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La Mujer sin Alma

Laurel deseó que tan sólo fuera una pesadilla.

La abrupta sensación de ingravidez le producía un vacío en el estómago que le hacía querer vomitar y la súbita ráfaga de viento helado en el rostro le hizo cerrar los ojos y apretar los dientes con fuerza. Su primer impulso fue intentar soltarse de los sólidos brazos que la cargaban, pero un breve vistazo a las luces que alumbraban Londres cientos de metros más abajo produjo el instinto contrario. Se apretó aún más contra el cuerpo de Severus intentando no morirse de frío y hundió el rostro en su pecho rogando porque aquel vuelo infernal terminara pronto.

Los ojos negros de Severus estaban clavados en la mujer que cargaba en brazos, intentando entender el milagro que había acabado de atestiguar.

Solo una persona en el mundo había sobrevivido a la maldición asesina y fue tan sólo porque el pequeño Harry Potter había sido protegido por el amor de su madre Lily. Pero aquella mujer era una muggle y no contaba con protección mágica alguna. Se había dado cuenta que Greyback había intentado torturarla con la maldición Cruciatus y había fallado, pero en ese instante pensó que tan sólo se trataba de mala puntería o simplemente de la ineptitud del hombre lobo para la magia.

La mujer se revolvió en sus brazos y por un breve instante sus ojos desorbitados miraron directamente a los suyos con miedo. Severus quiso adentrarse en su mente y conocer más acerca de su pasado, pero fue como estrellarse contra una sólida pared de concreto. No había sido a causa de su nerviosismo el no poder usar la legeremancia con ella antes. Aquella mujer era inmune a la magia.

Recordaba escuchar acerca de aquellos seres desalmados, una raza infame que muchos magos consideraban maldita y que se creía casi extinta. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar que fuera cierto. Los mortífagos no descansarían hasta dar con ella y muy probablemente ofrecerla en sacrificio a su Señor Tenebroso.

Ella cerró los ojos nuevamente y estrechó sus brazos alrededor del cuerpo del mago. Severus apenas dejó salir un resuello de sorpresa al sentir su cálida respiración contra su pecho. Hacía muchísimo tiempo que no tenía un trato tan íntimo con otra persona.

Sacudió su cabeza volviendo a centrar sus pensamientos en el inmenso problema en el que se había visto envuelto. Greyback querría vengarse y seguro los Carrow estarían buscando a la muggle que había sobrevivido a la maldición asesina. Miró hacia abajo y pudo reconocer el riachuelo que circundaba Cokeworth.

Unos minutos después, que a Laurel le parecieron siglos, Severus posó sus pies en la oscura y silenciosa calle de La Hilandera y permitió que Laurel estirara sus piernas y tomara aire antes de empujarla hacia su casa. Ella se quedó muda al darse cuenta de que estaba en la antigua casa de Tobías en Cokeworth. Toda la estancia parecía estar congelada en el tiempo. Los mismos sillones desgastados ocupaban la pequeña sala de estar. Las paredes de pintura desconchada eran iguales a las de la fotografía que tantas veces había observado. La única diferencia eran las altas estanterías que parecían estar a punto de colapsar por la inmensa cantidad de libros que sostenían.

Severus apenas señaló uno de los desvencijados sillones y dijo sin mirarla:

—Siéntate.

Laurel obedeció temblando, siguiendo con la mirada al mago que en ese momento parecía ocupado buscando algo en la cocina. Volvió en seguida con un vaso con agua que ofreció bruscamente a la joven mientras iba por la habitación conjurando hechizos para evitar que Colagusano los espiara.

Laurel no despegaba los ojos de la varita, preparada para salir corriendo en cuanto le apuntara con ella. Sin embargo, eso no sucedió. El mago se dejó caer exhausto en uno de los sillones en frente a ella y le espetó:

—No he envenenado el agua. Bébela.

La joven tomó un sorbo y sintió agradecida como el frío líquido apaciguaba su seca y adolorida garganta tras inhalar el humo del incendio en el club. Pensó de inmediato en Rebecca y en Edward y compungida se atrevió a preguntar al hombre si sus amigos se encontraban a salvo.

—No lo sé —respondió secamente. — Y eso es lo que menos debe preocuparte ahora.

—¿Es verdad, entonces? — preguntó ella. —Tobías no estaba alucinando. ¿Eres un mago?

Severus no le respondió, con un breve movimiento de varita hizo aparecer de la nada sus largos ropajes negros. Laurel miraba alucinada como su larga capa envolvía su delgada figura como si de una sombra se tratase.

—Y tú eres una Akardos, ¿no?

—¿Una qué?

Antes de que Laurel pudiera reaccionar, Severus dijo en voz baja:

Levicorpus.

Un destello de luz se dirigió hacia ella y Laurel dejó salir un chillido asustado, pero como ya lo esperaba Severus, la mujer no quedó colgando en el aire. No le sucedió absolutamente nada.

Él no pudo evitarlo. Se puso de pie y se acercó hasta Laurel, tomando su mentón con sus largos dedos le examinó el rostro como si de una de sus complejas pociones se tratase. No había nada especial en ella que la diferenciara de otros muggles: sus ojos color marrón rojizo se negaban a mirarlo directamente, su piel lozana indicaba que no tendría más de 25 años. Severus se fijó por un breve momento en sus pálidos labios redondeados y sintió lástima al pensar en lo que Greyback hubiese hecho con ella si él no lo hubiera detenido a tiempo.

—Por favor, no me hagas daño —rogó mientras se apartaba de él, encogiéndose en el sillón y tratando de controlar el llanto que ya empezaba a surgir a causa de la desesperación. —No quise molestarte. No quise ser grosera. Déjame ir y no me volverás a ver nunca. Te lo suplico...

—Me temo que eso no será posible —contestó Severus. —Tu impertinencia me ha puesto en una situación bastante complicada. Espero que seas lo suficientemente lista para darte cuenta de que he arriesgado mucho al salvarte y traerte aquí. Los otros no tardarán en venir a buscarte y te matarán apenas te encuentren.

—¡Pero yo no he hecho nada!

—En absoluto. Tu mera existencia es una amenaza para nuestro mundo. Tu vida vale menos que la de un muggle.

Laurel se secó las lágrimas e intentó razonar con Severus.

—¡Pero yo soy muggle! ¡Igual que Tobías! ¡Igual que todas esas personas del club! ¿Por qué tendrían que empecinarse en matarme?

—¿Que tan idiota puedes ser? ¿No te has dado cuenta de que es un milagro que aún estés con vida? ¿Que ninguna de las maldiciones imperdonables que te han lanzado han surtido efecto? ¡Eres la peor clase de muggle que puede existir! ¡Eres una Akardos! Los Desalmados. Hace muchísimo tiempo el mundo mágico intentó eliminar a los que son como tú, inmunes a la magia, enemigos naturales de los magos; y se pensó que el exterminio había tenido éxito. Pocos Akardos sobrevivieron y lo hicieron porque es muy difícil distinguirlos del resto de los muggles. Por eso decidimos ocultar nuestra magia, para no tener que lidiar con tu repugnante raza.

Laurel apenas si entendía lo que Severus decía, pero aquella última frase hizo que frunciera los labios ofendida. ¿Qué derecho tenía él de llamarla de esa forma? Lo único que había intentado hacer era tener una conversación con él. Repugnante había sido aquel ataque contra personas inocentes. Ahora su vida estaba en peligro a causa de una especie de guerra de supremacía mágica, una guerra en la que su sangre era considerada merecedora de una completa aniquilación.

—¿Por qué me has sacado de allí entonces? —preguntó enfadada. —¿Por qué no dejarme morir en el incendio?

Severus se preguntaba lo mismo, hubiera sido muchísimo más fácil dejar que Greyback acabara con ella, así no tendría que lidiar con las graves sospechas que ahora recaían sobre él. Había cometido un error garrafal y había dejado al descubierto su tapadera al atacar a un miembro de su propio bando para proteger a una muggle.

Sin embargo, Severus Snape no había tenido el alma tan fría como para dejar que Greyback mutilara a la pobre chica, en especial cuando ella se había puesto en bandeja de plata al cometer la estupidez de dirigirse a él.

—Aún no estoy muy seguro —respondió Severus con sorna. —¿Preferirías haber sido desollada viva? Tu sangre maldita tan sólo te protege de hechizos y maldiciones, no de los dientes y las garras de un hombre lobo.

—Puedes por favor dejar de decir que estoy maldita y que mi sangre es repugnante? Ya me ha quedado claro.

Severus sintió una punzada de remordimiento al recordar por un segundo la mirada de desdén en los ojos de Lily cuando la llamó con aquel nombre insultante, sin embargo, continuó hablando, pretendiendo ignorar el reclamo de Laurel.

—Además hablabas acerca de conocer a Tobías Snape, ¿no? ¿Conocías al bastardo?

La tristeza la invadió al recordar la razón por la que había decidido intercambiar palabras con Severus Snape. Recordó los ojos llorosos de Tobías suplicando volver a ver a su hijo y allí estaba él ahora, frente a ella, insultando a su propio padre y mirándola con rabia.

—No lo llames así, le quería mucho —murmuró Laurel, mirando al piso apenada. —Cuidé de él por poco más de un año en un asilo de ancianos. Pensábamos que tenía problemas mentales, que alucinaba... pero ya veo que todo lo que decía era cierto.

Sin darse cuenta, Severus tenía la mirada clavada en el medallón de la familia Prince, había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo había visto colgando del cuello de su madre que lo había olvidado por completo. Aquel día en que finalmente decidió deshacerse de su padre, éste debió haberlo robado.

—¿Así que el viejo perro fue capaz de resistirse al encantamiento desmemorizante? —dijo Severus más para sí mismo que para Laurel. —Puede ser que el hechizo se hubiera ido atenuando con el tiempo, o simplemente lo realicé incorrectamente...

—¿Tú mismo le hiciste eso a tu padre? ¿Lo odiabas porque era un muggle?

—No, lo odio porque es un monstruo. No sé qué te habrá dicho, pero hizo de mi vida una completa pesadilla.

Laurel miró el delgado rostro del hombre, comparándolo con las fotografías que había visto de él en su infancia. Conservaba aún el enorme parecido con su madre, los ojos negros y sin brillo volvían a darle aquella sensación de desconsuelo, sin embargo, había en el también cierto aire de Tobías, un aura de dignidad y seguridad en sí mismo que hizo que Laurel olvidara por un segundo que corría un grave peligro.

Era... Era un monstruo. Tobías falleció hace unos días. Yo misma me ocupé del funeral — Laurel escondió su rostro con las manos avergonzada —. Lo sé, lo sé. Tobías me lo había contado, él mismo reconocía que no era merecedor de su familia, que había cometidos actos terribles... Fui una idiota, Severus, importunarte de esa forma... No me detuve a pensar que podía ofenderte, es sólo que pensé qué tal vez querrías saber que tu padre te amaba al fin y al cabo. Perdóname.

Severus le miraba con una mueca de sorpresa en el rostro, evaluando a la joven mujer que tenía en frente. Al menos no era tan ingenua como había pensado.

—¿Cómo te llamas?

—Laurel Noel.

—Laurel — repitió él en voz baja. —No te discutiré eso, sí fuiste una idiota... una idiota con mucha suerte...

—Así que me entregarás a los otros? ¿Dejarás que me maten?

—Sí, tendré que entregarte, hay mucho en juego, pero intentaré por todos mis medios mantenerte con vida. No sólo eres tú la que está en riesgo, también está en riesgo mi vida si se enteran de que estoy ayudándote.

—Está bien —respondió Laurel tomándose el resto del contenido del vaso de golpe. —Veo que al menos no eres igual a los otros.

Severus estaba un poco impresionado por la repentina respuesta de Laurel. Esperaba tener que lidiar con su negativa a colaborar con él dadas las circunstancias. En voz baja preguntó:

—¿No te importa ser tomada como rehén por los otros magos?

—¿Acaso tengo otra opción? —respondió Laurel con un tono de incredulidad sincero. —Además, lo último que querría es poner tu vida en riesgo después de haberme salvado. Lo único que te pido es que averigües si mis amigos están bien. Rebecca y Edward, esos son sus nombres. ¿Puedes hacerlo?

—Lo haré —dijo Severus, sorprendido al escuchar su propia voz prometer tal cosa. —Pero quiero que entiendas que me he metido en un enorme problema por ti. Aquellos magos, lo único que buscan es deshacerse de tantos muggles como sea posible. Se hacen llamar mortífagos. No tendrán piedad de ti. Debes obedecerme y seguir todas mis instrucciones a pie de letra.

—A pie de letra —sentenció Laurel mientras dejaba el vaso en la mesita de salón y miraba a Severus con semblante serio. —Aunque aun no entiendo cómo es que alguien como tú puede pertenecer a un grupo como ese.

—Mientras menos sepas mejor —dijo Severus acercándose a Laurel y sacándole el collar con el emblema de la familia Prince. — Y lo primero que debes hacer es olvidar que alguna vez conociste a mi padre o que sabes algo acerca de mi familia.

Laurel asintió apesadumbrada y miró como Severus se guardaba el collar en el bolsillo.

—No hables con ellos directamente, no los mires a los ojos. Intentarán lanzarte maleficios, no te asustes, no te pasará nada. Los magos están muy acostumbrados a usar su magia, no recurrirán a la tortura física de inmediato. Te presentarán a su líder, Lord Voldemort, y el decidirá que hacer contigo.

—¿Lord Voldemort? —repitió Laurel con voz temblorosa.

—Es un mago oscuro, excepcionalmente poderoso, no te atrevas a pronunciar su nombre. Nosotros lo llamamos El Señor Oscuro o El-que-no-debe-ser-nombrado. Cuando estés frente a él no digas ni una sola palabra. Yo hablaré por ti.

Laurel sintió cómo un súbito sentimiento de pánico se apoderaba de ella, no había elección, tenía que confiar en aquel hombre que había conocido hacia poco. Agarrando la mano de Severus y mirándole directamente a los ojos preguntó:

— ¿Sobreviviré, Severus?

Él le sostuvo la mirada y apretando su mano en un gesto tranquilizador dijo:

—Haré lo posible por protegerte, Laurel. ¿Estás preparada?

Sin esperar respuesta se puso de pie y subiendo la manga de su túnica, dejo expuesto lo que a Laurel le pareció un descolorido tatuaje en su antebrazo izquierdo, sin embargo, al ser tocado por la varita, éste empezó a ondularse y a ennegrecerse hasta que la imagen de una cadavera con una serpiente asomando por su boca se pudo ver claramente contrastando contra la piel pálida.

Después se dirigió hacia una puerta oculta tras uno de los estantes y la abrió violentamente dejando que un hombre diminuto y rechoncho que claramente había estado apoyado sobre ella hacía unos instantes, se cayera de cara al piso. Severus lo agarró del cuello de la camisa y lo hizo ponerse de pie. Peter Pettigrew volvió sus pequeños y acuosos ojos de rata hacia Laurel, extrañado de ver a una joven muggle sentada en el destartalado sillón.

—Colagusano, que bueno encontrarte tan dispuesto a estas horas —dijo Severus con una sonrisa de desdén en el rostro. —Habías pedido tener trabajos más serios. Bueno éste es tu momento. He convocado a algunos invitados esta noche. Se aparecerán cerca al río, supongo. Guíales hasta acá.

—¿Es una muggle? ¿Qué está haciendo una muggle aquí? —preguntó Colagusano con voz chillona y disgustada, sin apartar la vista e ignorando por completo a Snape.

—Sí, Colagusano, es una muggle —respondió Severus arrastrando las palabras con fastidio. —Me alegra saber que todos esos años viviendo en las alcantarillas no han afectado tu visión. Tus oídos por lo contrario necesitan una buena limpieza. Acabo de decirte que vayas al río y traigas a Greyback y a los demás, ¿me has entendido?

Colagusano asintió y con pasos rápidos y nerviosos salió de la casa dando un portazo. Severus dejó salir un profundo suspiro de impaciencia y se volvió de nuevo hacia Laurel.

—Quédate quieta.

De su varita surgieron unas largas cuerdas que se enroscaron en los tobillos y las manos de Laurel, dejándola inmóvil. No pudo evitar soltar un quejido afligido, pero hizo todo lo posible por mantener la calma. Una tarea extremadamente difícil cuando unos minutos más tarde, la forma imponente del mago con aspecto de bestia entró por la puerta seguido de Amycus y Alecto Carrow y se dirigió directamente hacia ella, flexionando furioso sus dedos terminados en larguísimas uñas amarillentas.

—Nos volvemos a encontrar, corderito.

—Cuidado Greyback —dijo Severus chasqueando la lengua y alzando su varita perezosamente. — Es un botín demasiado valioso para que la estropees. El Señor Oscuro se enfadaría si se enterara de que has mutilado a nuestra prisionera. Pero puede que seas demasiado bruto para entender por qué.

—Huele bien —gruñó el hombre lobo con voz gutural. —No apesta cómo los demás muggles.

—Es una Akardos— susurró Alecto acercándose hasta Laurel y examinándola cuidadosamente. —Recuerdo como nuestra bisabuela contaba esas horribles leyendas acerca de Los Desalmados, de cómo solían cazar y asesinar a cuantos magos y brujas fuera posible. Capturaban niños antes de que pudieran realizar magia para protegerse y los quemaban vivos y no podíamos hacer nada para defendernos.

El rostro de Alecto se había enrojecido, sus dientes rechinaban con odio y había sacado su varita, hincándola con fuerza contra la mejilla de Laurel. Ésta intentaba por todos los medios obedecer las instrucciones de Snape y mantenía sus ojos clavados en el piso, evitando mirar el furioso rostro de la bruja e ignorando el dolor que le provocaba la varita de madera clavándose contra su rostro.

—Pero ahora estás indefensa, ¿no? —continúo diciendo. —Perrita sucia, ¿cuánto me divertiría contigo? Cortándote pieza por pieza.

—Alecto, querida, deja en paz a la chica —dijo Snape con su voz sedosa y queda. —Será decisión del Señor Tenebroso.

—¡EL QUERRÁ SU CABEZA! —gritó apuntando su varita ahora a Snape, quien rápido como un rayo realizó el encantamiento desarmador, agarrando la varita de Alecto al vuelo.

—¿Tendrías la amabilidad de no amenazarme en mi propia casa? Ahora, como estoy seguro, aunque el Señor Oscuro estaría orgulloso de hacer desfilar su cabeza por el Ministerio de Magia una vez tome el poder, no es aconsejable matar a la Akardos aquí y ahora. Ella será de gran utilidad para nuestro Maestro estando aún con vida.

—¿Que utilidad podría tener? —intervino Amycus poniéndose de lado de su hermana y mirando con recelo a Snape. —dudo de tus intenciones, Snape, la chica fue directamente hacia ti en el bar, puede que sea una espía.

—¿Sospechas de mí Amycus? —dijo él con voz peligrosamente baja. —Déjame recordarte que sospechar de mi lealtad a la causa es sospechar de la inteligencia del mismo Señor Tenebroso.

Snape le devolvió la varita a Alecto y luego agarró un libro extremadamente gastado de uno de los estantes y se lo tiró a Amycus, quien terminó recogiéndolo del suelo.

"Hegemonía de la Sangre Mágica, Síntesis y Experimentación" —Leyó en voz alta. —¿Piensas hacer una poción con la muggle?

—Pienso usar sus habilidades para ventaja del Señor Tenebroso, Amycus. El cómo lo haré no es de tu incumbencia.

—En ese caso seré yo quien la entregue al Señor Oscuro, ya que fui yo quien organizó el ataque de esta noche. —dijo Amycus con un brillo codicioso en los ojos.

—Y cómo piensas llevarla Amycus? No puedes aparecerte con ella —respondió Snape. Volvió su vista a Fenrir y sonrió burlonamente —. ¿O acaso piensas pedirle a Greyback que la lleve a cuestas hasta la mansión de los Malfoy? Al menos harías un buen uso del licántropo. ¡Es tan buen perro, guau-guau!

Laurel se sorprendió al escucharlo hablar con semejante sarcasmo tan virulento, especialmente cuando Greyback apretó los puños y dejó escapar un gruñido amenazador. Si no estuviera tan muerta de miedo, Laurel pensó que se habría reído de los cáusticos comentarios que Severus parecía lanzar a diestra y siniestra sin importarle la reacción que podrían tener los demás Mortífagos.

—Está bien, está bien ... —murmuró Amycus con el rostro enrojecido y la voz temblorosa. —Llévala tú, entonces. Creo que has aprendido la habilidad de volar de nuestro Señor Oscuro, ¿verdad?

—Nuestro Maestro comparte sus conocimientos con quien mejor le parezca, Amycus. Solo soy su fiel sirviente —dijo Snape con una sonrisa burlona. —Pero no te preocupes, veré que el Señor Oscuro sepa que has sido esencial para capturar a la Akardos-

—¿Lo... lo harás?

Snape asintió con la cabeza y señaló a la puerta.

—Estaré allí en unos minutos. Después de ustedes por favor.

Los mortífagos salieron mirando a la muggle maliciosamente y murmurando entre sí. Tan sólo la diminuta figura de Colagusano permanecía quieta en la estancia.

—Ve con ellos, Colagusano —ordenó Snape.

—Pero...

—Ahora.

Después de que Snape estuvo seguro de que los mortífagos se habían desaparecido convocó una de sus largas y negras capas y se aseguró que cubriera completamente el cuerpo y la cabeza de Laurel.

—Hará frío —dijo simplemente.

—Preferiría morir de hipotermia a que mi cabeza decapitada desfilara por algún ministerio mágico. —Bromeó Laurel con una sonrisa triste.

Severus agachó su cabeza ocultando la leve mueca de resignación que se le había dibujado en los labios. Ayudándola a ponerse de pie la guio hasta la calle.

Laurel respiró hondo disfrutando del olor que la tierra emanaba justo antes de una tormenta y entristecida se preguntó si volvería a sentirlo. Severus la levantó en sus brazos y Laurel pronto estaba volando, tratando de proteger su rostro de las gotas de lluvia de aquella tormenta de verano.

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