Gritos de dolor, son muy normales en mi faena diaria. Escalofríos en la piel, lágrimas corriendo. Entre sollozos, a penas se puede oír la voz. Demasiados sentimientos, demasiadas cosas por pensar.

Inmersa en la monotonía intento olvidar al menos por un segundo cada cosa que me lastima, que me hace gemir de dolor. Ya nada se ve a color. Todo está en blanco y negro.

Cada día y cada noche veo y siento que no hay nada en mi espectro visible. La ausencia de Luz se convierte en mi Oscuridad, en ese tono negro que no aparece en el arcoiris, que no hay espectro con el cual mirarlo.

De negro se pinta mi vida, en un lugar donde no hay casi opción de respirar. Donde cada cosa que toco se desvanece y se destruye.

El mar muerto de mi vida corre por dentro de mi, zanjando profundo mí ser, dándole ese hipersalinismo a cada surco, a cada espacio. La sangre de mi piel desemboca en este mar y allí sanará sus aguas sin vida.

Descendiendo hasta el punto más bajo de la tierra, mojándome con ese barro negro que inunda al mar muerto.

Minerales hechos de barro, metafóricamente inservibles para la humanidad. Dejando todo parcialmente empapado y nublado.

Sitios históricos y oasis, se encuentran en desiertos circundantes. Intentando dar un toque colorido al tono oscuro del mar.

Negro. No hay mejor palabra para describir todo lo que siento. No es una hipérbole, tan sólo son mis sentimientos.

La luz negra iluminará y guiará mi andar, caminaré dentro de la oscuridad. Oscilando de aquí para allá dentro del tono tan funesto que pinta todo de un color negro. El color de la verdad.