Remus
Los nubarrones grises parecían posarse sobre el bosque prohibido, que en aquella época del año se convertía en un incendio de colores rojos, naranjas y amarillos. Una bandada de cuervos aleteó en el aire helado al oír los pasos de los dos magos que caminaban lado a lado en los lindes del bosque. Sus pies, perturbando la tranquilidad de la tierra que se preparaba para un invierno inminente.
—Acónito, plata y piedra luna. Acónito, plata y piedra luna —dijo Dumbledore con cierto dejo de entusiasmo. —Te debe recordar algo, ¿no?
—La poción Matalobos —contestó Snape con desdén.
—Nos da una pista acerca de la manía de Greyback con la Akardos. Sin embargo, no tenemos suficiente información. Recomendaría que tuvieras una pequeña charla con Remus. Busca su opinión.
—¿Lupin? —preguntó Snape con el disgusto claramente dibujado en el rostro. —¿Por qué debe Lupin inmiscuirse en esto?
—Tenemos la suerte de contar con un hombre lobo en nuestras filas. Estoy seguro de que Remus no tendría problema en ayudarte. A menos, por supuesto, que prefieras pedir la opinión de Greyback, algo que no sería aconsejable.
—Ni deseado.
—Entonces está decidido.
Snape examinó el vial, girándolo entre sus dedos. Ciertamente, se había sorprendido sobremanera al encontrar aquel pequeño tubo de ensayo en su bolsillo esa misma mañana y se sorprendió aún más al conocer los ingredientes involucrados en aquella reacción. A pesar del gran interés que había despertado en la mente del previo profesor de pociones, no era esta la dirección que intentaba tomar en su investigación. Buscaba una forma de repeler ataques mágicos, no una poción que atrajera a licántropos. El entusiasmo reflejado en los ojos de Dumbledore también le resultaba desconcertante.
—¿No va a insistir en enfocarme en el plan original? ¿En obtener la poción que el Señor Tenebroso espera?
—Por supuesto, Severus, pero ¿por qué dejar de lado lo que has descubierto hasta ahora? Por lo que sabemos, la Akardos puede ser una fuente de importantes recursos para el bienestar del mundo mágico.
—Ella no es tan sólo...
—Sé que la aprecias, pero no debes olvidar que Laurel puede llegar a convertirse en una gran amenaza para nosotros. Debes aprovechar tu tiempo de investigación con ella al máximo. Estoy seguro de que estaría encantada de cooperar para nuestra causa.
—Es una forma elegante de decir que tan sólo busca usarla, Dumbledore.
—Lo único que busco es vencer a Voldemort, lo que equivaldría a liberarla por completo. No creo que la vida de una Akardos sea muy agradable bajo la tiranía de un mundo gobernado por tu Señor Oscuro.
Snape agachó la cabeza ante las palabras del anciano mago. Tenía razón, sólo había una forma de ganar esa guerra, de proteger el legado de Lily, de salvar a Laurel de una muerte segura y era seguir las indicaciones de Albus Dumbledore, su mentor, su protector, su amigo.
—¿Alguna novedad acerca de nuestro Mortífago más joven? —preguntó el director al ver cómo sus palabras parecían haber surtido el efecto esperado.
—No he podido sacarle nada. Se ha encerrado en sí mismo, ni siquiera ha comentado nada con Crabbe o Goyle. Sólo sé que planea algo en la Sala de los Menesteres. Va allí a diario.
—Mántenlo vigilado. Un adolescente desesperado, sólo puede traer malas noticias.
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La casucha desde donde Lupin había decidido realizar su operación en cubierto, estaba en ruinas. La maleza se había apoderado de casi todo su exterior, confundiendo las paredes grises y el techo de asfalto con el espeso bosque de pinos a su alrededor. Las ventanas rotas dejaban entrar el gélido aire de las montañas, pero al hombre que yacía desnudo, hecho un ovillo junto a una estufa apagada parecía no importarle.
Remus Lupin había pasado otra de sus terribles noches como hombre lobo, unas cuantas cicatrices más fueron añadidas durante su transformación. Esta vez se había mordido y atacado a sí mismo de forma más frenética que nunca. Su mente de licántropo ansiaba destrozar un cuerpo humano, pero en el fondo, en lo más recóndito de su cerebro, Remus aún mantenía una pequeñísima parte de humanidad durante las noches de luna llena. La noche anterior, su pequeño vestigio humano no dejaba de pronunciar un nombre: "Nymphadora".
Su fino oído le hizo despertar de golpe al oír los pasos de una presencia ajena a los demás habitantes del bosque. Su olfato de lobo, fue capaz de reconocer el inconfundible olor a hierbas medicinales y a humedad de los calabozos. ¿Qué hacía Severus Snape en aquel sitio? Se puso de pie de inmediato y apenas si alcanzó a ponerse sus pantalones cuando la puerta se abrió de golpe.
—Lupin —. La voz sedosa y cínica de Snape no perdió un segundo en atacarle. —Es casi mediodía y aún sigues durmiendo. Vaya forma de ser útil a la Orden.
—Snape —espetó él de vuelta. —¿Qué haces aquí? No creo haberte enviado una invitación.
—No, para venir a un sitio tan encantador como éste, no hace falta invitación —respondió él, mirando a su alrededor con desprecio. —Estoy aquí por órdenes de Dumbledore.
Lupin tragó saliva y asintió con la cabeza, permitiendo que Snape se adentrara en la casa semiderruida. Terminó de vestirse apuradamente con su suéter y su chaqueta de lana. Con su varita, reavivó los rescoldos de la estufa, intentando calentar el pequeño espacio, pero no era nada fácil; además del viento frío que se filtraba por las ventanas, la presencia de Snape tenía la particularidad de imponer un efecto lúgubre y glacial en cualquier espacio donde se encontrara.
—¿Té? —preguntó al tiempo que ponía una vieja tetera sobre el fuego.
—Me encantaría, Lupin, pero sencillamente no tengo tanto tiempo libre como otros más afortunados —contestó Snape. —Dumbledore ha insistido en mostrarte esto.
Lupin miró sorprendido el pequeño vial que le alcanzaba Snape. El torbellino de plata, reluciendo en la luz del mediodía.
—¿Qué es? —preguntó, abriéndolo con lentitud.
—Esperaba que fueras tú el que contestara eso.
Lupin arqueó una ceja y aproximó el contenido a su nariz para olfatearlo. Sintió como aquel aroma parecía aferrarse a la parte posterior de su garganta y debió tener cuidado para no dejar caer el vial, ya que comenzó a tener arcadas incontrolables; su rostro enrojeció y sus ojos se humedecieron. Era absolutamente repugnante: Tenía el olor dulzón de la carne en descomposición, el intenso hedor a amoniaco de un cuerpo dejado a la intemperie por días. Era el aroma inequívoco de la muerte.
Snape lo miraba fascinado, las comisuras de su boca se curvaron en una ligera sonrisa al ver tal aversión y disgusto en la reacción de Lupin. —"Así que no es una poción para atraer a licántropos"—pensó.
—Tómala... —murmuró Lupin respirando con dificultad. —Es asquerosa.
Snape sonrió abiertamente y olfateó también la poción, pero no pudo registrar ningún olor en especial. Quedaba claro que aquel olor podía ser reconocido tan sólo por la nariz de un licántropo.
—Pero que delicado eres, Lupin —dijo mientras vertía la pócima sobre la superficie de la mesa y trazaba una línea con su varita sobre ella. —Discidum Pars
La poción, que fuera de su receptáculo adquiría una consistencia acuosa y translúcida, se levantó en el aire y empezó a separarse en lo que parecían, cinco diferentes volutas de humo, que flotaban y se retorcían sobre si mismas gracias al hechizo de Snape.
—¿Ves algo que te llame la atención?
Lupin se paró frente a los cinco componentes de la misteriosa pócima, removiéndolos un poco con su varita. Al menos el mal olor había desaparecido, pero había sido reemplazado por algo más, un leve olor a tierra húmeda, a lluvia. Sus ojos se movieron rápidamente hacia la voluta más pequeña. Ésta tenía un color rojo brillante y a diferencia de las demás, estaba estática.
Fue casi como someterse a la maldición Imperius. Lupin sintió de repente cómo su mente se llenaba de una neblina que acallaba todos sus pensamientos, estaba en trance y en lo único que era capaz de pensar era en el hermoso color escarlata de aquella celestial sustancia; el olor se intensificaba a medida que Lupin, hipnotizado, acercaba su mano hasta alcanzarla: alcanfor, flores silvestres, miel y sangre. La sustancia se derramó sobre su mano al contacto y Remus olvidó por completo que era un ser humano. Se relamió los dedos, embriagado en el sabor de aquel cálido líquido que le proporcionaba un placer sublime.
La sonrisa de Snape se borró por completo, miraba la escena con una mezcla de aturdimiento y repulsión en el rostro. Lupin se volvió hacía él, con una mirada enloquecida en su rostro sucio de sangre. Saltó de repente, abalanzándose sobre él, lo tomó del cuello de su camisa y con una fuerza sobrehumana empezó golpear su cabeza contra el suelo.
—Más —. La acostumbrada gentileza de su voz había desaparecido, siendo reemplazada por un gruñido gutural. —¡MÁS!
—¡DESMAIUS! —gritó Snape, apuntando con su varita con dificultad. Los golpes en su cabeza lo habían dejado viendo doble.
Falló en su objetivo, pero el estruendoso ruido que hizo la estufa al recibir el impacto del maleficio, fue suficiente para distraer a Lupin. Snape, se escabulló, poniendo distancia entre él y el desquiciado hombre. Rebuscó entre sus ropajes por la pequeña bolsa en la que siempre llevaba su kit de pociones, alcanzando las ampollas que contenían muestras de sangre de Laurel que había tomado para trabajar durante su tiempo libre entre clases. Arrojó una de las pequeñas botellas hacia Lupin y esté la atrapó en el aire, quebrándola con la fuerza de mano y bebiendo el espeso líquido sin importarle los cortes que se hacía en los labios con el cristal roto.
Snape estaba listo para lanzar el hechizo aturdidor al ver cómo Lupin terminaba de chuparse los dedos, y volvía su maníaco rostro hacia él, buscando más sangre, sin embargo, se dio cuenta de que algo le estaba sucediendo. Sus ojos ambarinos rodaron hacia atrás, dejándolos en blanco. Su boca, abierta en un grito silencioso dejaba salir una leve espuma. Intentó dar un paso hacia Snape, pero cayó en el suelo, sus extremidades sacudiéndose con violentos espasmos.
—¿Remus? ¡Remus!
Snape se acercó a él con cuidado, su varita al ristre, tratando de entender lo que estaba pasando. La sangre, la sangre podría estar envenenándolo. Buscó dentro de su bolsa por un bezoar, pero antes de poder encontrarlo, Lupin vomitó. Finalmente, su cuerpo había dejado de sacudirse, y se quedó quieto, tendido en el suelo, respirando débilmente. Snape lo alejó del vómito, colocando su cuerpo de costado, en caso de que volviera a vomitar. Aquella acción le trajo amargos recuerdos de su niñez y adolescencia, cuando junto con su madre, se ocupaban de lidiar con su padre alcohólico. Apartó aquellos oscuros pensamientos de su mente, concentrándose en examinar a Lupin, que parecía haber vuelto a sus sentidos.
—Eres un total cretino, Lupin —susurró Severus mientras tomaba su pulso y le examinaba las pupilas. —Pero que otra cosa podría esperar de un hombre lobo.
—Lo siento —dijo éste con voz cansada. —No pude controlarme. No pude resistirme... Esa sangre... ¿Le pertenece a la Akardos?
Snape ignoró su pregunta, receloso de hablar acerca de Laurel. Al menos ya estaba claro que la obsesión de Greyback por ella se debía a una mera reacción química, no había ningún sentimiento de por medio. Aún así, detestó que Lupin mostrara el mismo comportamiento perturbado al exponerse a tan sólo un poco de su sangre.
—Severus —Lupin puso una débil mano sobre su hombro. —Responde, es la sangre de la Akardos, ¿no es cierto? Quiero conocerla.
Snape apretó los dientes, la familiar sensación de celos volvió a escocerle el estómago. ¿Cómo se atrevía a Lupin a hacer semejante petición? Se puso de pie, volviéndose hacia la destruida estufa, reparándola y poniendo la tetera nuevamente al fuego. Esperaba inútilmente que Lupin no insistiera en saber más de Laurel. No estaba dispuesto a permitir que otro Merodeador arruinara un vínculo tan preciado. No permitiría que la historia se repitiera.
—La necesito con vida, Lupin —respondió Snape. —No la voy a exponer a ti. Suficiente tiene con las atenciones de Greyback.
—Por eso ha desaparecido —. Los ojos de Lupin brillaron al darse cuenta de la misteriosa desaparición del líder de los hombres lobo. —El clan está al borde de una revuelta. Greyback se ha marchado hace meses.
—Está en Wiltshire, rondando la Mansión Malfoy. Nunca se aleja demasiado.
—¡Pero entonces, ella está en grave peligro! —Lupin intentó incorporarse, pero Snape se lo impidió. —No puedo siquiera imaginar lo que Greyback sería capaz de hacerle...
—No te levantes, Lupin, aún estás débil. En cuanto a Greyback, ya me he asegurado de ponerlo en su lugar.
—No, tú no lo entiendes. No se detendrá.
—Ella está bajo mi responsabilidad. La estoy protegiendo y haré lo que sea para mantenerla a salvo; de Greyback.... de cualquiera que se atreva a hacerle daño —dijo Snape, matizando sus palabras con una amenaza no tan sutil. —Ahora, si no te importa, tengo que hacerte unas cuantas preguntas.
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