¡Feliz Cumpleaños, Ron!
Finalmente, el techo del Gran Comedor dejaba entrever un cielo apaciguado. Aquella era una mañana más seca. Las nubes eran apenas largas volutas en lo alto, surcadas de parches azules, como si fuesen trapos rasgados.
Era sábado y Laurel se encontraba sola, sentada en la mesa de los profesores. Aunque sus manos estaban atareadas preparando un bocadillo para desayunar, sus ojos se mantenían estáticos en la mesa de Slytherin.
Draco Malfoy mantenía su cabeza baja, evitando a toda costa que su mirada se apartara del trozo de pan tostado que se llevaba a la boca, plenamente consciente de que era cuidadosamente observado. Ahora no era sólo con Potter con quien tenía que lidiar a diario. Desde su encuentro en la oficina de Snape, la Akardos parecía empeñada en seguir cada uno de sus movimientos, respirándole en la nuca como un perro sabueso.
A pesar de que Severus le había asegurado de que Dumbledore ya había sido avisado y de que se habían tomado las medidas pertinentes para evitar que Draco realmente llegara a acercarse lo suficiente para administrar el veneno, Laurel estaba convencida de que Draco buscaría la forma de llevar a cabo su cometido sin importarle a quien pudiese herir en el camino. No podía permitirlo.
Tan sólo un leve temblor en la pierna hacía denotar la impaciencia que empezaba a colmar el cuerpo del joven. Tragó el acartonado trozo de pan tostado al tiempo que sacaba su varita del bolsillo, lentamente, ocultando sus movimientos bajo la mesa y apuntó hacia la mesa de profesores. Sus ojos grises se entrecerraron en absoluta concentración, su respiración se detuvo. No quería herirla, tan sólo debía distraerla.
Algunos profesores ahogaron gritos de sorpresa al ver como de repente un chorro de jugo de calabaza salía disparado desde una de las vasijas de peltre y empapaba completamente a la asistente del Profesor Snape. Laurel se olvidó del joven Slytherin por un breve instante y miró incrédula hacía la jarra que permanecía quieta junto a ella.
—Pero ¿qué ha sucedido?
—Nadie ha tocado esa jarra.
—Seguro es una broma de algún estudiante.
Laurel supo enseguida quién fue el culpable apenas divisó por el rabillo del ojo como una figura rubia se escabullía por entre las mesas y salía del Gran Comedor. No dudó en seguirlo a pesar de que su cabello y su ropa estaban empapados de aquel líquido pegajoso y anaranjado.
Subió las escaleras rápido, sabía a dónde se dirigía Malfoy. Era en el pasillo del séptimo piso en el que siempre le perdía la pista. Si no lo supiera mejor, diría que era en aquel punto en el que el joven lograba desaparecerse de Hogwarts.
La mujer se paró en seco en medio de aquel pasillo vacío y pateó el suelo irritada. Nuevamente, Draco había logrado ser más ágil que ella.
Miró hacia el enorme tapiz que adornaba una de las paredes del pasillo. En él, Barnabás, El Chiflado seguía empeñado en su loco intento de enseñarle a bailar ballet a unos trolls de montaña.
—Vamos, Barnabás —dijo la mujer con impaciencia — Sé que has visto al chico rubio. ¿A dónde ha ido?
Pero Barnabás El Chiflado apenas si le hizo un gesto desdeñoso al tiempo que uno de los trolls batía su pesado garrote hacia él.
Laurel no se detuvo a observar si el trol había logrado darle en la cabeza al demente mago. Soltando un bufido se dio por vencida y decidió volver a su recámara, pero al volverse se quedó de piedra al ver a Harry allí, mirándola con sospecha.
—Buenos días, Harry —le saludó fingiendo normalidad. —Es un poco temprano, ¿ya has desayunado?
Harry mantuvo sus atentos ojos en ella mientras apretaba en su mano el Mapa del Merodeador. Estaba en su dormitorio cuando se dio cuenta que dos puntos de tinta con los nombres Draco y Laurel se dirigían a toda velocidad uno tras otro hacia el pasillo del séptimo piso en donde estaba la Sala de los Menesteres. No era la primera vez que veía aquellos dos nombres sospechosamente juntos. Esta vez no perdería la oportunidad de confrontarlos.
—No —contestó él. —¿Qué está haciendo aquí, Señorita? Se encuentra un poco alejada de las mazmorras.
—No estoy relegada a habitar solo las mazmorras, Harry —respondió ella, encogiéndose de hombros.
—¿Está Malfoy adentro? —preguntó Harry sin ceremonias. —¿Está Malfoy en la Sala de los Menesteres?
—¿La Sala de qué?
La expresión en el rostro de la mujer era de total desconcierto, sin embargo, para Harry no cabía duda de que Laurel estaba confabulada con Malfoy. ¿Que estaría haciendo en ese preciso lugar si no fuese de otra forma? La tríada Snape, Malfoy y Laurel, todos ellos al servicio de Voldemort. Se había empeñado en compartir su hipótesis con Dumbledore, pero éste respondía siempre lo mismo:
"El Profesor Snape tiene mi entera confianza, Harry".
—De los Menesteres —repitió él, señalando hacia la vacía pared de piedra. —He descubierto que es allí a dónde va siempre. ¿Qué es lo que hace adentro?
—Harry, no tengo idea de que estás hablando. ¿Estás diciendo que tras esa pared hay una sala y que Malfoy está allí adentro?
—Eso es lo que cre... No. Estoy seguro de ello —afirmó él, sacando pecho con altivez. Estaba decidido a demostrar que su teoría era cierta. Ni Ron, ni Hermione prestaban atención a sus sospechas sobre Malfoy pero si lograba quebrar a Laurel lo suficiente tal vez pudiese sacarle una confesión.
—Sé que Malfoy ha sido marcado. Su padre fue llevado a Azkaban y ahora él ha ocupado su lugar. Sé que Voldemort le ha ordenado llevar a cabo una misión.
—¿Cómo puedes entrar a la Sala de los Menesteres? —le interrumpió ella al tiempo que se acercaba al muro, rozándolo con la punta de sus dedos. Claramente no estaba prestando atención a sus palabras.
—Ehh...—Harry sintió que su determinación flaqueaba, especialmente al reparar en la mujer llevaba sus cabellos y su ropa sucios de jugo de calabaza. —Normalmente aparece cuando tienes una necesidad urgente. Debes caminar tres veces frente al muro, pensando en lo que necesites y la sala aparece equipada con lo que sea que requieras.
—¿Con lo que quieras?¡Vaya que mola! —exclamó Laurel maravillada.
—Con lo que necesites —le corrigió Harry. —Por eso es llamada la Sala de los Menesteres.
—Oh, entiendo. ¿Puedes abrirla?
—Si Malfoy está ahí dentro no hay forma.
—¿Y si Dumbledore lo ordena?
—No, la Sala tiene voluntad propia, Dumbledore no podría...—Harry dejó salir un pesado suspiro al ver la desilusión en el rostro de la mujer. —Realmente no sabe lo que Malfoy está tramando, ¿verdad?
—Siento no poder ayudarte, Harry. Es mejor que vuelvas a tu sala común. Ahora, si me disculpas, debo irme.
Laurel intentó continuar su camino, pero el chico se interpuso, cerrándole el paso.
—¿Sabe lo que piensan los Mortífagos de alguien como usted? ¿Sabe lo que son capaces de hacer?
—Lo sé perfectamente —contestó ella en un susurro. —Que tengas un buen día, Harry.
Laurel se alejó intentando parecer tranquila, sabiendo que la aguda mirada de ojos verdes la seguía. Al sentir que había puesto suficiente distancia entre ella y el pasillo del séptimo piso, no pudo evitar echarse a correr hacia las mazmorras. Debía despertar a Snape y comunicarle lo que había descubierto. Sin embargo, al llegar al primer piso, chocó de frente contra la enorme barriga de Horace Slughorn quien estaba de camino hacia el Gran Comedor.
—Oh, querida, ¿Cuál es la prisa?
—Perdone Profesor Slughorn, pero debo...
—¿Qué te ha pasado? ¿Es eso jugo de calabaza?
—¿Que? Ah sí, se me ha derramado un poco...
—Parece que te has echado la jarra entera encima, querida.
—Si, tiene razón —rezongó Laurel ya fastidiada. —Es por eso que tengo prisa...
Pero Slughorn ya la había apresado con su rollizo brazo mientras chachareaba alegremente.
—Bueno, no importa, no importa. Ya que te encuentro libre quiero aprovechar para hablar de negocios.
—Profesor Slughorn, no puedo...
—Pero querida, no hay necesidad de ser tan formal. Llámame Horace —dijo, moviéndose hacia su oficina. —Ahora, ¿has pensado en mi propuesta? He intercambiado correspondencia con mi buen amigo Monsiur Landrú y parece muy interesado en llegar a un acuerdo. Está incluso dispuesto a pagar una buena suma por unos pocos mechones de cabello; siempre que, por supuesto, podamos probar que eres una Akardos. Estoy seguro de que no tienes ningún problema en hacer una pequeña visita a su tienda en Knockturn Alley, o podemos concertar una reunión en Hogsmeade.
Laurel observó impotente cómo pasaban de largo las empinadas escaleras que conducían a las mazmorras. La voz de Slughorn se convirtió en una imparable retahíla de ambiciosos planes. Sus ojos, tan fijos en un espejismo de futuras riquezas, no pudieron ver la expresión sombría en el rostro de la mujer. En menos de un minuto, Laurel ya estaba sentada en un mullido sofá con un platito de piña confitada en una mano y una taza de té en la otra.
—¡Al menos 50 galeones por el gramo! Es una oferta muy tentadora —decía el mago, moviendo su bigote de morsa de aquí para allá con ilusión.
—Profesor Slughorn...
—Horace, querida. Hor-ace.
—Horace —repitió ella con paciencia. —No estoy segura de que sea buena idea. No me siento cómoda poniendo a la venta trozos de mí misma. No soy un amuleto de buena suerte, al contrario...
—No importa lo que tú creas, Laurel —le cortó él. —Lo que importa es lo que ellos crean.
—Además pensé que Dumbledore había pedido al personal mantener en secreto lo que realmente soy. ¿No cree que sea peligroso?
—Será nuestro pequeño secreto. Monsieur Landrú es de entera confianza.
—No me interesa el dinero, para ser honesta. Hogwarts me ofrece todo lo que necesito.
—Ah, ¿entonces planeas permanecer en Hogwarts indefinidamente? ¿Te convertirás en la asistente permanente de Severus?
La respuesta ensayada que había creado en su mente hacía ya dos minutos se perdió en la súbita oleada de consternación que la invadió. ¿Qué pasará después? ¿Qué pasará cuando termine el año escolar? ¿Volvería Severus a su casa en la calle de la hilandera para pasar el verano? ¿La llevaría consigo? ¿Qué tipo de relación tenían? Para el resto del mundo, eran solo profesor y asistente, investigador y sujeto de prueba. ¿Era la fuerza de su vínculo realmente tan profunda como ella pensaba? Fue entonces cuando Laurel se dio cuenta por primera vez que Severus jamás había expresado abiertamente sus sentimientos hacia ella. Nunca le había puesto un nombre a su relación. Simplemente existían en aquel momento y en aquel lugar y eso era todo.
—Sé lo que estás pensando querida—. Slughorn finalmente había posado sus ojos color grosella en los de ella. —Mejor aún, sé en quién estás pensando.
Laurel fue arrancada de su ensimismamiento con una violenta sacudida. Dejó el plato y la taza de té a un lado y se puso de pie lentamente, esperando que Slughorn pudiera ver lo incómoda que se sentía en aquel momento y tuviera la piedad de dejarla ir.
—Gracias por el té. Le aseguro que tendré en cuenta su propuesta —masculló entre dientes. Sin embargo, las siguientes palabras que salieron de la boca de Slughorn la dejaron muda.
—Eileen Prince—. Slughorn se levantó también y se dirigió hacia un gran gabinete empotrado en una de las paredes. A Laurel le había llamado la atención apenas entró en la oficina debido a la enorme cantidad de fotografías que se hallaban sobre él.
Sin embargo, el profesor no tomó ninguno de los marcos situados en la parte superior. Doblando su espalda, recogió un viejo álbum de recortes de periódicos y en poco tiempo encontró lo que estaba buscando. Se acercó hasta Laurel, apuntando con su regordete dedo un artículo recortado de El Profeta.
EILEEN PRINCE, CAPITANA DEL EQUIPO DE GOBSTONES DE HOGWARTS.
Allí aparecía una fotografía de una chica extremadamente delgada y de cabello oscuro que miraba a la cámara con un gesto adusto. Tendría alrededor de quince años y vestía su uniforme con los emblemas de Slytherin. El rostro de Laurel palideció al notar el medallón, medio oculto por los volantes de la camisa de la chica; el mismo medallón que ella llevaba puesto, escondido bajo su túnica.
—No podía sacármelo de la cabeza, ya sabes, ese medallón. Estaba seguro de haberlo visto antes. Pero claro, pertenece a la familia Prince. O más bien, pertenecía. Pobre Eileen, fue la última en tener el honor de usarlo.
Slughorn dirigió su atención a Laurel y al notar su consternación, dejó escapar:
—Bueno, no te avergüences, el apellido de la familia Prince se perderá para siempre, pero la línea de sangre continúa, con nuestro más que talentoso profesor Snape.
Laurel pudo sentir como su palidez desaparecía con el repentino calor en sus mejillas.
—¿Conocía a Eileen? —alcanzó a murmurar.
—Por supuesto, querida. Fue mi alumna, una figura prometedora debido a la alcurnia de su cuna: Los Prince. Hace un siglo eran una de las familias de sangre pura más respetadas. Eso sí, eran forasteros. Creo que el árbol genealógico tiene sus raíces en algún lugar de Europa Central, pero no puedo estar seguro.
—Entonces, ¿ella era parte de su club? —Laurel, que había oído hablar de la costumbre de Slughorn de arrear a personas talentosas y bien conectadas alrededor de su persona, dudaba que se hubiese fijado en Eileen, sabiendo lo aislada y excluida que terminó del mundo mágico.
—Hmm, tenía a su hermano mayor, Ciaran. Tenía grandes esperanzas puestas en él, pero después de enterarme de cómo dilapidó la fortuna de su familia y se hizo matar por deudas de juego, debes entender que tenía mis reservas con los Prince. Eileen fue una estudiante exitosa, pero le faltaba la chispa, le faltaban las habilidades sociales necesarias para triunfar. Desafortunadamente, carecía de la ambición de Slytherin. Podías ver desde millas de distancia que ella era el tipo de chica que se conformaría con cualquier cosa.
—Quiere decir, que ella se conformó con un muggle.
—Oh, no te lo tomes a mal querida. No soy un fanático— dijo Slughorn con total naturalidad. — Pero ella descartó la oportunidad de casarse en una familia respetable para terminar fugándose con un don nadie.
—El padre de Severus.
—Fue un escándalo tras otro —continuó, asintiendo. — La familia ya estaba en ruinas desde hacía algunos años. Su hijo asesinado, la traición de su hija. El padre de Eileen no pudo con todo. Murió poco después de que ella se fuera.
Laurel se dejó caer en el sofá, sus manos buscando el medallón entre los pliegues de su ropa, sus dedos acariciando lentamente las palabras grabadas.
—Ut Luceant in Tenebris —murmuró por lo bajo.
—Brillamos en la oscuridad —dijo Slughorn, dando una última mirada al álbum antes de cerrarlo y devolverlo a su lugar. —Es una lástima que ninguno pudiera en verdad ser capaz de superar los tiempos oscuros en los que se vieron envueltos. Casi como si no pudiesen desprenderse de su mala fortuna.
—La línea familiar aún no está terminada —dejó escapar ella, mirando a Slughorn quien le dio una sonrisa traviesa y un brillo apareció en sus ojos.
—No, tienes razón. Aún no lo está.
—¿Cómo sabe todo esto? No quiero ser burda, pero por lo que Severus me ha dicho, parece que no le daba mucha importancia a lo que pudiera sucederle a él cuando fue su profesor y jefe de casa, aún cuando fue un buen alumno.
El rostro de Slughorn de repente perdió el brillo. Su máscara de jactanciosa superioridad se le fue cayendo al tiempo que sus gordos mofletes parecían desinflarse. Al final se dejó caer en su sillón, sus ojos dirigiéndose hacia el estante que contenía su bar personal.
—Era inteligente, el chico más inteligente de la casa de Slytherin, sin duda, pero nunca me atreví a incluirlo en el club. Nunca fue un niño feliz. Siempre fue... — Slughorn se detuvo, buscando la palabra. —Raro. No sé de qué otra forma decirlo. No era grosero, ni agresivo, ni triste, ni nada por el estilo. Pero algo no estaba bien con él. Siempre, incluso de niño, tuvo esta extraña habilidad de desapegarse. Aunque no lo hiciera a propósito, alejaba a la gente... Llevaba la soledad encima como la plaga.
El corazón de Laurel se convirtió en cenizas al escuchar las palabras de Slughorn.
—¿Sabía que estaba siendo abusado por los otros estudiantes? ¿Estaba al tanto de lo que pasaba en su hogar con sus padres?"
—Puede que haya oído hablar de las payasadas de los de Gryffindor, sí. Minerva lo mencionó y sobre las condiciones que vivía en casa...
—Estaba demasiado ocupado con el club de las eminencias como para preocuparse, ¿no es cierto? — Laurel terminó su frase con amargura.
Slughorn se acomodó en su asiento, la necesidad de sentir la quemazón de un trago bajando por su garganta acrecentándose cada vez más.
—Estoy consciente de que no soy el mejor mentor, y de que no fui el mejor jefe de casa. He cometido muchos errores... No sólo con Severus... — La voz se le quebró al recordar a Tom Ryddle y su voz aduladora que ahora le producía pesadillas. —Pero te ruego que no me juzgues con demasiada dureza.
—Desearía tener la suficiente fuerza de voluntad para no hacerlo —respondió Laurel, al tiempo que intentaba regular su sentimiento de impotencia.
—Oh querida, entonces realmente sientes algo por él.
—¿Es eso tan extraño? ¿Amar a alguien cómo él?
Slughorn se quedó mirándola por algunos segundos, sorprendido por la sencillez con la que aceptaba sus sentimientos. Volvió a recordar a el niño de once años, demasiado bajo y delgado dentro de su raída túnica de segunda mano. Piel cetrina y ojos oscuros y melancólicos que siempre rehuían de cualquier mirada.
—No —dijo al tiempo que el color grosella de sus ojos volvía a brillar. —Esto merece un brindis.
Slughorn caminó hacia su mueble bar, seleccionando entre las botellas de diferentes tamaños.
—¿Qué podríamos probar a esta buena hora de la mañana? Tengo esta botella muy fina de hidromiel madurado en roble... Hmm, tenía la intención de dársela a Dumbledore para su cumpleaños... Ah, bueno... — se encogió de hombros. —¡No puede echar en falta lo que nunca ha tenido!"
Slughorn sirvió la bebida dorada en dos vasos y estaba a punto de pasarle uno a Laurel cuando un golpe apresurado en la puerta lo detuvo. Movió su enorme cuerpo bastante rápido para abrirla.
—Oh, Harry. ¡Qué sorpresa!
Laurel volvió la mirada para ver a Harry y Ron parados en la puerta. El pelirrojo luciendo bastante enfermizo, parándose de puntillas, intentando ver más allá de Slughorn para entrar a su habitación.
—Profesor, lamento mucho molestarlo, pero mi amigo Ron se ha tomado una poción de amor por error. ¿Podría prepararle un antídoto?
—Hubiera pensado que podrías haberle preparado tú un remedio, Harry, ¿Un experto en pociones como tú? —extrañamente, notó Laurel, Slughorn parecía dudar en ofrecerles ayuda.
—Ehh... —. Harry maldijo por un momento al Príncipe Mestizo y a su libro de Preparación Avanzada de Pociones. —Bueno, es que nunca he preparado un antídoto para una poción de amor, Señor y para cuando lo termine, Ron podría haber hecho algo terrible.
—No puedo verla, Harry. ¿Está allí? ¿La está escondiendo? —gimió Ron, empujando a Harry en las costillas, tratando de entrar por la fuerza a la oficina.
—Es su cumpleaños, Profesor —imploró Harry.
—Oh, está bien, entren entonces, entren —dijo Slughorn, cediendo. —Tengo lo necesario aquí en mi bolso, no es un antídoto difícil...
Ron irrumpió por la puerta de la atestada oficina de Slughorn, tropezó con un taburete con borlas y recuperó el equilibrio agarrando a Laurel por el cuello. Él la miró con ojos vidriosos e inyectados de sangre y murmuró:
—Tú no eres Romilda Vane.
—Ella no está aquí todavía —. La mujer se rió, ayudándolo a sentarse en el sofá. — Ahora, compórtate hasta que ella venga ¿De acuerdo?
—Ah, Harry, creo que conoces a la señorita Noel —dijo Slughorn mientras abría su kit de pociones y agregaba una pizca de esto y aquello a una pequeña botella de cristal.
Harry, que se había vuelto al escuchar la voz de Laurel, la miró con una ceja levantada.
—Hola de nuevo, Harry —dijo ella con una sonrisa tímida.
—Todavía tiene jugo de calabaza regado por todas partes, señorita Noel —. La voz del joven Gryffindor tenía un tono acusatorio.
Antes de que Laurel pudiera responderle, Slughorn le pasó a Ron un vaso de líquido transparente.
—Ahora bébete eso, es un tónico para los nervios, te mantendrá calmado cuando ella esté aquí —dijo Slughorn amablemente.
—Genial — Ron se tomó ruidosamente el antídoto.
Todos lo observaron expectantes. Por un momento, Ron les sonrió. Luego, muy lentamente, su sonrisa se hundió y desapareció, para ser reemplazada por una expresión de sumo terror.
—¿Volviendo a la normalidad, entonces? —dijo Harry, riéndose. —Muchas gracias, Profesor.
—Ni lo menciones, mi muchacho, ni lo menciones —dijo Slughorn, mientras Ron se derrumbaba en el sofá, luciendo devastado.
—Esa sí que fue una poción de amor bastante fuerte —comentó Laurel mientras secaba el sudor frío de la cara de Ron.
—Un buen levantamuertos, eso es lo que necesita —. Slughorn se apresuró hacia la botella de hidromiel madurado en roble. —Deberíamos celebrar el cumpleaños del Sr. Weasley. Nada como un buen licor para ahuyentar los dolores de un amor no correspondido...
El profesor sirvió otros dos vasos y se los entregó a sus invitados, guiñándole un ojo a Laurel mientras levantaba el suyo propio.
—Bueno, un muy feliz cumpleaños, Ralph.
—Ron —corrigió Harry.
Pero Ron, que no parecía estar escuchando el brindis, ya se había metido el hidromiel en la boca y lo había tragado.
—¡Ron! ¡RON!
Laurel vio la escena como si fuese en cámara lenta. Ron había dejado caer su copa, intentó levantarse del sofá y luego se derrumbó, sus extremidades se sacudieron incontrolablemente. Le salía espuma por la boca y los ojos se le salían de las órbitas.
Laurel se dejó caer de rodillas a su lado, tratando de averiguar qué estaba pasando. Entonces vio la copa rota en el suelo, vacía del hidromiel dorado.
—¡Veneno! ¡Es veneno! —gritó tratando de sostener el cuerpo que se sacudía frenéticamente.
—¡Profesor! —bramó Harry. —¡Haga algo!
Pero Slughorn parecía paralizado por la conmoción. Ron se retorcía y se atragantaba, su piel se estaba volviendo azul.
—¡¿Qué?! Pero... —balbuceó Slughorn.
Harry saltó sobre la mesita de café y corrió hacia el kit de pociones abierto de Slughorn, sacando frascos y bolsas, mientras el terrible sonido que salía de la garganta de Ron llenaba la habitación. Entonces la encontró: una pequeñísima y arrugada piedra parecida a un riñón.
Volvió a toda velocidad al lado de Ron, le abrió la mandíbula y metió el bezoar en su boca. Ron tuvo un gran estremecimiento, un jadeo estertoroso, y su cuerpo quedó fláccido e inmóvil.
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