El Regreso de El Elegido
N.A.:
Hola a todos! Como verán he re-subido este capítulo agregando más contenido. Por favor, denle muchos votos y comenten para que mi historia llegue a más gente. Los quiero un montón :3
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—Hola, Laurel.
La Akardos apretó la mandíbula cuando vio la figura de Remus Lupin entrando en su habitación. No era la primera vez que se encontraba frente a frente con él tras aquél embarazoso episodio de hace meses, pero aún se sentía increíblemente incómoda con su presencia.
Los ojos ambarinos de Remus se iluminaron al verla, pero rápidamente agachó su mirada al darse cuenta de que Laurel le había dado la espalda.
—Treinta y dos dosis, —dijo la mujer secamente mientras guardaba las delicadas ampolletas de Lupinaria en una caja acolchada.
Remus se llevó una mano al cuello y carraspeó ligeramente, intentando no sentirse ofendido por la frialdad de Laurel.
—No son suficientes para todos —murmuró él. — El rumor de la cura se está expandiendo, nos estamos quedando cortos.
—Los demás tendrán que esperar hasta la próxima lunación —contestó ella, entregándole la caja a Remus sin miramientos.
El silencio que siguió fue denso. Remus aceptó la caja, sus dedos rozando los de Laurel por un breve instante, pero ella retiró la mano como si el contacto quemara.
—Yo... he traído una fotografía de Teddy.
Laurel parpadeó, desconcertada, mientras trataba de comprender el significado de lo que él acababa de decir.
—¿Una fotografía?
Remus asintió torpemente, buscando algo en el interior de su gastado abrigo. Sacó una fotografía y se la extendió a Laurel, con la misma delicadeza con la que había recibido las ampolletas un segundo antes.
—Pensé que tal vez te gustaría verlo —explicó esperanzado.
La imagen de un recién nacido con cabello de vibrante color violeta y rostro somnoliento se chupaba el dedo serenamente.
—Se parece mucho a ti —murmuró Laurel, más para sí misma que para Remus, mientras observaba la imagen con una expresión suavizada. —Es precioso. Gracias por traerla.
Remus se aclaró la garganta nuevamente, buscando las palabras adecuadas.
—Laurel, quiero que sepas algo —comenzó, su voz teñida de una mezcla de arrepentimiento y sinceridad—. Tu trabajo, tu dedicación... gracias a ti, tengo la oportunidad de ser un hombre completo, alguien capaz de proteger y amar a Teddy y a Dora como se merecen.
Laurel lo miró fijamente, su expresión impenetrable, pero no lo interrumpió. Remus continuó:
—Amo a Dora, profundamente. Ella me ha dado más de lo que jamás creí merecer: un hogar, una familia... Teddy.
Hizo una pausa, visiblemente incómodo, y luego continuó, con un tono más bajo:
—Sé que cometí un error terrible al decirte... lo que dije aquella vez. —Su rostro se sonrojó de vergüenza—. Fui egoísta al querer aferrarme a ti en un momento de desesperación. Lo lamento.
Laurel negó con la cabeza lentamente.
—Sé que la atracción que sentías por mí no era verdadera... no como pensabas. Era la licantropía. Mi olor, mi sangre... Fuiste valiente, Remus. Valiente al quedarte junto a Tonks, al elegir quedarte con tu hijo. No hay nada más que hablar.
Remus asintió brevemente, y estiró su mano para estrechar la de Laurel, pero antes de que ella pudiese corresponder. un grito espeluznante llenó cada rincón de Hogsmeade, y ambos palidecieron cuando escucharon a los Mortífagos lanzando hechizos afuera en la calle, iluminando la oscuridad de la noche.
—¡Todos dispérsense! ¡Está aquí!
—¡Sabemos que estás aquí, Potter, y no hay escapatoria! ¡Te encontraremos!
—¡Que vengan los Dementores!
—¿Será realmente Harry? —le susurró ella.
Remus no respondió. Sujetaba con fuerza su varita, tenía los nudillos blancos, listo para actuar. La temperatura se desplomó a medida que la presencia de los Dementores se hacía más densa, haciendo que el aire se sintiera casi sólido.
—Quédate aquí.
Antes de que Laurel pudiera protestar, el frío se intensificó y el sonido de gritos agonizantes llenó el aire; los Dementores estaban sacando a la luz los peores recuerdos de todos los habitantes de la aldea. Remus respiró profundamente, preparándose para sentir aquella gélida angustia. Pero antes de que pudiera salir del ático, una brillante luz plateada estalló en la calle, brillando con una fuerza feroz y la sensación opresiva se alejó.
Un silencio incómodo se apoderó de Hogsmeade por apenas unos segundos, antes de ser roto por el ruido de pasos apresurados de los mortífagos.
—¡Allí! ¡Allí! ¡Ese es! ¡Es el Patronus de Potter!
—Lo tienen —dijo Remus en voz baja.
Bajó corriendo las escaleras y Laurel lo siguió, sintiendo una ráfaga de aire frío que se abría paso por los pasillos, como si alguien hubiera abierto una puerta. Estaban a punto de llegar al primer piso cuando chocaron con una masa invisible que se encontraba al pie de las destartaladas escaleras.
—¡Lupin! —gritó una voz familiar.
La capa de invisibilidad cayó al suelo y frente a ellos estaban Harry, Ron y Hermione. Laurel ahogó un grito al ver su demacrado aspecto. Estaban pálidos, sudorosos y extremadamente exhaustos.
—¡Pónganse la capa! —siseó Remus, al tiempo que escudriñaba la estancia para estar seguro de que ninguno de los huéspedes se diese por enterado de la presencia de los chicos.
—Por aquí —dijo Laurel.
Los guio a través de los pasillos hasta llegar al salón privado donde Aberforth mantenía el enorme retrato al óleo de su hermana Ariana. Desde la ventana se alcanzaban a oír los gritos del anciano:
—¡Si quiero sacar a mi gato, lo saco, y al cuerno con su estúpido toque de queda! —. Su voz ronca resonó por toda la posada.
—¿Has sido tú quien ha disparado el encantamiento maullido? — Se escuchó la voz acusadora de uno de los mortífagos.
—¿Y qué si he sido yo? ¿Van a llevarme a Azkaban, o a matarme porque he asomado la nariz por la puerta de mi propia casa? ¡Adelante, pueden hacerlo! Pero espero por su propio bien que no hayan tocado la Marca Tenebrosa y lo hagan hecho venir, porque le va a encantar que mi gato y yo hayamos sido los causantes de la llamada.
—¡Has violado el toque de queda, anciano! —dijo otro mortífago— "No estás exento de recibir un castigo, ¿que tal si destruyo tu posada?"
—¿Y dónde van a traficar con pociones y venenos cuando la hayas destruido? ¿Qué va a pasar entonces con sus negocios clandestinos?
—¿Nos estás amenazando?
—Yo sé tener la boca cerrada. Por eso vienen aquí, ¿no?
—¡Sigo diciendo que he visto un Patronus con forma de ciervo! —insistió el mortífago que había hablado primero.
—¿Un ciervo? —rugió el camarero sacando la varita y conjurando una bestia con cuernos. —. ¡¿No ves que es una cabra, imbécil?!
—Está bien, nos hemos equivocado —dijo el otro mortífago—. ¡Pero si vuelves a violar el toque de queda, no seremos tan indulgentes!
Cuando los mortífagos se alejaban hacia la calle principal, Hermione dio un gemido de alivio, salió de debajo de la capa y se dejó caer en una silla; Harry cerró bien las cortinas y se quitó la capa descubriendo también a Ron.
Pudieron oír al camarero abajo, cerrando la puerta con pestillo y luego subiendo las escaleras.
—¿Se han vuelto locos? —dijo Remus mientras encendía las luces con un toque de varita. —Aparecerse así sin más en un pueblo plagado de Mortífagos...
Harry dirigió su atención hacia él y a pesar de lo agotado que estaba, se negó a dejarse caer como lo hicieron sus amigos.
—¿Qué estás haciendo aquí, Lupin? —preguntó cortantemente, sus ojos pasando rápidamente de Remus a Laurel. —¿Qué está haciendo ella aquí?
—Ella está aquí ayudándome con la taberna, ayudando a la Orden y a tu causa, muchacho —La voz ronca de Aberforth los sobresaltó. —Y si no estás contento con tu presencia, ya sabes dónde está la puerta.
Harry lo miró, y reconoció de inmediato aquellos centelleantes ojos azules.
—Usted es Aberforth Dumbledore. —dijo el joven. —Gracias. Nos ha salvado la vida.
—Entonces lo menos que pido es respeto por la chica.
Laurel levantó la mirada hacia Aberforth, agradecida por su intervención. Harry entrecerró los ojos, claramente desconcertado, pero no replicó de inmediato. Ron y Hermione intercambiaron una mirada incómoda.
—No confío en ella —espetó Harry con dureza—. Han olvidado que era aliada de Snape, ¿verdad? ¿Qué nos asegura que no está aquí para espiarnos?
El nombre de Snape cayó como un peso sobre la habitación. Laurel apretó la mandíbula, pero antes de que pudiera responder, Remus alzó la mano.
—Harry, Laurel pensaba como todos nosotros que Snape era de fiar. —dijo Lupin con voz grave—. Y como todos nosotros, ella también fue traicionada. Laurel ha estado ayudando a la Orden. Ha hecho más por la resistencia de lo que tú podrías imaginar. Si decides confiar en nosotros, entonces confías en ella también.
Harry clavó sus ojos en la Akardos como si estuviera a punto de espetarle algo, Hermione, todavía sentada, lo observaba con una expresión preocupada. Ron, por otro lado, interrumpió el tenso silencio al darse cuenta de un problema más inmediato.
—Tengo hambre —dijo, mirando hacia Aberforth con algo de esperanza—. ¿No tienen algo para comer aquí?
Laurel, agradecida por la distracción, se giró hacia Ron.
—Prepararé algo para ustedes —ofreció con un tono más suave del que había usado hasta ahora. Luego miró a Harry directamente—. Y los dejaré hablar a solas.
Sin esperar respuesta, salió de la habitación, dejando un breve eco de sus pasos en la madera desgastada. Cuando la puerta se cerró tras ella, Harry soltó un suspiro y se volvió hacia Remus.
—Entonces, explícame... ¿qué ha estado pasando?
Remus dejó salir un suspiro y sonrió:
—Ya no soy un Hombre Lobo, Harry.
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Laurel miraba por la ventana de la cocina. Una medialuna de sangre se alzaba, su luz opaca apenas visible contra el horizonte oscuro. La mujer no tenía habilidades mágicas, y mucho menos un don para la adivinación, pero estaba segura de que aquella luna roja era un mal presagio.
Se quedó ensimismada, tratando de discernir la figura de Hogwarts en la distancia. Harry finalmente había vuelto. El Elegido estaba nuevamente entre ellos y Laurel estaba segura de que entrar al colegio estaba en sus planes. Se mordió el labio, frustrada consigo misma al no poder evitar pensar en el destino de Severus.
Ahogó un grito sobresaltado cuando escuchó el silbido de la tetera, su corazón palpitando con fuerza y se apuró a servir la sopa.
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Aquella ominosa medialuna roja hacía poco por iluminar el pesado anochecer. Una fría brisa hizo que las volutas de humo se desvanecieran con rapidez en el aire. Severus dio otra profunda calada a su cigarrillo, mientras miraba con intensidad hacia abajo, hacia el pueblo dormido en la distancia.
A pesar de la completa oscuridad, sabía perfectamente a donde dirigir su mirada, sabía de memoria el callejón preciso donde se encontraba el Cabeza de Puerco y el ángulo exacto desde donde podía ver la tenue luz alumbrando desde la ventanita del ático. Sabía que allí debía estar ella.
Inhaló lentamente, dejando que el humo le irritara la garganta, preparándose mentalmente para bajar de la torre de astronomía y dirigirse hasta la oficina del director.
—Un par de meses más — se dijo a si mismo dejando que el humo saliera.
El año escolar estaba llegando a su fin, y con él también el precario equilibrio que mantenía entre sus roles de ser el déspota ejecutor de la voluntad del Señor Oscuro en Hogwarts y el secreto protector de los estudiantes.
Severus apoyó sus codos sobre el parapeto de piedra, sus pensamientos volando hacia aquellos meses de verano en los que la había conocido. No pudo evitar la tentación de pensar en lo que podría haber sido si hubiese desobedecido la orden de Dumbledore y hubiese huido con Laurel. Pensó en los cortos y maravillosos días que hubiesen podido pasar lejos de la sombra de la guerra y la muerte.
Imaginó las mañanas en algún rincón apartado del mundo, con la luz del sol entrando a raudales por las ventanas abiertas, la suavidad de las sábanas de lino sobre su piel y el aroma del té recién hecho mezclándose con su dulce olor a especias. Imaginó su sonrisa intacta y la forma en que se le iluminaban los ojos cuando reía.
En una esquina recóndita de su mente, surgió una ilusión que nunca se había permitido evocar: risas infantiles llenando el aire como si fuera música, pequeñas manos tirando de su túnica y suaves voces llamándole "Papá". Era una visión tan vívida que casi parecía real. Si tan solo encontrase la manera de acabar con esta guerra, de ser perdonado...
—Qué tontería —murmuró mientras sacudía la ceniza de su cigarrillo.
Su frágil ilusión se hizo añicos tan rápido como se había formado, reemplazada por el sombrío peso de su misión. Severus se enderezó, su expresión se endureció una vez más. Sabía que no debía permitirse sueños tan inútiles. La autocompasión era un lujo que no podía permitirse, ni ahora ni nunca.
Sin embargo, aquella visión de los rostros de los hijos que nunca tendría la oportunidad de amar se transformó en los rostros reales y asustados de los estudiantes mestizos que estaban bajo su protección. El simple hecho de imaginar el destino que les esperaba si el régimen de Voldemort triunfaba le hizo sentir una punzada de culpa y rabia. Aquellos niños, muchos demasiado jóvenes para comprender plenamente la magnitud de los horrores que les rodeaban, dependían de él, aunque jamás lo supieran.
Para muchos de estos niños, Hogwarts era el único santuario. Sus hogares, si es que los tenían, no serían más seguros que un campo de batalla. Mantener abierto Hogwarts durante las vacaciones de verano era una idea que nunca había considerado seriamente antes, pero ahora cristalizaba en su mente. Un refugio, bajo la apariencia de control, donde podrían evitar la brutalidad de la guerra. Era práctico, calculado y, por una vez, teñido de algo peligrosamente cercano a la esperanza.
Por supuesto que aquel no sería un acto totalmente altruista. Era un Slytherin después de todo. Mantener la escuela abierta también le permitiría estar más cerca de Laurel, vigilarla desde las sombras y garantizar su seguridad. Tendría que discutirlo con el retrato de Dumbledore. Convencer a Voldemort no sería difícil; el Señor Oscuro probablemente vería valor en mantener a los estudiantes confinados, bajo estrecha vigilancia y lejos de sus familias potencialmente rebeldes.
Severus aplastó su cigarrillo contra el frío parapeto de piedra, listo para irse, pero entonces la calma se rompió de repente
Un grito penetrante y escalofriante atravesó el aire de la noche y reverberó desde Hogsmeade. El director se quedó paralizado, sus sentidos en alerta máxima. La estridente alarma del encantamiento maullido hizo que su estómago se hundiera.
Sus ojos se dirigieron rápidamente hacia el pueblo, buscando movimiento, y entonces los vio: luces parpadeantes, los inconfundibles estallidos de maleficios iluminando las calles adoquinadas. Su aprensión aumentó a medida que los destellos se iban moviendo, incrementando. Una batalla se estaba llevando a cabo, pero no podía ver quién estaba involucrado.
De repente, una luz más brillante atravesó la oscuridad, su brillo plateado era inconfundible: un encantamiento Patronus. La figura etérea cruzó la calle a toda velocidad, pero estaba demasiado lejos para identificar su forma. Severus se agarró al parapeto, con el corazón acelerado. Se oyeron gritos, que resonaron débilmente hasta la Torre de Astronomía, aunque no pudo distinguir las palabras. Luego, tan repentinamente como había comenzado, se hizo el silencio.
El pueblo pareció exhalar, volviendo a su letargo como si nada hubiera sucedido, pero el corazón del mago aún latía con fuerza contra sus costillas. Esperó, sus ojos agudos escaneando cada rincón de la calle, cada sombra, cada destello de luz, pero nada se movió.
Se giró bruscamente, caminó hacia la escalera, con su capa azotando detrás de él, estaba a mitad de camino cuando lo sintió.
El dolor abrasador en su brazo izquierdo lo golpeó sin previo aviso, Severus tropezó, su mano agarró la fría pared de piedra para mantener el equilibrio. Su visión se nubló por un momento mientras la Marca Tenebrosa en su antebrazo ardía con intensidad.
"El chico intentará entrar. Estás advertido, Severus".
La voz de Voldemort, fría, cruel y amenazante cortó sus pensamientos como una daga.
El chico. Potter.
El final estaba cerca.
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