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Harry Potter

Unas manos lo tomaron por los hombros y lo sacudieron enérgicamente. Harry logró fijar sus ojos en el preocupado rostro que tenía en frente. La asistente de Snape movía los labios con lentitud, preguntando por algo, pero él era incapaz de responder ya que en su cabeza tan sólo estaba aquella terrible imagen de Remus Lupin, su más querido profesor, mirándolo con unos ojos que no eran los suyos, su temible aullido aún reverberaba en sus tímpanos.

La mujer lo sentó en el suelo para luego hacerle engullir una botella entera de una poción dulzona que avivó sus sentidos de inmediato, pero con ellos también vino un dolor punzante que le atravesaba las costillas cada vez que respiraba.

—Harry, ¡Harry! ¿Puedes oírnos? ¿Te encuentras bien?

Era Tonks, a quien sentía que escuchaba a cientos de kilómetros de distancia a pesar de estar arrodillada a su lado.

—Estoy bien —farfulló Harry, llevándose una mano al pecho, procurando respirar más lentamente.

—Por favor, dime que no ha alcanzado a morderte —dijo Tonks mientras buscaba alguna mancha de sangre en sus ropas.

—No, no —contestó el chico. —Sólo ha sido el golpe.

—Eras tú... El fantasma de antes —musitó Laurel, y luego, elevando sus cejas con sorpresa se percató de la prenda de tela plateada que Tonks había dejado en el piso. —La capa de invisibilidad. ¿De dónde la has sacado?

—Es mía. Yo... lo siento, no quise asustarte.

—¿Asustarla? —rezongó Tonks poniéndose de pie. —Harry, por poco y acabas siendo atacado por un hombre lobo. ¡Lupin podría haberte matado!

—¿Qué... qué le ha sucedido a Lupin? ¿Qué están haciendo con él? ¿Volverá a la normalidad?

Pero antes de que las mujeres pudieran contestarle la voz baja y venenosa de Snape, cayó sobre él cómo un latigazo, recordándole que acababa de meterse en un lío enorme.

—Potter...

Snape caminó con pasos lentos, sus ropajes ondeando detrás de él. El mago se detuvo en frente al muchacho. Sus ojos negros se cernieron sobre él como un amenazante nubarrón de tormenta. El desprecio destilaba por cada una de las sílabas al hablar:

—Bienvenido, Señor Potter. Veo que ha decidido unirse a nosotros en esta hermosa tarde. ¿Está disfrutando del espectáculo?

—Señor... yo...

—Dígame, Señor Potter, ¿estamos brindándole entretención suficiente para su refinado paladar? ¿Merecemos su aprobación?

—Profesor...

—¡Vaya! Ya entiendo, esto es tan solo una pequeña aventura para el Elegido, ¿verdad? Escabullirse detrás de su idiota profesor, espiar e inmiscuirse en un trabajo investigativo sumamente importante y delicado. Poner no sólo la vida en riesgo, sino también la de los estúpidos adultos que deben rescatarlo —Snape dobló una rodilla, acercando su pálido rostro al de Harry y susurró ente dientes:

—Por poco convierte a Lupin en un asesino... Señor Potter —. Snape echó su cabeza hacia atrás, y una mueca de burla se dibujó en sus labios. —Sí... creo que ochenta puntos menos para Gryffindor serán suficientes por el momento... y no más fines de semana, ni salidas a Hogsmeade por lo que le reste de año. Y me temo también que deberá decirle adiós al Quidditch. Minerva estará furiosa...

—No, no puede hacer eso... La Copa de Quidditch... — Parloteó Harry con desesperación.

—¡No te atrevas a decirme lo que puedo o no puedo hacer, Potter! —espetó Snape. — Es todo lo que te importa, ¿no? ¡Tú precioso Quidditch! Pero claro... siendo el hijo de James Potter, uno puede entender que en ese cabezón tuyo no hay espacio para nada más que para los frívolos halagos de tus compañeros.

Una vez más, Snape aprovechaba la oportunidad para recordarle la arrogancia de su padre y culparlo vilmente de querer cruzarse en el camino de un hombre lobo a propósito. Él jamás querría convertir a Lupin en un asesino. La ira empezaba a latir en sus venas. Harry apretó los puños e intentó hacer lo mismo con sus dientes. No debía responderle, no debería haberlos seguido en primer lugar; pero no pudo contenerse, no después de los despiadados comentarios de Snape.

—Tengo suficiente espacio en mi cabeza para saber que está experimentando con Lupin, Señor —puso el mayor desprecio posible en esas dos últimas sílabas. —Lo están lastimando. ¿Está Dumbledore al tanto de lo que está sucediendo?

—¡Harry! —exclamó Tonks. — ¿Cómo puedes siquiera pensar que queremos lastimarlo?

—Tú no, pero él ciertamente puede — respondió Harry, señalando a Snape. — ¡Odia a Lupin, lo odia porque era un Merodeador!

—Harry, nosotros no...

Pero Tonks fue interrumpida por el vozarrón de Snape:

—¡Tú, mocoso insolente! Crees que lo sabes todo, ¿no? Crees que Dumbledore te salvará de tus merecidos castigos. No tienes ni idea de lo que está sucediendo aquí y sin embargo te consideras lo suficientemente inteligente como para juzgarme —. Snape estaba fuera de sí. —¡Y sí, no tengas dudas de que Dumbledore se enterará de esto! Y ahora ¡Sal de mi vista!

Le dio la espalda al chico y se dirigió a Laurel:

—Llévalo de vuelta al castillo. Asegúrate de que no salga de mi oficina hasta que yo vuelva.

—Pero... — Laurel pareció dudar por un segundo, pero asintió rápidamente. Recogió la varita y la capa del suelo y las empujó en las manos del joven. —Vamos, Harry.

Laurel lo ayudó a levantarse y ambos cruzaron el corredor hacia las escaleras. Al pasar al lado de la puerta de la habitación dónde Lupin se hallaba encerrado, la mujer no pudo evitar sentir un escalofrío al escuchar los tenues arañazos contra la puerta. Pensó que también había podido escuchar un débil "Ayúdame" desde adentro, pero decidió que era solo su imaginación. Tonks y Severus se asegurarían de que Lupin estuviera a salvo.

Al adentrarse en el estrecho túnel Harry encendió la luz de su varita y se volvió hacia la mujer que lo seguía con la cabeza baja y un semblante un tanto retraído.

—En verdad lo siento, Señorita Noel. No era mi intención inmiscuirme.

Laurel levantó la cabeza y miró al muchacho. Arqueando una ceja preguntó:

—Si no era tu intención, Harry. ¿Por qué terminaste aquí? ¿Por qué nos has seguido?

—Yo pensaba... —. Las palabras se le atoraron en la garganta. Sabía muy bien porqué había decidido seguirles, pero no sabía si podía confiar en aquella mujer. Era la asistente de Snape después de todo y probablemente aliada de Voldemort. De igual forma decidió arriesgarse. Deseaba ver cuál sería su reacción al preguntarle. — Yo pensaba que tendría que ver con Draco Malfoy.

—¿Malfoy? —. La mujer que no había hecho esfuerzo alguno por sacar la varita e iluminar su camino, ladeó su cabeza confundida. — ¿Por qué pensarías algo así?

Harry sintió que su rostro se sonrojaba, sin embargo, continuó:

—Sé que está tramando algo... Katie, ¿conoce a Katie Bell? Fue atacada hace un par de meses.

Laurel asintió en silencio.

—Estoy seguro de que Malfoy está detrás de eso. Snape es su jefe de casa y...

—Y pensaste que nos habíamos reunido con él para planear un siguiente ataque?

Harry no se atrevió a responderle ni a incriminarla directamente.

—No, sólo pensé que tal vez Malfoy les haya confiado algo a ustedes.

—Es una acusación muy grave, Harry —le respondió Laurel, la expresión de su rostro oculta en la oscuridad.

—Sólo necesito algunas respuestas.

—¿Le has dicho tus sospechas a algún profesor?

—Sí. A la Profesora McGonagall y al Profesor Dumbledore.

—¿Pero no al Profesor Snape?

—No creo que se lo tome muy bien.

—Tienes razón —. Harry escuchó con alivio que la mujer pareció suavizar el tono de su voz. —No entiendo el motivo por el que insistes en culpar a Draco Malfoy por el incidente de Katie, pero si ni McGonagall ni Dumbledore encuentran razones para creerlo, entonces tal vez estés equivocado, Malfoy no está detrás del ataque.

—Pero...

—Además —continuó la mujer. —Te aseguro que Snape nunca permitiría que un alumno de Hogwarts fuese perjudicado, Harry. Si Snape tuviese conocimiento de algo como eso iría directamente a Dumbledore.

—¿Cómo puede estar tan segura, señorita Noel?

—Confió en él —dijo la mujer agachándose para pasar por un estrecho del enlodado túnel. La luz de la varita de Harry alcanzó a iluminar su sonrisa vacilante. —Y puedes llamarme Laurel.

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Una fina lluvia seguía cayendo, haciendo que Harry y Laurel salieran con dificultad del túnel, después de que él chico lograra inmovilizar el Sauce Boxeador con una rama caída. La luz del atardecer se veía opacada por los chubascos grises que se movían a la distancia y las fuertes ráfagas de viento azotaban los árboles del Bosque Prohibido.

—Puedes usar tu capa sí quieres —. La voz de Laurel parecía ser arrastrada por el viento. —Tal vez no desees que alguien te vea siendo llevado a la oficina del Profesor Snape.

Harry estuvo de acuerdo y desapareció debajo de la capa.

Muy pronto estaban frente a la puerta del sitio que más odiaba en Hogwarts. Laurel la abrió y sin saber muy bien hacia dónde mirar, inclinó su cabeza para invitarlo a pasar.

La oficina parecía haberse ampliado desde la última vez que estuvo allí, tomando aquellas desastrosas clases de Oclumancia. Además de los cientos de frascos de asquerosos ingredientes, había una mesa de mármol sobre la que descansaba un complejo laboratorio alquímico. Harry pudo ver como la misma poción plateada que Lupin había bebido resplandecía en varios tubos de cristal y alumbraba con su tenue luz la lúgubre oficina.

—Eh, Harry —le llamó Laurel quien estaba de cuclillas junto a la apagada chimenea. —¿Podrías encender el fuego?

Harry se quitó la capa y la miró con sorpresa. ¿Cómo no podría encender el fuego ella misma?

—Hermione siempre fue mejor haciendo este hechizo que yo —murmuró él, acercándose con su varita en alto. —"Incendio".

—Gracias. Siempre hace mucho frío aquí abajo —dijo ella, poniéndose de pie y quitándose su propia capa empapada. —¿Hermione Granger? Chica brillante. Prefecta, ¿verdad?

—Sí. Brillante. Sí —. Harry comenzó a notar algo raro en la joven asistente. Parecía moverse demasiado por la oficina. Estaba colgando su capa en un perchero, luego caminó hacia un armario bajo de dónde sacó una tetera y una latita de té y dándole a Harry una sonrisa tímida le dijo:

—Traeré el agua, vuelvo en un momento.

Harry la siguió con la mirada mientras ella desaparecía a través de una puerta de madera oscura que se hallaba en un rincón de la oficina. Tardó apenas un par de minutos en volver y al verlo aún de pie le dijo señalando una de las sillas que estaban frente al escritorio:

—Harry, por favor siéntate.

Pero éste no se sentó. Viendo cómo la mujer se disponía a poner la tetera al fuego, se acercó a ella.

—¿Necesitas ayuda? —dijo al tiempo que le daba un golpecito a la tetera con su varita y el silbido de ésta, acompañado de un chorro de vapor, anunciaron que el agua había hervido al instante.

La sonrisa de Laurel se ensanchó.

—Tus notas deben ser excepcionalmente buenas en Encantamientos.

—Realmente no. Este es un hechizo muy básico. Lo aprendí en tercer año —dijo encogiéndose de hombros y devolviéndole la sonrisa. — Lupin me enseñó.

—Lupin —repitió pensativa. —Debió haber sido un buen maestro.

—El mejor profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. Es una pena que Snape haya ventilado a los cuatro vientos que es un hombre lobo.

La mujer preparó el té y se lo sirvió a Harry para luego ocupar la silla junto a él.

—Lo que sea que pienses del Profesor Snape, Harry; en el fondo él tiene el mejor interés por Lupin. Lo que presenciaste hoy...

—¿Qué le hicieron? Nunca he oído hablar de que un hombre lobo se transforme a la luz del día.

—Estamos tratando de encontrar una cura.

—Pero la poción Matalobos...

—La poción Matalobos solo puede suprimir algunos síntomas. No es una cura definitiva.

—¿Por qué tú? ¿Por qué Snape?

—¿Conoces a alguien mejor en la elaboración de pociones? — Laurel rio y Harry pudo percibir un ligero rubor en sus mejillas. —En realidad, ¿te gustaría tomar un poco de poción Pimentónica? Tu cabello todavía está empapado, no quisiera que te enfermaras.

La mujer se levantó y se dirigió hasta uno de los gabinetes dónde empezó a rebuscar la poción entre un montón de botellas de distintos tamaños. La falta de luz del despacho le hacía la tarea más difícil.

Harry se dio cuenta entonces que lo que percibía como un comportamiento hiperactivo, eran simplemente las acciones necesarias que un muggle debía realizar para llevar a cabo cualquier tarea elemental, y que él, siendo un mago, generalmente daba por sentado simplemente agitando su varita.

Lo dudó un momento, ya que no quería pasar por presuntuoso, pero al final se decidió por agitar su varita y murmurar:

"Accio Poción Pimentónica".

Una botella redonda se elevó en el aire desde la repisa más alta del gabinete y flotó rápidamente hacia las manos de Harry. Laurel la siguió.

—¿Le gustaría tomar también, señorita Laurel?

—No creo que sea necesario —dijo amablemente mientras se sentaba y sorbía su té.

—¿En qué casa estabas? — soltó Harry, dejando a un lado la poción Pimentónica y mirándola fijamente.

—En ninguna —. Laurel se revolvió incómodamente en su asiento. —No asistí a Hogwarts.

—¿Beauxbatons? ¿Estudiaste en el extranjero?

—Sí —respondió rápidamente, sin tener ni idea de a que se refería con Beauxbatons.

—Era Madame Maxime la directora en aquel entonces?

Laurel podía sentir cómo a pesar del frío en las mazmorras unas pequeñas gotitas de sudor empezaban a surgir en su frente. Se levantó sin contestarle y pretendió que se servía más té para escapar de la penetrante mirada esmeralda de Harry.

—Señorita Laurel —dijo Harry girándose lentamente hacia ella. —No la he visto usando una varita en absoluto.

—Sí, bueno — Laurel se rió nerviosamente. —No soy tan buena con las varitas; me dedico más a la investigación académica y a la elaboración de pociones.

Harry no pudo detenerse. Si Hermione estuviera presente, le habría regañado por su falta de delicadeza.

—¿Eres una Squib?

—¿Una Squib?" — Su mente se apresuró a buscar aquel término que había escuchado antes. Lo recordaba, Severus le había dicho qué eran los Squibs cuando cotilleaban acerca de Filch.

—No se lo diré a nadie si lo eres —dijo Harry, dándose cuenta de que la mujer estaba bastante alterada por su pregunta. —Sabes, Hermione es una nacida de muggles y, aunque es brillante, algunos estúpidos sly... — digo— magos, la menosprecian. O Hagrid...

—No soy una Squib, Harry.

Laurel se sentó nuevamente y se inclinó hacia él, susurrando:

—¿Eres bueno guardando secretos?

—Cómo dije, ciertamente no iré contándolo por la escuela.

Laurel sonrió complacida.

—Probablemente el Señor Filch lleve muchísima más magia en su sangre de la que yo jamás podría soñar tener.

—¿Quieres decir que eres una Muggle? — Harry sacudió la cabeza hacia atrás con incredulidad.

—Sí y no. Soy una Akardos.

—¡Así es como Lupin te estaba llamando! ¿Pero, qué significa?

—Significa que no puedo ser afectada por la magia. Ningún hechizo, ni pócima surtirá efecto en mí. Y por supuesto, como ya lo has notado, no puedo hacer magia.

—Nunca había oído... —entonces se detuvo, recordando por un breve instante al profesor Binns, el fantasma que daba Historia de la Magia, mencionar en su voz ronca y aflautada acerca de un tipo de raza extinta que había causado serios problemas en el mundo mágico hacía muchísimo tiempo. Hubiese sido un tema interesante que escuchar, sino hubiese sido por la aletargada forma en que el fantasma se dedicaba a leer sus interminables notas durante toda la hora de clase.

—¿Cómo terminaste en Hogwarts? —dijo finalmente. — ¿Cómo puedes estar trabajando con Snape si no puedes hacer magia?

—El profesor Dumbledore me puso aquí —mintió a medias. —Y soy útil porque mi sangre es un ingrediente importante en la poción que puede curar completamente a Remus.

—Pero, ¿no se supone que tu raza está extinta? —. Aquella pregunta se le escapó a Harry. —Lo siento, no quise ser grosero.

—Está bien, es una buena pregunta —contestó ella. —Probablemente no. Hasta hace poco no sabía que yo misma fuese Akardos. Probablemente hay muchos en la misma condición.

—¿Cómo lo supiste entonces?

—Es una larga y aburrida historia, Harry —. La mujer se puso de pie, dirigiéndose detrás del escritorio y empezó a rebuscar entre los cajones. —Siento que no tenga nada que ofrecerte, Severus no mantiene mucho que picar en su oficina.

—Está bien. No tengo apetito. Nunca lo tengo cuando tengo que estar en esta oficina.

—Snape siempre ha sido duro contigo, ¿eh?

—Snape me odia a muerte. Desde mi primer año.

—No, no te odia —Laurel levantó la mirada del último cajón que acababa de abrir. —¿Por qué lo haría? Sé que puede ser estricto y un verdadero dolor de cabeza, pero es así con todos.

—Soy un caso especial —. Harry sonrió con tristeza recordando aquella vez que vio el recuerdo de Snape siendo colgado boca abajo por su propio padre. —Pero veo que con usted es distinto. De todos modos, no debería confiar demasiado en él. Solía ser un mortífago. ¿Ha escuchado acerca de los mortífagos?

El adolescente levantó la vista al darse cuenta de que la mujer no le respondía. Laurel había dejado sus ojos clavados dentro del cajón que estaba a punto de cerrar, una mezcla de asombro y conmoción contorsionaban su rostro.

—¿Laurel? —llamó preocupado. —Señorita, ¿se encuentra bien?

Laurel levantó la vista y cerró el cajón rápidamente.

—Sí —dijo con voz temblorosa, su mirada no se apartaba de la de Harry.

—Parece que ha visto un fantasma —masculló nervioso, al ver la súbita palidez de la mujer. —Uno de verdad, esta vez.

—Estoy bien —Laurel se aclaró la garganta. —¿Sabes Harry? Es una tontería esperar por el Profesor Snape. Sabrá dios cuando termine con su trabajo en la Casa de los Gritos. Ve a tu sala común o tal vez al Gran Comedor, seguro apenas salgas de aquí volverá tu apetito.

—Pero... Snape me matará. O me encimará otro castigo.

—No. Le diré que te di permiso —dijo ella poniéndose de pie y azuzando a Harry para que lo hiciera también. —Y no te preocupes por el castigo, estaré segura de que tengas tiempo para Hogsmeade y para tus prácticas de Quidditch. Te he visto volar, eres muy bueno.

—Yo no estoy seguro de que deba...—. Entonces Harry pensó que entendía porque Laurel había reaccionado así tan de repente. —Lo que dije acerca de Snape, es cierto, era un mortífago, pero Dumbledore confía en él, sólo quería decirle que mantuviera los ojos abiertos.

—Sé que es un mortífago. Gracias por tu preocupación, Harry —. Casi lo estaba empujando fuera de la oficina en ese momento. —Por favor, mantén nuestro pequeño secreto a salvo, ¿de acuerdo? Buenas noches, cariño.

Y entonces Harry se quedó de pie en el pasillo, frente a la puerta de la oficina de Snape, su mente aun tratando de comprender lo que acababa de suceder. A pesar de todos los increíbles acontecimientos que había presenciado, sólo una cosa le había llamado tanto la atención como para no dejarlo dormir aquella noche, la voz de Laurel, fuerte y clara repetía:

"Sé que ES un mortífago".

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Laurel estaba sentada en la silla de Severus. El silencio en el despacho era sepulcral. Era muy tarde ya, pero ella se había mantenido anclada en el mismo sitio sin moverse.

Sobre el escritorio se hallaba una vieja fotografía. Una fotografía de cuya existencia Laurel había escuchado años atrás.

"Aquí estaba. La fotografíe yo. El verano antes de que se marcharan a Hogwarts. ¿La has tomado tú?"

Cerró los ojos y dejó que aquella voz la acompañara por el resto que le quedara de noche. Una lágrima resbaló por su mejilla, pero esta vez Tobías Snape no estaba allí para secarla.

"Tiene los ojos de su madre".



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