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Luna Llena

Habían pasado ya tres días desde que Laurel despertó en la enfermería de Hogwarts. Sus heridas ya habían sanado por completo, e incluso, para sorpresa de todos, no habían dejado visible cicatriz alguna.

—¡Como por arte de magia! — Había exclamado la Señora Pomfrey al quitarle los vendajes.

Sin embargo, a pesar de aquella buena noticia, el espíritu de la Akardos parecía hundirse cada vez más a medida que la fecha de la siguiente luna llena se iba acercando. No podía evitar revivir una y otra vez el ataque del hombre lobo. Se había convencido a sí misma que aquella terrible noche había sellado su destino. Al igual que la marca tenebrosa que Severus llevaba en su brazo, Laurel sentía que Fenrir Greyback la había marcado también, con sus dientes, con sus garras. Sentía que su cuerpo no le pertenecía del todo, sentía que después de ser abusada y torturada, Greyback había sembrado en ella una terrible enfermedad que saldría a flote esa misma noche, y que confirmaría las palabras del licántropo: "Tú y yo no somos tan diferentes".

—Deberías comer, no te puedes dejar morir de hambre. Necesitarás tu fuerza. Yo necesitaré de tu fuerza. —dijo Severus, mientras revolvía la sopa de verduras que ella se negaba siquiera a mirar.

El mago había pasado con ella la mayor parte del tiempo, sentado a su lado, leyéndole, enseñándole a jugar el ajedrez mágico, hablando de temas banales, evitando a toda costa mencionar el incidente con Greyback, evitando rememorar los meses de encierro, como si de esa manera pudiera borrar la desolación que se podía entrever en la mirada de Laurel.

—No tengo hambre, Severus —susurró ella mientras se disponía a levantarse, apartando el edredón y buscando sus pantuflas con la mirada. — ¿Podrías llamar a la Señora Pomfrey? Quiero darme un baño.

—Es ridículo, sólo una cucharada, no tienes cinco años. — Insistió él, acercando la cuchara hacia ella para finalmente dejar salir un suspiro resignado y abandonar el plato sobre la mesa. —Es el tercer baño que te das hoy... Sé que has dicho que no quieres hablar de lo que sucedió, pero tengo que saber...

—No quiero hablar del tema, por favor.

—Sabes que puedes confiar en mí.

Laurel se volvió hacia él, apartándose el cabello del rostro, mirándole directamente.

—Apesto a él, Severus. Apesto a Greyback y no lo puedo soportar. Siento que estoy contaminada, necesito darme un baño. Si no quieres llamar a la Señora Pomfrey, está bien, puedo hacerlo sola.

—La llamaré, Laurel —dijo él, tomando su rostro con sus manos, acercando sus labios hasta los de ella. —Si te hace sentir mejor, la llamaré.

Laurel giró su rostro, evitando su beso, sus ojos de cervatillo rehuyéndole la mirada. No era digna para él. Severus merecía estar con una mujer que no estuviera rota, que no llevara en su sangre la maldición de ser Akardos, de ser licántropa. Merecía una mujer que no hubiese sido usada por un monstruo.

—Lo siento... No puedo... —suspiró ella, clavando los ojos en el techo, convencida de que si lo miraba no podría ser capaz de controlar el llanto.

Severus no dijo nada más, tan sólo la acunó, acariciando su cabello. Laurel apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos hasta que sintió que tuvo la fuerza suficiente para ponerse de pie y dirigirse hasta el cuarto de baño.

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La Señora Pomfrey salió del baño secándose las manos con una toalla y echándole un vistazo a su pequeño reloj de bolsillo: 4:35 p.m. Faltaba menos de una hora para que el sol se pusiera y por el momento no había nada que indicara que la chica en verdad hubiese sido infectada con licantropía, sin embargo, debía empezar a preparar todo lo necesario para contenerla en cama en caso de que hubiera algún tipo de transformación. Soltó un suspiro y decidió que le agregaría un par de gotas de poción de Ojos Abiertos a su té vespertino: aquella víspera de Navidad, la Señora Pomfrey debía pasarla haciendo vigilia, vigilando por algún posible cambio en la Akardos.

Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando se percató de la oscura figura en el pasillo. El Profesor Snape estaba sentado con su espalda contra la pared, su capa desparramada en el suelo, las piernas encogidas contra su pecho y su sucio pelo cubriéndole el rostro.

—¿Severus? — le llamó la Señora Pomfrey, dándole unos golpecitos en el hombro.

Él despertó de inmediato, sus ojos negros escaneando el pasillo, buscando a la joven mujer.

—¿Ya han terminado? — Preguntó mientras se ponía de pie.

—Ella quiere quedarse en la bañera un par de minutos más —contestó mientras examinaba el pálido rostro del profesor. —Deberías ir a descansar. Me encargaré de todo.

—No necesito descansar. Quiero quedarme, Poppy. Hoy especialmente.

La enfermera asintió, obsequiándole una sonrisa compasiva

—Como quieras, Severus. Igual, necesitaré a alguien conmigo en caso de que las cadenas no sean suficientes.

—¿Cadenas?

—Es sólo por precaución. Estoy segura de que Dumbledore tiene razón, no hay indicaciones de que la chica se convierta en licántropo.

—Ya ha tenido que soportar demasiado. Es innecesario encadenarla.

—No podemos arriesgarnos. Es tanto por su seguridad, como por la seguridad de los demás habitantes del castillo.

—Me encargaré de ella, me haré responsable de lo que pueda... ¡Argh! — La voz de Severus se cortó. La penetrante quemazón de su marca tenebrosa le dio aviso de que era esperado por su Señor Oscuro y los demás Mortífagos lo más pronto posible.

La Señora Pomfrey abrió los ojos asustada al verlo apretar su antebrazo izquierdo con una mueca de dolor dibujada en el rostro:

—Estará bien. Cuidaré de ella, te lo prometo.

Severus asintió, volviendo una mirada anhelante hacia la puerta del baño. La Señora Pomfrey, comprendiendo que debía darle privacidad, se dirigió a su oficina, dejándolo solo frente a la puerta. Severus dudó por un segundo, balanceando su peso de un pie al otro.

—¿Por qué hoy? ¿Por qué precisamente ahora? — pensó con rabia.

Quería despedirse, quería que ella supiera porque la debía dejar sola en la noche en que ella más lo necesitaba. Tocó a la puerta levemente con los nudillos, pero al no obtener respuesta la abrió lentamente. El vapor inundaba el pequeño baño de la enfermería y Severus apenas si distinguió la figura acurrucada dentro de la bañera, el largo cabello húmedo cubriéndole la espalda marcada de cicatrices. Su llanto hacía eco en las paredes de baldosa y la tristeza se apoderó de él al oírla llorar de aquel modo. Estuvo a punto de llamar su nombre cuando un segundo dolor punzante le atravesó el antebrazo. Severus cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido y se apoyó sobre ella, tomando aire. Laurel ya estaba sufriendo lo suficiente, no quería preocuparla más.

Debía partir.

Ella lo entendería.

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7:00 p.m.

Laurel había sido movida a una cama que estaba justo al lado de una de las ventanas, asegurándose así de que la luz de la luna llena le diera del todo en el cuerpo. Al menos podía admirar desde allí las inmensas montañas que rodeaban Hogwarts y parte del lago, olvidando por momentos las pesadas cadenas que la ataban de pies y manos y los susurros de la Señora Pomfrey y de la Profesora McGonagall, que se confundían con los cantos de villancicos que venían del Gran Comedor.

—...la forma en que se restriega la piel, no es nada normal. Me parece a mí que, aunque las heridas físicas sanaran, hay otra aquí — decía la Señora Pomfrey señalándose el pecho — que continúa martirizándola.

—¿Has hablado con Snape?

—¿Y qué puedo decirle? Creo que él se da cuenta. También él se ve un poco derrotado.

—No sabía que fuesen tan cercanos. Pensé que tan sólo había rescatado a la Akardos de las garras de los Mortífagos...

La Señora Pomfrey dejó salir una risita:

—¿Acaso no te habías dado cuenta de que Snape se ha pasado los últimos días aquí? Casi he tenido que sacarlo a escobazos.

La Profesora McGonagall echó un vistazo disimulado a la mujer que estaba sentada sobre la cama, su cabeza vuelta hacia la ventana.

—Es guapa —susurró. — Pero más que eso, ha de tener una paciencia de fierro para soportar el sarcasmo de Snape.

Ambas mujeres se dieron una mirada cómplice y continuaron con su juego de cartas.

8:38 p.m.

—¡Vamos, aunque sea un bocado!

La Señora Pomfrey se había aproximado hasta ella con un plato de papas cocidas y coles de Bruselas, pero Laurel se encogió en la cama, dándole la espalda, cubriéndose completamente con el edredón.

—Tal vez prefiera el pudín. —dijo el Profesor Flitwick desde el escritorio que había sido transformado en una amplia mesa y donde ahora reposaban distintos manjares y varias botellas de hidromiel.

Flitwick se hallaba sentado junto con McGonagall y Sprout, jugando una ronda de Snap explosivo.

—Eso no es nada nutritivo, Filius.

Es mejor que nada —contestó el profesor al tiempo que el naipe con el que estaba jugando explotó de pronto.

Todos rieron al ver como el bigote del profesor se prendió fuego e incluso Laurel no pudo evitar asomar sus ojos por encima del edredón con curiosidad.

10:12 p.m.

—¡Peeves ha encantado a uno de los árboles de Navidad para que cante obscenidades! —De repente, la voz de Argus Filch detuvo el alegre parloteo de los profesores.

—¿No se supone que los estudiantes ya deberían estar en cama? —preguntó McGonagall, llevándose una copa de hidromiel a la boca.

—Bueno, sí, los poquísimos que quedan están de vuelta en sus dormitorios.

—Entonces a quién le importa, Argus.

—Yo... me estaba preguntando dónde estaban todos ustedes.

Filch estaba abrazando a su gata, la Sra. Norris cuando se dio cuenta de que había una extraña encadenada en una de las camas.

—¿Quién es? No la he escaneado con el sensor de secretos.

—Una Akardos, Argus.

—¿Una desalmada? ¿Cómo se coló en el castillo? ¡Dumbledore debe saberlo de inmediato!

—Ella no se coló; es nuestra invitada. Cierra la boca y sírvete una copa de hidromiel.

10:48 p.m.

—¡Feliz *hic* Navidad!

La enorme figura de Hagrid entró en la enfermería seguido de Fang, su descomunal perro jabalinero que corrió agitando su cola, olfateando los pies de los profesores. La Sra. Norris le bufó y le dio un zarpazo, haciendo que el perro huyera y se dirigiera a la cama de Laurel, donde intentó lamerle la cara.

—¡Hagrid, por favor!" —exclamó la Señora Pomfrey corriendo tras Fang y limpiando el suelo cubierto de babas de perro.

—Déjalo Poppy, es casi Navidad. —sonrió la Profesora Sprout, su rostro sonrosado por el efecto de la hidromiel.

—¡Ese es el espíritu! —exclamó Hagrid dando una palmada y volviendo sus amables y brillantes ojos hacia la Akardos. —¿Y cómo está la pequeña loba? Aún no te sale *hic* cola ¿verdad?

Laurel que estaba acariciando el cuello de Fang, se sonrojó y negó con la cabeza.

—Claro que no. No hay de que preocuparse, muchacha.

—Aún no es medianoche —dijo McGonagall aprovechando aquel momento en que Laurel parecía haber bajado la guardia para acercarse a ella. — ¿Cómo te llamas?

La Akardos tragó saliva, mirando a su alrededor. Todos se habían quedado en silencio, sus ojos clavados en ella, expectantes. Finalmente, la verdadera razón por la que todos habían terminado apiñados en la enfermería durante la nochebuena. Era la primera vez que veían a una Muggle en Hogwarts, la primera vez que veían a una Desalmada en carne y hueso.

—Laurel. —murmuró.

—¡JA! —exclamó la Profesora Sprout, sus ojos brillaron y una enorme sonrisa se le dibujó en el rostro al entender finalmente aquel pedido tan extraño de Snape. —Snape le tiene mucho aprecio a ésta, déjenme decirles.

—Cómo sabes eso? — preguntó Hagrid.

La sonrisa de Sprout se desvaneció un poco, dándose cuenta de que tal vez no era muy noble de su parte chismear lo que sabía. Snape le había tenido la suficiente confianza como para pedirle un favor y sería mejor no revelar los detalles.

—Nada, nada... es el hidromiel hablando.

Minerva levantó una ceja, mirándola con sospecha. Luego se volvió hacia Laurel.

—No debes tener miedo, Laurel. No te haremos daño —dijo con voz que intentaba sonar maternal. — ¿Que te ha sucedido? ¿Cómo has terminado en Hogwarts?

La Akardos escaneó su rostro, los agudos ojos azules enmarcados en anteojos cuadrados. Deseaba poder confiar en ella, deseaba dejar salir todo el peso que albergaba su alma: El trauma del ataque, los meses de soledad y abuso, el profundo amor que sentía por Severus. Sin embargo, sabía que debía ser cuidadosa, no quería ponerlo en evidencia, no quería que fuera juzgado como su raptor, como su carcelero. No quería que le tuvieran lástima o mórbido asombro.

—Sólo soy una rata de laboratorio —dijo, intentando que su voz quebradiza adquiriera el mismo tono frío que el de la voz de Severus.

11:38 p.m.

—¿Y las cicatrices en la espalda?

—Latigazos. Cometí el error de dirigirle la palabra a un mago.

—Es increíble que te dejaran vivir tanto tiempo.

—Los Mortífagos querían terminar conmigo desde el primer momento. Severus me mantuvo con vida.

Los brujos se miraron entre ellos, esperando por quien se atreviera a hacer la pregunta que todos tenían en la punta de la lengua. Minerva, como buena Gryffindor, se aventuró primero:

—El Profesor Snape aún parece preocuparse demasiado por ti... ¿ustedes dos...?

—Es mi amigo. —le cortó Laurel, encogiéndose de hombros y al darse cuenta de la mirada escéptica de los demás, añadió:

—Parecen sorprendidos. ¿Por qué?

—Este... digamos que no es del tipo que tenga amigos.

—No son ustedes... sus amigos?

—Bueno, sí. Personalmente me considero su amiga. No la más cercana, no creo que nadie sea lo suficientemente cercano, la mayoría aquí podríamos decir que somos colegas... Severus no tiene la personalidad más cálida, ¿sabes a lo que me refiero?

Laurel asintió, la comisura de sus labios curvándose en una leve sonrisa al recordar los cáusticos comentarios que Severus le había lanzado al principio, su negativa a dirigirle la palabra, luego la forma sutil en que empezaron a congeniar, acercándose poco a poco, amalgamando sus sentimientos. Llevó una mano hasta el medallón que colgaba de su cuello y lo acarició con cariño, pensando en Tobías, agradeciendo que hubiese puesto de cierto modo a su hijo en su vida.

—¿Puedo probar un poco de hidromiel? —dijo de repente, mirando con ojos brillantes a Minerva.

Ésta miró a la Señora Pomfrey quien asintió con la cabeza sonriente:

—Sólo si va acompañado de un plato de comida.

Laurel se quedó mirando desde la cama cómo los demás retomaban su juego de Snap Explosivo y vitoreaba cada vez que un estallido iluminaba con llamaradas de colores la abarrotada enfermería. Las risas y las bromas de los profesores empezaron a contagiarla y por vez primera, Laurel se dio cuenta que, a pesar de estar encadenada, ya no era más una prisionera y que no todos los magos pensaban de la misma forma que los Mortífagos.

Era feliz en Hogwarts y era feliz estando del lado de Albus Dumbledore.

11:53 p.m.

—¡Aja! ¡Con que estaban todos aquí!

Un hombre bajo y panzón, envuelto en pijamas de seda y calzado con pantuflas de felpudo terciopelo, apareció de pronto a través del umbral de la puerta. Sus aguados ojos color grosella y su rostro enrojecido daban cuenta que estaba bastante bebido.

Los asistentes volvieron su vista hacia él: algunos levantando sus copas invitándolo a sentarse, otros riendo entre dientes al notar su presencia.

—Lindo atuendo, Horace —dijo Flitwick con una risa burlona.

—Gracias —contestó Slughorn, acariciando la suave seda color lila que cubría su enorme barriga. —Es un regalo de gran chamán Shen-Wu, seda pura de gusanos gigantes de Gobi... ¿Y a quién tenemos aquí?

Horace Slughorn pareció ser atraído hacia Laurel como si de un imán se tratase. Se aproximó a ella, fijándose primero en las cadenas, sin embargo, su mirada no tardó en dirigirse a su pecho, dónde reposaba el medallón de la familia Prince.

—Pero... he visto esto antes... dónde? — Sus aguados ojos se posaron en los de Laurel, interrogantes.

Rápidamente la mujer introdujo el collar por debajo de su ropa, escondiéndolo de la vista de Slughorn.

—Reliquia familiar —susurró.

—Horace, es mejor que te alejes de ella enseguida. —exclamó la Señora Pomfrey, percatándose de la hora. —Falta poco para la medianoche.

—¿Medianoche? — Slughorn pareció olvidar de repente el asunto del medallón. Volvió su mirada acuosa hacia la mesa y entonces pareció comprender.

—¿Tienen a una licántropa en la enfermería?

—Aún no lo sabemos. Lo más probable es que no lo sea. Es una Akardos.

—¿Akardos? ¡¿Akardos?! — Volvió su cabeza hacia ella, un brillo codicioso apareciendo en sus ojos. — Tienen idea de la importancia que es tener a una de éstas a mano? Las posibilidades... Tengo amigos que estarían muy interesados en examinarla... Hay quien dice que son considerados amuletos de buena suerte. Los pocos que se encuentran son comprados su peso en oro por algunos sultanes de medio oriente...

—Será mejor que Snape no lo escuche hablar de ese modo —susurró Sprout de forma pícara a una McGonagall que miraba la escena con una expresión encolerizada en el rostro, sus labios apretados en una fina línea.

—Es suficiente, Horace —. McGonagall se levantó, agitando un dedo acusador. —Esa no es forma de hablar de la pobre chica. Su nombre es Laurel y sea bruja, muggle o Akardos, es más que nada un ser humano que de ahora en adelante vivirá con nosotros en el castillo. Así que espero que te comportes y que le pidas una disculpa.

—Claro, por supuesto —. Slughorn se había puesto rojo de la vergüenza y hablando rápidamente se dirigió a la Akardos. —No fue mi intención ofenderte. Sólo estoy hablando de tus cualidades y que mejor que saber lo mucho que vales...

—Horace, por favor —. La voz de la Señora Pomfrey se escuchó más agitada. —Faltan unos pocos segundos.

—... Tienes un cabello bastante bonito. Conozco a un boticario que estaría dispuesto a pagar una muy buena cantidad de Galeones por él. Por supuesto, compartiríamos las ganancias. Setenta, treinta. ¿Qué te parece?

—¡Horace! ¡Es medianoche!

—¡AAAUÚÚÚ! —. Laurel lanzó un aullido profundo y escalofriante que hizo que todos los presentes ahogaran un grito y se apresuraran hacia la puerta. Otros cómo la Señora Pomfrey y McGonagall apuntaron con sus varitas a la mujer que ahora se desternillaba de risa sobre la cama. Y no era por ver a los demás asustados, intentando salir a empujones por la estrecha puerta de la enfermería, sino por Slughorn, que al estar tan cerca de ella apenas si pudo retroceder espantado trastrabillando con la mesa, cayendo de culo al suelo y llevándose consigo el mantel con todos los alimentos y copas de hidromiel que cayeron sobre él, ensuciándole de pies a cabeza su fina pijama de seda, convertida ahora en un lienzo de arte abstracto.

Hagrid fue el primero en soltar una risotada, seguido de Flitwick y Sprout y en pocos segundos todos rieron, recuperándose del susto, reparando los daños, ayudando a Slughorn a ponerse de pie y sentándose todos una vez más en la mesa.

—Digna compañera de Snape, ¿no es así? —susurró Pomona a Minerva y a Poppy mientras observaban como Hagrid removía las cadenas y la alegre mujer se les unía en la mesa, al quedar claro que no había sido contagiada de la temible enfermedad de Greyback.

Las tres brujas sonrieron descaradamente.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

—Solicito tu presencia en Hogwarts, Remus. Cuanto antes mejor. Encontrarás esta nueva misión... interesante.

El fénix plateado se desvaneció, dejando sumida la casucha en penumbras. Remus se levantó tembloroso y exhausto, su mente, acomodándose nuevamente a las constricciones de un cuerpo humano. Se vistió con rapidez y tomando su varita desapareció con un ruido seco.

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