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Pesadillas

—No debías preocuparte tanto, Narcissa. No soy un hombre tan refinado como Lucius.

Snape se sentó junto a Narcissa en el pequeño salón de la suite que había sido designada para su uso. En medio de ellos, una mesita atiborrada de tentempiés, frutos secos, caviar y finos quesos en delicados platos de porcelana junto a una botella de vino y otra de brandy.

—Tonterías. Eres mi huésped y todo esto es poco comparado con el invaluable juramento que has aceptado hacer para ayudar a nuestra familia.

Narcissa sirvió dos copas de brandy y le pasó una de ellas a Snape. Se tomó la suya de un trago y se sirvió más.

—Es una pena que mi Draco no éste despierto a esta hora, estaría muy contento en darte la bienvenida y discutir contigo sus planes. Sé que serás de gran ayuda para él.

—Dudo mucho que Draco quiera compartir sus planes conmigo. Querrá hacerlo él mismo, restaurar el honor de la familia Malfoy ante los ojos del Señor Tenebroso. Tu querida hermana estará ofreciéndole consejo, y obviamente habrá sembrado en él su desconfianza hacia mí —. Snape vio con ojos imperturbables cómo Narcissa vaciaba su copa y procedía a llenar la tercera. —Hablaré con él en la mañana e intentaré guiarlo en la dirección correcta. Espero que escuche las palabras de su padrino.

—Me aseguraré de que lo haga —dijo Narcissa después de tomar otro trago de su copa.

De repente, sus ojos azules se humedecieron y dejó escapar un largo y profundo suspiro, dejando que su postura normalmente recta y elegante se encorvara y se hundiera en la silla.

—Apenas puedo tolerar todo esto, Severus. Lucius en Azkaban, mi único hijo destinado al desastre, las constantes injurias de Bella hacia Lucius y su horrible, horrible comportamiento. Antes no era así, solía mantener la compostura, pero ahora me sorprende que no haya decidido usar mi hogar como matadero y cámara de tortura para muggles y traidores de sangre. Además, se ofrece al Señor Tenebroso como una cualquiera, como si fuese una ramera del Callejón Knockturn.

Una leve reminiscencia de mujeres con olor a perfume barato, tendidas sobre sábanas sucias pasó por la mente de Snape cuando escuchó sus últimas palabras, sin embargo, los recuerdos se enterraron tan rápido como llegaron y él finalmente tomó el primer trago de brandy dejando que el exquisito líquido resbalara por su garganta.

—Bellatrix siempre ha estado dispuesta a complacer al Señor Oscuro en todos los sentidos de la palabra. Pero ella debería saberlo mejor. El Señor Oscuro no se rebajará a sentimientos tan mundanos. Él la está usando. Como lo hace con todos nosotros. Todos debemos sacrificar algo, Narcissa. Todo en nombre de la pureza de sangre. Tú, entre todas las personas, deberías saberlo.

Lo dijo en tono grave, pero Narcissa pudo captar la ironía en sus palabras, después de todo, él era un muy conocido sangre mestiza y, estaba segura, era consciente de que su buen trato hacia él era totalmente atípico de ella. En cualquier otra circunstancia, lo habría menospreciado, pero después de años de amistad, había aprendido a respetar y apreciar a Severus Snape más que a cualquier otro miembro de las filas del Señor Tenebroso.

—Lo entiendo, Severus. Me alegro de que te quedes con nosotros. Serás un buen apoyo para Draco mientras Lucius esté fuera. Sé que tienes las manos llenas, pero mi hijo tiene una gran necesidad...

—Draco tiene prioridad en mi lista, como ya te he prometido antes —dijo Snape mientras bebía lentamente de su copa. —Incluso sin el Juramento Inquebrantable, me habría cerciorado de la seguridad de Draco. Después de todo, es mi ahijado y el hijo de mis dos buenos amigos.

—Sí, sí... —murmuró Narcissa, su rostro se iluminó con renovada fe.

Terminó su copa y se levantó de la silla, tambaleándose hacia él. Agarrando sus manos, lo besó en ambas mejillas.

—Mejor me despido; parece que tienes una necesidad urgente de dormir.

—Solo una cosa más, querida Narcissa. La mujer en el sótano, la Akardos...

Narcissa miró a Snape con curiosidad. Sin duda, se había llenado las manos tras ese extraordinario encuentro. Una Akardos, ni más ni menos.

Sabía que Snape era un hombre dado a la investigación. Siendo alumno en Hogwarts, había sido el creador de varios hechizos que ahora eran de uso común, y no dudaba de que el tener a mano un ejemplar tan raro, había despertado en él la necesidad de estudiarle. Sin embargo, lo que realmente la sorprendió fue su comportamiento sobreprotector hacia ella. Era posible que los otros Mortífagos no se dieran cuenta, incluso el propio Señor Oscuro había pasado por alto la forma en que Snape sostenía y llevaba a la Akardos, como lo haría un niño con su cachorrito. Pero Narcissa era, más que nada, una madre y una esposa amorosa, y ese tipo de comportamiento no escapaba a su atención. Cualquiera fuera la razón que Snape pudiera tener para mantener a la Akardos cerca, definitivamente sería contraproducente para él.

—¿Qué con ella? —preguntó deseando que Snape pudiera ver dentro de su mente y se atreviera a responder las preguntas que tenía.

—Debes prometerme que estará a salvo en tu casa. No dejes que los demás se acerquen a ella. Especialmente tu querida hermana Bellatrix.

—Haré lo que pueda, Severus. Sabes cómo es ella; obedece tan solo a nuestro Maestro, pero haré todo lo posible. ¿Algo más?

—¿Te importaría llevarle esta comida? Me temo que no tengo apetito y será una pena que se estropee.

—La Akardos no es merecedora de tales viandas. —respondió Narcissa con una sonrisita en los labios. ¿Desde cuándo Snape era tan fácil de leer? —Como tu amiga, te aconsejo que moderes tu atención hacia ella. Por tu propio bien y por el de la desalmada. No querrás que los demás se formen ideas. Buenas noches, Severus.

Snape bebió el resto de su brandy y se levantó lentamente de su silla.

—Buenas noches, Narcissa.

El sol estaba ya a punto de despuntar cuando Severus finalmente apoyó su cabeza sobre la almohada. Aquella había sido una de las noches más largas que había tenido el infortunio de vivir, y desgraciadamente había tenido que sufrir muchísimas noches en vela durante toda su miserable vida.

Suspiró hondo y sintió un leve calor en sus mejillas al saber que Narcissa se había dado cuenta que su preocupación por Laurel no era sólo de carácter científico. Agradeció el consejo que le había dado, debía ser más cuidadoso en su trato con la Akardos. Su presentación ante el Señor Tenebroso se había producido sin grandes dificultades y esperaba que su apresamiento en la Mansión Malfoy continuara sin graves incidentes hasta que tuviera oportunidad de idear un plan para sacarla de allí.

Lentamente, sacó del bolsillo el medallón de la familia Prince y lo examinó. Los ojos esmeraldas de la serpiente brillaban con la luz de la lámpara que estaba junto a él y no podía dejar de compararlos con los de Lily. Sabía que su vida se discurría entre sus obligaciones con Dumbledore y El Señor Oscuro y entre el tiempo muerto en el que reproducía una y otra vez en su cabeza los años en que había sido feliz junto a Lily. Habría dado todo por volver a verla, tomar su mano, decirle que la amaba, que siempre la había amado. Por un momento pensó que pasaría lo mismo que tantas otras noches, que el insomnio se apoderaría de él, pero casi sin darse cuenta su mente empezó a divagar y pensamientos inconexos se fueron diluyendo al cerrar los ojos. Lo único de lo que pudo percatarse antes de dormirse profundamente fue la sensación de tener unos brazos alrededor de su cuerpo y una respiración cálida sobre su pecho.


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Aquella tarde de primavera, varios estudiantes de Gryffindor habían decidido saltarse la visita a Hogsmeade. Sirius Black y James Potter habían contrabandeado una gran cantidad de cerveza de mantequilla y whisky de fuego para la fiesta que planeaban celebrar aquel día. Habían ganado el partido de Quidditch a Slytherin esa mañana con un aplastante 240 a 60, que los dejaba con el camino libre para ganar la copa de Quidditch en su cuarto año.

El sitio escogido había sido la Sala de los Menesteres, ya que esperaban que varios Ravenclaw y Hufflepuff se les unieran, además era el sitio perfecto para realizar toda la algarabía que quisieran sin que Filch se diera por enterado. James tan sólo esperaba ver a Lily y convencerla de tomar algo con él. Quien sabe, incluso podría ser aquel el día en que finalmente se decidiera a salir con él, sin tener que lidiar con Quejicus, aferrándose a ella como una araña malhumorada.

—¿De verdad tienes que ir? ¿Por qué no vienes a Hogsmeade conmigo?

—¿Y andar con los otros Slytherin? Preferiría no hacerlo, muchas gracias.

Lily y Severus salían del Gran Comedor aun discutiendo sobre la fiesta que los Gryffindor estaban preparando. Severus ardía de celos al pensar en dejar sola a Lily con el cerdo de Potter. Sabía que se iba a aprovechar de la situación e iba intentar persuadirla de que fuera su novia. No podía permitir eso. La sola idea de ver a su preciosa Lily con James Potter hacía que su estómago se revolviera de desprecio. Incluso sabiendo que se estaba poniendo en grave riesgo al asistir a la fiesta de Gryffindor, dijo casualmente:

—Puedo ir contigo, ¿sabes? Si no te importa.

—¿De verdad, Sev? ¿No te asusta meterte en la guarida de los leones?

—No soy un cobarde —respondió entre dientes. Sé defenderme.

—¡No! Debes prometerme que no dejarás que James te saque de casillas. Debes comportarte de la mejor manera.

—No sé si te habrás dado cuenta, pero son Potter y sus estúpidos compinches quienes siempre empiezan...

Severus no pudo terminar su frase, Lily lo tomó del brazo y lo llevo casi a rastras hacia la Sala de los Menesteres.

La Sala estaba ya bastante concurrida y varios estudiantes de diferentes casas se miraron sorprendidos al ver a Severus Snape.

—¡Quejicus! ¿Qué hace un sucio Slytherin aquí? ¿Has venido a acusarnos con Filch?

La voz de Sirius se escuchó por sobre la charla de los estudiantes y la música en la Sala que ahora se había convertido en un gran lounge con mesas y divanes y estaba decorada con colgantes de Gryffindor.

—¡Cállate, Sirius! Ha venido en son de paz. —dijo Lily mientras ponía un brazo sobre los hombros de Severus y éste no pudo evitar sentir como su rostro se sonrojaba.

—Si Evans lo quiere, deja que Quejicus se quede —. James Potter se había acercado hasta ellos e imitando el ademán de Lily, puso su brazo alrededor del hombro de Sirius. —Solo lo permito porque eres tú, Evans.

Sonriendo, él y Sirius les dieron la espalda y James le guiñó un ojo y le susurró:

Se pondrá en ridículo. Ya lo verás.

—Y si no, me aseguraré de hacerlo pasar por su peor vergüenza.

La fiesta se tornaba cada vez más salvaje con el paso de las horas a la vez que el alcohol iba haciendo efecto en los cuerpos de los adolescentes. El aprecio que Sirius sentía por la música muggle, hacía que los jóvenes bailaran al ritmo del rock'n'roll y del reggae, mientras poco a poco se iban desprendiendo de sus capas y calzado y se dejaban llevar por la frenética música, saltando, empujándose y pasándola bien.

Potter y Lupin bebían sin parar e intentaban llenar la sala con enormes globos rojos y dorados que estallaban con un estruendo y bañaban a los asistentes con una lluvia de confeti. Peter Pettigrew reía desde un rincón cada vez que los estallidos hacían que alguien se resbalara en el suelo húmedo por las bebidas que habían sido derramadas en medio de la juerga. Incluso Severus parecía haber salido un poco de su cascarón y mantenía una entusiasmada discusión con Lily y otros dos Ravenclaws de sexto año acerca del uso de la sangre de salamandra como ingrediente principal de la Esencia de Locura.

James los miró y llamó a Sirius asintiendo con la cabeza.

—¿Quieres jugar a girar la botella? —se rio mientras empujaba una botella de cerveza de mantequilla vacía en su mano.

—Esto será épico.

El volumen de la música se redujo y varios adolescentes corrieron a sentarse formando un amplio círculo, entre ellos varias chicas risueñas que lanzaban miradas coquetas a Sirius y chicos con las caras sonrojadas más por el alcohol que por vergüenza. Severus se puso de pie e intento alejarse con disimulo, pero la mano de James lo agarró del cuello de la camisa.

—A dónde vas Quejicus? ¡Te vas a perder toda la diversión! ¡Siéntate aquí! —dijo empujándole agresivamente a un sitio entre los otros chicos y directamente frente a las chicas de Gryffindor, entre ellas estaba Lily, que se reía y charlaba y estaba claramente bastante intoxicada por el alcohol.

El juego comenzó y varias rondas de retos y preguntas incomodas hacían a los adolescentes reír a carcajadas. Severus, estaba muerto de vergüenza y cada vez que la botella giraba, éste rogaba porque no fuera él el siguiente en tener que someterse a los retos que Sirius, James y Lupin imponían. No estaba acostumbrado a este tipo de interacciones sociales y se sentía incómodo. Intentaba tomarse a grandes tragos la cerveza de mantequilla que tenía en la mano, esperando que él liquido le calmara los nervios. Sin embargo, nada evitó que el corazón le diera un brinco al ver como el pico de la botella se detenía frente a Lily, quien dejó salir un chillido de sorpresa y se desternilló de risa.

—¡Un reto para ti Evans! —La voz de James se alzó como un rugido por encima del algarabío de jóvenes hormonales. —Ser besada por alguno de nosotros. Pero no podrás elegir quién.

Lily siguió riendo y apenas farfulló unas palabras que sólo las chicas que estaban junto a ella pudieron oír.

—Una jugada bastante desesperada por parte de James, ¿No creen?

Sin protestar, Lily se puso de pie y fue a sentarse en medio del círculo. Severus había empezado a temblar de rabia al ver como James le ponía una venda sobre sus ojos y lanzaba el hechizo muffliato que había sido de su propia invención.

No podía soportarlo. James siempre le arrebataba todo a lo que él tenía derecho, usaba sus propios encantamientos en su contra y ahora pretendía arrebatarle a la única persona por la que él realmente sentía cariño, la única persona que se había preocupado por él y era capaz de mirar más allá de su pelo grasiento y desharrapada apariencia. No iba a permitirlo. Al ver como James se acercaba cada vez más a Lily se puso de pie y alzó su varita contra el joven Gryffindor. Los espectadores ahogaron un grito. James tan sólo inclinó su cabeza, invitando a Severus con una mano para que se acercase.

—Toda tuya, compañero —le dijo con una sonrisita socarrona mientras le dejaba el camino libre.

No podía creerlo. Severus se había quedado congelado frente a Lily, quien aún con los ojos vendados, sacudía la cabeza con impaciencia. No tenía ni idea de que hacer a continuación, deseaba salir corriendo, pero al ver sus rojos labios, un arrebato de valentía hizo que sus pies se movieran hacia ella, acercándose de una manera de la que solo podría haberse atrevido a soñar.

Severus temblaba y sudaba frío. Éste sería su primer beso y no tenía ni idea de dónde poner sus manos húmedas, así que se decidió por apoyarlas sobre sus hombros. Aproximó sus labios a los de ella. Todos a su alrededor miraban la escena conteniendo la respiración.

Sus secos labios hicieron contacto con los suaves labios de la chica, sus ojos se cerraron inadvertidamente cuando sintió el dulce olor a cerveza de mantequilla y whisky de fuego en su aliento y su cuerpo entero ardió al darse cuenta de que Lily se estaba atreviendo a ir más allá. Su lengua cálida trazó sus labios invitándolo a abrir su boca para profundizar el beso. Severus accedió de inmediato, disfrutando cada segundo del calor y la textura aterciopelada de la boca de Lily, pero entonces algo sucedió.

De repente, sintió como su lengua se iba transformando, incrementando de tamaño y cambiando de forma. Empezó a salivar de manera incontrolable pero su saliva era de un color oscuro, casi negro. Intentó gritar, pero era imposible, ya que su lengua se había transformado en un enorme tentáculo de color púrpura con todo y ventosas, tan largo que le llegaba hasta el pecho.

Cayó de espaldas en el suelo y los gritos y el llanto de Lily eran ahogados por el estallido de carcajadas de los jóvenes que veían la escena burlándose de Snape y vitoreando a James y a Sirius que estaban apuntando con sus varitas al pobre chico que se revolcaba en el suelo sofocándose. Uno de los estudiantes de Ravenclaw con el que había estado charlando tuvo piedad de él y contrarrestó el maleficio. El rostro de Severus se había puesto azul y sus ojos estaban rojos y llorosos, pero poco le importó. Su única preocupación era Lily, quien se había arrancado la venda de los ojos y lo miraba con un profundo asco. Lo miraba con tanta repugnancia y rabia que Severus no pudo evitar sentir que estaba a punto de ser atacado por ella.

—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a seguirles el juego? ¡ME DAS ASCO SEVERUS!

—Lily, yo no quería... No sabía... ¡Perdóname! —Las suplicas entrecortadas de Severus eran apenas audibles ya que su garganta adolorida tan solo le permitía dejar salir chillidos.

Su rostro pasó del azul al rojo escarlata al percatarse de los canticos de los estudiantes que llenaban la sala.

"Quejicus, el molusco Snape, ventosas y tinta, sus besos son hiel!"

—¡Me das asco, ASCO! —Lily había sacado su varita y le apuntaba al tiempo que escupía la tinta negra que Severus había dejado en su boca.

Éste no pudo evitar dejar salir algunas lágrimas y cerró los ojos tratando de detenerlas, al abrirlos vio como Lily se había transformado en su padre y en vez de blandir una varita, traía en su mano una gruesa correa de cuero con la que asestaba duros azotes contra su cuerpo.

—Detenlas! ¡No puedo soportarlas más! Me torturan a toda hora. Las voces que quieren mi muerte. ¡Es tu culpa! ¡Es tu magia!

—¡No soy yo!¡No soy yo, papá! ¡Por favor!

Golpe tras golpe, Severus dejaba salir un gemido mientras se arrastraba en el piso. La sala de los Menesteres se había transformado en el salón de su casa en la Calle de la Hilandera.

Intentaba alcanzar su cuarto y escapar de la furia de su padre. Y entonces su madre aparecía de la nada y se lanzaba sobre él defendiéndolo, recibiendo los golpes que iban dirigidos a su hijo.

Severus se fijó en el brillante medallón que colgaba del cuello de su madre, las pequeñísimas palabras talladas en latín.

Ut luceant in Tenebris.

Volvió su mirada esperando reflejarse en los oscuros ojos de su madre, pero no era ella la que le devolvía la mirada. Era Laurel, vestida con el infantil vestido con el que él la había imaginado siendo una niña de siete años. Con suavidad le susurró al oído:

—Despierta.

Los golpes en la puerta y la voz de Narcissa le hicieron sentarse en la cama de golpe. El frío sudor que le empapaba el cuerpo hacía que su grasiento pelo negro se le pegara en el rostro.

Respiró con dificultad. Sólo era una pesadilla, un viejo recuerdo que había jurado olvidar para siempre en los recónditos recovecos de su memoria.

La luz del mediodía invadía la suite a través de los grandes ventanales.

—¡Severus, despierta! ¡Es Bellatrix!


≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪


Laurel había pasado las últimas horas deambulando por el sótano, tanteando en la oscuridad por alguna posibilidad de escape, pero el recinto estaba herméticamente cerrado y la única forma de entrada o salida era la maciza puerta de hierro. El calor y la humedad acumulados en el sótano eran tales, que el aire casi se convertía en fango y hacía difícil respirar. Laurel estaba tentada a beber el agua de una jarra que se encontraba allí, pero se contuvo. Tenía miedo de que estuviera envenenada. Se despojó de la capa y de su chaqueta de mezclilla e intentó dormirse, pero el dolor en su rostro aún punzante a pesar de la pócima que le había dado Severus, se lo impidió.

Se quedó sentada allí, en medio de la oscuridad, deseando que al abrir los ojos nuevamente se encontrara de nuevo en su cama, en el pequeño apartamento en Londres y todo esto no fuera más que una pesadilla. Deseó volver a su casa en Hackleton, abrazar a su hermana, besar a su madre y seguir convencida de que la magia pertenecía tan sólo a los cuentos de hadas. Deseó poder ir a trabajar nuevamente el lunes, como le había dicho a Rebecca y deseó volver a leerle un libro a Tobías durante las soporíferas tardes de verano. Pero esta pesadilla era real, esta oscuridad era real. Tan real y oscura como los ojos de Severus. Y luego deseó algo más, deseó tenerlo a su lado, tomando su mano como lo había hecho en la casa de la Calle de la Hilandera.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que escuchó los rápidos pasos de alguien bajando por las escaleras y el chirrido metálico de la puerta al abrirse.

—Draco, mira. Ya he conseguido a una prisionera perfecta para practicar las maldiciones oscuras. Ésta si nos durará.

La mujer que hablaba con voz aguda y malvada se acercó a ella apuntándole con su varita. Era bastante alta y espigada e indudablemente hermosa y a Laurel le pareció que tenía cierto aire a la otra mujer que había visto en la mansión. Podrían ser hermanas, pero mientras una era rubia y de piel pálida, la mujer que tenía en frente tenía el cabello negro y la piel bronceada. Además, sus ojos oscuros enmarcados en largas pestañas dejaban entrever un estado mental totalmente enajenado que Laurel había podido ver en algunos de los pacientes que había tenido a su cuidado.

Su mera presencia hacía que se encogiera de miedo. Tras ella un joven muchacho mantenía su distancia y sus ojos grises hacían lo imposible por evitar mirarla. Sin duda se trataba del hijo de Narcissa, ya que tenía su mismo pelo rubio platino y su mismo rostro pálido y afilado. Sin embargo, a diferencia de la mujer que estaba con él, no mostraba ningún entusiasmo por encontrarse en presencia de la Akardos. Al contrario, parecía buscar salir de aquel sitio desesperadamente, sus ojos ojerosos no dejaban de mirar hacia la puerta mientras mantenía las manos dentro de los bolsillos de su elegante traje.

—Tía Bella, ya he practicado bastante el Cruciatus ayer. Creo que ya lo domino...

—Sí, e hiciste un buen trabajo, querido. Pero ahora es el momento de que aprendas la maldición asesina, y no hay mejor manera de hacerlo que mirando directamente a los ojos del humano al que quieres matar. Por lo tanto, aquí está nuestro perfecto muñeco de prácticas.

De la varita de Bellatrix surgieron varias cadenas que apresaron a Laurel a uno de los pilares del sótano. Ésta trató de respirar profundamente recordando las palabras de Severus

"Te lanzarán maleficios, no te asustes, no te pasará nada."

—¡AVADA KEDAVRA!

La maldición golpeó contra su pecho y el familiar resplandor de la luz verde se extendió por su cuerpo. Ella no lo había notado antes, tal vez debido al miedo y a la adrenalina la noche del incendio, pero aquella maldición le producía un espasmo que le recorría el cuerpo entero como una descarga eléctrica y le producía ligeros calambres en las extremidades.

"No me pasará nada... muy inteligente, Severus." —pensó con resentimiento al tiempo que cerraba los ojos y se preparaba para recibir otra maldición asesina esta vez de parte del joven Draco quien blandía su varita con indecisión.

Dejó escapar un suspiro de alivio cuando el chico apenas logró crear un tenue brillo de color verde pálido que desapareció en el aire de inmediato.

—¡Concéntrate, Draco! —chilló Bellatrix. —¡Hazlo con determinación! ¡AVADA KEDAVRA!

El tiempo transcurría lentamente para Laurel, que ya había recibido muchísimas maldiciones asesinas y notó angustiada como sus piernas y sus brazos empezaban a entumecerse y a tornarse de un preocupante tono morado. Draco había logrado conjurar finalmente una maldición medianamente decente a los ojos de su tía Bellatrix y al alzar la varita una vez más y gritar el Avada Kedavra, Laurel no fue capaz de evitar que un grito se escapara de su garganta y se escuchara por sobre el ruido del impacto del hechizo en su cuerpo.

—¡No! No, por favor. ¡Ya no puedo más!

Draco bajó su varita inmediatamente y miró a su tía con el miedo dibujado en el rostro.

—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves tú, asquerosa desalmada, a dirigirle la palabra a un mago? ¿A rogar por misericordia, cuándo es ya un privilegio que éstes respirando y viviendo bajo el mismo techo dónde mora el mago más grande de todos los tiempos? Voy a castigarte, bestia. Aprenderás a respetar la sangre mágica a latigazos.

Las cadenas que ataban a Laurel se reordenaron apresándola, esta vez con su rostro contra el frío pilar de piedra. Bellatrix desgarró su camisa con un cuchillo, dejando su espalda expuesta.

Cada latigazo recibido quedaba marcado en la piel, llenando su espalda desnuda de cortes y moretones que más allá de su apariencia dolorosa y deplorable, le iban quedando marcadas de forma intangible y permanente en su alma. Las lágrimas se le escurrían por las mejillas y empapaban la piedra gris mientras poco a poco los agudos gemidos que lanzaba se le iban quedando atascados en su garganta seca y adolorida, hasta que llegó un momento en que ya no era capaz de producir ni un sonido más y tan sólo se podía oír el chasquido del látigo asestando golpes en la piel sanguinolenta.

Entonces lo sintió.

Sus manos, sus suaves manos levantándola y sacándola de allí. Ella le rogó que la ayudara. Le rogó que la llevara de regreso a casa. Pero los ojos negros de Severus estaban siendo dominados nuevamente por el poder de la Oclumancia y Laurel temió que su oscuridad la envolviera también a ella.

—Silencio. —su voz baja y grave fue suficiente para calmarla.

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