
La Sala de Slytherin
"¿Realmente confías en él? ¿Te crees todo lo que sale de la boca de esa víbora? No tienes ni una pizca de sentido común, ¿verdad?"
Laurel no había podido contestarle, pero por supuesto, Draco tenía razón. Ni una pizca de sentido común. Se sentía estúpida. Si lo que el joven decía era cierto, si Severus estaba enterado de que se trataba la misión que se le había encomendado, entonces él le había mentido. No se había limitado a guardarse información, no había omitido pequeños detalles, simplemente le había mentido. Aquella revelación la hirió profundamente.
Y ahora, reaccionando tras ver la puerta de la oficina cerrarse detrás del chico, se puso de pie y la abrió con manos temblorosas, siguiendo la figura del joven que se perdía al doblar por una esquina del largo pasillo al tiempo que una vocecita en su cabeza no dejaba de preguntarse por qué Severus había decidido que ella no era merecedora de tener información alguna.
—¡Draco, espera!
Sus pasos apresurados hacían eco en las paredes de piedra, pero Laurel no se preocupó por que el ruido pudiera alertar nuevamente a Filch; necesitaba alcanzar a Draco, necesitaba preguntarle que era lo que sabía, qué secretos le estaba ocultando Severus.
Draco, Remus, Harry. Uno tras otro le habían advertido acerca de Severus, pero ella había hechos oídos sordos a sus palabras. Confiada, embelesada como estaba por el mago oscuro, desechó las incontables advertencias de los demás, echándolas a un lado, apilándolas en un rincón de su mente hasta que el peso fue imposible de cargar.
"Te lo diré todo a su debido tiempo. Te lo prometo."
Hizo esa promesa hacía muchos meses y ella había esperado pacientemente. Necesitaba respuestas ahora y sabía que sería muy difícil sacarle alguna a Severus. Había pensado que él solo necesitaba tiempo para confiar en ella, pero la probabilidad de una horrible realidad la estaba golpeando ahora. ¿Él solo la estaba usando? ¿Era ella solo un juguete con el que divertirse?
—¡Draco! —llamó de nuevo, apresurándose a atrapar el borrón rubio que se deslizaba silenciosamente por un pasadizo que se había abierto de repente en el sólido muro de piedra.
—¡No! ¡Draco!
La puerta se solidificó ante ella, impidiéndole la entrada. Laurel golpeó con sus sudorosos puños, rogando entre dientes al impenetrable muro que le diera paso, pero era en vano. Pudo saborear aquel sentimiento de indignación en su boca, le quemaba el pecho, le abrasaba la garganta y sentía como aquella venenosa bilis se le extendía por el rostro, haciendo que sus ojos se humedecieran de rabia.
—¿Qué estás haciendo? —. La voz sedosa hizo que Laurel volviera su mirada a la figura alta y oscura que estaba junto a ella. —No deberías estar aquí.
—Severus.
La repentina aparición del mago en aquel estrecho y oscuro corredor la tomó por sorpresa, sin embargo, su resentimiento tan sólo empeoró al escuchar el tono de admonición en su voz.
—Necesito hablar con Draco —le contestó secamente, y dándole la espalda continuó dando golpes contra la pared de piedra.
—No se abrirá para ti —dijo él arqueando una ceja, extrañado por el comportamiento de Laurel.
Intentó tomarla de la mano, pero la mujer la apartó rápidamente, mirándolo con furia.
¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Qué había pasado en las últimas cuantas horas para que actuara de esa forma? Su cuerpo se heló al pensar que Laurel de alguna forma se había enterado de sus secretos, había descubierto su participación en la muerte de los Potter, de su amada Lily. Pero, ¿Cómo? Tan sólo el director conocía aquello y Severus sabía que él jamás desvelaría el pacto que habían sellado hacía quince años, el pacto en el que él había jurado proteger a Harry por sobre todo. No era posible.
Draco.
Por supuesto, Laurel debió haberse enterado acerca del Juramento Inquebrantable. ¿Cuánto podría haberle dicho Draco?
—Laurel —susurró, inclinándose hacia ella, tomándola de la muñeca y obligándola a volver sus ojos hacia él. —Nadie que no sea Slytherin ha entrado en la sala común durante más de siete siglos. Y por supuesto, Salazar Slytherin se revolcaría en su tumba si una muggle posara sus pies en ella.
—Sí, sé que solo soy...
Antes de que la indignada mujer pudiese terminar su frase, Severus se enderezó y pronunció en voz alta:
—Arbor Serpentis.
Una entrada se abrió en la pared, dándoles paso a un estrecho pasaje por el cual se filtraba la misma luz fantasmal que inundaba la recámara de Severus.
El hombre dio un paso adelante y se volvió hacia Laurel, quien se había quedado estática.
—Entra.
La mujer negó con la cabeza, sus ojos no se despegaban de los reflejos verdosos que saltaban contra las losas de piedra negra. Una suave ráfaga de aire frío se coló por el pasadizo, agitando sus cabellos y disipando su cólera, remplazándola por un súbito sentimiento de vulnerabilidad.
Laurel sintió el mismo terror que había experimentado aquella noche en que había sido presentada ante el Señor Tenebroso en la Mansión Malfoy. Revivió el intenso dolor de los golpes de látigo sobre su piel ensangrentada e instintivamente se abrazó a sí misma, encogiendo los hombros y encorvando su espalda, procurando ocupar menos espacio. Sabía que al final de aquel pasadizo se encontraría en territorio hostil. Aquel era su dominio, el territorio de Lord Voldemort, de los Mortífagos, de las doctrinas de superioridad mágica. A ella no se le era permitido entrar.
—No tengas miedo, Laurel —Severus se acercó nuevamente hacia ella, susurrando en su oído. —Debes entrar si quieres encontrar a Draco.
Laurel no pudo contestarle, tenía la garganta seca. Mirando a los ojos oscuros que la animaban a seguir, dio titubeante un paso hacia adelante.
El pasadizo desembocaba en una amplia y suntuosa sala. El techo elevado estaba sostenido por altas columnas de mármol desde donde colgaban varias lámparas de color verdoso. Los estrechos ventanales eran iguales a los del cuarto de Severus y ofrecían la misma vista, quedando claro que la sala se extendía parcialmente bajo el lago. Las paredes estaban decoradas con varias pinturas medievales y Laurel incluso distinguió lo que parecía ser la enorme calavera de un dragón, adornando una opulente chimenea.
—Señorita Parkinson, ¿se dio cuenta de que el Señor Malfoy acaba de entrar a la sala común?
Laurel no había reparado en la presencia de la adolescente sentada en uno de los sillones de cuero. Su cuerpo, delgado y largo, estaba reclinado sobre una mesita de madera pulida y a su alrededor se encontraban varios libros y trozos de pergaminos arrugados. Volviendo su rostro pálido y ojeroso hacia el profesor, se puso de pie de inmediato en señal de respeto.
—Pro... Profesor Snape...—dijo sorprendida al ver a su jefe de casa junto a su asistente en la sala común tan tarde en la noche. —Lo vi entrar hace poco. Fue hacia los dormitorios.
—¿Le dijo que estaba haciendo afuera a estas horas?
—Le pregunté, pero no quiso responderme —le contestó la chica con voz dolida. —Me ignoró por completo.
Snape asintió, mirando a Pansy con ojos penetrantes. Laurel supo que le estaba leyendo el pensamiento.
—Vaya a dormir Señorita Parkinson —dijo finalmente. —Podrá terminar ese ensayo en la mañana. Y la próxima vez espero que sea más diligente en completar sus deberes.
—Sí señor —la joven tomó los pergaminos, dejando los libros a un lado y antes de dirigirse hacia una elegante escalinata de mármol que descendía hacia las profundidades de las mazmorras, lanzó una mirada de curiosidad a Laurel. —Buenas noches.
—Buenas noches, Pansy —contestó la mujer viendo como la chica de cabello oscuro desaparecía por las escaleras.
—Puedo ir hasta los dormitorios y traer a Draco —susurró Snape, su voz grave haciendo eco en la sala vacía. —Aunque sinceramente sería demasiado sospechoso, ni que decir contraproducente. Pero si así lo quieres...
—No. No es necesario.
Laurel fijó su atención en Severus. La indignación y el resentimiento que la habían dominado hacía solo unos cuantos minutos parecieron languidecer, transformándose en un triste sentimiento de desilusión.
—¿Deseas hablar conmigo ahora? ¿Decirme qué está pasando?
—Me mentiste —. Laurel observó por algún cambio de expresión en su rostro, pero Severus logró mantener su habitual semblante frío. Sólo una dilatación repentina de sus pupilas le dio a entender que no le gustaba lo que estaba escuchando.
—¿Mentir? Nunca he hecho tal cosa.
—Draco me lo dijo —dijo ella, soltando un suspiro exasperado. —Escondes información... mientes...
—Tal vez si pudieras decirme lo que te ha dicho Draco, podría aclarar este asunto. ¿No crees?
Laurel echó una ojeada a su alrededor. No había ni un alma en la sala común y todo estaba en absoluto silencio. Esto, sin embargo, no fue impedimento para mirar a Severus con desconfianza.
—¿Quieres hablar de esto en un sitio tan público? ¿Por qué me dejaste entrar aquí de todos modos? —preguntó ella, molesta. —Sé que no era tu intención interrogar a Draco.
El mago dejó salir una sonrisita orgullosa: Laurel empezaba a aprender a ser más sigilosa, más astuta. Encontró sus gestos de enojo irresistibles.
—Sabias palabras —susurró, al tiempo que la tomaba sorpresivamente por la cintura, empujándola contra una de las columnas de mármol. —Quiero tener el poder de cambiar las cosas, Laurel. ¿Qué mejor manera de hacerlo que profanando los estúpidos ideales de Slytherin?
—¿Qué...?
Laurel ahogó un grito de sorpresa antes de que sus labios fuesen devorados por la boca de Severus. Su aliento cálido hizo que su cuerpo entero se rindiera y que sus ojos se cerraran al tiempo que la hábil lengua del hombre pedía paso. Laurel abrió su boca, jugando torpemente, intentando llevarle el ritmo. Las manos de Severus descendieron hasta alcanzar sus caderas y allí empezó a subirle la túnica con movimientos desesperados.
Al tocar la piel desnuda, las fuertes manos de Severus apretaron sus muslos con firmeza, levantándola en el aire, apoyando la espalda de la mujer contra el frio mármol. Laurel se abrazó a su cuello, rodeando las estrechas caderas del hombre con sus piernas, sintiendo contra ella aquel rígido bulto que empujaba contra su bragueta
El mago deslizó su boca hasta su oído, mordisqueando delicadamente su lóbulo, su lengua acariciando la parte más sensible de su cuello. Laurel tuvo que apretar los dientes con fuerza para no dejar salir el gemido de placer que le provocaba sentir el ansioso cuerpo apretándose contra ella.
—¿Te has vuelto loco? —atinó a decir al sentir sus dedos tirando de la delicada tela de encaje de su ropa interior.
—Un poco —contestó él, su rostro aún enterrado en su cuello.
—Severus bájame —susurró, medio esperanzada en que él ignorara su petición.
Él obedeció. Tomándola nuevamente de la cintura, la ayudó a poner sus pies en el piso, sin embargo, no parecía querer apartarse de ella. Sus labios se encaminaron de regreso a su boca, pero la mujer lo detuvo.
—¿Crees que soy así de fácil de convencer? ¿Crees que esta es la forma de aclarar las cosas?
—No, tienes razón —. Un suave matiz sonrojó su rostro. —Simplemente no pude contenerme. Estar aquí solo contigo...
—¿Por qué quieres estar conmigo si me mientes? ¿Por qué quieres estar conmigo si no puedes confiar en mí?
—¡Pero no mentí!
Laurel chasqueó su lengua y agitó su cabeza con impaciencia.
—Entonces dime, ¿qué misión es la que tiene que cumplir Draco? ¿Por qué me has enviado a averiguar algo que tú ya tenías muy claro?
—Es sólo un malentendido. Pensé que Draco confiaría más en ti si te mantenía al margen.
—¡Bueno, eso claramente no funcionó! —siseó Laurel — Intentabas usarme, cómo el pequeño ratón de laboratorio que crees que soy...
—No... No... —susurró Severus, al tiempo que frotaba sus ojos en un gesto de ansiedad. — Pensé que habías entendido que hay ciertas cosas que es mejor que no sepas. Pensé habías aceptado esa condición, Laurel-
—No soy una niñata, Severus ¿Por qué no puedes confiar en mí? ¿Por qué soy la única en esta escuela que no sabía que Harry Potter es el hijo de Lily, por ejemplo? ¿Por qué no podías decirme eso?
Severus levantó la cabeza de golpe, mirándola directamente.
—Ven al despacho —dijo tomándola de la mano y llevándola hacia la salida. —Tengo que explicarte algunas cosas.
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