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Hogwarts


—¿Y hace cuanto tiempo dices que ocurrió, Hagrid? —preguntó preocupada Minerva McGonagall, poniéndose su abrigo de cuadros escoceses sobre su bata de dormir, al tiempo que cerraba la puerta de su despacho detrás de sí.

—Hace una hora, si no estoy mal —contestó Hagrid, frunciendo el ceño. —Estaba un poco tomado, ya sabe, se acercan las fiestas; cuando la elfina apareció, pensé que estaba alucinando.

—¿Estás seguro de que mencionó al Profesor Snape?

—Por supuesto, dijo que Snape la había enviado, que debía darse prisa. Así que fui a buscar a uno de los thestrals y ella se desapareció con él. No dio más explicaciones.

—No estaba enterada de que Snape hubiese salido hoy. Ve a los terrenos y quédate atento por si algo más sucede. Yo iré a las mazmorras a confirmar si Snape no está.

—En seguida, profesora.

—Vaya noche para que Dumbledore haya decidido irse. Este colegio va de mal en peor —susurró McGonagall al tiempo que se dirigía hacia el despacho del profesor Snape.

No tardó demasiado en darse cuenta de que, efectivamente, Severus había abandonado el colegio sin avisar a nadie.

Laurel recuperaba la consciencia cada cierto tiempo. Era capaz de percibir la familiar sensación de estar volando, pero sus ojos sólo registraban la completa oscuridad del cielo nocturno y el etéreo brillo de las estrellas. Sin embargo, sí podía sentir la suavidad de una sedosa crin bajo su mejilla y el batir de unas alas enormes. Pensó que había muerto, que una especie de psicopompo alado la llevaba a un sitio en el que ya no tuviera que sufrir el dolor de las mordeduras que ahora se sentía extrañamente lejano, amortiguado por el sopor de la pérdida de sangre. Se desmayó antes de darse cuenta de que el thestral planeaba sobre las torres de un antiguo castillo.

—¡Hagrid, allí! ¡Ya viene! —exclamó McGonagall, poniéndose de pie y saliendo de la cabaña rápidamente.

—¡Gárgolas galopantes! ¿Es una mujer?

El thestral aterrizó silencioso enfrente de ellos, sacudiendo la cabeza y mirando con sus ojos blanquecinos hacia su lomo, dando golpecitos con su morro a la mujer inconsciente, atraído con la sangre que la empapaba. Hagrid se aproximó primero y cortó los amarres que la sostenían, levantándola en sus brazos.

—Bueno, ciertamente la envió el profesor Snape —comentó McGonagall examinando el cuerpo de la mujer bajo la luz de su varita, notando las vestiduras negras que la cubrían. —Parece que ha sido atacada.

—Torturada, esas heridas en el cuello no fueron hechas por ninguna criatura, fueron hechas por un ser humano.

Ambos se apresuraron de vuelta al castillo, despertando a la Señora Pomfrey con sendos golpes en la puerta de la enfermería.

—Discúlpanos Poppy, pero es un caso urgente.

—Pero... si no es una estudiante... —dijo la Señora Pomfrey adelantándose e indicándoles una cama disponible dónde pudieran dejar a la mujer. La examinó rápido, retirando los vendajes que habían quedado ya inservibles para detener la hemorragia. —Dios, ¿qué le ha pasado?.

—No tenemos la menor idea, pero juzgando por la cantidad de sangre es un milagro que siga con vida.

La Señora Pomfrey apuntó con su varita, esperando que la sangre se limpiara y pudiera obtener una mejor vista de las heridas, pero el líquido escarlata seguía allí. Movió su varita una vez más, pensando que tal vez aún se hallaba un poco adormilada, pero por segunda vez no hubo efecto alguno. La Señora Pomfrey se quedó boquiabierta, sus ojos se movían exorbitados entre su varita y la chica desmayada.

—Por Merlín...

—¿Poppy? ¿Te sucede algo? —McGonagall la miró sorprendida.

—¡A mí no! —contestó ella en voz alta. —¡Es una desalmada!

—Por supuesto que no —dijo McGonagall, negando con la cabeza y dejando escapar un ruidito de impaciencia. —No ha habido registros de Akardos en más de cien años en las islas británicas, la posibilidad de que una haya llegado hasta Hogwarts... bueno es simplemente risible. Debes estar un poco cansada Poppy, déjame intentarlo.

—Pues adelante —respondió la Señora Pomfrey, con las mejillas coloradas.

La profesora McGonagall se aclaró la garganta, y concentrándose un poco más de lo que normalmente lo haría para realizar un hechizo tan sencillo, pronunció con voz clara:

Tergeo.

Se quedó muda al ver como el hechizo no tuvo efecto alguno en el cuerpo de la mujer.

—Esta noche trae toneladas de sorpresas, ¿no? El profesor Snape realmente nos dio un puñado. Debe estar metido en un lío muy grande. —dijo Hagrid con una risita nerviosa.

"¿Snape? Oh, por las barbas de Merlín, cosas de magia oscura, no quiero saber —dijo Madam Pomfrey, sacudiendo la cabeza y convocando un botiquín de primeros auxilios de uno de los gabinetes. —Haré lo que pueda para ayudarla, nunca pensé que tendría que recurrir a métodos muggles.

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Laurel abrió los ojos, el dolor punzante en la cabeza no le dejaba enfocar la vista. Sentía muchísima sed, su garganta seca y adolorida pedía a gritos un vaso con agua. No tenía ni idea de dónde se encontraba, lo último que recordaba era el rostro de Narcissa Malfoy y luego, tan sólo oscuridad. Intentó incorporarse, pero el movimiento le produjo un fuerte mareo y soltó un resuello al sentir una súbita cuchillada en el abdomen. Todas las imágenes de lo que le había sucedido volvieron a su memoria de forma instantánea.

—No te levantes, Laurel. No es bueno esforzarse después de haber perdido tanta sangre.

La mujer se dio cuenta entonces de que alguien la acompañaba, un anciano alto y delgado, con largas barbas plateadas y cristalinos ojos azules le miraban con una sonrisa amable, sentado en una silla al lado de su cama. Su vestimenta era bastante excéntrica, su túnica azul cielo, bordada con estrellas y lunas plateadas era muy diferente a los acostumbrados colores apagados que los mortífagos vestían. Era lo que podría llamarse, el hechicero de cuentos de hadas por excelencia. Se olvidó de su sed en un instante.

—Usted es Dumbledore —susurró Laurel con voz rasposa. —Estoy... estoy en...

—En Hogwarts — dijo Dumbledore vertiendo un poco de agua de una jarra en una taza de peltre. —Tal parece que Severus ya ha hecho el honor de hablarte de mí.

—¿Dónde está Severus?

—Aún no sabemos de él, Laurel. La noche en que fuiste atacada...

—Pero estaba aquí, debía estar en Hogwarts. No estaba en la mansión cuando Greyback me atacó.

—Entonces, fue Greyback, mi sospecha era correcta —dijo Dumbledore. — Severus fue avisado por un elfo doméstico de la familia Malfoy. Ha sido él quien te ha puesto a salvo, enviándote a Hogwarts con un thestral. No hemos tenido más noticias de él desde entonces, suponemos que aún debe estar en la mansión, respondiendo a Voldemort.

Dumbledore la miró por un momento, fijándose en cómo sus ojos marrones se tornaban rojos y vidriosos, en la forma en que sus labios secos temblaban. La mujer agachó la cabeza y miró sus manos por un momento. El dolor físico disipándose, siendo reemplazado por una sensación peor: La angustia y la preocupación le llenaron el pecho.

—¿Cómo lo sabe? — preguntó levantando la mirada nuevamente. — ¿Cómo es que conoce acerca de mí... del trabajo de Severus con el Señor Tenebroso?.

—¿Quieres decir, su trabajo de espía? — sonrío Dumbledore, ofreciéndole la taza que sostenía en una mano curiosamente ennegrecida. —Ah, Severus, un hombre bastante misterioso, ¿no es así? Supongo que te habrás dado cuenta de que él no es cómo los demás mortífagos.

—De hecho, siempre me lo he preguntado. Es tan dul... bueno. Conmigo. — Laurel tomó un sorbo de agua, tratando de disimular el desliz de su lengua. —Siempre parecía tan fuera de lugar en ese sitio.

—Y también parece muy fuera de lugar aquí —dijo él con un brillo en los ojos. —Es uno de nosotros, Laurel, pero también uno de ellos. Estoy seguro de que lo entiendes.

—Es un doble agente...

—Nuestro más importante espía, nadie es más cercano a Voldemort.

—Entonces ayúdelo. Rescátelo. Debe estar en grave peligro ahora, ha hecho una tontería, sacarme de ahí... será castigado... y no puedo ni imaginarme... —Laurel comenzó a sollozar, el dolor de cabeza aumentaba exponencialmente. Perdió el agarre de la taza de peltre y el agua se derramó en su regazo, pero ella pareció no darse cuenta. Sus ojos ardían a causa de la falta de lágrimas y tuvo que llevarse las manos al rostro tratando de apaciguar el dolor de cabeza que le partía el cráneo.

—Tranquilízate, querida. Pensé que confiabas en Severus —. Dumbledore secó el edredón húmedo con un movimiento de varita. —No es el tipo de hombre que haga tonterías.

Laurel soltó una risita entremezclada con su llanto, recordando esas mismas palabras saliendo de la boca de Severus.

—Eso mismo dice él, pero aquí estamos.

—Entonces créeme cuando te digo, no hay nadie mejor para rescatar a Severus, que el mismo Severus.

¿Va a dejar que se ocupe del Señor Oscuro por su cuenta? Ha arriesgado demasiado al cumplir sus órdenes, al tratar de protegerme. Se merece su ayuda. Es su espía, es su sirviente...

Dumbledore levantó una mano, acallando la ronca querella de la mujer, sus ojos penetrantes fijos en ella. Su voz clara y seria:

—Primero, considero que Severus es mucho más que un espía, definitivamente no un sirviente. Es mi amigo, mi colega, lo tomé bajo mi protección durante sus peores momentos. Por tanto, quiero dejar en claro que la seguridad de Severus es de suma importancia para mí como lo es para ti —. La voz de Dumbledore viró a su habitual tono amable cuando le ofreció otra taza de agua a Laurel. —Segundo, puedo ver ahora que le demuestras el mismo cariño que él te tiene a ti. Un hecho bastante sorprendente, pensé que Severus nunca desarrollaría este tipo de... sentimiento, nunca más.

—Me preocupo por él —respondió Laurel. —Por eso se lo ruego, no lo abandone ahora, por favor.

—Deberías tener más fe en él, querida. Ya ha escapado de situaciones peores antes. Es un hombre valiente y astuto. Ya lo verás.

—Lo sé, sé que lo es —dijo, un pequeño chillido escapó de su garganta cuando pensó en lo que podría estar enfrentando Severus en ese momento. Se tomó toda el agua de golpe y volvió una mirada agradecida a Dumbledore. —Le agradezco que me deje quedar en su colegio.

—En Hogwarts siempre se prestará ayuda a quien la pida —. Dumbledore le guiñó un ojo. —Debes agradecerle a Severus por pedirla.

Laurel asintió con la cabeza y apretó la taza vacía en sus manos. Había algo más que la carcomía por dentro: Greyback la había lastimado de una forma salvaje, el agudo dolor de las dentelladas desgarrando la piel estaba fresco en su memoria, como también el fétido olor de su boca. Pero había algo que la hacía sentir muchísimo peor: Por un brevísimo instante, Laurel pudo sentir sus dedos ásperos manoseándola por debajo de su túnica y no pudo evitar encogerse un poco, cerrar los ojos y ahogar aquella sensación en las profundidades de su alma. Quería convencerse de que aquello jamás había pasado. Sólo había sido una pesadilla, Greyback sólo la había mordido, cómo un lobo muerde una oveja, no había pasado más... Nada más...

—Laurel —. La voz de Dumbledore fue una pequeña luz en el océano de oscuridad en el que se había hundido. —¿Hay algo más que quieras decirme?

—No —contestó ella automáticamente para un instante después retractarse. —Sí... Señor, quisiera preguntarle, ya que Greyback es un hombre lobo y me ha mordido, ¿significa eso que me transformaré en uno también?

—No lo creo Laurel, Greyback no estaba transformado cuando te mordió. No es nada común que algo como esto suceda, los hombres lobo no tienden a atacar en su forma humana, Fenrir Greyback es un caso singular —contestó él, inclinándose hacia ella, señalando sus vendajes. — Tu condición de Akardos ha hecho que tus heridas estén sanando con una rapidez asombrosa. Un milagro, si pensamos que las mordeduras de licántropos nunca sanan completamente del todo. Por supuesto, tendremos que esperar un par de días más y ver cómo reacciona tu cuerpo con la luna llena, pero yo estaría tranquilo.

—Es un alivio saberlo—susurró, jugando nerviosamente con la taza. — Greyback dijo que éramos muy parecidos, ambos escoria a los ojos de los magos... pero no podría imaginar ser capaz de hacer lo que esa bestia me ha hecho, yo... preferiría morir antes que ser cómo el.

Algo cruzó el rostro de Dumbledore. No por mucho tiempo. No por más de un segundo. Un destello y luego desapareció.

—No todos los hombres lobo son como él, Laurel. Son muchos los que sufren esa maldición, una enfermedad de la que no se pueden librar, pero al mirarte, al pensar en lo que tu sangre puede hacer por ellos... Bueno, traerá esperanza a quienes la necesiten.

—¿Se refiere a esa poción plateada en la que Severus ha estado trabajando?

—Sí, esa poción plateada que, me temo, Severus ha olvidado seguir investigando al centrar su atención en otros asuntos. Espero que le hayas dado un buen uso a la capa de invisibilidad. ¿Fue Severus capaz de sacarte?

Laurel estaba segura de que la poca sangre que le había quedado en el cuerpo, se le había agolpado toda en el rostro. ¿Habría algo que no fuera de conocimiento de Dumbledore?"

—No tenía intenciones de hacer nada malo. Sólo lo hizo por ayudar a mi familia. Sólo por un día.

—Siempre supe que bajo esa capa de amargura y frialdad se hallaba un hombre bondadoso. Sin embargo, es de suma importancia que Severus dedique todo su esfuerzo en su investigación, Laurel, y tu eres su más importante apoyo. Asegúrate de mantenerlo enfocado. Muchas vidas dependerán de lo que él sea capaz de hacer con tu sangre. No más distracciones.

Laurel sintió que sus ojos la taladraban. Nunca se había sentido más constreñida, más acorralada por el tono severo de su voz, casi sintió que estaba bajo un tipo de encantamiento, porque a pesar de no estar completamente de acuerdo con sus órdenes, se vio forzada a asentir rápidamente con su cabeza.

—Muy bien —. Dumbledore sonrió de repente mientras se levantaba y le daba un apretón de manos. — Ahora eres un miembro honorario de la Orden del Fénix, uno muy especial, debo decir.

Y al ver la cara de confusión de Laurel, añadió:

—Severus te lo explicará todo cuando éste devuelta.

Laurel le miró pasmada, tal vez era cierto lo que decía Draco, Albus Dumbledore sí que parecía un poco chiflado.

—En verdad confía en que Severus volverá pronto? —preguntó ella frunciendo el ceño, la angustia en el pecho desbordándola nuevamente.

—Por supuesto. Después de todo, es Severus Snape.

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Fenrir tenía un corderito, corderito, corderito

Fenrir tenía un corderito; que va a mutilar.

Fenrir tenía un corderito, corderito, corderito

Fenrir tenía un corderito; la puta va a llorar.

Laurel estaba de vuelta allí, su cuerpo tendido sobre la cama adoselada de la suite. Greyback sobre ella, cantando alegremente a través de sus dientes afilados y ensangrentados, desgarrándole la ropa con sus largas uñas. Los jirones de tela flotaban en el aire como serpentinas de colores. Laurel se hundía cada vez más en el colchón, incapaz de sentir, incapaz de respirar. El hombre lobo había puesto sus manos alrededor de su cuello y estaba apretando con fuerza.

—Canta conmigo, perra.

Intentó tomar un último suspiro antes de dejarse morir.

Laurel se despertó ahogándose en su propia saliva. Tosió y tragó con dificultad, aterrorizada, tratando de aliviar el ardor en su garganta. Su dolor de cabeza no había remitido, y de repente sintió el ardiente calor de la fiebre por todo su rostro y cuerpo. Se revolvió en la cama, queriendo liberarse del edredón que la cubría.

—Shh —. Laurel sintió el contacto de una fría mano sobre su sudorosa frente. —Con cuidado, Laurel, podrías abrirte las heridas".

Ella se quedó estática, intentando ajustar sus ojos en la oscuridad de la enfermería. Aquella voz, estaba segura a quien pertenecía.

—¡Severus! —exclamó con voz temblorosa, tomando su mano. —Severus, estás aquí, ¿estas bien?

Su visión borrosa apenas le permitía ver las facciones pálidas de su rostro enmarcado en el pelo desvaído, pero no fue impedimento para sentir sus labios sobre su frente, sus manos acariciando su cabeza. Su respiración entrecortada y quebradiza le indicó que debía haber estado llorando.

De repente, la luz de una vela se acercó hacia su cama y Severus se separó de inmediato de ella.

—Sólo te pido un momento a solas, Poppy. —dijo él aclarándose la garganta.

La luz de la vela se alejó nuevamente y Severus usó su varita para mover los biombos, dejándolos fuera de la vista de miradas ajenas.

Muffliato —susurró, antes de sentarse en la cama, frente a Laurel.

—Te estás cocinando en fiebre. — Severus agregó unas cuantas gotas de una poción en un cuenco de agua y humedeció una toalla en él.

—Te recuerda a algo? —dijo él con una risita nerviosa mientras le aplicaba la compresa fría dando ligeros toques en su frente y en sus mejillas.

Laurel lo sentía extraño, cómo si no fuese el mismo Severus con él había hablado la última vez. La seguridad en su voz, su acostumbrado tono frío, parecía haber desaparecido. Éste Severus se movía de una forma nerviosa, titubeante.

—Severus —dijo con la voz más firme de la que era capaz. —Algo no está bien. ¿Por qué no enciendes una vela? Quisiera verte.

—No es necesario por ahora —contestó él. —Intenta dormir.

—No quiero dormir —. Laurel se sentó en la cama, ignorando sus muchos dolores.

Agarró la cara de Severus y lo acercó más a ella. Fue entonces cuando se dio cuenta del terrible estado en el que se encontraba. Su piel pálida, que había adquirido un enfermizo tono verdoso, estaba surcada de vasos sanguíneos reventados y sus ojos estaban completamente rojos e hinchados. Laurel se llevó las manos a la boca, sus ojos muy abiertos.

—¿Qué te han hecho?

—Me han castigado como se ha debido hacer —murmuró. —Los Cruciatus conjurados por Bellatrix son de los más potentes de los que se tienen registro. Una sesión de tres horas no es cuestión de risa.

—Pero estás vivo ... ¡Gracias al cielo, estás vivo! — dijo Laurel sollozando. —¿Entonces el Señor Oscuro te ha perdonado?

—Después de la tortura y cuando estaba lo suficientemente débil, él me interrogó personalmente. Me atormentó sin parar con Legeremancia, aunque él no pudo encontrar nada en mi mente que indicara que lo traicionaba, nunca lo hace. Solo puede ver mi completa adoración por él y por su causa. El Señor Tenebroso es de la opinión que entre más cerca me encuentre de Dumbledore, mejor para él. Así que no le importa demasiado dónde pueda mantener a mi 'rata de laboratorio'—dijo mientras le pellizcaba tímidamente la barbilla. —Sinceramente, creo que ha perdido interés en el proyecto. Es cómo un crío, se aburre con rapidez de sus nuevos juguetes.

—Pero aún así, te ha castigado.

—Por supuesto. He tomado una decisión sin su consentimiento. Actué sin permiso. Un castigo más que merecido... pero ha valido la pena, sí me lo preguntas. Ahora estás a salvo.

—Severus... Dios, lo siento mucho —lloró. —¿Por qué lo hiciste? Deberías haberme dejado allí.

La expresión de Severus se oscureció, recuperando repentinamente la actitud sombría que lo caracterizaba.

—¿Dejarte ahí? ¿Para qué Greyback pudiera seguir haciendo lo que quisiera? ¿Dejarte ahí, encerrada, volviéndote loca? Te necesito a salvo, te necesito cuerda, te necesito cerca de mí, Laurel. ¿Lo entiendes? — La agarró por los hombros, acercándola, secándole las lágrimas con la mano. —Si alguien necesita disculparse, soy yo. Te llevé allí, escuché tus tontas palabras y te llevé de regreso a esa prisión de mierda. No pude controlar a Greyback. Lo empeoré todo cuando me desquité con él. Fui lo suficientemente arrogante como para no escuchar a Lupin cuando me lo advirtió. Greyback quería tenerte y quería vengarse de mí. Fui estúpido al no darme cuenta de la enorme falla en mis hechizos de protección... Esa pequeña elfina doméstica... Soy un completo idiota.

Severus perdió cualquier autocontrol, golpeó con rabia el cuenco de agua, tirándolo al suelo y haciendo un ruido estrepitoso que a él pareció no importarle. Se sentó de nuevo en la cama, enredando sus manos en su cabello, tirando de él.

—Hiciste lo mejor que pudiste. Sin ti, no hubiera sobrevivido el primer día con los Mortífagos Severus, escúchame. — Laurel le tomó de las manos, apoyando su frente contra la de él. —No. Has. Hecho. Nada. Malo.

—¿Puedes perdonarme? —preguntó levantando la mirada hacia ella. —¿Por todo el daño y el dolor que te he causado? Yo... entiendo si me odias... yo también me odiaría

—Pero no has hecho nada de eso. Me has protegido una y otra vez, ¿cómo podría odiarte por eso? Yo nunca te odiaría.

Ella le sonrió y le acarició la piel húmeda de su rostro con los pulgares. Él la miró fijamente, se puso de pie, sacando algo del bolsillo de su chaleco. El medallón brilló aún con la poquísima luz de la enfermería. Severus se aproximó a ella, colocándoselo en el cuello con delicadeza.

—Creo que el collar de mi madre debe ser devuelto a su dueña. No tienes que ponértelo, pero me hará feliz saber que lo tienes.

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