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Sectumsempra


La sensación de desasosiego era insoportable.

La mujer levantó los ojos y se quedó mirando el resplandor púrpura del crepúsculo. El olor a hierba mojada y el atronador canto de los grillos se alzaba hasta las ventanas de la enfermería en donde Laurel se hallaba sentada, en medio de las crecientes sombras del anochecer.

Sus manos se movían despacio y con precisión, aplicando espesas cataplasmas de díctamo sobre los terribles cortes en el cuerpo de Malfoy.

Ese era el segundo día que el chico pasaba en la enfermería. Laurel al principio no creía que Harry Potter fuera capaz de lanzar una maldición tan abominable sobre una persona, incluso si se trataba de su llamado "enemigo" Draco Malfoy. Pero no había dudas, Severus fue testigo y Harry lo había admitido: Usó una maldición oscura contra Malfoy.

Aseguró que no sabía las repercusiones de usar aquella maldición Sectumsempra, que no pretendía causar tanto daño. Afirmó que sólo lo hizo porque el rubio estuvo a punto de lanzarle un Cruciatus. Sin embargo, se negó rotundamente a confesar en dónde había aprendido aquella desconocida maldición.

Tras aquel incidente Severus parecía más irascible que nunca:

—Cree que puede hacer lo que quiera en esta escuela —decía mientras escribía una carta a la familia Malfoy informando del estado de Draco. —Es un mentiroso, un embustero.

—Tal vez sea cierto, tal vez sacó esa maldición de alguno de los libros de la sección prohibida —le contestaba Laurel.

Severus apretó la pluma con más fuerza y clavó los ojos en el pergamino:

—Yo sé que no.

Laurel suspiró, removiendo nuevamente las telas del pecho de Draco y sumergiéndolas en el tazón de esencia de díctamo que sostenía en sus manos.

—Potter. Maldito seas, Potter.

Laurel se sorprendió al escuchar la voz quebradiza. Levantó los ojos a su rostro pálido, una sola lágrima caía por su sien, perdiéndose en el desordenado cabello rubio.

—Supongo que recuerdas todo, Draco.

El muchacho levantó la cabeza, intentando mirar su pecho herido, sus ojos fijos en el severo daño de los cortes. Le dedicó una sola mirada a Laurel antes de dejarse caer hacia atrás con un gemido.

—¿Por qué estás aquí? ¿Dónde está Madam Pomfrey?

—Oh, las Tentáculas de la profesora Sprout se están volviendo un poco quisquillosas y atacaron a los estudiantes durante la clase. Madam Pomfrey está muy ocupada ahora. Espero que no te importe que sea yo quien te esté atendiendo.

—Snape te envió a vigilarme, no es cierto?

—Estoy aquí por iniciativa propia. Si no trato tus heridas, puedes tener cicatrices de por vida — dijo ella con voz dura mientras aplicaba una nueva capa de cataplasma. — Tuviste la suerte de que el profesor Snape te encontrara tan rápido, pudiste haber muerto desangrado.

Draco se encogió un poco al revivir los momentos después de que la poderosa maldición lacerara su cuerpo.

—¿Por qué se pelearon, Draco?

—¡¿Cómo se supone que voy a saber lo que pasa por la cabeza de Potter?! Él fue el que me atacó..."

—Dijo que estabas a punto de lanzarle un Crucio.

—¿Y ellos le creyeron?

—Los docentes están dispuestos a darle el beneficio de la duda.

—Por supuesto... — Draco cerró los ojos y resopló exasperado. — Él me ha estado siguiendo por todas partes, al igual que tú. Hostigándome, frustrando mi trabajo... Tú sabes muy bien por qué nos peleamos.

—Debes detenerte —susurró Laurel con ojos suplicantes. — Nada bueno saldrá de ello.

—Entonces, ¿Snape finalmente te dijo de qué se trataba mi misión? ¿Y aun así eres tan ciega para elegir tomar partido? Después de tu tiempo en la mansión, pensé que habías aprendido a mantener tu distancia con nosotros, los mortífagos.

—No estoy tomando partido. Me preocupo por ti, por tu seguridad. Me preocupo por todos en esta escuela.

—Sí, porque eres una santa, ¿no? ¿Qué es lo que quieres, Desalmada?

—La verdad —. Miró fijamente a Draco, hablando en voz baja. — ¿Qué estás haciendo en la Sala de los Menesteres?

Un destello atravesó los ojos rojizos del chico. Una sonrisa de suficiencia se asomó en su rostro.

—Me pregunto qué harías con esa información si te lo dijera. ¿Irías con Snape? ¿O irías con Dumbledore?

Laurel bajó la cabeza, centrándose de nuevo en la herida de Draco. Debía tener cuidado de no exponer la lealtad de Severus a Dumbledore.

—¿Quién crees que sea de más ayuda, Draco? ¿Quién crees que podría protegerte a ti y a tu familia de la ira del Señor Tenebroso?

La sonrisa de Draco se desvaneció, su expresión se tornó sombría. Laurel se dio cuenta y siguió hablando:

—No tuvo piedad con tu padre, dejó que lo llevaran a Azkaban. ¿Crees que Dumbledore dejaría que eso te sucediera?

—A Dumbledore solo le importa el Elegido, su chico dorado. A él no le importaría el hijo de un mortífago.

—Eres mucho más que eso. Eres valiente. Estás dispuesto a arriesgar tu vida por tu familia...

—No me detendré ante nada. No cuando estoy tan cerca —. La voz entrecortada de Draco la interrumpió, otra lágrima se le escapó por el rabillo del ojo —. Hago esto porque es mi deber hacerlo, y si te atreves a decírselo a Dumbledore...

—No puedo decirle a Dumbledore lo que no sé, Draco —. Laurel continuó con su trabajo curativo, empapando nuevamente los vendajes con la espesa pasta verdosa. — Tan sólo puedo pedirte que tengas cuidado, y que si necesitas de ayuda puedes ir con el profesor Snape, el sabrá guiarte.

Draco se quedó mirando a la mujer durante mucho tiempo. Algunas velas se encendieron mágicamente cuando la noche cayó por completo.

—¿Por qué te importo tanto?

Laurel sopesó su pregunta por un momento, sintiendo dentro de su pecho aquella desazón que la acompañaba desde que conoció la forma del Patronus de Severus. Habían pasado tantos años y sin embargo... Siempre.

—El remordimiento es algo terrible — dijo finalmente. — No quisiera que tuvieras que vivir con algo tan duro a tus espaldas. El arrepentimiento no te dejará en paz, Draco...

—Aléjese de mi hijo.

La fría voz de Narcissa Malfoy hizo que Laurel se levantara de un salto de la silla, sus manos temblaban levemente al encontrarse frente a la alta y esbelta mujer. Se veía bastante hermosa a pesar de la abrumadora desesperanza marcada en el rostro.

—Lo siento, señora Malfoy —murmuró Laurel.

—Madre.

Los brillantes ojos grises se humedecieron al ver el enjuto cuerpo de su hijo cubierto de vendas y la acostumbrada expresión de arrogancia siendo reemplazada por una de dolor.

—Oh, Draco, —dijo ella, acercándose. — Tuve unas palabras con Severus. Me aseguró que ese despreciable rufián tendrá el más duro de los castigos. ¿Dónde está esa enfermera Pomfrey? ¿Por qué no te cuida? Es inaceptable dejar que alguien tan inepto esté a cargo de mi niño. Me quejaré con Dumbledore directamente...

—¡Madre, por favor! Ella está bien.

Narcissa acalló su incesante perorata y volvió su rostro hacia Laurel.

—No está en peligro, Señora Malfoy. El Profesor Snape se ocupó de él personalmente. Yo tan solo estoy tratando sus cicatrices. Es un problema meramente estético — La Akardos aproximó la taza con la esencia de díctamo y la depositó en las manos de Narcissa. —No permita que las cataplasmas se sequen, mantenga los vendajes húmedos. Los dejaré solos. Madam Pomfrey deberá llegar en unos cuantos minutos".

Laurel recogió su bolso para irse cuando escuchó a Narcissa diciendo en susurro:

"Gracias".

Ella inclinó su cabeza ante ellos y se marchó.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

La biblioteca estaba vacía. Una hora antes del cierre, el murmullo de las plumas contra el pergamino y el crujido del pasar las páginas era casi imperceptible bajo el barullo que hacían los estudiantes al dirigirse al Gran Comedor.

Laurel hojeó los libros con la pluma entre los dedos lista para tomar nota de cualquier cosa relevante, pero fue en vano.

La mujer soltó un suspiro y se reclinó en la silla, dejando caer su cabeza hacia atrás. Se habían quedado atascados. La poción no parecía ser lo suficientemente efectiva. Habían probado a cambiar los porcentajes, a modificar los métodos de preparación, a alterar ingredientes... Nada parecía funcionar.

Laurel sacó el vial con la Lupinaria y lo agitó ligeramente, dejando su mente en blanco por un momento. No se dio cuenta de que la bibliotecaria se acercaba a sus espaldas.

—Señorita Noel, ¿tengo que recordarle que los líquidos deben mantenerse alejados de los libros? —graznó la amargada y huesuda bruja haciendo que Laurel por poco dejara caer el vial.

—¡Madam Pince! Sí...sí, ya me lo ha dicho, aunque no hay peligro alguno...

—¡Las reglas son las reglas! Y le aviso que falta poco para el cierre.

Laurel asintió, viendo como la bruja se alejaba hacia el área de hemeroteca dónde una estudiante de tupido pelo castaño estaba encorvada sobre un montón de periódicos viejos. La reconoció inmediatamente como Hermione Granger. Laurel ya se había acostumbrado a verla casi a diario en la biblioteca. Observó por un rato como Madam Pince aplicaba el mismo método de acecho en contra de la joven, acercándose lentamente, esperando sorprender a la pobre Hermione y regañarla por hacer algo indebido.

Laurel volvió a mirar el libro y empezó a sentirse un poco ansiosa. ¿Alguna vez encontrarían una manera? Su mente voló al día en que descubrió la reacción. Recordó cómo accidentalmente se rompió la vena con la aguja. Recordó cómo el fluido caliente le resbaló por el brazo, manchando su ropa, goteando por la alfombra...

Sangre

La licantropía estaba en la sangre, la cura estaba en la sangre...

Los pensamientos de la Akardos se perdían entre los torbellinos plateados de la poción. Los brillantes visos fluían rápidamente, ondulantes, acuosos... Sin pensarlo retiró el pequeño corcho y dejó que la Lupinaria cayera libremente por su brazo, sintiendo la ligera viscosidad acariciando su piel...

—¡CÓMO TE ATREVES, MUCHACHA!

La voz chillona de Madam Pince resonó en la biblioteca, pero Laurel no se dio cuenta.

—¡Has profanado una parte importante de la historia! ¡¿Qué has hecho con la página de este periódico?!

—¡Yo no hice nada! ¡Ya estaba así! — le contestaba Hermione

Sangre que fluye

Estaba claro... la respuesta estaba ahí, fluyendo por su brazo, cayendo en gotas plateadas, manchando el libro... Si tan solo pudiera comprender...

—¡No puedes engañarme, jovencita! ¡La página está arrancada, y sé que lo hiciste!

—¡Soy una prefecta, Madam Pince y nunca sería capaz!"

—¡Afuera!

El dolor agudo de la aguja...

Sangre, aguja, dolor.

Los ojos de Laurel se agrandaron y su boca se abrió con sorpresa.

—¡Por supuesto! — Exclamó la Akardos con júbilo, mientras buscaba en su bolso el kit de flebotomía.

—Debe agradecer que tan sólo le desconté puntos, Señorita Granger, tal acción le merecería quedar vetada de la biblioteca... Pero ¡¿qué?!

Laurel sintió como si un terremoto se le viniera encima cuando Madam Pince pasó por su lado llevando a Hermione de rastras.

—¡¿Que has hecho con ese libro mujer depravada?! ¡Sucia! ¡Lo has vandalizado!"

—Lo siento, lo siento, Madam Pince, no era mi intención... — Laurel intentó limpiar los chorretes de poción con su túnica, pero tan solo logro embarrar aún más las páginas del libro.

—¡Lárgate! ¡Enviaré mis quejas con tu superior! Puedes decirle al profesor Snape que no quiero que vuelvas a poner un pie en la biblioteca. ¡LARGO!"

Antes de que Laurel se diera cuenta, Madam Pince ya la había echado fuera, cerrando las puertas de la biblioteca en sus narices.

—Mierda —susurró al tiempo que recogía sus cosas desparramadas en el pasillo.

—Se le pasará.

Laurel volvió a mirar a Hermione que se encontraba de pie junto a ella, dándole una sonrisa alentadora.

—Es tan sobreprotectora con esos libros, Dios mío —respondió Laurel, devolviéndole la sonrisa. —Incluso se atrevió a acusarte de robar ese periódico. Absolutamente ridí...

Laurel no terminó la oración cuando vio con asombro cómo Hermione sacaba un periódico roto del bolsillo interno de su túnica.

—Oh... pues sí que era verdad.

—Es una pequeña pesquisa que estoy llevando a cabo —le contestó Hermione mientras ojeaba el artículo con detenimiento. — Creo que me estoy acercando.

—Buena suerte entonces, Hermione. Desearía poder ser de alguna ayuda, pero probablemente no sabría...

—Señorita Noel. Ese collar —la interrumpió, mirándola intensamente. — Dado el hecho de que usted es una Akardos, debo asumir que ninguno de los miembros de su familia ha asistido a Hogwarts, ¿es así? No heredó ese medallón de su familia, ¿verdad?

Laurel se congeló por un momento, sus ojos volaron hacia el artículo de periódico que Hermione sostenía en su mano. Eileen Prince le devolvió la mirada desde la foto en blanco y negro. Era el mismo artículo que Slughorn le había mostrado antes en su oficina.

—Yo... No, lo compré... en una tienda de antigüedades. — Laurel se aclaró la garganta. — ¿Cómo sabes que soy...?

—Harry — soltó Hermione, sonrojándose. — "Pero le juro, señorita Noel, nadie más sabe de su estado. Bueno, Ron también pero sólo nosotros tres".

—Eso es... tranquilizador, Hermione. — Laurel abrazó su bolso, intentando parecer serena. — ¿Y qué investigación estás haciendo? ¿Algo relacionado con heráldica mágica?

—No —respondió rápidamente la joven. — ¿Ha escuchado hablar del Príncipe Mestizo? ¿Tal vez en el sitio donde adquirió ese medallón?

—¿El Príncipe Mestizo? Me parece haber oído algo por el estilo.

—¿En serio? — El rostro de Hermione se iluminó con esperanza. —¿Me ayudaría? Me encontré con un libro lleno de anotaciones, un libro de Elaboración Avanzada de Pociones de sexto año, propiedad de alguien que se hace llamar El Príncipe Mestizo. Sospecho que podría ser ella, Eileen Prince.

Laurel retrocedió mientras se llevaba la mano a la boca, estupefacta. Recordó la letra pequeña y estrecha recubriendo cada página de todos los libros que Severus le había dado.

Este Libro es Propiedad del Príncipe Mestizo.

—Me temo, no puedo estar segura señorita Granger —. Laurel respiró hondo, esperando sonar sincera. — ¿Por qué es importante para ti este libro en especial?

—Oh, Harry...— Hermione se detuvo en seco, dándose cuenta de repente de que iba a delatar a su amigo. — No importa, solo tenía curiosidad. Es un hermoso colgante, señorita Noel. Tiene buen gusto.

—Gracias — Laurel se dispuso a retirarse lo más rápidamente posible de aquella situación tan extraña, pero Hermione la detuvo:

—¿Señorita Noel, no le interesaría conocer quien fue la anterior dueña de su colgante? — Hermione agitó el trozo de papel periódico y Laurel pudo notar el brillo de sospecha en sus ojos.

—¡Oh! — rio la mujer con nerviosismo mientras ojeaba el artículo. —Eileen Prince...sí. Lo tendré en cuenta.

Laurel le devolvió el papel y le sonrió a Hermione.

—Fue bueno hablar contigo; siento no poder ser de mucha ayuda. Buenas noches, señorita Granger.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

—Es suficiente por hoy, Harry. Ve a cenar.

Harry levantó la vista de la montaña de pergaminos que debía ordenar como castigo. Llevaba al menos cuatro horas en aquella odiosa tarea siendo atentamente vigilado por la penetrante mirada de Snape. Aquél era el segundo día de lo que sería el más largo castigo en la historia reciente de Hogwarts y a pesar de lo tedioso y aburrido que sería, Harry sentía que lo tenía bien merecido.

—¿Perdón? El castigo no se termina hasta que yo lo diga. — Snape miró a su asistente con el entrecejo fruncido.

—Se termina porque hay algo importante en que trabajar — contestó ella, mostrándole el kit de flebotomía. — Nos equivocamos en la forma de administrar Lupinaria. Sangre, Severus. Hay que hacerlo a la manera Muggle, debemos administrar la poción vía intravenosa, directamente al torrente sanguíneo de Lupin.

Severus se quedó mirando a Laurel boquiabierto.

—¿Puedo irme? — masculló Harry rompiendo el silencio de la oficina.

—Mañana a la misma hora, Potter.

Laurel observó como el chico recogía sus cosas y salía silenciosamente de la habitación. Volviéndose hacia Severus dijo con calma:

Sectumsempra. Fuiste tú. Harry lo aprendió de tu libro. Tú eres el Príncipe Mestizo.

Severus se reclinó en su silla y jugó con la varita entre sus dedos.

—¿Cómo lo descubriste?

—Tengo mis medios.

—Es un libro peligroso, temía que cayera en manos equivocadas. ¿Sabes dónde ésta?

Laurel negó con la cabeza.

—Es retorcido, ¿sabes? Crear una maldición como esa en sexto año...

—Tercero. — Le cortó Severus, sus ojos clavados en su varita. — La creé en tercero.

—Con tan sólo trece años... — Laurel se sentó en su escritorio, acercando su rostro al suyo, obligándolo a mirarla. — Si no te amara tanto te tendría miedo, Sev.

El mago sonrió débilmente y tomó las manos de la mujer entre las suyas.

—Hay algo que debo decirte, Narcissa me lo ha informado cuando llegó.

—Ah sí, la he encontrado en la enfermería, se veía fatal...

—Laurel, Greyback ha despertado.

El corazón de la Akardos se detuvo.

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