"El cantó de la flor en la noche se apagó. Mi pesar comenzó cuando sólo pude ver tu espalda alejarse de mí, llevándote contigo a mi niña. Y qué decir de la ausencia de tus labios que ahora me ataca a cada hora sin tregua alguna".
¡Pobre elfo de alma rota! Al recordar que hoy es su cumpleaños el chubasco de sus lagrimas apareció para destrozarle el corazón, sumergido en una ausencia que mata, asesina cualquier ápice de vida y color. Ya no había nadie y mucho menos un motivo para festejar.
Su voz se esfumó, no llegó a él en el momento correcto y mucho menos ahora, en un lugar desconocido y peligroso para los elfos. Intentó traerse consuelo, pensar que su vida había salvado de aquella misión, pero los días con malas noticias atacaron.
El día de hoy, por sobre todos, su cobardía aumentó; no quería estar solo. Sus adentros gritaban negando la soledad de una forma desgarradora, tanto que su pecho se consumió en amargura y pesar.
Un beso ya no le era suficiente, esos labios estaban ausentes y lo divino que lo hacían sentir se volvió de un color putrefacto; cual sombra mermando en vida tirada en la esquina de la moneda.
Una a una, aquellas flores que flotaban en la fuente fueron bajando.
Una a una, aquellas flores que flotaban le decían que pronto nada quedaría a salvo.
Una a una, aquellas flores que flotaban le recordaron que perdió a su hija y marido.
Una a una, aquellas flores robaron su aliento y la que quedó sola, se le exilió cuando él permaneció necio en su negación.
Cuando volvió en sí, vio a la luna cómo en el mar riela, las nubes danzando con el viento y las estrellas apagándose una a una, compartiendo su dolor.
No quería salir de la cama, no había probado un bocado ese día y nadie se preguntó nada. Con diez lagrimas arrasando en su rostro obtuvo el valor y la energía necesarios para arrastrarse hasta la fuente que reposaba a las afueras de su hogar.
Las memorias le retornaron y como dibujos hechos por estrellas, observó la noche en que Runaan se le había arrodillado en ese lugar, confesándole sus sentimientos una vez más, mientras eran acompañados por la pequeña Rayla.
Parecía tan lejano, ese día también era su cumpleaños.
Después recordó aquel picnic que tuvo con su novio. La luna había brillado tan hermosa que acompañó esos divinos ojos menta de Runaan.
No era fácil olvidar.
Se lastimaba cada que pensaba en el día de su partida, en la situación en donde su familia jamás volvería. Y se desmoronaba en una lluvia de llanto, esta vez amarga.
Se dejó caer de rodillas a la fuente, alcanzó a remojar sus dedos en el agua y sus lagrimas se unieron a esta en un solo brinco.
—Los extraño tanto... —su voz se hizo presente en un tono débil, tan muerto como sus latidos.
❮Las estrellas reafirmaron mi idea. Has hecho un viaje en donde no te puedo alcanzar, en donde el cansancio me derrota y el sueño se sube a mis hombros.
Estoy solo.
Te espero en casa, dibujando el anillo que nos unió y del que tanto te enorgulleces.
Tu voz me destroza. Tu recuerdo me ahoga y el deseo de volvernos a ver amenaza el espacio que dejaste vacío.
La luna dijo que no volverías y que yo, tal vez, ya no debería albergar ni una sola esperanza❯.
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