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La Mansión Malfoy

Severus Snape volaba a una velocidad increíble surcando el tormentoso y oscuro cielo. Sus brazos apretaban con fuerza el cuerpo de la mujer intentando no dejarla caer ya que su ropa empapada hacía difícil sostenerla contra las violentas ráfagas de viento. Las manos frías y resbaladizas de Laurel hacían lo posible por agarrarse de su cuello y Severus deseó sinceramente no tener que llevarla a ese nido de víboras.

Sabía lo que le pasaría si se descuidaba por un momento y ella quedaba en manos de los mortífagos. Estuvo tentado a cambiar de curso y esconderla con alguno de los miembros de la Orden. Dumbledore sabría qué hacer con ella. Pero entonces recordó la fatídica noche de Halloween en que Voldemort había sacrificado a su amada a pesar de sus ruegos por perdonarle la vida y de la afligida mirada de Albus Dumbledore al comunicarle que su plan de esconder a los Potter con el encantamiento Fidelio había fallado.

"Pensé... que iba... a mantenerla... a salvo."

Aquellas palabras que había pronunciado en la oficina del director le apuñalaban nuevamente. Esa noche, Severus estaba dispuesto a acabar con su propia vida, no se sentía merecedor de ver el amanecer sabiendo que había cometido un acto imperdonable al entregar a la única persona que había sentido cariño por él.

Esta vez no cometería el mismo error que había acabado con la vida de su amada Lily. No, no dejaría la vida de aquella desconocida a merced de ninguno de sus dos amos, esta vez él se encargaría personalmente de mantener a esa joven a salvo, costase lo que costase.

El agreste paisaje de Wiltshire empezaba a vislumbrarse por entre los nubarrones y la aprensión a lo que le esperaba en la mansión de los Malfoy se apoderó de la mente de Severus. Se sorprendió al darse cuenta de que se estaba dejando llevar por sus emociones. Por supuesto, en el calor del momento había olvidado sumergir su mente en el vacío de la oclumancia y Severus se reprendió a sí mismo por casi cometer semejante error. Mientras empezaba a descender dejó su mente en blanco, vaciándola de cualquier sentimiento, hundiendo los recuerdos de Lily en lo más profundo de sus pensamientos. En un momento pasó de ser Severus Snape, el maestro de pociones de Hogwarts y doble agente leal a Dumbledore a ser Severus Snape, el mortífago y leal sirviente de Lord Voldemort.

Laurel estaba calada hasta los huesos cuando finalmente llegaron a su destino. Se apartó el cabello húmedo que se le había pegado al rostro y tragó saliva temblando más por miedo que por frío al ver la inmensa verja de hierro forjado que dividía el amplio camino en frente suyo. A su lado Severus no era afectado por los gruesos goterones que aún caían con fuerza, sus ropajes estaban perfectamente secos y su cabello no chorreaba agua helada como el de Laurel. Ella le miró con envidia y deseó por primera vez ser capaz de hacer magia. Severus le devolvió la mirada y Laurel se sorprendió al ver la profunda oscuridad que parecía haberse apoderado de sus ojos negros, antes de poder preguntarle qué le ocurría, él cortó las cuerdas que le ataban los tobillos y agarrándola del brazo, la arrastró hasta la verja dónde al alzar su varita las gruesas rejas de hierro se desvanecieron, transformarse en simple humo, dándoles paso.

El amplio camino estaba flanqueado por manicurados setos y se podía ver al final de éste una impresionante mansión solariega de varias plantas. Severus no redujo la marcha y cruzaron las puertas de la mansión adentrándose en la oscuridad del vestíbulo. El corazón de Laurel se detuvo cuando vio a Fenrir Greyback esperándoles.

—Están en el salón principal. El Señor Tenebroso ya ha sido informado. —dijo con un dejo de rencor en la voz.

Snape asintió y tirando del brazo de Laurel, subieron los escalones que comunicaban con el piso superior con Greyback siguiéndolos detrás. Finalmente se detuvieron frente a una puerta con manijas de bronce y Snape golpeó levemente con sus nudillos. Antes de que la puerta se abriera miró de soslayo al hombre lobo y susurró desdeñoso:

—Sabes que tu entrada no es permitida, Greyback.

Éste, dejando salir un gruñido indignado se volvió y abandonó el corredor al tiempo que ambos entraban a un amplio salón decorado ricamente con pinturas y tapices suntuosos.

Un enorme candelabro iluminaba el salón alumbrando los opulentos muebles y un antiquísimo órgano tubular. Pero todo esto no era lo que captaba la atención de Laurel, la oscura figura de un hombre encapuchado, sentado en un sillón de alto espaldar hizo que instintivamente diera un paso atrás. Snape la contuvo y ella, recordando sus instrucciones, inmediatamente bajó su mirada a los pies del sillón, sin embargo, su miedo solo empeoró al ver a una descomunal serpiente anidada entre los pies pálidos del hombre. Nunca en su vida había visto un animal como aquel, debía medir por lo menos 3 metros y sus escamas de color verde oscuro reflejaban la luz del candelabro. Laurel cerró los ojos y ahogó un chillido de espanto al sentir como Snape la empujaba hacia aquel hombre.

—Bienvenido, Severus. Me han dicho que traes un presente para mí.

Un sudor helado le cubrió todo el cuerpo y se confundió con el agua de lluvia que goteaba sobre la magnífica alfombra al oír la voz fría del mago que tenía un tono sibilante como el de una serpiente. Snape se adelantó e hizo una profunda reverencia mientras decía:

—Mi Señor, esta noche hemos encontrado a un espécimen que creo será de mucha utilidad y podría darnos una ventaja contra los traidores de sangre.

—Sí, ¿una Akardos, no es cierto? Debo confesar que los consideraba totalmente extintos —. Voldemort hablaba con un tono de fascinación en su voz que cambió rápidamente a uno de total repulsión al volver sus ojos rojos hacia Snape. —Sin embargo, espero que no estés insinuando que mis poderes necesitan del apoyo de semejante ser despreciable, Severus.

—Jamás me atrevería, Señor. Es claro para todo ser viviente que el inmenso poder del Señor Tenebroso no tiene límites —respondió él con una empalagosa voz. —Pensaba que podríamos usar la resistencia hacia la magia que esta Akardos posee. He estado estudiando acerca de las mutaciones en la sangre mágica y creo que podría usar su sangre para crear una poción que otorgue inmunidad hacia cualquier ataque mágico...

La fría risa de Voldemort hizo acallar el discurso de Snape. Para horror de Laurel, a su risa se le unieron las de los hermanos Carrow, que estaban de pie entre las sombras.

—¿Has estado estudiando? Ah sí, el brillante, el intelectual Profesor Severus Snape. Siempre con la nariz metida en los libros. Veo que la vida académica se ha incrustado en ti, amigo mío. Veo también que intentas mantener a la Akardos con vida. Por qué razón, no estoy seguro...

—Mi Señor, no tengo nada que esconder, cómo ya sabe le he sido leal y lo seguiré siendo, y si puedo poner mis habilidades en uso para fortalecer nuestra guerra en contra de la escoria de sangre-sucias sería un gran honor para mí.

Laurel no entendía como Severus era capaz de mantener su rostro sereno y su profunda voz articulada frente a aquel siniestro hombre. Ella ya se habría derrumbado y suplicado por su vida, pero la confianza que Severus exudaba le daba aún fuerzas para no echarse a llorar en aquel instante.

—Muy bien. Acércala.

Uno, dos, tres... Laurel contaba cada paso que daba mientras era llevada al frente de Lord Voldemort, temblando de pies a cabeza, intentaba calmar el latido de su corazón que ya se le salía por la boca. Severus puso una mano en su hombro, obligándola a ponerse de rodillas, respirando con dificultad, ella inclinó su cabeza ante el Señor Oscuro, pero luego una varita de color marfil le levantó el mentón y le hizo mirar directamente al rostro reptiliano de Voldemort.

Un segundo bastó para darse cuenta de que los escalofriantes ojos escarlata tenían pupilas alargadas como de serpiente y que, en vez de nariz, dos hendiduras ocupaban su lugar. Su aspecto era tan cruel que Laurel rápidamente bajó su mirada hacia el pequeño charco que comenzaba a formarse con el agua que todavía goteaba de su cabello.

—Vaya, vaya, que suerte tuviste al encontrar a un ser tan extremadamente raro y debo decir, también bastante atractiva. Quizás por eso estás tan empecinado en usarla como tu conejillo de indias.

—Mi interés es netamente científico, Mi Señor —dijo Snape dibujando una mueca de asco en su rostro cetrino. —Un mago orgulloso de su sangre como yo, no toleraría ningún otro tipo de trato con un Desalmado. Mi objetivo es, simplemente, tomar ventaja de sus cualidades.

A pesar de que Laurel sabía que las palabras de Severus tan sólo eran una fachada para ocultar sus verdaderas intenciones, sintió un escozor en la garganta al oírlo hablar. Las comisuras de sus labios empezaban a temblar avisando del llanto que se avecinaba e intentó controlarse. Se sentía sola, patética, débil ante un peligro de muerte inminente y aunque supiera que Severus estaba de su lado no podía evitar sentir cierta aversión hacia él. Era al fin y al cabo un mago, ¿y cómo podría ella, una "desalmada", confiar en las palabras de un mago? Recordó a Tobías, yaciendo en cama y sintió un cariño renovado hacia él. Ahora entendía las dificultades que habría pasado al entrar en contacto con el mundo mágico. El miedo constante a un mundo desconocido, a fuerzas que eran imposible para él controlar, la incapacidad de vincularse realmente con personas que eran tan diferentes a él, un inferior muggle...

—Dime tu nombre, criatura.

La repentina orden de Voldemort la sacó de su ensimismamiento. Volvió su mirada nerviosa hacia Snape, quien a su vez intercedió por ella.

—Su nombre es Rebecca Edwards, mi Señor.

—¿A sí? Veo que la has entrenado bien, Severus. Pero ahora quiero oírlo de sus propios labios.

Severus mantuvo su semblante frío y asintió ligeramente hacia Laurel, dándole a entender que debía obedecer la orden del Señor Tenebroso.

—Me llamo Rebecca Edwards, señor. —repitió Laurel con apenas un hilito de voz. Esperaba que el temblor en sus manos no la delatara, pero buscó inspiración en la frialdad con la que Severus era capaz de fingir.

—Rebecca, ¿tienes idea de por qué estás aquí?

—No lo sé, señor.

—No lo sabes... Muy bien, voy a intentar explicártelo y espero que esa cabecita tuya sea capaz de entender. Estás aquí porque cargas con una maldición, la sangre que corre por tus venas, la misma que corría por las venas de tus antepasados hace cientos de años, es de una naturaleza tan infinitamente inferior a la de los magos o muggles, que simplemente está podrida, está tan corrompida que es incapaz siquiera de sentir los efectos del noble y puro poder de la magia. ¿Y qué quiere decir esto? Que eres una muerta viviente, una criatura sin alma donde sólo puede habitar la maldad. La sed de sangre de tu gente ha llevado a la pérdida de miles de preciosas vidas mágicas a lo largo de la historia y eso es imperdonable. Desciendes de una estirpe de asesinos y torturadores, de hombres tan inferiores que temen y odian el resplandor que sólo la magia puede traer. ¿Has escuchado acerca del Malleus Maleficarum?

Laurel se dio cuenta con pavor que Voldemort realmente estaba esperando una respuesta de ella. Tragó saliva y respondió asustada, rogando porque sus palabras no hicieran enfadar al temible mago:

—¿El libro acerca de la caza de brujas?

—Excelente, excelente. Heinrich Kramer, su autor, uno de los más déspotas Akardos, fue capaz de convencer a medio mundo muggle que debía dar muerte a todo aquel quien se atreviera siquiera a nombrar la palabra brujería. Pero no fue el único, ni el más antiguo. Se han librado grandes guerras para erradicar a los de tu especie, Rebecca, pero las alimañas nunca son tan fáciles de exterminar, ¿verdad?

Los nervios de Laurel no podían soportarlo más, al mirar el rostro indolente de Severus bajó su cabeza y estalló en un silencioso llanto. Sus leves sollozos fueron sofocados por las carcajadas de los mortífagos.

—Mi Señor, si así lo desea puedo asesinar de inmediato a la Akardos, así no tendrá que ensuciar sus manos con esa sangre maldita.

—No, no, Alecto. No hay necesidad de eso por el momento —dijo Voldemort, volviendo sus ojos hacia Snape. —Confío en ti, Severus, sé que sabrás sacarle el mayor provecho.

—Pero...mi Señor... ¿considera que Snape esté realmente capacitado para llevar acabo semejante proyecto? ¿No cree que necesitará de asistencia?

—¿Y quién le servirá de asistencia, Amycus, tú? —respondió Voldemort riendo burlonamente. —Severus está más que capacitado para esa tarea. Apártate de su camino mientras esté trabajando.

Amycus y Alecto Carrow hicieron una profunda reverencia antes de salir de la sala, dejando a Snape y Laurel solos junto con Voldemort.

—Espero que esté claro que tu trabajo de espía en Hogwarts tiene prevalencia sobre este pequeño proyecto escolar que pretendes realizar. La Akardos se quedará en el sótano por ahora, dile a Narcissa que arregle una de las habitaciones para ti y consiga todo lo que puedas necesitar. No me decepciones.

—Nunca, mi señor.

Al igual que los Carrow, Snape inclinó su cuerpo, mostrando su profunda sumisión hacia Lord Voldemort. Tomó a Laurel nuevamente del brazo y la sacó con pasos apurados del salón.

Tan pronto como las puertas se cerraron detrás de ellos, Laurel finalmente pudo sentir cómo su respiración volvía a la normalidad y su llanto empezaba a calmarse, sin embargo, su alivio duró apenas unos segundos al sentir de pronto un fuerte puñetazo que le hizo cubrirse la cara y lanzar un gemido.

Alecto, no detuvo su ataque, halándola del pelo, la tiró el piso y continuó arremetiendo golpes con sus gruesos puños, arañando cada centímetro de piel expuesta. Laurel al no poder usar sus brazos para defenderse, daba patadas en el suelo, intentando alejar a la bruja de ella.

—¡ALECTO! ¡DETENTE, DETENTE! — La suave voz de Severus se había convertido en un aullido furioso. Sacó su varita y gritó. — ¡IMPEDIMENTA!

El cuerpo de Alecto cayó inmóvil sobre Laurel y ésta lo apartó de ella con dificultad.

—¡¿CÓMO TE ATREVES A ATACAR A MI HERMANA?!

Un rayo de luz roja salió de la varita de Amycus dirigiéndose a Snape, éste lo bloqueó, aun así, Amycus no se detuvo y siguió lanzándole maleficios a Snape uno tras otro, todos rebotando contra el escudo invisible que Severus había conjurado y yendo a dar contra las paredes destruyendo varios cuadros y esculturas en el corredor. Laurel se encogió en un rincón, con el dolor de los golpes recibidos incrementándose, pero no se atrevió a hacer un solo ruido.

—¡EN MI CASA NO!

El grito agudo de una mujer detuvo la pelea de inmediato. Narcissa Malfoy estaba de pie al final del corredor, su figura alta y esbelta y su cabello rubio platinado la hacían resplandecer en la oscuridad y su bello rostro se contorsionaba de cólera.

—No toleraré esto. ¿Amycus, Severus, han perdido la razón?

—Mira lo que le ha hecho a Alecto! —gritó Amycus señalando a su hermana que ya empezaba a recobrar la consciencia. —¡La ha atacado! ¡La ha humillado!

—Es suficiente, Amycus. Ella está bien —murmuró Severus dándole una mano a Alecto y ayudándola a sentarse en el suelo.

—¡No la toques!

—Cálmate, mejor ayúdala a ponerse de pie —dijo Narcissa y con un amplio movimiento de varita restauró todos los destrozos que habían causado. —Se están comportando como niños de guardería. Nunca pensé verte perder los estribos de esa forma, Severus.

—Perdóname, Narcissa. No he dormido en días. El Señor Tenebroso ha ordenado que me quede aquí por un tiempo. ¿Podrías preparar un cuarto, por favor?

—Siempre eres bienvenido en nuestro hogar. —La voz de Narcissa se suavizó al dirigirse a Snape. —Pero primero lleva a la chica al sótano, no quiero más peleas en esta casa.

—¿Qué hay de mi hermana? ¿Su agresión quedará impune?

—Debería haber sabido que atacar a mi sujeto de investigación traería consecuencias. Agradece que tan sólo la inmovilicé, podría haber sido mucho peor. Estará bien.

Y diciendo esto, Severus levantó a Laurel y se la llevó, ayudándole a bajar las escaleras con lentitud. No pronunció ni una sola palabra hasta llegar a un largo pasillo completamente oscuro que desembocaba en un empinado tramo de escaleras.

Lumos.

La luz de la varita iluminó una puerta de hierro macizo al fondo y Laurel intentó no resbalar en los húmedos y estrechos escalones. Finalmente, al entrar en el mohoso sótano Laurel se dejó caer al suelo recostándose sobre la fría pared de piedra. Dejó salir un suspiro y cerró los ojos, de cierta forma agradecida de encontrarse en un lugar aislado y alejada de los demás mortífagos.

Estaba abrumada, indignada, nunca se había sentido tan insignificante en toda su vida. Se sintió disgustada consigo misma por ser tan frágil. Dándole la espalda a Severus, apoyó su mejilla sobre la fría pared intentando apaciguar la hinchazón que ya se había formado en el rostro. Aún mantenía sus ojos cerrados, intentando ignorar por completo la figura alta del mago que estaba de pie, junto a ella, estrujando su varita con dedos nerviosos, indeciso sobre que debía hacer a continuación.

—¿Laurel, estás...?

—Tu conejillo de indias está bien. No te preocupes —le cortó ella con voz dura. —Y mi nombre es Rebecca ¿recuerdas?

—El sótano está insonorizado, nadie puedo oírnos.

Severus se agachó para revisar mejor sus heridas, pero ella se retorció como un animal asustado y se apartó de él.

—¡Aléjate de mí!

—¿Puedes dejar de comportarte como una mocosa malcriada? ¡Estoy tratando de ayudarte!

—¿En serio, Severus? ¿Estas tratando de ayudarme? ¿Cómo puedo estar segura de eso? Te escuché hablar allá arriba. ¡Oh, mientes tan bien que puede que todo termine siendo verdad! Un mago tan orgulloso como tú preocupándose por una desalmada como yo...

—Eso es una tontería, Laurel y lo sabes.

—¿Saber? No sé nada de ti, Severus. Te acabo de conocer esta noche, en un club, que incendiaste. Solo conocía a tu padre, y la horrible condición en la que lo dejaste...

Laurel se arrepintió de inmediato de las palabras que decía, incluso antes de que pudiera terminar aquella frase. Sabía que estaba siendo injusta; sabía que estaba siendo hiriente, pero por primera vez en toda su vida, no pudo evitar desatar su rabia.

La profunda oscuridad que se había apoderado de los ojos de Severus se desvaneció en un instante y adquirieron un brillo desquiciado. Se acercó a ella, sus labios tensionados, su respiración entrecortada, su voz en un peligroso susurro:

—No te atrevas a hablarme así. No después de que arriesgué mi propia vida para mantener la tuya a salvo. No mereces todo el esfuerzo que estoy haciendo por ti. No podrías siquiera entender lo peligrosa que es esta guerra, cuántas vidas se han perdido, la persona a quien más he amado, asesinada; pero tú simplemente te comportas como una imbécil insolente, gimoteando por tan solo algunas palabras desagradables y unos pocos golpes en la cara. Qué pena, pensaba que eras más inteligente que eso. Y si realmente quieres saberlo, le hice eso a mi padre porque trató de estrangular a mi madre después de uno de sus alcohólicos ataques de ira. Debería haberlo matado, pero no soy un maldito asesino.

Severus estaba fuera de sí; no podía creer las palabras que salían de su boca. Los secretos que había estado guardando toda su vida, bajo la profundidad de miles de capas Oclumánticas, ahora se estaban desparramando frente a Laurel. Su mente se había doblegado ante sus ridículos comentarios. No entendía cómo no era capaz de contener sus emociones, nunca antes le había fallado su Oclumancia, nunca. Ni siquiera frente a magos tan poderosos como Dumbledore o Voldemort.

Cerró los ojos intentando calmarse y sumergir su mente nuevamente, pero el corazón aún le latía con fuerza. Vencido, los abrió de nuevo y miró a Laurel, la expresión en su rostro magullado era una mezcla de arrepentimiento y afecto.

—Tenía siete años cuando mi padre nos abandonó. A mí y a mi madre embarazada. Yo era la única que estaba en casa cuando el hizo sus maletas y salió por la puerta un martes por la tarde. Recuerdo que le pregunté a dónde iba, pero el me ignoró por completo, como si yo fuese invisible. Me quedé afuera, llorando y esperando que volviera hasta que se hizo de noche y mi madre apareció por fin. No pude dormir aquella noche escuchando su llanto. Al día siguiente, ella se comportó como si mi padre nunca hubiera existido y yo hice lo mismo. Verás, Severus, pensé que después de vivir eso me había vuelto más fuerte, pero tienes razón, en el fondo sigo siendo esa niña débil y llorona. Desearía poder ser tan valiente como tú.

La suave voz de Laurel hizo amainar la tormenta en la mente de Severus. Era una sensación extraña el no tener que concentrarse tan solo en sus propios recuerdos atormentados; se sintió bien hundirse en la memoria de otra persona para variar.

Se sentó junto a ella, apoyando la espalda contra la pared, imaginándola como una niña llorosa, acurrucada en el pórtico de su casa. Ambos guardaron silencio, mirando la oscuridad en el sótano. Después de un tiempo, Severus comenzó a sentir que tenía la suficiente fuerza de voluntad para controlar sus emociones y logró hundirse en la Oclumancia una vez más.

—Será mejor que vayas a descansar. Luces terriblemente agotado —dijo ella rompiendo el silencio.

Severus asintió con la cabeza, pero antes de ponerse de pie desató las cuerdas alrededor de sus muñecas y le pasó un pequeño vial de concentrado de Díctamo.

—Ponte esto en los cardenales, es magia, pero los ingredientes también son usados en medicina muggle. Te puede ayudar.

La larga capa ondeó detrás de Severus cuando caminó hacia la puerta, girando sobre sus talones, apuntó con su varita a Laurel, y ella sintió como su ropa se secaba en un instante. Se envolvió mejor en su propia capa negra y agradecida susurró:

—Buenas noches, Severus.

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