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Labial

Cruell lo notó desde que Andru entró en su oficina para entregar unos diseños. Por un segundo pensó que era su imaginación, después de todo se supone que el joven pelirrojo no tenía a nadie en su vida como para andar por ahí con una marca de labial en el cuello. Una pequeña espinita de disgusto se instaló en su pecho desde ese momento que lo persiguió la mañana completa.

Primero trató de convencerse que no le importaba en lo absoluto, ni Andru ni lo que hiciera con su jodida vida privada. Obviamente, el pensamiento le duró tanto como el cigarrillo en su filtro y pronto su mente se vio invadida de ideas de como sacar del camino a quien se atrevía a dejar esa clase de marcas sobre su cuello.

Salió de su oficina con la meta fija de averiguar quien había osado a dejar el labial en el cuello de Andru para luego deshacerse lentamente de dicha persona, porque competencia no era. Las ideas, desde cosas relativamente inocuas como ofrecerle dinero a dicha persona hasta concertar un secuestro con tortura incluida, se ven interrumpidas por una conversación en la oficina de puertas abiertas que usaban como área común dónde había café y una nevera para guardar el almuerzo de cada uno.

En otro momento habría ignorado los chismes de pasillo que corrían por su empresa pero se detuvo al reconocer la voz de Andru.

—Oye —dice alguna de sus empleadas riendo, —¿si te diste cuenta de que tu novia te dejo un beso en el cuello?

—¿Novia? —Andru suena confundido. Cruell se acerca lo suficiente para ver al joven tratar de mirarse en el reflejo de su celular antes de reír guardándolo—. Oh cielos que vergüenza —toma una servilleta y se limpia rápidamente.

—Entonces...

—No hay tal cosa como una novia —Andru hace un ligero gesto quitándole importancia—, un accidente esta mañana con el desayuno y Anita quiso vengarse haciéndome cosquillas.

Andru parece querer agregar más pero el sonido de pasos fuertes le hacen parpadear mirando hacia la puerta, tanto él como su compañera se quedan en silencio viendo a Cruell entrar como si lo llevara el diablo, agarrar su taza personal de café y marcharse con la misma actitud. Ambos se miran intrigados por un segundo antes de continuar con su conversación.

Cruell, por su parte, camina a su oficina luchando para no lanzar la taza al darse cuenta de lo estúpido que actuó para sí mismo. Mientras se sienta dejando la taza con más fuerza de la necesaria en el escritorio el vago pensamiento de que al menos no hay nadie que le robe la atención de Andru más allá de su hermana le hace relajarse. Ahora puede enfocar su energía en tenerlo solo para él.

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