Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Reflejos

La sangre que manaba de las heridas en la espalda de Laurel iba manchando poco a poco la camisa blanca de Severus. Éste, en su apuro por llegar hasta al sótano había olvidado calzarse y ahora sus pies desnudos subían los estrechos escalones de piedra cuidando de no resbalar.

Laurel apenas se dio cuenta de que era llevada a los pisos superiores de la mansión, el intenso dolor de su espalda ensombrecía cualquier razonamiento y solo era capaz de escuchar a la distancia las carcajadas de Bellatrix que se entremezclaban con la sarta de improperios que Severus mascullaba entre dientes.

Finalmente llegó al tercer piso y con tan solo un movimiento de cabeza hizo que las puertas de la suite se abrieran de golpe. Depositó boca abajo sobre la cama el cuerpo lacerado de Laurel, fijándose detenidamente en el mosaico de cortes y contusiones que iban desde la parte baja de su espalda hasta la altura de sus hombros. Mecánicamente sacó su varita y conjuró el debido hechizo curativo para cerrar las heridas al instante, ansiando de forma casi infantil que surtiera efecto y la sangre que poco a poco empezaba a coagularse desapareciera.

—Tendrás que hacerlo a la manera muggle —. Narcissa estaba parada en la entrada, mirándolos de la misma forma en que se podría mirar el noticiario de la tarde, su expresión indiferente a los sollozos ahogados de Laurel, su voz fría y apática. —Llamaré a un elfo doméstico. Seguro podrá hacer un mejor trabajo.

Severus asintió con la cabeza en señal de acuerdo y una vez que Narcissa cerró la puerta detrás de sí, se dejó caer en un sillón junto a la cama y se pasó las manos por el pelo, un viejo hábito de su adolescencia que pensó que había abandonado.

Estaba acostumbrado a mantener un firme dominio sobre sus emociones y a manipular cada situación en que se encontraba para su ventaja, pero desde que tuvo la desgracia de cruzar palabras con Laurel, aquel control parecía resbalársele de los dedos a cada momento. Miró nuevamente la espalda marcada de la Akardos y se sintió inútil, débil ante la fragilidad de aquella mujer. Se consideraba un mago competente y con gran habilidad, pero sus conocimientos poco podían ayudar a Laurel que aún yacía con su rostro enterrado en la almohada, sus sollozos apagándose poco a poco.

De repente advirtió su desnudez, sus ojos tímidos recorrieron las suaves curvas de sus senos dibujándose contra las sábanas, el vientre del color del trigo moviéndose lentamente al ritmo de sus suspiros, los dos pequeños hoyuelos claramente acentuados en la parte baja de su espalda. La cabeza de Laurel se giró para verlo y Severus apartó sus ojos rápidamente de la voluptuosidad de sus caderas, esperando no haber sido descubierto. Recordó brevemente la mirada de repugnancia que Lily le había lanzado aquel espantoso día y se alivió de no verla reflejada en los ojos de Laurel. Mantuvo su mirada firmemente anclada en el rostro hinchado y triste.

—¿Se ve tan mal como se siente? Hasta respirar duele —preguntó Laurel con voz ronca.

—Se ve muy mal, pero podría haber sido mucho peor. Bellatrix podría haberte matado, es la mortífaga más peligrosa y la más fiel servidora del Señor Tenebroso.

—Es peor que ese hombre lobo. Nunca vi una mirada tan desquiciada como la suya. Fue mi culpa, les rogué que pararan.

Severus se tomó su tiempo para contestar. Al revoltijo de emociones que bullían bajo la fina capa de su oclumancia se le sumaba ahora la frustración hacia la tremenda estupidez que Laurel había cometido. Estuvo a punto de gritarle, las aletas de su alargada nariz temblaron al soltar un resoplido exasperado, sin embargo, sus palabras salieron en su acostumbrado tono frío y bajo.

—Te tenía dicho que no debías pronunciar palabra alguna en frente de nadie en esta casa, pusiste la vida en riesgo de una forma totalmente absurda, no puedo estar todo el tiempo vigilándote. No soy tu niñera...

—Lo siento —le cortó Laurel. —Lo intenté, pero esa maldición, el Avada Kedavra, era dolorosa, sentía que recibía choques eléctricos. No pude contenerme. Pensé que el chico, Draco, podría ser clemente conmigo, detener el castigo...

Severus frunció el ceño extrañado, ¿Así que de alguna forma la Akardos era capaz de sentir la potente energía de la maldición asesina? Su instinto investigador despertó de pronto y estuvo tentado a probar otra maldición imperdonable sobre ella para observar si reaccionaba de alguna manera, pero al ver el desconsuelo en los enrojecidos ojos de Laurel se limitó a recriminarla de la forma más venenosa y áspera posible.

—Entonces preferiste que Bellatrix te destrozara el cuerpo a latigazos, ¿no? Que interesante, aparte de comportarte como una completa cretina, eres una masoquista. Estoy empezando a creer que además de no tener alma, tampoco tienes cerebro.

Severus esperaba ver algún gesto de rebeldía, de rabia, tal vez llanto en la cara de Laurel. Quería que ella sintiera el mismo terrible estrés por el que estaba pasando, pero se quedó perplejo al ver como una leve sonrisa se dibujaba en la comisura de sus labios secos y agrietados.

La tristeza en los ojos de la mujer se diluyó al percibir en las palabras de Severus su enorme frustración al ver que sus esfuerzos por mantenerla a salvo no eran suficientes. Quería apaciguarlo, asegurarle que lo estaba haciendo bien, su naturaleza afectuosa y servicial la empujaba a confortarlo incluso cuando era ella la que tenía la espalda lacerada. Quería evitar otra confrontación, por lo que hizo todo lo posible por responderle de manera serena, cómo lo hacía antes con Tobías cuando sufría sus brotes psicóticos.

—Tal vez no, Severus. Pero tengo corazón y sé que tú también has de tener uno porque te arriesgaste a sacarme de allí, aun cuando puedo ver que Bellatrix es la única persona en esta casa a quien no puedes intimidar, aparte de tu Señor Tenebroso —respondió Laurel mientras intentaba levantarse cubriendo su pecho desnudo con una almohada. —Así que ahórrate el sermón, por favor y consígueme unos vendajes, un antiséptico o algo para limpiarme la espalda...

¡CRACK!

Un ruidoso chasquido resonó en la estancia. Laurel pensó por un momento que Bellatrix había irrumpido en la habitación azotando su látigo y se abrazó a la almohada con fuerza, pero sus ojos se abrieron de par en par al ver que una pequeña criatura había aparecido de la nada y hacia una profunda reverencia ante Severus, sus largas orejas de murciélago inclinadas hacia adelante y sus enormes ojos turquesa mirando atentamente al mago.

—La Ama ha ordenado a Enoby servirle al Amo Snape en todo lo que necesite. Enoby está a la disposición del Amo y ayudará a cuidar a la desalmada hasta que el Amo Snape lo requiera.

Su voz era anormalmente aguda y Laurel se dio cuenta de que se trataba de una hembra ya que además vestía con lo que parecía ser un andrajoso mantel con estampado de flores anudado alrededor de su cuerpo.

—Es una elfina doméstica. —le explicó Severus. —Criaturas mágicas al servicio de antiguas y adineradas familias, consagran su vida a ser leales y a seguir las ordenes de sus amos. Narcissa ha sido lo suficientemente amable al prestarme una.

Luego se dirigió a Enoby:

—Puedes empezar por curarle la espalda, pero deberás hacerlo sin magia. Luego quédate con ella hasta que yo vuelva.

Laurel estaba aún tan pasmada con la aparición de la criatura que no registró la última frase de Severus; seguía mirando boquiabierta a la elfina. No se parecía en nada a la descripción en los libros de Tolkien, ni a los elfos ayudantes de Papá Noel que plagaban las decoraciones navideñas. Sus grandes ojos turquesas se volvieron hacia ella y Laurel cerró su boca disimulando su sorpresa, intentando no parecer grosera. Enoby se acercó hasta ella y chasqueando los dedos aparecieron de inmediato sobre la cama un cuenco con agua hervida, gasas y vendas. Sus pequeñas manos empezaron a trabajar de inmediato.

Laurel cerró los ojos y apretó los dientes al sentir el ardor del yodo en las heridas, cuando los abrió notó que Severus había desaparecido.

—¿Severus? —le llamó en voz queda.

Severus se había encerrado en el elegante cuarto de baño. Mármol blanco cubría el piso, las paredes y el techo reflejando la luz del sol que entraba a raudales por la ventana, haciendo que la habitación se llenara de un brillo cegador. Necesitaba estar solo, no se sentía capaz de lidiar con Laurel en ese momento. No cuando ella había demostrado ser lo suficientemente sensata como para no caer en su maliciosa trampa de hacerla sentir culpable y odiarse a sí misma. Sintió que estaba siendo derrotado en su propio juego, por primera vez extrañaba los rostros temerosos de sus estudiantes cada vez que dejaba salir su venenoso repertorio de críticas y comentarios sarcásticos, le daba una sensación de superioridad que nunca había podido disfrutar mientras crecía.

"Sé que tienes corazón porque te arriesgaste a sacarme de allí."

Las palabras de Laurel retumbaban en su cabeza, produciendo grietas en la ya muy frágil capa de oclumancia. Intentó contener sus pensamientos, vaciar su mente de cualquier emoción. Laurel estaba equivocada, lo había dicho tan solo porque era una condenada santurrona.

"Mi corazón murió con Lily" —se dijo firmemente —"Soy Severus Snape, y soy un bastardo."

Se miró en el espejo y casi no podía reconocerse. Su piel estaba terriblemente pálida y profundas ojeras de color púrpura rodeaban sus ojos. Su pelo estaba más grasiento que nunca y parecía que había perdido unos cuantos kilos desde la noche anterior. Pensó en el curvilíneo cuerpo de Laurel sobre la cama, en cómo sería sentir su peso sobre el suyo y automáticamente volvió a pasar sus manos por su pelo, intentando mejorar de algún modo el grave estado de descuido en el que se encontraba.

Estuvo tentado a tomar un baño, hundirse en el agua como si fuera un cálido abrazo. Muchas veces hacia eso, sumergirse en una bañera caliente y pretender que era el cuerpo de Lily abrazada fuertemente a él. Se daba cuenta que se estaba comportando de una forma ridícula. Laurel jamás notaría la diferencia, tomara un baño o no. Apretó sus torcidos y amarillentos dientes con resentimiento. Siempre sería el hombre miserable y feo en el que nadie confiaba.

Respiró hondo y apagó de inmediato su súbita excitación. Se contentaba con saciar sus necesidades el solo, pero algunas veces no podía evitar adentrarse en la oscuridad del Callejón Knockturn y elegir entre las mujeres de alquiler a la que le pareciera más sana y limpia. Era una transacción breve, utilitaria, impersonal. Nunca pensaba en Lily durante esos indignos encuentros. Lo odiaba, se odiaba. Odiaba la vida que le había tocado vivir, las fatídicas decisiones que en su juventud habían sido merecedoras del desprecio de Lily. Su ciega ambición de ser adorado por los demás mortífagos y ser recompensado por su Señor Tenebroso le había llevado a revelar la profecía que terminaría siendo la sentencia de muerte de su amada.

—Soy un asesino —dijo con rabia y con sus ojos fijos en su reflejo, asestando un puñetazo en el espejo, deseando que pudiera destruir la imagen del monstruo en el que se había convertido.

—¿Severus?

La tímida voz de los Akardos se filtró en el baño y sacó a Severus de su odiosa diatriba de auto recriminación. Su mano estaba sangrando y perezosamente la limpió en la camisa que ya estaba manchada de sangre. Tardó dos segundos en curarse los cortes y otros cinco segundos en cambiar sus ropajes, y como tantas otras veces decidió que un baño podía esperar. Tenía asuntos más urgentes que atender y el tiempo nunca estaba de su lado. Salió del baño evitando cualquier contacto visual con Laurel. Su mente se centró solo en llegar a Hogwarts en el menor tiempo posible.

Laurel soltó un suspiro aliviado al verlo. Por un momento pensó que se había ido, dejándola abandonada a su suerte. Sonrió abiertamente al verlo totalmente vestido, su larga capa negra siseando detrás de él mientras caminaba erguido y con paso firme alrededor de la suite invocando hechizos protectores para que nadie con malas intenciones pudiera acceder. Su largo pelo negro, ocultándole el rostro y sus pálidas manos sosteniendo la varita con la delicadeza de un director de orquesta. Realmente parecía un cruce entre un científico loco y un villano de algún cuento victoriano y a pesar de encontrarse en una situación tan precaria y peligrosa se alegró de que fuera Severus quien se ocupara de su seguridad.

Desde la noche anterior, en que habían discutido con palabras hirientes y revelado secretos que sólo ellos dos conocían, Laurel sentía una confianza hacia él que rayaba en lo irracional. Tal vez fuera porque sentía que lo conocía desde la niñez, gracias a las narraciones de Tobías.

Sabía que siempre había sido un niño reservado y tímido, que tenía gran habilidad mágica desde los cuatro años, el día que había hecho levitar y estrellar contra una pared el plato de frijoles que se negaba a comer. Sabía que podía ser temperamental pero también que en el fondo era sensible y anhelaba la aprobación de las demás. Sabía que el día más feliz de su vida fue cuando llegó su carta de Hogwarts. Tobías había vuelto muy cansado de trabajar aquel día y tuvo la sorpresa de encontrar a una niña de cuyo nombre era incapaz de acordarse, sentada en la raquítica mesa de la cocina compartiendo una exigua cena con Severus. Dos sobres abiertos frente a ellos, y la risa de ambos niños llenando la casa asolada por la pobreza.

Laurel quería compartir esos recuerdos con Severus, preguntarle si se acordaba de ellos, saber cómo pasó de ser un niño tímido y melancólico a convertirse en un sirviente de un mago tan escalofriante como Lord Voldemort. Quería aprender más del mundo mágico, ¿desde cuándo había empezado la guerra? ¿quiénes habían sido víctimas de ella? ¿quién era la mujer a la que había amado y perdido? Pero antes incluso de que pudiera abrir la boca para llamar su nombre por segunda vez, Severus salió de la habitación.

—¿A dónde ha ido ahora? —se preguntó en voz alta.

Para su sorpresa la elfina le contestó con su voz aguda:

—El Amo Snape ha ordenado a Enoby quedarse con la desalmada hasta su retorno.

—¿Y cuándo volverá, Enoby?

La elfina taladró a Laurel con sus brillantes ojos turquesa y arrugando su nariz con desaprobación chilló:

—¡Los asuntos de los amos magos no incumben a elfos o a desalmados!

Laurel agachó la cabeza y cerró los ojos mientras la elfina continúo su trabajo de limpiar y vendar su espalda.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

La desidia se había apoderado de Laurel mientras observaba cómo las largas sombras del crepúsculo iban llenando la habitación. Había dormido toda la tarde y se despertó tan sólo cuando sus tripas se sacudieron en protesta por la falta de alimento. Enoby también había sucumbido a la pesadez del calor del verano y yacía dormitando en el piso junto a la cama.

Laurel se levantó cuidando de no despertarla y se dirigió al cuarto de baño. Su letargo se desvaneció por completo al ver el enorme espejo resquebrajado e inmediatamente pensó en Severus. Había pasado ya mucho tiempo desde su partida y sintió una punzada de ansiedad al pensar en que podría haberle sucedido algo grave. Se empapó el rostro con el agua fría del lavabo y bebió directamente del grifo, sin detenerse a respirar siquiera, el agua suficiente para llenar su estómago y para calmar el incendio de desasosiego que se le iba extendiendo por el pecho.

Miró su reflejo en el espejo y no podía creer que la mujer que le devolvía la vista fuera ella. El maquillaje se la había corrido y los chorretes negros de rímel manchaban sus mejillas magulladas. Las marcas de arañazos en su cuello no eran nada comparadas con las marcas dejadas por el látigo. Su pelo castaño estaba enredado y sucio de sudor y de sangre. Un ligero rubor se entrevió entre los cardenales del rostro cuando cayó en cuenta que Severus había tomado en sus brazos su cuerpo desnudo y desbaratado. Respiró hondo y calmó los nervios de colegiala que pensó extintos hacía años. No era nada del otro mundo, Severus jamás se fijaría en un asunto tan trivial como la desnudez del cuerpo de una muggle y mucho menos de una tan lesionada y sucia como lo estaba Laurel.

De repente escuchó el ruido de una puerta al abrirse y de pasos sigilosos en la habitación. Buscó rápidamente algo con que cubrirse el pecho. Lo mejor que pudo encontrar fue la manchada camisa de Severus que había dejado tirada en el suelo. Abrió la puerta del baño lentamente, atisbando por el intruso y rogando por no encontrarse con los enloquecidos ojos de Bellatrix. Para su sorpresa a quien vio entre las sombras fue al joven Draco, su pelo rubio brillando con las últimas luces del día, sus ojos claros mirando curiosos a su alrededor.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro