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Lluvia de amor

¿La ves?

Un chico de cabello castaño hablo con cierto disimulo con un hombre grande a su lado, sin pasar más allá de los treinta y tantos años de vida. De un semblante casi idéntico al del pequeño estudiante que miraba tras la ventana del colegio, aquellas puertas de hierro que recibían a varios compañeros suyos a la primera hora de la mañana.

Si quieres la retengo un tiempo para que se vallan juntos.

No digas tonterías tío... —Rio un poco buscando aun impaciente—. Lloverá pronto y no creo que ninguna chica quiera pasear conmigo esta tarde.

* * *

La lluvia la empapaba. Sabía que si no se aproximaba a alguna manta que la protegiera, terminaría realmente a la merced de alguna enfermedad y peor aún, con algún regaño prominente de su madre al llegar a casa totalmente bañada por el agua sucia que caía con fuerza por las calles.

—Ok, ahí voy.

Así que no dudo ni un minuto más y entre las calles, a Alba se observo correr con su mochila por su cabeza. Intentando, falsamente, encontrar otro lugar para tomar el aire, sacudirse un poco y volver a la marcha para traspasar tal vez, media ciudad con aquel obstáculo imposible de parar con las manos.

¿Destino?

En ese preciso momento, otro chico divagaba con la misma suerte. Corría literalmente a la par de la chica, que, a pesar de que chillaba por su cabello mojado, no la escuchaba por estar metido inconscientemente en sus pensamientos.

Así que lo que tenía que pasar, ocurrió. Alba salió disparada al piso al igual que Alexander, que, con un tono medio molesto, observo su pantalón oscurecido por el travieso asfalto inundado de líquido semi transparente.

—¡Fíjate por dónde vas!

Alexander volteo al frente, notando por fin a la chica que le hacía pelea para conseguir un lugar para acobijarse. Sus ojos notaron la figura alterna y femenina que denotaba un disgusto al borde de lamentos y lagrimas.

—Lo siento. —La chica aun se sobaba el trasero adolorido, sin siquiera mirar al frente—. No te vi.

El chico propietario de aquellos orbes verdes analizo a con quien había tropezado. Aquel cabello largo y mirada angelical entorpecía sus movimientos. ¿Quién era? ¿Por qué es que se le hacía tan familiar? Las preguntas lo ensordecieron y al termino de unos cuantos minutos, la caballerosidad mantuvo su presencia.

Se paro con suma energía sin importarle su mochila y, postrándole una mano como apoyo, le ofreció el separarse del agua para no mojar más su falda escolar.

La chica sintió la palma aproximarse y sin más reparo, miro al frente, topándose finalmente con aquellos ojos de los cuales siempre había visto en el colegio, de aquel chico del cual siempre había estado enamorada.

Su rostro se torno tan rojo como el rubí y sus ojos, de tan igual color a los de Alex, se mantuvieron cabizbajos a la hora en que su mano tocaba con la otra.

—Gracias.

El hilo de su voz femenina se meció en al aire, mientras el agua acorralaba todos los sentimientos que la pequeña niña empapada trataba de reprimir, sintiendo en su pecho aquellas grandes estocadas de amor que se reencontraban al borde de sus ojos sorprendidos y mas rojo rostro.

—No hay de que —contestó con cortesía—. ¿Te encuentras bien?

—Estoy bien. —Una sonrisa tímida se aproximo en los labios de Alba— ¿Cómo te encuentras tu?

El comentario atraganto a la colegiala con sus cabellos apegados a su pálido rostro. ¿Estaba enloqueciendo? Ni ella se creía que entablaba una conversación con uno de los chicos más codiciados de su colegio, menos en una situación tan extraña como bajo las imparables gotas de lluvia que sonreían gustosas de tal momento que habían creado.

—He estado en mejores condiciones.

Rio un poco el joven a su lado, mostrando con una leve sonrisa, como de su mochila, grandes hileras de líquidos salían disparadas de sus libros, filtrándose tras la tela y uniéndose a los ríos desembocados en coladeras.

—No te preocupes.

—¡En serio, lo lamento Alex!

Perdió la razón al nombrarlo con tanta casualidad, así como lo hacía en su hogar cuando imaginaba todo un paraíso hermoso lleno de romance entre él y ella. Sus manos se mantuvieron perplejas a un costado de sus labios, manteniendo una mirada nerviosa, seguro por la poca credibilidad que le daba a lo que vivía gracias al aguacero y lo que había dicho gracias a la excitación del lugar.

Cabizbaja nació entonces la pequeña, justo cuando denotaba aquellos ojos sorprendidos del chico que se había extenuado por su nombre florecer en medio del diluvio.

Un silencio incomodo atravesó el ambiente y el latir de la chica, de largo cabello oscuro, espeso con fuerza para abrumarla.

—No te preocupes, Alba. Se puede arreglar.

La sorpresa pronto la indago a ella también. Tan solo por la frase y su nombre implantado con travesura entre los labios firmes de aquel chico alto y de composición firme. Se escucho en el silencio como alguien pasaba saliva y como en el silencio de la lluvia caer, una frente se alzaba para mirarlo.

Alba se encontraba mirándolo vacilante, sorprendida de cómo era, que el chico de sus sueños sabia su nombre. La respiración de ambos se detuvo y se miraron ampliamente a sus ojos de un color similar, reflejando el rostro contrario de quien observaban.

—¿Qué dijiste?

Aquella voz femenina se alzo con cierta confusión en su pregunta.

Se puede arreglar.

Respiro con cierta tristeza al no escuchar de aquellos labios rosados su nombre de nuevo. ¿La lluvia la engañaba? Dio una media sonrisa en el aire, esperando que no se mostrara su nerviosismo al aceptar que había fantaseado con una escena como esa, asegurando entonces, que el chico no sabía siquiera quien era.

El silencio reino y se miraron con cierta fuerza por un par de segundos.

Alex le sonreía y ella ya retiraba la mirada, colorada totalmente de la vergüenza. Respirando con cierta fuerza, intentando no pensar en aquella situación hormigueante que la rebosaba por dentro y le hacía sentirse inestable, fuera completamente de ella.

Trago saliva, maldiciendo al estimable silencio entonces. ¿Qué le debería decir ahora?

El tracto en su voz titubeo indeciso, próximo de hacerla ruborizar de nuevo. Alexander le mantuvo la conversación sonriendo para sí mismo, sin no antes reírse de tan extraño pero agradable techo que le ponía de alguna forma nervioso.

—¿Qué te trajo aquí, está linda tarde?

Alexander marco el sarcasmo mientras lanzaba su mano hacia fuera del lugar estrecho que lo cubría, tan solo para tocar las finas gotas de agua que le empaparon en seguida, con amenaza indiscutible de que la lluvia se haría más fuerte y firme.

—El maestro de Matemáticas —La voz de la chica se arrugo con el frio, intentando mostrarse valiente a duras penas y manteniéndose estable en su relato—, quería que le ayudara con unas cosas y bueno... una cosa me llevó a la otra.

—¡Ese viejo! —Alexander interrumpió sin desearlo—. ¿Quién diría que mi tío haría semejante cosa?

Alba elevo su mirada perplejamente verdosa, justo cuando aquellos ojos la miraban de igual forma que ella. Estrecho sus ojos e imagino entonces el rostro de aquel joven profesor que impartía una de las clases que más le parecían interesantes. Aguardo tan solo un poco, antes de sorprenderse de tan emotivo descubrimiento al relacionar el parentesco entre ambos rostros.

—No lo había notado —Alba primerizo su voz en la conversación—. Es cierto, se parecen...

La chica mostro una primera sonrisa honesta llena de vida y alegría, al hallar algo nuevo que no sabía de aquella persona del cual se había interesado desde principios de año escolar. Alex se mantuvo quieto, alucinado entonces de tan bella mirada y blancos dientes que sobresalían de entre el reciente anochecer.

—¿¡Es sexy, o no!?

—Está bien para tener su edad —Sonrió la chica ante curiosa pregunta, olvidándose del sonrojo y la situación tormentosa que le había hecho cambiar su personalidad alegre y carismática.

—¡Asalta antigüedades!

—¿¡Eh!? ¡No! No es lo que parece —El color rojo llamo de nuevo a sus mejillas—. Es decir, yo...

—Vale, vale... solo jugaba.

La chica se atrevió a mirarlo de nuevo con un tenue pero claro color intenso en su rostro. Realmente ahora Alba pensaba que Dios la amaba. Le había dado pruebas de que existía y hacia más duradero el momento. El agua aun seguía cayendo con fuerza y aunque el frio la hacía vibrar y tener algunos escalofríos, no parecía molesta. Tan solo sonreía, irradiante de alegría por la imposibilidad de su amor a largarse a casa.

El tiempo los sepulto a poco tiempo bajo aquel techo recibiendo su castigo. Sus miradas se encontraron con fuerza y fue entonces, cuando el chico se dio cuenta de lo que ocurría. La caballerosidad que lo indagaba desde su encuentro floreció en su conciencia y, sin antes de que se diera cuenta, Alexander ya se quitaba el saco que lo protegía a el mismo de la escasa temperatura.

—¿Qué haces? —La chica disparo de nuevo su bella voz en el aire—. ¿Por qué estás...?

—Estas temblando. —Alexander la callo con un suave tono—. Ponte esto, no quiero que te enfermes.

El titubeo en aquella voz femenina yacio sonrojado y aunque ella misma quería negarse, el chico se acerco a ella, ayudándole a que se lo pusiera y perfumándola de esa manera, con aquella esencia masculina que deseaba verla desmayada en el suelo. El latido del corazón enamorado no tardo en pulsar con más fuerza su pecho y cuando él se alejo de ella, animo el ambiente para que el rubor fuera más prominente.

Alba respiro con fuerza, intentando de esa forma recuperarse... tan solo para axficiarse en aquella hermosa fragancia que la envolvía y que la derretiría de gozo en solo unas cuantos segundos.

—¿Huele extraño? —Alexander la ataco desprevenida.

—No es eso, es que... —La chica de aquellos ojos verdes respondió entumecida—. Huele bien...

Se pudo ver como el cabello de la chica era acomodado por ella misma tras su oreja, intentando que no se escuchara mucho esa última frase, tímida pero llena de júbilo al poder vivir una de sus más grandes fantasías.

En los pensamientos de Alba, el que la situación era nada más que un sueño, era lo que se presenciaba y la hacían querer que durara para siempre. Mantenía sus manos aferradas a aquella chaqueta que la acobijaba y que le hacían sentirse en la más alta nube del paraíso de Dios, pellizcándose claro, en uno de sus costados para irremediablemente no concordar con sus suposiciones y mostrar, instintivamente, una sonrisa en el aire.

¿Y qué mas podría pensar Alexander? Si aunque Alba no lo deseara, el había escuchado y comenzado a sonrojarse.

La lluvia atormento a ambos chicos. A la femenina por reaccionar de sus oraciones y al varón por no saber qué decir.

Ahora sí que la chica de verdes ojos no sabía si Dios la amaba mucho o es que este era un juego de Satanás. Por la tontería de la excitación, había lanzado al aire un comentario no adecuado y ahora, más que nunca, perjudicaba en su existencia su estupidez.

El que Alexander aclarara su garganta le hizo voltear a verlo, algo entorpecida pero con la esperanza de que aun él no había escuchado nada. Sus ojos grandes y algo cristalinos por la enfermedad que se avecinaba yacieron constantes y a plena confusión. Alexander, a pesar de su pálida piel, mantenía un leve pero notable sonrojo bajo sus mejillas.

Alba sonrojo aun más en notar aquello y, aunque en ese mismo momento entendía que la había escuchado, ya no deseaba escapar.

—¿Quieres ir por un café? —Alexander volteo a verla repentinamente—. Hace frio y supongo, que tu casa no está muy cerca de aquí.

Por un lado estaba suponiendo bien, Alba no vivía a dos cuadras de su colegio y claro, moría de frio. La chica se engancho aun mas a aquella chaqueta que le había entregado Alexander, mordiendo sus labios de las consecuencias que le traería aquello en casa. Sabía que la regañarían pero lo deseaba tanto...

Acepto con una leve monosílaba y cuando se daba cuenta de su aceptación, un jalón en la ropa prestada, le hizo desertar de cualquier suspenso que su mente le imponía.

—Anda, vamos, esta a tan solo dos cuadras de aquí.

Alba trago saliva y con una leve sonrisa, apuro a sus piernas para salir del techo y comenzarse a mojar con aquel chico que le hacía sentirse llena de alegría y sueños poco acertados. Estaba a tan solo minutos, de tomar un café con el chico que mas amaba.

* * *

—¡Anda Alba, corre! —Alexander sonrió al verla con una sonrisa de diversión al igual que él—. El café está en la esquina, ¿lo ves?

La chica se sorprendió de nuevo al escuchar su nombre en aquellos labios que siempre soñaba sobre los suyos. ¿Había alucinado de nuevo? La chica agito su cabeza y aceptando su delirio, trago saliva para hablar de nuevo.

—Sí, lo veo.

Los mojados muchachos corrieron de par en par, escurriendo de sus cabellos, grandes y gordas gotas de agua que pintaban su sudor, su cansancio y el agotamiento de la carrera que se habían propuesto al comienzo del camino.

No se discernió realmente quien gano la competencia, pues aunque ambos llegaron con sus pulmones golpeando sus pechos, ambos habían pisado, al mismo tiempo, el tapete que cubría la entrada del edificio.

—Las damas primero —Alexander murmuro de pronto.

El pecho de Alba hizo caso a lo que le había propuesto y aun así agitado y entorpecido, esta sonrió aun por el instante vivido, entrando pronto al lugar, que aunque caliente, mantenía un ambiente acogedor y completamente solitario.

—Dos capuchinos —Alexander grito de pronto, sorprendiendo a la chica que giraba para observarlo.

—Pequeño crio, ¿Qué haces allá fuera con esta llovizna? —Se escucho tras la cocina— Donde le cuente a tu madre...

La puerta tras el mostrador se abrió con cierta fuerza, asustando a la pobre pequeña que no sabía porque el chico y la empleada, se hablaban con tanta elocuencia. Alex, en cambio, mantenía un gesto de diversión por la reacción tan legible que predominaba en Alba y, aunque aquellos ojos estrechos intentaban comprender lo que la extraña sonrisa traviesa del chico a su lado escondía, aquellos tacones los entretuvieron para que ella se voltease con cierta lentitud hacia el frente.

—Alexander ¿Por qué estas empapado? ¿Y quién es ella?

La mujer que recién salía con el pedido de ambos chicos en sus manos, era una mujer adulta, sin aproximarse a los cuarenta y tantos años. Muy alta y flacucha, de cabello rojizo en chinos marcados y poseyente de unos lindos ojos azules y rostro afligido, seguramente por el estado del cual veía a dos jovenzuelos llegando patéticamente a su cafetería.

—Ella es una compañera de mi colegio —Alexander la presento ante la mujer que la miraba de pies a cabeza—. Iba para acá cuando me tope con ella y venos aquí tía.

—¡Válgame Dios! —La mujer de alta estatura pero cálida sonrisa se acerco a Alba con rapidez—. Discúlpalo mi niña, Alexander es un chico tan distraído que seguro te empujo al no verte...

—No se preocupe —Alba sonrojo por conocer a alguien de su familia con tanta facilidad—. Era también culpa mía.

La mujer negó a chasquidos mientras que le ponía en manos el capuchino que su sobrino le había pedido para ella.

—Tómense esto allá en la calefacción, que voy a buscar un par de ropas y un paraguas para que Alex te lleve a casa.

La tía del chico no dejo que Alba se negara en lo absoluto pues, al terminar de decir aquello, dejo a ambos chicos de nuevo solos en el establecimiento, en cambio ahora, de que poseían unos ricos capuchinos sobre sus manos, que los calentaban y les hacían caer en la delicia del olor del café recién molido.

—¿Es agradable o no? Mi tía...—Alex hablo primero, antes de dar un sorbo a su bebida y darse paso hacia una de las mesitas, allá atrás donde el calentador estaba funcionando con fuerza

—Si, es muy linda.

Alex volteo a verla, al tiempo en que se sentaba y esperaba a que la chica hiciera lo mismo, que como fue de esperarse, Alba no se hizo del rogar y realizando la acción que el chico deseaba que hiciese, observó como este soltaba un gritillo de gusto al saborear el café que ahora yacía justo en frente de su rostro.

Parpadeo tan siquiera un poco, acomodándose en el asiento y sintiendo como las gotas en su cabello le escurrían por toda la espalda, atreviéndose pronto a apartar su mirada de él y posarla en la bebida que no había tomado pero que le calentaba sus manos con gusto y gracia.

—¿Alex, puedo...? —Habló unos minutos después—. ¿Puedo preguntarte algo?

La voz de la chica castaña y ojos verdes se dio en el ambiente silencioso pero algo incomodo. El chico frente a ella dejo de beber de aquel vaso de hielo seco y paso sus ojos de igual color a los de ella, con una media sonrisa y haciendo a Alba sonrojarse por debajo.

—¿Qué paso?

Se podía observar debajo de la mesa como es que la adolescente arrugaba la servilleta con fuerza, nerviosa, pero al mismo tiempo sin creer realmente lo que estaba sucediendo gracias a las fieras gotas de lluvia que caían con más entusiasmo por las calles.

—¿Era yo o escuche mi nombre allá atrás? —Dio aclaración al tiempo pasado— Es decir, ¿sabes mi nombre?

La chica bajo su mirada, posesionándola con necesidad en aquel vaso de hielo seco que le calentaban las manos y le evitaban mirar aquellos ojos que se clavaban en ella con una cierta sorpresa por la pregunta.

—Claro que lo se.

Alba elevo su mirada ante aquella respuesta, topándose con aquellos ojos que eran exactamente de igual color a los suyos, siendo que, a pesar de que sus mejillas tenían un rojo carmesí plasmadas en ellas, su sorpresa era más poderosa que le hacía olvidar que para ella era más que un sueño que el chico quien más adoraba, la conocía.

—Pero tú eres...

—¿Soy qué?

—Eres... —soltó una risa nerviosa— ¡Eres Alex! Es, bueno, es imposible que tú me conozcas.

—Alba, te conozco —Acerco el vaso hacia su boca—, tal vez mas de lo que tú piensas...

Ahora un rostro confundido indagaba a Alba. ¿Qué es lo que tenía el chico a su lado que no deseaba decirle? Las gotas fuera la ventana sonrieron con ímpetu, haciendo un sonido más tranquilo y delicioso fuera la ventana. La chica plasmo sus ojos desconcertados en aquellos que la miraban, con sonrisas cómplices, en índice de que aquello era su más profundo e intimo secreto.

El pesado ambiente se hizo absorbente y cuando la chica con la servilleta rota sobre su regazo tuvo un escalofrió. La inoportuna tía del chico entro por la puerta de la cocina, con una bolsa en su mano y un paraguas tan azul como el propio cielo de esa mañana. El brinco de susto que dio la chica fue previsto por los truenos que estaban por aparecer esa madrugada cosa contraria a Alexander, que por igual, termino suspirando y mirando con sed asesina a su pariente, que, hasta esos instantes, le hacían consciente de lo que había dicho.

—Aquí está tu ropa, cariño —La mujer esquelético soltó una sonrisa hogareña y cariñosa a Alba—. ¿Le has llamado a tu madre?

—No, aun no lo hago —Alba se paró de su asiento como flecha, tan solo para recibir la bolsa en donde ropa seca le aguardaba con tentación y avaricia.

—Si quieres cariño, pásame tu teléfono. Le explicare a tu madre la situación —Sonrió esperando respuesta alguna.

—Si no le molesta...

La mujer frente a ella tomo nota del teléfono tras aceptarlo con modestia y, observando como la pequeña niña entraba en los baños, llamo a la madre de esta... tan solo para explicarle del porque aun su hija no aparecía en su casa e intercambiar algunas palabras como si ambas se conocieran de por vida.

—Alex... vas a enfermarte también, ¡Cámbiate! Que tienes que llevarla a su casa —Su tía hablo con tono autoritario—. Y que por suerte tuya, esta a tan solo cuatro o cinco cuadras de aquí.

—Ya sé donde vive.

—Entonces apúrate...

* * *

Se fijó en el espejo del tocador, el cómo le quedaba la camisa larga y aquel pantalón ajustado que le había quedado como anillo al dedo. Su cabello largo, castaño por supuesto, yacía enmarañado. Con un look aceptable que le hacía recordar la lluvia afuera del local. Trago saliva, abriendo el grifo como si lo necesitara, y, llenando sus manos de agua, llevo su cara a ellas.

—No puedo creer que me este pasando esto —Alba hablo consigo misma—. ¿En serio no es un sueño?

Levantó un poco su vista para toparse con su reflejo y sus ojos igual de sorprendidos que ella misma. Sonrió un poco, después de pellizcarse para verificar su pregunta e intentando peinar un poco su cabello, paso su mano múltiples veces con la poca agua que le había humedecido las palmas de sus manos. Riendo como una pequeña cría en un parque de diversiones y con sus mejillas aun mas sonrojadas por la realización de aquellas palabras que hasta ahora recordaba.

—¿Qué habrá querido decir con eso? —Trajo una risita nerviosa—. ¿Podría ser que él me...?

Dio un brinco de excitación y pretendiendo disimular sus amplios y alargados labios, trató de hacer un semblante serio, fallido al final de todo.

—Deja de sonreír, tonta —Se castigó Alba a ella misma—. ¡Se va a dar cuenta! ¡Deja de sonreír!

¿Lista?

Un sonido detrás hizo que nuestra heroína borrara su conversación con ella misma. La tía de Alexander había entrado y observado desde atrás con una media sonrisa divertida. Alba trago saliva y ahora, solamente su mirada cabizbaja y un rostro más rojizo que un propio tomate, invadió su rostro.

—Gracias por la ropa —Atinó a decir, tartamuda y avergonzada.

—No te preocupes —La mujer alta rio un poco—. Vamos, que Alex te está esperando.

Alba camino con ella hacia el comedor, sin decir nada y mordiendo sus labios, siendo presa de la más incomoda sensación de bochorno. Alexander, por otro lado, al observarla en aquel estado, no pude evitar reír con fuerza, siendo pronto reprimido por su tía y obligándolo a callar, pero sin dejar de mostrar ese gesto de opresión de alegría. Su tía negó varias veces en silencio y casi sacándolos del recinto, le dio el paraguas a su sobrino, haciéndolos salir al espeso aguacero, impaciente a abrazarlos en una tormenta próxima a formarse.

—Dale mis saludos a tu madre, cariño...

Alba sonrió aun sonrojada.

—Lo haré, gracias por todo.

Alexander y Alba se separaron de la mujer que se despedía, con una gran sonrisa traviesa y complicada, de ambos chicos cuando dieron el primer paso hacia adelante... escuchándose las gotas revotando en la tela que los cubría de ser empapados de nuevo.

—Vamos.

—Ok. —Se giró hacia adelante, con la cabeza media baja, tan solo para tragar saliva y sentir su corazón latir con fuerza en su pecho—. Vámonos Alex.

Salieron de la tienda y el silencio fue evidente y opresivo. Alba y Alex siguieron avanzando a paso lento e intentando ambos que el tiempo se hiciera cada vez más frágil y lento. El diluvia reía tanto por su lamentable situación, que lloraba a cataratas sobre ellos, sabiendo que ninguno de los dos podría entender que lo sabía todo. Todo porque una noche antes había caído el agua sobre la ciudad y ambos miraban, tras un ventanal grande, a la Luna... suspirando el nombre de quien tenían a su lado.

—Alex.

—¿Paso algo?

Otro escalofrió, de muchos que había tenido esa tarde, volvió a revolotear a Alba. Su voz se sello de nuevo, tan solo por la indecisión si era el correcto o no preguntarle de lo que había mencionado antes de que la mujer los interrumpiera dentro del establecimiento. Sabia ella que algo no cuadraba bien, porque si se ponía a pensarlo mucho, Alex había dicho algo que lo ponía en evidencia y que a ella le daban ataques de emoción al volver a repetir su frase dentro de su mente.

—Dime Alba, ¿qué tienes?

La muchacha con la larga camisa impropia se estremeció a un lado de aquel chico que sostenía la sombrilla y que la acompañaba de regreso a casa.

—Yo —Se trabo con su propia saliva siendo juguetona en su lengua—. Yo, bueno es que... no sé si sea correcto.

Alexander rio un poco, ignorante de lo que avecinaba.

—Anda, pregunta —Alcanzo a adivinar que algo la incomodaba, manteniendo siempre esa amplia sonrisa en su rostro pálido pero hermosos ojos verdes.

—Yo —Alba bajo un poco su vista, asemejando su rostro a un tomate y mordiendo sus labios como símbolo de nerviosismo—. Yo, quería saber, que significa eso que dijiste hace rato en el café; cuando tu tía iba a...

—Ya se dé que hablas —Alexander la interrumpió, en un tono neutro y algo triste—. Perdona, pensé que no te molestaría... olvídalo Alba.

Un auto pasó a su lado, haciendo el sonido característico de las gotas siendo aplastadas por el plástico de las llantas y arrasadas también por el propio viento frio en el parabrisas. Ambos chicos mantuvieron un silencio comprometedor después de aquello, tan solo para observar y escuchar, como es que era que la lluvia dejaba de azotar la ciudad con esa fuerza que la había caracterizado por más de 3 horas consecutivas. Transformándose, dejando de ser ella misma y volviendo a como recién había nacido... tan solo una leve brisa débil que se mantenía triste por como la conversación había dado un giro inesperado y que le hacía, sin mucho desearlo, sentir pena por aquella chica que parecía querer ayudarle a derramar gotas al asfalto.

Las televisiones prendidas, la lluvia aun cayendo con debilidad. Ecos de niños jugando dentro de sus cobijadoras casas y ellos aun afuera, paseando a paso lento por el suburbio... tiriteando de frio por sus mojados cabellos y aquellas pisadas que se intensificaban por el agua al caminar. Y era por eso mismo que Alba sabia que algo iba mal... Alexander le había hecho sentir un fuerte dolor en su pecho y a pesar de que se trasladaba con ella a protección de la sombrilla, parecía como si él no estuviera ahí.

La opresión en su corazón se le subió a la cara, y ahora ya no se encontraba roja por la vergüenza, si no por el fin de las lágrimas limitándose a salir.

Su compañero pareció perdido a cambio de todo, tenía una mirada fija en las casas que pasaban por un lado de ellos. El cielo gris era consciente de todo y un pequeño rugido de un trueno sonó a lo lejos. El cielo yacía molesto y detestando como es que Alba dejaba de caminar, acomodando a que su cuerpo a que permaneciera inmóvil, alejándose de su amor por simple miedo a lo desconocido.

La lluvia gritó encima de ella también, alcanzando a que Alexander dejara de moverse por igual cuando no sintió que la chica lo seguía.

Un metro que lo dejó confundido. Alba soltaba sus lágrimas a la par en que las gotas la volvían a abrazar con dulzura y cierta pena. Su cabello volvía a impregnarse de aquella agua mandada del cielo y a pesar de que ella no mantenía maquillaje, Alexander supuso su mal estado por sus rojos ojos y mirada triste.

—¿Alba?

La chica levantó la mirada, tan solo para que una lágrima suya se confundiera con la lluvia sobre su cara. Un silencio grande los inundó a ambos y a pesar de lo que el había dicho, un suceso casi extraordinario cambio el ritmo del cuento.

El paraguas salió disparado al suelo. Alexander entro en la lluvia y rodeo con sus fuertes brazos a la pequeña criatura que mantenía unos ojos sorprendidos y al mismo tiempo, abiertos por el más infinito desasosiego.

—¿Qué haces? Vas a mojarte.

—Calla —El chico susurró sobre su oído—. Déjame abrazarte...

—¿Alexander?

—¿Quiéres saber...? —Alexander se separó de ella, para fijar sus ojos sobre los contrarios— ¿Quiéres saber que pensaba?

Del rostro de Alba otro lamento se escapó sin quererlo, observando como la mano del adolescente le acaricia el rostro y atrapaba con ella, aquellas gotas que los empapaban a ambos y a ella la dejaba más confundida que antes, pero sin tener el habla suficiente para poder aceptar aquella pregunta que le había soltado a su lado con un sutil gesto de necesidad para decirlo.

—Te conozco más de lo que tú piensas... porque te amo.

Los ojos de la fémina frente a él miraron con cierta vergüenza a los orbes verdes que la analizaban. Ahora no solo ella mantenía un gesto rojizo, sino que ahora se le unía el chico que mantenía impaciente y sonrojado una respuesta. Una tímida sonrisa apareció en los labios de la chica y cuando el Alexander dio hincapié a tal gesto continuo al suyo, no tuvo el más mínimo pudor para llevar su mano derecha a la de la chica a su lado.

Sus manos se entrelazaron y aquel impulso lo llevo a arrojarse hacia adelante lentamente.

El corazón de Alba latió con fuerza y olvidando de que ambos yacían empapados de nuevo, cerró los ojos con delicadeza. Sintiendo aquellos labios que tanto había soñado junto a los de ella y esos brazos rodeándola sin restricción alguna.

La noche tan solo termino en un beso más, mientras que en aquel día de tormenta, la lluvia emprendía ese destino lleno de amor que enlazaría entonces sus sentimientos, acercando aquel hilo que unía sus corazones desde hace tiempo... pero que solo aquellas gotas de lluvia sabían sus verdaderas intenciones y que se propusieron esa tarde para experimentar y enamorar.

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