Lupinaria
El profesor y la joven mujer estaban murmurando por lo bajo, al tiempo que organizaban lo que parecía ser un improvisado laboratorio alquímico con varios frascos de cristal que destellaban en la penumbra de la habitación y calderos de peltre que producían un ruido hueco cada vez que un ingrediente era añadido dentro.
Harry tuvo que acercarse más para poder oír su conversación, acurrucándose al lado de una desbaratada pianola desde donde los podía ver claramente; sus voces susurrantes parecían estar discutiendo:
—¿Qué rayos fue todo eso?
—¿De qué estás hablando?
—De esa absurda discusión con Remus
—Quería hacerte daño...
—¡Está enfermo!
—¿Y? ¿Es eso una excusa para comportarse como un imbécil?
—Sí que lo es. ¿Qué excusa tienes tú?
—No soporto oírlo hablar de esa manera, ni ver la forma en que te mira...
El rostro de la mujer pareció enrojecerse levemente, aunque su gesto de reproche no desapareció. Continuó hablando mientras revolvía el caldero con un agitador de vidrio, sus ojos clavados en Snape quien, con el ceño fruncido, evitaba mirarla, concentrándose más de lo debido en la llama que había encendido debajo del caldero.
—Sí, sentí miedo de él, pero reaccionaste muy mal, no debiste...
—Está bien ¿quieres oírlo? Sí, soy un imbécil, pero Lupin me saca de quicio ...
Harry sonrió inadvertidamente. ¿Snape, el temible y amargado profesor aceptando que era un imbécil?
—Deberías disculparte.
—¿Disculparme con Lupin? No en esta vida.
—No, Sev. Con Tonks, discúlpate con Tonks.
La arruga en el entrecejo del hombre pareció disminuirse y sus labios se torcieron en una sutil sonrisa de burla.
—A Nymphadora no le interesan mis disculpas, no es amabilidad lo que necesita de mí —dijo él pausadamente mientras agitaba su varita, trayendo a la vida una pluma que empezó a deslizarse rápidamente sobre un pergamino, tachando los pasos de una larga lista de instrucciones. —Siempre ha tenido un carácter fuerte, lo suficiente como para pasar los EXTASIS en mi clase, lo suficiente como para que mis palabras no le afecten.
—Ella ama a Remus. A mi parecer, sí que le afectan tus palabras en su contra.
—Que conmovedor, enamorarse de un cobarde como Lupin... Que sentimiento tan ridículo, el amor solo hace a las personas estúpidas —la voz susurrante de Snape se cortó de pronto y Harry pudo ver cómo el profesor finalmente volvió su rostro hacia la mujer, la poca luz iluminando una expresión mortificada en el rostro cetrino. Un gemido ahogado se escapó de lo profundo de su garganta que el hombre disimuló con un falso carraspeo.
—Laurel...
—Estoy de acuerdo, el amor te vuelve estúpido —. La mujer, que había detenido de golpe su trabajo en el caldero, habló con una voz hueca, fría; agarrando el agitador con tanta fuerza que Harry pensó que estaba a punto de quebrarlo con la mano. —Al menos Tonks tuvo la fortuna de enamorarse del cobarde y no del imbécil.
—No fue mi intención...
—Por favor, no necesito oír tus palabras. Te conozco lo suficiente como para entender lo cínico que puedes llegar a ser —dijo ella mientras sacudía su cabeza y arrojaba un polvo verdoso al caldero. Y luego con voz tan baja que fue casi inaudible repitió para sí: —El amor solo hace a las personas estúpidas.
—Cuando dije aquello no me refería...
—¿Podrías pasarme las bayas de muérdago? Esto está a punto de hervir —dijo ella, ignorándolo.
—¡No estaba pensando!
—Las bayas, por favor.
—Escúchame, Laurel...
—¿Dirás algo que valga la pena?
Harry no daba crédito a lo que estaba sucediendo, nunca había escuchado la susurrante y fría voz de Snape transformarse en atropelladas súplicas y luego pensó que debía estar soñando al escuchar a Snape decir:
—Me disculparé con Tonks.
Aquello la tomó por sorpresa. Sus brillantes ojos se giraron rápidamente hacia él, las comisuras de sus labios curvándose inesperadamente; el intento de esconder su sonrisa fracasando estrepitosamente al ver el anhelante rostro de Snape, esperando por su aprobación.
—Eso... eso sería estupendo viniendo de ti, Sev —murmuró ella, al tiempo que él se acercaba, su mano extendiéndose hacia su mejilla.
—¡Oh no!
—¡Aléjate! No respires el vapor.
El caldero hirvió de golpe, la poción que había estado cociéndose rebalsó y un burbujeante líquido de un olor a huevos podridos se derramaba sin control.
El espeso gas verdoso se esparcía por la habitación, oscureciendo la débil luz de las lámparas de aceite. Harry se puso de pie rápidamente, conteniendo la respiración, sus ojos llorosos impidiéndole ver la salida.
Laurel dio unos pasos hacia atrás, sintiéndose un poco aturdida al no poder evitar inhalar el espeso humo. Se movió torpemente, intentando encontrar la puerta en medio del caos y fue cuando sintió que se estrelló de pronto contra el sólido cuerpo de una presencia invisible.
—¡Ay! —soltó Harry al sentir el fuerte pisotón que le dio la mujer y se escabulló rápidamente, antes de que sus brazos extendidos pudiesen alcanzarlo.
—¡Por Dios! —exclamó ella espantada. Sintió como se le ponía la carne de gallina, y un escalofrío le recorría la espalda al convencerse de que La Casa de los Gritos realmente era el edificio más embrujado de toda Gran Bretaña. Retrocedió despacio, sintiendo que su cabeza se nublaba, sin estar muy segura si era a causa del terror o del gas.
"¡Evanesco!"
La voz de Severus hizo que saliera de aquel trance y volviera sus ojos enrojecidos hacia él. El nauseabundo liquido había desaparecido y ahora el mago se ocupaba de deshacerse del humo, absorbiéndolo con su varita.
—Esta casa está maldita, Severus —chilló ella con voz quebradiza. —Está embrujada, lo... lo he escuchado... un fantasma... ha gritado...
Severus la miró con preocupación, pensando que los vapores la habían afectado, pero antes de que pudiese contestar Tonks lo interrumpió desde la puerta.
—No hay fantasmas aquí, Laurel —dijo con una sonrisa amable. —Sólo un hombre lobo que necesita vuestra ayuda.
—Pero lo he escuchado... lo he tocado...
—Los fantasmas no son sólidos —dijo Severus, acercándose a ella. —Lo más seguro es que el humo te haya dejado un poco aturdida. Tal vez sea mejor que vuelvas al castillo.
Laurel se dio cuenta de que ambos brujos la miraban con una mezcla de incomodidad y lástima en sus rostros y de repente sintió vergüenza de sí misma por entrar en pánico. Tal vez tenían razón, tal vez lo había imaginado todo, tal vez el gas le había jugado una mala pasada...
—No —masculló, abochornada. —Ya ha pasado... sólo me he mareado... por la poción.
—Bueno, yo hasta me habría desmayado con esa peste. El olor llegó hasta la otra habitación — Tonks se adentró con pasos entusiasmados. —¿Necesitan ayuda?
—He olvidado agregar bayas de muérdago a la infusión antiemética —dijo Laurel, intentando recuperarse del susto y aproximándose también hacia los instrumentos alquímicos.
—Preferiría que no tocaras nada, Nymphadora. No quiero tener que lidiar con el desastre que de seguro ocasionarás.
Tonks no miró a Snape, sin embargo, su amable sonrisa se disolvió al instante.
—Está bromeando —le aseguró Laurel, aun sabiendo ella misma que ese no era el caso.
—No bromeo cuando se trata de ineptitud —continuó Snape con una leve mueca de burla asomándose en sus labios — Aún recuerdo aquél incidente en su cuarto año, el saboteo en mi clase...
—¡No lo hice a propósito! Planeaba poner la Tentácula Venenosa en la oficina de Filch, tan sólo me resbalé en el pasillo y la planta terminó por accidente en su aula. ¿Piensa seguir reprochándome mi travesura de alumna, Profesor Snape?
—Mientras aun tenga las marcas dejadas por los colmillos de esa planta del demonio pienso seguir recordándolo —contestó el mago ipso facto. —Serías más útil quedándote junto a Lupin, él te necesita mucho más.
Tonks, quien estaba a punto de protestar, se quedó sin habla al oír las últimas palabras de Snape. Asintió brevemente y se encaminó hacia la puerta. Sin embargo, antes de que pudiese salir la voz de su antiguo profesor la detuvo nuevamente.
—Tonks, te aseguro que Lupin está en buenas manos. No permitiré que se haga mucho daño durante los ensayos —dijo con voz firme y semblante serio. —E intentaré por todos los medios que la cura de resultado, te lo prometo.
—Gracias —la bruja logró murmurar mirándolo con ojos saltones e incrédulos antes de cerrar la puerta detrás de ella.
—¿Qué? —susurró Snape al darse la vuelta y darse cuenta de que Laurel lo miraba con una ceja levantada, sus brazos en jarra. — Es mejor que una disculpa.
Laurel soltó un suspiro y relajó su postura.
—Supongo que sí —susurró ella de vuelta, volviendo a enfocarse en preparar la infusión para suprimir las náuseas y el vómito en Lupin y esta vez estuvo segura de tener las bayas de muérdago a su alcance.
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Harry intentó ignorar el ligero calambre que empezaba a subírsele por las piernas. Hacía ya más de media hora que se mantenía estático, de pie en el mismo punto junto a la cama dónde yacía Lupin. No se había arriesgado siquiera a respirar normalmente, ya que su antiguo profesor de Defensa contra Las Artes Oscuras tenía sus amarillentos ojos clavados en él. Su rostro hostil, acechaba con la misma fiereza de un lobo hambriento.
Harry no entendía como era posible que Lupin se hubiese percatado de su presencia. Sospechaba que era debido al ruido de su respiración en aquella alcoba silenciosa, o tal vez, como había escuchado decir a los otros, su olfato se agudizaba a medida que se acercaba la luna llena. Daba igual si era incapaz de verlo, la peligrosidad de sus brillante mirada bastaba para mantener al adolescente petrificado de miedo.
Fue entonces cuando por primera vez en su vida sintió una tremenda sensación de alivio y gratitud al escuchar la sibilante voz de Snape romper el absoluto silencio de aquella estancia.
—Dos dosis. Cincuenta mililitros ahora, cincuenta mililitros una hora más tarde, justo antes del anochecer —decía Snape mientras medía cuidadosamente la luminosa poción de Lupinaria, al tiempo que la pluma de auto-escritura anotaba rápidamente sus palabras sobre un levitante pergamino.
Harry soltó una exhalación y se dejó caer silenciosamente al suelo al ver que Lupin finalmente había apartado su mirada y la había posado ahora en Laurel, quien se había acercado y le ofrecía una cucharada de infusión antiemética con una mano temblorosa.
—¿Estás seguro de que no es demasiado? —preguntó Tonks preocupada mientras se acercaba también a Lupin y le alentaba a tomar el líquido verdoso.
—Calculando su índice de masa corporal, diría que es la cantidad adecuada, al menos para empezar. Ya veremos cómo reacciona con la primera dosis.
Aquellas palabras parecieron no ser de mucho alivio para Tonks, quien se inclinó sobre Lupin, tomando su mano y apretándola con fuerza.
—Todo estará bien, Dora. —murmuró Lupin, sonriendo débilmente a la mujer y luego, girándose hacia Snape, asintió solemnemente. —Cuando estés listo, Severus.
La poción plateada parecía brillar más que nunca cuando alcanzó los labios del licántropo. Lupin se había incorporado, bebiendo la poción lo más rápido que pudo sin respirar. El asqueroso sabor a amoniaco bajando por su garganta le produjo un intenso escozor que le llegó hasta su estómago y empezó a extendérsele lentamente hacia su pecho.
Se derrumbó nuevamente en la cama. El techo giraba a tanta velocidad que parecía desafiar a la muerte. Cerró los ojos. Sus manos agarraron con terror las viejas sábanas empapadas en su sudor. Su rostro no tenía color. A pesar de la poción que le había sido administrada, las náuseas encontraron la forma de apoderarse dolorosamente de su estómago. Lupin rogó, rezó, suplicó que pudiera vomitar pronto, pero en lugar de eso, un notorio temblor se apoderó de su cuerpo.
Apenas si notó a Severus tomando su pulso o a Nymphadora intentando aplacar la fiebre que hacía que sus ojos enrojecieran a un profundo carmesí. Su cuerpo no tardó en arder. El contacto de las sábanas, de las manos que intentaban ayudarlo, de la mínima corriente de aire que rozaba su piel le hicieron gritar de agonía, pero ni siquiera pudo escuchar su propio alarido, el agudo zumbido que se le había metido en la cabeza no se lo permitió.
—¡¿Qué está sucediendo?!
—¡Creo... creo que se está transformando!
—¡Pero aún no ha anochecido, Snape!
—El lobo está luchando... la maldición está luchando contra la poción —susurró Snape para sí, al tiempo que movía su varita desde la que surgieron gruesas cadenas que apresaron el cuerpo de Lupin. —Laurel, escúchame con atención, toma otra dosis de Lupinaria y agrega tres gotas más de sangre. Sólo tres. Hazlo abajo, lo más lejos posible de Lupin, ¿me oyes? No sé si podremos controlarlo si la llega a percibir.
Laurel asintió, apresurándose a tomar dos viales, uno destellando visos de plata y el otro conteniendo un viscoso líquido rojo y corrió escaleras abajo como un rayo.
Harry alcanzó a oír sus pisadas sobre el chirriante suelo de madera y el portazo de una puerta en el piso inferior antes de que un rugido completamente inhumano le perforara los oídos. El aullido que salía de la garganta de Lupin era tan salvaje que le hizo lamentarse el haber abandonado la comodidad de su sala común aquella tarde lluviosa.
Al igual que sus ojos, toda su piel se enrojecía con un salpullido del que surgía un pelaje hirsuto. Su boca se retorció, deformándose cuando sus dientes se agrandaron, transformándose en feroces colmillos. Harry se había quedado paralizado, aterrado ante tal visión. No era la primera vez que veía a Remus Lupin convertirse en hombre lobo, ya lo había presenciado hace algunos años. Pero esta vez era diferente, esta vez parecía ser un proceso mucho más lento, muchísimo más doloroso, cómo si aquella transformación fuese forzada, no por la naturaleza de la luz lunar, sino por algo mucho más siniestro, por la innata perversión de una maldición que obligaba a convertir a su victima en una incontrolable máquina de matar.
Era tanta su impresión, que no se había dado cuenta de que Laurel había vuelto y se había quedado de pie junto a él, apretados entre sus dedos temblorosos estaban ambos viales. Su boca y sus ojos estaban abiertos de par en par, totalmente conmocionada por el estado de Lupin que, a pesar de las gruesas cadenas, aún era capaz de retorcerse sobre la cama.
—¡No te acerques! —exclamó Snape al tiempo que se adelantaba hasta ella y tomaba el vial plateado. — Vuelve al castillo en éste mismo instante.
La mujer dio un paso hacia atrás y fue entonces cuando un chillido gutural, una voz que parecía surgir desde la garganta de un monstruo la detuvo.
—Te necesito, Akardos. Necesito tu ayuda. Sólo tú puedes... sólo tú...
—Remus...
—¡No lo escuches! Es sólo un truco, vete ahora —insistió Snape, empujándola hasta la puerta, pero en ese mismo instante se dieron cuenta de que el rechinante ruido de las cadenas se intensificaba hasta que el espeluznante y sonoro ¡CLANC! del metal rompiéndose les hizo helar la sangre.
Lupin cayó al suelo a cuatro patas, su transformación aún incompleta le daba un aspecto incluso más temible que el un hombre lobo completamente transformado. Echó hacia atrás la cabeza empapada de sudor y aulló de nuevo, con tanto ímpetu que logró arrasar todo desesperado intento de huir. La quimera abrió sus ojos nuevamente. Sus irises amarillas fosforecieron entre sus escleras carmesí al ver frente a él a la criatura que había dado origen tanto a su dolor como a su placer. A la mujer que ahora destilaba un perfume exquisito por cada uno de sus poros, el olor del miedo intenso. Tenía que aniquilarla.
La bestia saltó hacia ella al mismo tiempo que Snape la cubría con su cuerpo.
"¡DESMAIUS!"
Un poderoso chorro de luz roja salió disparado de la varita de Tonks, arrojando a Lupin a un costado, pero para horror de todos, su cuerpo no fue a estrellarse contra los viejos muebles. Un joven delgaducho, con desordenado cabello azabache y lentes apareció en la habitación de repente. La fuerza con la que la bestia había sido lanzada contra él no le dejó tiempo de gritar, ni de levantarse. Tanto su varita, como su capa de invisibilidad habían caído a un lado y ahora el muchacho luchaba por zafarse de una bestia que no dejaba de revolverse sobre sí misma.
—¡HARRY!
—¡POTTER!
Ambos magos gritaron al unísono apuntando sus varitas, lanzando hechizos contra Lupin, tratando de evitar que se diera la vuelta y atacara al estudiante. Harry logró moverse lo suficientemente rápido para evitar la repentina dentellada del hombre, cuya boca ya empezaba a alargarse, convirtiéndose en un oscuro hocico. Se arrastró hacia atrás, alejándose del que había sido su profesor preferido, hasta que su espalda dio contra una pared. Harry estaba acorralado. Lupin tenía los ojos puestos en él, flexionó las piernas, listo para saltar. Era el final.
¡CRACK!
Harry no pudo oír el leve sonido de un vial de vidrio rompiéndose contra una pared. Ni Snape, ni Tonks registraron el ruido del cristal resquebrajado al estar vociferando un hechizo tras otro en su vano intento de detener a la bestia. Sólo Laurel y Remus pudieron clavar la mirada sobre los restos del cristal roto, sobre la mancha de sangre que ya empezaba a escurrirse sobre la pared opuesta a dónde se encontraba Harry.
Laurel no lo dudó ni un segundo. Al ver cómo el casi-hombre lobo salió disparado en dirección a los restos del vial que ella había arrojado, la mujer corrió hasta donde estaba el adolescente. Tomándolo de la camisa, hizo que se pusiera de pie. Tonks no tardó en llegar hasta ellos, recogiendo de paso la varita y la capa de invisibilidad del suelo.
—¡SALGAN! ¡LO ENCERRARÉ EN LA HABITACIÓN! —bramó Severus quien no había dejado de apuntar a Lupin. Éste seguía relamiendo los goterones de sangre de la mugrienta pared.
Al ver como las mujeres habían escapado del recinto llevándose a Harry consigo, Severus cerró sus ojos y convocó a fuerzas oscuras mientras que dirigía su varita hacia las cuatro esquinas de la habitación. La temperatura disminuyó rápidamente y las paredes chirriaron aún con más fuerza. Severus caminó de espaldas, con su varita en alto, el complejo conjuro aún saliendo como un silbido de sus labios. No se detuvo hasta que salió y cerró la puerta en frente suyo, sellándola con un encantamiento final. Apenas si se podían escuchar los chillidos de Lupin y los arañazos que daba contra las paredes.
Severus Snape soltó un resuello de agotamiento. Aquella magia oscura le había drenado, pero ignoró el cansancio porque la rabia que sentía era suficiente para hacerlo girar sobre sus talones, silbando como una víbora venenosa.
—Potter...
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