresó con un pequeño botiquín en las manos, sacando gasas, antiséptico y vendas. Se arrodilló frente al más bajo, quien lo observa con una mezcla de sorpresa y algo más, algo que no logra definir.
—No tienes que hacer esto —murmuró, pero su voz carecía de firmeza.
—Si no lo hago yo, nadie más lo hará —respondió, sin mirarlo, concentrado en empapar una gasa con antiséptico.
Cuando Soobin con cuidado empezó a limpiar las heridas de sus rodillas, el pelirosa inhaló suavemente, más por la cercanía que por el escozor del alcohol. Soobin, ajeno a la reacción, se enfoca en su tarea con seriedad, su ceño ligeramente fruncido.
—¿Por qué siempre tienes que hacerte el fuerte? —preguntó de repente, su voz baja pero firme.
Yeonjun parpadeó, sorprendido por la pregunta. Su corazón se estremeció.
—¿Qué?
—Te caíste muy feo. Y aun así sigues diciendo que estás bien como si no pasara nada. ¿Por qué no puedes simplemente admitir que te duele?
Se quedó en silencio por un momento, observando al Presidente Estudiantil. Había algo en su tono, una preocupación genuina que lo desarmó por completo.
—No quiero preocupar a nadie —murmuró al fin. O tal vez, simplemente es muy orgulloso como para admitir ser débil delante de los demás.
Soobin levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Yeonjun.
—Ya me preocupas —confesó en voz baja, casi como si hablara para sí mismo.
Silencio.
Los dos se quedaron mirándose, el aire entre ellos cargado de algo que ninguno de los dos supo describir. Soobin sintió algo extraño, cómo su corazón latía con fuerza, mientras que Yeonjun, sin darse cuenta, había suavizado su expresión, mostrándole una vulnerabilidad que rara vez dejaba salir.
Finalmente, el azabache rompió el contacto visual, volviendo a concentrarse en limpiar la herida. Su toque es más suave ahora, casi cuidadoso.
—Ya casi termino —dijo, su voz más baja de lo habitual.
—Gracias, Soobin —esbozó una pequeña sonrisa, su mirada fija en el chico cabizbajo frente a él.
El líder del festival no respondió de inmediato. En cambio, terminó de colocar diversas benditas en su rodilla. Listo, se puso de pie, evitando mirarlo directamente.
—Solo no vuelvas a hacerme correr detrás de ti, ¿entendido? —dijo finalmente, con un intento de dureza que no convenció a nadie.
Yeonjun rió suavemente, pero su mirada permaneció en Soobin, cálida y agradecida.
—Lo prometo.
Vio como con torpeza el más alto fue recogiendo los suministros y le dió la espalda para guardarlos. Ahora que no le ve, se permitió observar un tiempo más la esbelta espalda del Presidente Estudiantil. Es extraño, hay algo en él que lo hace sentir extrañamente tranquilo y seguro, aunque al mismo tiempo lo descolocaba.
Y sin poder evitarlo, lo recordó. Recordó que por esta misma razón, en Primaria y parte del inicio de la Secundaria, ese religioso puritano, que en ese momento era Delegado del Salón, le gustaba.
Si. A Yeonjun le gustó Soobin por algún tiempo. Un muy largo tiempo.
Y para que dejara de hacerlo, costó. Costó muchísimo.
Fue un amor que dolió hasta los huesos. Le lastimó no ser correspondido y le volvió a lastimar al ver su mirada de decepción y asco cuando decidió ser honesto con sus gustos abiertamente.
Soobin le lastimó como no tenía idea y es él quien también se encarga de curar sus heridas.
Es raro y no le gusta.
No quiere volver a sentir algo por ese tonto principito. Duele.
Duele aún más, porque Choi Taehyun fue el primero en consolarle cuando lloró por Soobin. Porque Taehyun fue el primero que le sonrió y no le miró como un bicho raro cuando le dijo la verdad sobre su orientación. Porque Taehyun le trató con la calma y dulzura que siempre había deseado recibir de otros, que deseó recibir por Soobin.
Porque... se enamoró de Taehyun, en el proceso, aún sabiendo que nunca sería correspondido, pero aceptando que está vez, este amor al menos duele menos. Y eso había creído ilusamente, hasta que le presentó a Beomgyu.
Y porque todo puede empeorar mucho más de lo que creía. No hay un límite para la mala suerte.
—¡Oppa! ¡Me vas a marear! —protestó entre risas, la pequeña Lia entre sus brazos. Sus carcajadas llenan de vida el ambiente de la fría y silenciosa sala de estar.
Con cuidado la va bajando, aún sintiendo el cansancio de su cuerpo adolorido por las caídas y empujones del partido. Es algo poco común, que ella y él estén en casa desocupados en las tardes, al mismo tiempo.
—Es tu castigo por ser demasiado adorable —respondió Soobin con una sonrisa, antes de hacerle cosquillas en las costillas.
Ambos rieron, y por un momento, todo parecía estar bien.
—¿Y cómo van tus clases de baile? —preguntó, una vez se detuvo.
—Muy bien, hoy me dieron el centro para el próximo teatro. Voy a ser la protagonista —dijo con orgullo, sus ojos brillan de emoción.
Soobin se agachó para abrazarla con fuerza.
—Lo harás excelente, eres la mejor.
Ella sonrió, abrazándolo de vuelta antes de correr al baño. Soobin siguió caminando a la sala de al lado y se encontró con su madre sentada en el sofá, hablando por teléfono.
—Te comunicaré lo que suceda, Choi —dicho esto, colgó.
—He llegado —anunció él, intentando mantener el tono ligero, aunque algo en el ambiente se sentía extraño. ¿Estaba hablando con su padre?
Su madre levantó la mirada y, al encontrarse con la suya, un escalofrío recorrió su espalda. Su mirada era dura, juzgadora. Algo no esta bien.
—Adivina quién me llamó —dijo ella con una voz neutral.
—Hablaste con papá —no necesitó preguntar. Lo supo de inmediato.
El silencio que siguió fue abrumador. Intentó recordar la última vez que había hablado o visto a su padre, pero el recuerdo se sentía distante, casi como si perteneciera a otra vida.
—¿Preguntó por mí? —se atrevió a preguntar, aunque temía la respuesta.
Su madre no respondió directamente. En lugar de eso, tomó su celular y lo balanceó entre sus dedos con un gesto lleno de ironía.
—¿Por qué el Instagram de la escuela muestra una foto tuya jugando fútbol como un niño? —luego leyó en voz alta el artículo —"El Presidente Estudiantil Choi juega al fútbol y gana, ¿Futuro talentoso jugador de fútbol?"
Sus palabras estaban impregnadas de cinismo, y el tono burlón en su voz lo hizo sentir pequeño. Oh, había hecho enfadar a su madre y eso es lo peor que puede hacer.
Tembló.
—De doctor a jugador de fútbol hay mucha diferencia, ¿no crees?
—Fue inevitable. No quedaba nadie que jugara, y si no lo hacía, se iba a cancelar el juego —explicó con nerviosismo. Sintiendo como los latidos de su corazón empiezan a bombear muy rápido.
—¿Por un solo jugador? —respondió su madre con una ceja arqueada, cruzando los brazos. —Son solo excusas, Soobin.
Él apretó los labios, consciente de que no tenía una respuesta que pudiera satisfacerla. No iba a admitir que, en el fondo, había querido jugar. No puede decirle que había disfrutado cada segundo de estar en el campo, corriendo entre el pasto, sintiéndose libre.
—Estaba un poco cansado, y ellos me necesitaban. Solo fue momentáneo, nada especial.
Dio otro paso hacia ella, pero su madre levantó una mano, deteniéndolo con frialdad.
—No te acerques. Estás todo sudado y lleno de tierra. Ve a ducharte.
Soobin se detuvo en seco, bajando la mirada como un niño regañado. Se bañó en la escuela y se limpió como pudo para llegar impecable y aún así, lo repelió como una sucia basura.
—Tu padre y yo hemos decidido dejarlo pasar esta vez. Es normal que los chicos de tu edad se dejen mal influenciar al menos una vez. Pero solo esta vez, porque hoy nos felicitaron de la Academia por tus excepcionales notas. Eres el mejor, Soobin, y tienes que seguir siéndolo.
Es fría y audaz.
—Y para ser el mejor... —continuó ella levantándose de su asiento —debes olvidar todos esos juegos de niños. Aún así, recibirás un castigo. Solo los perdedores siguen jugando a tu edad, tu no eres uno de ellos.
Soobin asintió, tragándose las emociones que se acumulan en su pecho.
—Lo entiendo, madre. Muchas gracias por su amabilidad. Haré lo mejor la próxima vez, lo prometo.
Con esas palabras, se giró y salió de la sala, dirigiéndose hacia su habitación. Sintiendo como ahora puede respirar de nuevo. Pero en el fondo de su mente, algo de lo que la mujer le dijo quedó grabado. Dijo que ya no era un niño para seguir jugando.
¿Alguna vez jugó cuando era niño?
Por mucho que intentara recordar, la respuesta siempre parecía estar fuera de su alcance. Como todo.
La tormenta había cesado hacía apenas una hora, pero el rastro de su furia persistía en el ambiente. Las calles del barrio pobre estan empapadas, brillando bajo la luz mortecina de los faroles que parpadean intermitentes. El aire es pesado, cargado de humedad, con un hedor a tierra mojada y basura acumulada en las esquinas. Las casas, pequeñas y maltrechas, se alinean. Sus paredes descascaradas y techos oxidados parecen ceder poco a poco a las inclemencias del clima y la vida.
En medio de esa oscuridad rota, la puerta de una de las casas se abrió con un chirrido que resonó como un lamento en la quietud de la madrugada. Un joven salió arrastrando los pies, su silueta encorvada, sus movimientos lentos y torpes. Su cuerpo estaba magullado, cubierto de heridas frescas y marcas antiguas que hablan de un sufrimiento constante.
La ropa que lleva esta desgarrada y sucia, pegándose a su piel por la humedad. Caminó dos cuadras, pasando por charcos que reflejan fragmentos del cielo nocturno. Cada paso parecía un esfuerzo, como si el dolor de su cuerpo lo apuñalara con cada movimiento.
Finalmente, encontró una esquina menos iluminada, donde las sombras lo envolvieron con una suerte de consuelo. Se dejó caer al suelo, encogiéndose como un feto contra la pared de concreto frío. El lugar es peligroso, lo sabe; los murmullos de la ciudad dormida nunca se apagan del todo, y siempre hay ojos observando, manos esperando. Pero incluso esa esquina oscura le ofreció más paz que la casa que acababa de dejar atrás.
Cerró los ojos, intentando ignorar el ardor de sus heridas y el hormigueo de sus músculos agotados.
«Mañana será mejor. Tiene que ser mejor...» pensó, aunque una parte de él sabía que no sería así.
El recuerdo del examen a primera hora le atravesó la mente como un dardo de ansiedad.
¿Alcanzará a llegar a tiempo?
Maldición. Lo van a regañar de nuevo por su impuntualidad. Soobin se va a decepcionar de él. Y volverá a reprobar sin haber podido hacer algo para cambiarlo. Era como si el día siguiente ya estuviera escrito, y en ese guión no había espacio para el alivio o el descanso.
El sonido de gotas cayendo de los aleros, el ladrido lejano de un perro, y el zumbido del viento llenaron el silencio mientras Yeonjun se acurrucaba más, hundiendo la cabeza entre las rodillas.
Esperó. Esperó que el cansancio lo venciera. Esperó que, al menos en sueños, pudiera encontrar algo de tregua.
Pequeño. Solo. Perdido. Como un cachorro callejero que perdió el camino a su hogar.
Vuelve a llover y se deja empapar.
Sus heridas arden y su mente se inunda del recuerdo de sus gritos y golpes. Lo odia, malditamente lo odia por haberle arruinado la vida y se da lástima, porque alguien como él, no merece el amor, solo la miseria.
En este estado y con esta vida ¿Quién sería capaz de amarlo?
Nadie ama a un perdedor. Y solo un perdedor, da amor sabiendo que no recibirá nada a cambio.
Ambos son unos bebitos que necesitan amor 😭
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