La Casa de los Gritos
Toda la casa temblaba, la madera crujía bajo sus pies, el olor rancio de las paredes corroídas por el moho y la carcoma se le metía en la nariz. Se congeló, sus ojos estáticos, clavados en el denso y apelmazado pelaje marrón, en los brillantes ojos amarillos de un hombre lobo completamente transformado, en los colmillos afilados, en la saliva que goteaba de su negro hocico.
Pensó que estaba soñando, se despertaría. Tan pronto como sintiera los dientes afilados en su piel, se despertaría.
Pasos rápidos hicieron que la bestia dirigiera su atención hacia la puerta de la habitación. James Potter se había puesto entre ellos, su varita lanzando hechizos que hicieron que la bestia retrocediera unos pasos.
—¡Vete de aquí! ¡Rápido! ¡Te matará!
Pero Severus era incapaz de moverse. James lo arrastró fuera hacia las escaleras, ambos trastrabillaron, rodando abajo los polvorientos peldaños hasta golpearse contra el suelo agrietado del pasillo inferior. Aquel fuerte golpe y el espantoso dolor en su espalda, hizo que Severus reaccionara, le hizo darse cuenta de que no estaba soñando.
James ya se había puesto de pie y tomándolo del brazo intentaba que Severus se dirigiera de vuelta hacia la entrada del túnel. Remus no podría alcanzarlos una vez se escabulleran por la pequeña abertura.
—¡QUEJICUS, LEVÁNTATE! ¡MUÉVETE!
James no se había dado cuenta de que el hombre lobo le acechaba desde la parte alta de las escaleras, rugiendo salvajemente se abalanzó sobre él. Severus, viendo desde el rabillo del ojo como la inmensa figura arremetía contra el joven, se levantó rápidamente, lanzándose sobre él, derribándolo nuevamente en el suelo, alejándolo de las garras del lobo.
"¡INCARCERO!"
"¡CONFUNDUS!"
"¡IMPEDIMENTA!"
Los maleficios salían de ambas varitas e iban a dar contra el cuerpo del monstruo, dándoles tiempo de alcanzar la habitación en donde se encontraba su única vía de escape.
James cerró la desbaratada puerta detrás de sí, asegurándola con un encantamiento que no parecía ser lo suficientemente fuerte para detener al hombre lobo por mucho tiempo.
—¡Dentro del túnel, Quejicus! —gritó James apuntando a la puerta con su varita, tratando de que no se viniera abajo con los feroces zarpazos de la bestia.
—¿Y tú?
—Estaré justo detrás de ti.
Severus se deslizó por la pequeña abertura hasta caer en el frío suelo de tierra, James cayendo justo encima de él. El sonido de la puerta derrumbándose y el escalofriante gemido del lobo al ver a su presa escabullirse hicieron que ambos jóvenes se arrastraran deprisa, huyendo de la espeluznante imagen de unas fauces intentando embutirse dentro de la pequeña abertura. Corrieron tan rápido como el estrecho túnel se los permitía, hasta que tan sólo fueron capaces de oír el palpitar acelerado de sus corazones y su respiración jadeante.
—Intentó matarme... —resolló Severus mientras se dejaba caer al suelo, mirando a James con ojos desorbitados.
—No puede controlarse cuando está transformado... Remus no puede...
—No estoy hablando de Lupin. Black. Sirius Black esperaba que muriera esta noche.
—Sirius sólo estaba jugando una broma, no estás muerto, Quejicus...
—¡Mi nombre no es Quejicus, Potter! —le interrumpió con voz agitada.
James Potter se quitó sus lentes y se secó el sudor que empapaba su rostro, evitando mirar al pálido Slytherin.
Ambos jóvenes continuaron su trayecto a Hogwarts en total silencio.
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Laurel tenía su mirada fija en la brillante aguja, sentía el afilado piquete del acero atravesar su piel, pero era incapaz de encontrar su vena. Movió la aguja un poco dentro de su brazo, buscando que el líquido rojo empezara a llenar el vial que sostenía en su mano. Era apenas el primero de unos cuantos más que estaban puestos en fila recta frente a ella, ordenados, como soldados obedientes, atentos a recibir el acostumbrado tributo de sangre Akardos.
Pero Laurel era incapaz de concentrarse. No podía evitar lanzar miradas furtivas hacia el hombre que caminaba de forma nerviosa de un lado a otro de la oficina, susurrando por lo bajo, comprobando sus anotaciones, tomando distintos potajes de las estanterías y reorganizándolos una y otra vez dentro de su bolso de cuero negro.
Laurel desistió del intento de extraer su sangre. Desechando la aguja se puso de pie, acercándose hasta el lacado escritorio, apoyándose sobre él, fingiendo un gesto despreocupado y mirando hacia el interior del bolso encantado.
—Me parece a mí que llevas mucho más de lo necesario.
—Nunca se puede ser lo suficientemente precavido —murmuró él devuelta, mirándola a los ojos por primera vez desde aquella mañana en que le había narrado la historia de cómo había visto a Lupin transformado por primera vez. La historia de cómo pudo haber muerto destrozado por las garras de un hombre lobo durante su quinto año en Hogwarts.
Laurel se quedó en silencio por unos segundos, sus dedos golpeteando la lustrosa madera, sopesando las palabras que estaba a punto de decir a continuación.
—¿En verdad es tan necesario llevar a cabo los experimentos en la Casa de los Gritos? ¿No podría Dumbledore dejarnos usar un aula en los calabozos?
—El riesgo es demasiado alto. Demasiados niños —respondió, un brillo en sus ojos apareció de repente. —Totalmente inconveniente.
—O cualquier otro lugar. El Bosque Prohibido tal vez...
—¿Por qué? — Severus la interrumpió. —¿Qué te importa eso a ti?
—Nada —dijo rápidamente, cruzándose de brazos y sonrojándose, tratando de poner orden en sus palabras. —Simplemente no creo que sea saludable... ya sabes... para ti... dada tu historia con la Casa... el incidente con los Merodeadores... bueno, puede ser abrumador...
—Mi salud mental está perfectamente bien si eso es lo que te preocupa —espetó él de repente. —No soy débil.
—Ya... — Laurel respiró hondo, intentando no sentirse herida por sus bruscas palabras. —Claro que no eres débil. Deben ser mis ojos que ya se marearon de verte andar de allá para acá, hablando sólo, cómo alma en pena. Mis disculpas, tiendo a preocuparme demasiado por personas que no lo necesitan. Voy a darte un espacio, Sev. Sabes dónde puedes encontrarme.
Laurel se apartó del escritorio y extendió la mano para tomar el kit de flebotomía y los viales.
—Perdóname —. La mano de Severus fue a su hombro, evitando que se fuera. —Lo sé... no quise decir... Estoy bien, es sólo que odio el maldito lugar.
—Sé que estás bien, pero mostrar un poco de debilidad de vez en cuando no es el fin del mundo.
—Mostrar debilidad es la diferencia entre la vida y la muerte. Si yo, incluso por un solo segundo, mostrara una pizca de emoción, de agitación frente al Señor Oscuro, no estaría parado aquí.
Laurel inclinó la cabeza y dejó caer sus hombros rendida. Quería ayudar, quería hacerle entender que le importaba. Pensó que había logrado que él confiara en ella, convenciéndolo de que dejar atrás el pasado no era un pecado, que había más en la vida que guerras mágicas y magos oscuros e interminables rollos de pergamino por calificar.
Sin embargo, la insulsa ilusión se desvanecía durante las noches en que la marca tenebrosa le escocía, eran las noches en que ella pasaba en vela, esperando su regreso con el rezo en la boca, sus ojos rojizos abiertos en la oscuridad de las mazmorras, rogando porque, en realidad, si existiera una luz al final del túnel. Y una vez que Severus retornaba, podía ver en la oscuridad abismal de sus ojos que seguía siendo un alma perdida, un hombre atascado en una encrucijada, un hombre dividido entre dos mundos, mundos de los cuales ella no era realmente parte.
—Yo no soy el Señor Oscuro, ni tampoco soy Dumbledore, no tienes por qué pretender...— Pero se detuvo a mitad de la frase, dándose cuenta de que estaba insistiendo demasiado. Él ya había hecho un gran esfuerzo contándole esa horrible experiencia en su quinto año.
"Se abrirá poco a poco, seguro". — Pensó, la pequeña esquirla de incertidumbre que se había asentado en su pecho le dolía, recordándole nuevamente que Severus aún no la consideraba totalmente digna de confianza. Sintió una sensación de ardor en sus ojos al darse cuenta de que tal vez nunca podría ser lo suficientemente digna para él. Al menos no en comparación con Lily.
—Siempre estaré ahí para ti. Seas fuerte o débil, no importa... Quiero decir... Si tú lo quieres —terminó ella, evitando su intensa mirada, avergonzada del temblor de su voz.
—¿Que te hace pensar que no lo querría?
Laurel se encogió de hombros.
—Puedes contestar esa pregunta mejor que yo, Severus.
El mago tragó saliva, acercándose a ella, la tomó de la cintura, apretando su cuerpo contra el suyo.
—Sé que puedo ser difícil a veces... casi siempre —susurró, sus labios tan sólo a milímetros de los de ella. —Pero lo quiero, quiero que estés junto a mí.
La mujer se puso de puntillas, rodeando su cuello con sus brazos, acortando la distancia hasta que sus narices se tocaron y se fundieron en un beso lento y cálido. La ansiedad que Severus había empezado a sentir aquel día se disipó rápidamente. Se tomó su tiempo, embelesado por la facilidad con la que los delicados labios de Laurel se abrían para permitirle a él mordisquearlos, acariciarlos con su lengua, permitiéndole adentrarse, reclamando esa dulce boca que le pertenecía solo a él.
No pudo evitar sentir un pinchazo de fragilidad cuando se separó de él, aunque fue rápidamente compensado al ver que ella le sonreía. Rozó con la punta de sus dedos la parte posterior de su brazo izquierdo, el sitio marcado por tantas punzadas de aguja.
—Te estás haciendo mucho daño.
—No tanto cómo el que te estás haciendo tú mismo —contestó ella, apartándole un mechón de cabello y acariciando su mejilla. —Y si no hay más remedio que volver a la Casa de los Gritos, no te dejaré solo, iré contigo.
—Sólo hasta el atardecer. Prométeme que no te quedaras cerca después de que se haya el puesto el sol.
—Lupin estará totalmente inmovilizado, además si la poción funciona no cambiará a hombre lobo, no será peligroso...
—Lau, ya hemos discutido esto —dijo Severus en tono de advertencia. —No te quiero cerca de Lupin cuando esté transformado.
—Si insistes. Estaré de vuelta en el castillo antes de que anochezca —respondió ella, volviendo su atención a las agujas. —Sólo espero se capaz de tener todas las muestras listas hoy.
—Te puedo ayudar. Ya tienes muy herido ese brazo.
—Gracias, Sev. Sólo toma un poco de práctica —dijo ella aliviada mientras le alcanzaba una de las agujas. —Será pan comido.
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La nieve había desaparecido para dejarle paso a la lluvia que caía de forma continua durante todo el día, variando tan solo en intensidad. A veces con fuerza, a veces como una mera llovizna, pero incesante, como si los cielos estuvieran decididos a limpiar el mundo por completo.
Aquel sábado los estudiantes se habían refugiado de la deprimente y fría humedad en sus salas comunes, algunos dormitando junto al fuego, otros aprovechando el aburrimiento para completar los deberes de la semana.
—No le costaba un Knut prestarme el ensayo ¿sabes? No iba a copiar todo a pie de letra, sólo necesitaba una guía. No sé que mosca le ha picado. ¿Decía yo algo acaso cuando ella estaba haciéndole cariñitos a Krum?
—Hermione no se besuqueaba con Krum en frente de toda la escuela, Ron.
—Pero no lo podemos evitar, es químico. Lavender está loca por mí y no la culpo... Tampoco es que culpe a Hermione por estar molesta, celosa... Pero en serio necesito su ayuda, no creo que sea capaz de terminar este estúpido ensayo, McGonagall me matará. Dios, las mujeres me dan miedo.
—Ajá.
Harry había dejado de poner atención a su amigo, limitándose a responder con monosílabos. Estaba cómodamente sentado en un nicho junto a la ventana, el golpeteo de la lluvia y el sonido de las distintas plumas rasgando el pergamino ahogaba por momentos la incesante perorata de Ron.
Antes de sucumbir al sopor de aquella tarde lluviosa, Harry sacó el Mapa del Merodeador de su bolsillo y echó una rápida ojeada, buscando el nombre de Draco Malfoy como había acostumbrado a hacer cada día. Estaba dispuesto a descubrir que era lo que estaba tramando y se llevó una gran decepción al no poder encontrar ni rastro de él. ¿Cómo podría ser posible que desapareciera de la escuela?
Luego buscó a la segunda persona que más le interesaba encontrar: el profesor Horace Slughorn. El puntito rotulado con su nombre se encontraba estático en su oficina, seguramente tomando la siesta de la tarde. Desde que Dumbledore lo había enviado en una misión para recuperar un valioso recuerdo relacionado con Voldemort, Harry había tratado de interrogar al maestro de pociones sobre los Horrocruxes, pero su intento terminó en un rotundo fracaso. Slughorn rehuía de su presencia y Harry aún no había sido capaz de idear un plan para convencerlo de entregarle el recuerdo inalterado de un joven Tom Ryddle en sus años en Hogwarts.
Frustrado, estuvo a punto de guardar el mapa y lanzarle un cojín a Ron a la cabeza para que dejara de parlotear acerca de Hermione, cuando dos puntitos que salían por las puertas principales le llamaron la atención.
Severus Snape y Laurel Noel.
¿A dónde se dirigirían en medio de esa tempestad? Harry los siguió atento, sorprendido de ver que no se dirigían hacia las enormes verjas de entrada. Ambos puntos se dirigían hacia la cabaña de Hagrid, para después torcer el rumbo y tomar el sendero que llevaba hacia...
Harry dejó el mapa a un lado y limpió el cristal empañado con la manga de su túnica apresuradamente. Los vio, no tenía duda de que debían ser ellos: Dos figuras encapotadas seguían el embarrado camino hasta el Sauce Boxeador. Una de ellas levantó su varita, haciendo que una roca fuera a dar contra el nudo del tronco, inmovilizando el agresivo árbol y ambos desaparecieron por el túnel escondido entre las raíces del sauce.
Harry se puso de pie tan rápido que accidentalmente dejó caer el tintero de Ron sobre su ensayo sin terminar.
—¡Oye, cuidado! —exclamó Ron, mirándolo estupefacto. —¿Adónde vas?
—Lo siento. Debo comprobar algo. Le pediré a Hermione el ensayo, lo prometo —se disculpó Harry mientras subía las escaleras hacia los dormitorios, buscando su capa de invisibilidad.
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Era la primera vez que Laurel se adentraba en aquel estrecho túnel. Era tan bajo, que debía arrastrarse por momentos para poder atravesarlo y era tan largo que su espalda empezaba ya a protestar de dolor al estar tan encorvada. La sensación de claustrofobia que la había acompañado desde su encierro en la Mansión Malfoy volvió con fuerza y Laurel soltó un tembloroso suspiro.
—Falta poco —susurró Severus, volviéndose a verla, ofreciéndole un gesto de consuelo que era iluminado por la luz que salía de la punta de su varita.
Finalmente, el túnel empezó a ascender y pudieron divisar sobre sus cabezas la pequeña abertura de salida. Trepando por el hueco, se encontraron en una habitación de una casa abandonada, todas las ventanas estaban tapiadas y los muebles estaban completamente destruidos. Toda la estancia estaba cubierta de una gruesa capa de polvo y en el suelo se podían ver distintas marcas de pisadas, humanas y animales.
El sonido de pisadas y chirridos les indicaron que no estaban solos. Subieron con cuidado las resquebradas escaleras hasta encontrarse en el piso superior.
—Cuidado con ese agujero, Snape. Casi me torcí el tobillo cuando caí en él —. Una mujer apuntaba el haz de luz que salía de su varita a un punto específico del suelo.
Laurel no pudo evitar agradarle tan pronto la vio. Su cabello color rosa chicle corto y en punta, su rostro en forma de corazón, su vestimenta estrafalaria y su amable sonrisa hacían denotar que aquella bruja era poseedora de una personalidad extremadamente amigable.
—Tú debes ser Laurel. Remus me ha hablado mucho de ti.
—Supongo que es todo de lo que habla ¿no? —siseó Severus con sorna al pasar por su lado sin saludarla, dirigiéndose hacia la habitación principal.
—Ca... casi —respondió sonrojándose.
—No le hagas caso. Está de malas pulgas —dijo Laurel, extendiendo su mano para estrechar la de la mujer. —Remus también me ha hablado mucho de ti, Nymphadora.
—Tonks. Sólo Tonks —sonrió ella. — Y respecto a Snape, ¿acaso hay algún día en que no esté de malas pulgas?
"Te sorprenderías" —Pensó Laurel, pero decidiendo que era mejor no ponerse en evidencia se limitó a reír junto con Tonks al tiempo que ambas le seguían los pasos a Snape.
—Me ha dicho Lupin que eres una metamorfomaga. Que puedes cambiar cualquier aspecto de tu físico a voluntad.
—Ahh sí —rió Tonks al tiempo que se transformaba en una copia exacta de Laurel.
—¡Es asombroso, que guay! —gritó ella, mirándola boquiabierta y acercándose para verse a sí misma. — No sabía que fuese tan bajita...
Tonks volvió a la normalidad en un segundo.
—No es tan impresionante, puedes alcanzar los mismos resultados con una poción multi-jugos.
—Ya pero sólo por un límite de tiempo, además es tedioso tener que prepararla. Ser metamorfomago es la hostia, no puedo imaginarme lo que sería poder transformarme en una persona distinta cada día. Un día sería Cindy Crawford, y al otro...
—Pero en el fondo serías siendo tú... es sólo un disfraz, Laurel. Yo me siento mucho más a gusto siendo tan sólo Tonks y ¿quién es esa tal Cindy Crawford?
Varias lámparas de aceite iluminaban la habitación principal que presentaba las mismas señales de deterioro que el resto de la casa. Una inmensa cama adoselada se encontraba en medio, sus postes de madera parecían moverse ligeramente produciendo un leve chirrido y Laurel tuvo la impresión de que si no se venían abajo era por algún hechizo los mantenía aún de pie. Le tomó un poco de tiempo a Laurel darse cuenta de la sombra de un hombre que se encontraba sentado sobre ella, encadenado a los postes.
—Remus —sonrió ella mientras daba unos pasos hacia él. Sin embargo, una mano la detuvo.
—No te acerques demasiado —le advirtió Severus. —No es el mismo Lupin de siempre.
—Snape tiene razón, Laurel. Se vuelve muy irritable los días antes de la lunación. El día de la transformación es el peor de todos.
—Saben que puedo oírlos, ¿no es cierto? —gruñó Remus desde la cama, su voz sonando mucho más gutural que de costumbre.
—¿Cómo te sientes, Remus? —dijo Laurel, manteniendo su distancia. —Tu voz ha cambiado.
—Oh, es para saludarte mejor, querida. Me siento como una mierda, pero es un alivio que estés aquí. Dejen que se acerque, me gustaría verla mejor.
—¿Querrás decir olerla mejor, tal vez comerla mejor? —replicó Severus con desprecio —No es un jodido cuento de hadas, Lupin.
Remus soltó una risotada, su voz alzándose en la habitación:
—¡Eh, Akardos! ¡No tengas miedo del gran lobo feroz! No te haré nada, te lo juro.
Tonks aprovechó aquel momento de griterío para susurrarle a Snape con un dejo de enfado:
—No te pelees con él, no lo hace a propósito. No puede controlar sus impulsos. Se comporta aún peor porque no ha tomado la poción matalobos en meses, tal como lo has pedido.
—Empezaremos a preparar todo para empezar a suministrarle la poción, Tonks —susurró Laurel intentando apaciguar los ánimos. —Vamos, Severus, te ayudaré a organizar los viales.
Ambos salieron de la habitación dejando a Tonks sola con Remus, que pareció calmarse al sentir cómo el olor de la Akardos se alejaba levemente.
—Dora... Dora, lo siento —de repente rompió en llanto al darse cuenta de lo que había sucedido, de todas las estupideces que había dicho.
Tonks se aproximó a él, sentándose a su lado sin sentir una pizca de miedo de aquel hombre que en pocas horas se convertiría en bestia incontrolable. Tomó su rostro en sus manos y le besó la frente fría y empapada de sudor.
—Tal vez esta sea tu última noche cómo hombre lobo o tal vez no. Pero no importa que suceda, Remus, no voy a separarme de ti, ¿lo entiendes?
Lupin enterró la cabeza en el regazó de la mujer y dejó escapar pequeños sollozos que más parecían gemidos de lobo. Tonks tragó saliva y se secó disimuladamente algunas lágrimas.
Harry Potter estaba de pie en un rincón en la estancia, oculto bajo la capa de invisibilidad que había heredado de su padre. Se dio cuenta de que había estado apretando los dientes todo este tiempo. Conmocionado por lo que acababa de presenciar, no podía entender ni la mitad de lo que estaba sucediendo, pero nunca había visto a Lupin llorar de esa manera.
Salió con pasos silenciosos de la habitación, pensando que debía darles un poco de privacidad.
No tardó en oír al profesor Snape y a su asistente susurrando en la otra habitación.
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