El Escape Malogrado
Advertencia:
El siguiente capítulo contiene escenas de contenido sexual. Se recomienda la discreción del lector.
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Su cuerpo era liso y resplandecía bajo la cascada de agua caliente y la luz de algunas velas flotantes. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, los antebrazos apretando sus pechos redondeados. Laurel cerró los ojos y dejó que el chorro de agua lavara la espuma de su cabello. No se había dado cuenta de que Severus la observaba desde la puerta del baño: sus ojos embelesados, fijos en su figura dorada recamada de burbujas de jabón, fijos en la curva de sus glúteos, en la firmeza de sus muslos. Se quedó fascinado mientras veía como el agua corría por sus piernas e iba a parar al piso de azulejos, rebotando, llenando el baño de ruido, de vapor, aislando su mente del mundo exterior.
Laurel extendió su mano para cerrar el grifo de bronce y fue entonces cuando se percató de la presencia de su amado. Sonriendo, le llamó con un lánguido gesto. Severus no tardó en dejar su túnica en el piso del baño, metiéndose ansiosamente en la amplia ducha.
Empujó suavemente el cabello de Laurel detrás de su cuello. Sus dedos rozaron su tierna y húmeda piel, haciéndola temblar a pesar del agua caliente.
-No me importaría compartir un baño antes de irnos - ronroneó al sentir la boca de Severus en su cuello, la lengua lamiendo suavemente las gotas de agua, apenas rozando su piel, como un susurro.
-Yo digo que tenemos tiempo - respondió mientras sus manos vagaban lentamente por los brazos de ella.
Laurel sonrió, deteniéndolo.
-Date la vuelta - ordenó, colocando sus manos sobre el torso de Severus, maniobrándolo justo donde quería, de pie bajo el chorro, su pelo negro ébano pegándose al cuero cabelludo, cayendo en lisos mechones sobre sus hombros pálidos
Laurel se quedó mirando su ancha espalda adornada de cicatrices y no pudo evitar recordar el chasquido del látigo sobre la suya propia. Habían pasado ya muchos meses desde aquel día, habían compartido muchas historias, muchos besos, muchas noches en vela. Casi había olvidado que a los ojos del mundo exterior, y especialmente de los mortífagos, Severus seguía siendo su captor.
Y efectivamente, él la había atrapado, atándola a él con una cadena más fuerte que el hierro o el acero.
Lo abrazó con fuerza, apoyando su mejilla sobre su espalda, sus brazos alrededor de su cintura. El agua se derramaba por sus cuerpos agregando calor a la piel fría. Se quedaron en silencio por un largo tiempo, disfrutando del tibio contacto de sus cuerpos, bamboleándose levemente a un ritmo imaginario; sus cabezas llenas de la ilusión de una pronta libertad.
Laurel dio un paso atrás, tomó el jabón y la esponja de baño y comenzó a enjabonar sus hombros, su espalda, bajando por sus piernas. Severus mantuvo los ojos cerrados, sus sentidos enfocados en los movimientos de las manos de la mujer, en el sonido del agua, en la ligera sensación burbujeante de la espuma sobre su cuerpo.
La mujer comenzó a amasar su cuero cabelludo, lavando los cabellos largos, masajeando su cabeza y Severus emitió un gemido de placer.
-Así, muy bien, Laurie. Eres muy buena con las manos.
-Lo sabes mejor que nadie -rió Laurel, volteando su cuerpo, encarándolo y comenzó a enjabonar su prominente erección con firmes caricias.
Severus se inclinó para besarla, devorándola con su lengua, sus rodillas se debilitaban con cada movimiento de las manos de Laurel. Pero él no le daría la satisfacción de venirse tan rápido. La atrajo hacia él, ambos completamente bajo el chorro de agua. El jabón se lavó, el roce se hizo más intenso. Cuando finalmente pudieron recuperar el aliento, el hombre estaba arrogantemente complacido, su polla golpeando contra estómago de Laurel, buscando entrada, consuelo.
-No tan rápido, cariño. Te follaré muy bien - dijo él mientras agarraba su trasero, apretando con fuerza hasta que sus manos dejaron marcas.
La mujer jadeó cuando Severus levantó su cuerpo, empujando su espalda contra la pared de mosaico, los elegantes azulejos grises se sintieron fríos contra su piel. Sus ojos oscuros fueron todo lo que pudo ver antes de que él la besara profundamente.
Severus sintió de inmediato aquella abrasadora sensación en cada centímetro de su piel. Aquella mujer tenía la capacidad de hacerle hervir la sangre, de devorarlo por completo, de consumirlo como el fuego consume todo a su paso. Ella era suya
Laurel estaba enjaulada en sus brazos, y no pudo evitar enterrar sus uñas en sus bíceps cuando sintió aquella bestia arremetiendo dentro de ella, cada vez más rápido, cada vez más fuerte.
-Eres preciosa - gimió Severus. - Y caliente, tu cuerpo es... jodidamente ardiente.
Si Severus se refería a la temperatura de su cuerpo o a su apariencia física, ella no pudo discernirlo, porque entonces una gran ola de placer comenzó a surgir, sacudiendo cada célula de su cuerpo. Laurel enterró su cara en su cuello, apretando los dientes, su mente nublada apenas si registró los gruñidos del hombre, el ruido de sus cuerpos al chocar uno contra otro, la tibieza de la cascada de agua sobre su cabeza.
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Laurel sonreía mientras se envolvía en una mullida bata blanca y miraba como Severus terminaba de enjuagarse.
-Aquí tienes -le dijo mientras le pasaba una de las toallas que el hombre tomó agradecido.
El vapor se iba dispersando y el frío de las mazmorras poco a poco los hacía conscientes de la verdad: Saldrían de Hogwarts, dejando atrás la seguridad que les brindaba Dumbledore, desafiando a Lord Voldemort. Laurel sintió un estremecimiento repentino al pensar en lo que les harían los Mortífagos cuando se enteraran de que fueron traicionados.
Se acercó a Severus, su rostro reflejando el súbito nerviosismo que se había apoderado de ella.
-Estaremos bien -susurró éste mientras acariciaba sus mejillas, dándose cuenta de lo que había detrás de su ansiosa expresión. -No dejaré que nada te pase, Laurie.
Ella no le contestó. Había dejado sus ojos clavados en la marca tenebrosa. La calavera parecía devolverle la mirada fijamente, amenazándola, burlándose de ella. Extendió sus dedos para tocarla, pero Severus se lo impidió.
Durante los últimos meses, había respetado el deseo de Severus de no tocar ni mencionar la marca en su brazo. Sin embargo, siempre estuvo ahí, siempre presente. Un recordatorio constante de que su amante no era un hombre libre, un recordatorio de sus pecados. Trataba de ignorarla y la mayoría de las veces se las había arreglado para olvidarla por completo, pero la verdad inefable era que incluso si ahora lo lamentaba profundamente, Severus había elegido seguir el camino más oscuro. Uno del que tal vez fuera imposible salir con vida.
-Te conocí como un Mortífago, te he visto inclinarte ante el Señor Tenebroso. No tienes por qué ocultarla.
Severus habló en voz baja, sus ojos evitando los de Laurel:
-Siempre me avergonzaré de ella; es mi mayor pesar... mi más profundo arrepentimiento. Si simplemente no hubiera escuchado a mis supuestos amigos en la escuela... -dejó escapar un suspiro, extendiendo su brazo para permitir que ella la tocara. - El día que el Señor Oscuro usó su varita para marcarme, pensé que sería el final de mi patética vida como el raro, como el chico pobre y solitario... Fue una ceremonia pomposa, Lucius Malfoy hizo un gran alboroto asegurándose de que todos supieran que había traído al 'pocionero más brillante de toda Gran Bretaña' a las filas del Señor Oscuro... Fue doloroso, muy doloroso, pero ni siquiera se compara con el dolor que sentí cuando...
Calló su voz, no queriendo mencionar el nombre de su amiga de la infancia, no queriendo revivir la pelea de la noche anterior.
-Hay tantas cosas que no sé sobre ti - murmuró ella, sus dedos rozando la marca tenebrosa.
-Ya habrá tiempo de contarlas todas.
Severus tomó sus manos, intentando apaciguar los miedos de la mujer pero no pudo evitar fruncir el ceño: ¿cuánto tiempo tendrían hasta que los mortífagos los atraparan? Igor Karkaroff pudo mantenerse con vida por solo un año, corriendo, escondiéndose; hasta que lo atraparon en el norte, escondido en una choza miserable y lo mataron como a una cucaracha.
-Tendremos que salir del país -dijo finalmente. - Tan lejos de Inglaterra como sea posible.
Laurel asintió, cabizbaja.
-Me temo que tan solo te retrasaré. Quiero decir, ¿Por cuánto tiempo puedes volar realmente? Te cansarás...
-Me subiré a un avión si fuese necesario. - Severus se estremeció ante la idea de encontrarse atado a un asiento dentro de un tubo de metal, junto con cientos de personas. - Estoy haciendo esto por ti, por nosotros...
Severus dejó de hablar, el temor de saber que estaría muerto más temprano que tarde por romper el Juramento Inquebrantable le atravesó el corazón. ¿Qué pasaría con Laurel? Sola en un lugar desconocido, asustada, llorando junto a su cadáver... ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Por qué la estaba poniendo en tal situación? Sabía la respuesta... Estaba siendo egoísta, quería vivir los últimos meses de su vida junto a ella siendo feliz, amado.
-Y por ti - terminó de decir Laurel, mirándolo con ojos tímidos.
-Por mí - dijo, tragando el nudo en su garganta.
"Se lo diré. Una vez estemos fuera de Hogwarts se lo diré". -Se prometió a sí mismo por enésima vez.
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La poción se arremolinaba dentro del enorme matraz, sus destellos plateados danzando frente a los ojos de Laurel. La mujer soltó un suspiro al pensar en todo el trabajo que les había tomado llegar hasta ese punto: Lupinaria. Día tras día modificando, alterando ingredientes, destilando. Laurel había optado por cubrirse constantemente para ocultar aquellas horribles marcas en sus brazos. Y ahora lo estaba abandonando todo... Abandonaba a Remus.
Severus apoyó una mano sobre su hombro, dándole ánimos.
-Todos los reportes están allí y has dejado suficientes muestras de sangre. Se las arreglarán.
-Remus es pésimo para las pociones, ¿Quién le ayudará?
-No lo sé... ¿Slughorn tal vez? No esperes demasiada conmiseración de mi parte por ese...
-Ya está bien. Entiendo, Severus -le acalló Laurel, volviéndose hacia él. - Creo... creo que estoy lista para irme.
Severus asintió y con un movimiento de su varita el baúl flotó.
-Caminaremos a Hogsmeade, de ahí a Londres.
-¿Y luego?
Severus se puso su capa de viaje mientras su mente intentaba maquinar un plan. Sin embargo, no pudo llegar a conclusión alguna ya que un leve golpeteo lo detuvo.
Ambos se quedaron congelados mirando hacia la puerta sin saber como reaccionar. Tras un minuto, la puerta se abrió sola, dándole paso a lo que a Laurel le pareció, un bulto andante de ropa multicolor.
-Dobby les desea una feliz mañana -. El elfo doméstico se inclinó ante ellos, la pila de gorros de lana en su cabeza se tambaleó peligrosamente. - El Amo Dumbledore requiere su presencia expedita en la oficina del director.
-No voy a ir, Dobby -. El rostro de Severus enrojeció por la ira. - Dile a Dumbledore que renuncio a mi puesto como maestro en Hogwarts...
-No es al Amo Snape quien requiere el director - dijo Dobby con voz aguda. Volvió los ojos hacia Laurel y se inclinó ante ella. -Se espera a la Señorita Noel en el menor tiempo. El Amo Dumbledore le ha pedido a Dobby que la acompañe de inmediato.
-No... - El mago sacudió su cabeza con vehemencia, pero Laurel le dio unas cuantas palmadas en el brazo.
-Está bien, Sev.
-Voy contigo, entonces.
-El Amo Snape debe permanecer en sus aposentos - dijo Dobby. - Órdenes del Amo Dumbledore.
Severus apretó los puños y se dio la vuelta con una mirada frustrada.
-¿Me está encarcelando? ¿Cómo se atreve...?
-Será sólo un minuto -. Laurel le dio un beso en la mejilla. - Iremos a Londres y luego... a otro lugar. Juntos.
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El elfo le dio una reverencia final mientras la llevaba frente a las puertas de roble. Laurel le dirigió una sonrisa forzada, recordando el desagradable episodio de la noche anterior.
"Siempre" fue todo lo que pudo oír en su mente mientras el elfo desaparecía y las puertas se abrían ante ella.
-Por favor, pase señorita Noel.
Dumbledore estaba parado detrás de su escritorio, mostrándole una radiante sonrisa. Laurel se sorprendió al ver a un Harry no tan entusiasta sentado en una de las sillas frente al director.
-Buen día -. Su voz salió temblorosa, estar en presencia de Dumbledore siempre la hacía sentir pequeña.
-Por favor tome asiento -. El director señaló con una mano la silla junto a Harry. - ¿Cómo toma su té, señorita Noel?
-No quiero té, gracias - murmuró al mismo tiempo que se sentaba, mirando a los ojos al joven.
-Muy bien, vamos al grano entonces. Harry, estoy seguro de que te gustaría disculparte con la señorita Noel.
-Sí. - Los ojos esmeraldas se oscurecieron con resentimiento. - Lo siento, señorita Noel. No estaba siendo yo mismo ayer. Perdí el control. Pido disculpas.
Laurel asintió levemente. En su sorpresa al descubrir los fuertes sentimientos de Severus hacia Lily, Laurel no tomó en consideración el punto del asunto en su conversación: Harry Potter.
-Entiendo - respondió ella, mirando la cicatriz de rayo en la frente del chico. - Gracias, Harry.
El joven mago miró a Dumbledore, quien le sonrió.
-Ya puedes retirarte. Hasta la próxima semana.
Harry salió de la habitación a toda prisa.
-El señor Weasley se está recuperando con éxito si te lo estás preguntando, Laurel - dijo Dumbledore después de que la puerta se cerrara.
-Me alegra oír eso. Harry fue lo suficientemente inteligente como para usar un bezoar.
-Ah, sí, en efecto -. Dumbledore se sentó en su silla y se reclinó. Su mirada aún sonreía. - Severus siempre se quejaba de la ineptitud del muchacho para las pociones, pero el profesor Slughorn no deja de alabar sus habilidades en la materia. ¿A que crees que se deba ese súbito cambio?
Laurel se encogió de hombros sin saber que responder. ¿Por qué Dumbledore le estaría preguntando algo como eso?
-Déjame decirte por qué: no hay cambios. Incluso si Severus no quiere admitirlo, ha sido un gran maestro para Harry. Lo ha endurecido, lo ha preparado. Es, sin duda, una gran influencia para el chico.
Laurel se encogió en su silla, tronando sus dedos con nerviosismo. ¿A dónde querría ir Dumbledore?
-Él... Yo sé que en el fondo le preocupa mucho Harry.
-Como también deberías preocuparte tú. Harry es él único que puede salvarnos. Él único que puede derrotar a Lord Voldemort. Él único que puede romper definitivamente las cadenas que atan a Severus a su Señor Oscuro. Estoy seguro de que quieres lo mejor para Severus, ¿verdad?
Laurel se enderezó en su silla y aclarándose la garganta dijo:
-Queremos irnos. Queremos abandonar Hogwarts. La Orden. Los Mortífagos. Todo.
-Ya veo -. Dumbledore se levantó lentamente de su silla y se paseó por su oficina con pasos tranquilos. Su mirada se detuvo por un instante en el Sombrero Seleccionador que se encontraba descansando en una repisa.
-Sabes, siempre pensé que cometimos un gran error al seleccionar a Severus en Slytherin. Es un hombre muy valiente y caballeroso...
-Y astuto e ingenioso - lo interrumpió Laurel. - Esos también son rasgos de Slytherin. Pertenecer a una casa en concreto no significa que seas bueno o malo de corazón.
-Tienes toda la razón, Laurel. Me alegra que puedas ver más allá de su frío exterior. Eres una de las dos únicas personas que lo hacen.
-Lo amo -. Laurel sintió que sus mejillas se calentaban al admitir eso ante Dumbledore.
-Eso lo sé. Y está claro que a pesar de que tiene un pasado tumultuoso, él también te ama -. Dumbledore se sentó encima de su escritorio, su cuerpo se inclinó hacia Laurel. - Tiene un deber que debe cumplir. Estoy seguro de que escuchará tu consejo, y estoy seguro de que eres lo suficientemente inteligente como para darte cuenta de que hay mucho en juego.
La mente de Laurel se sintió aturdida. Sabía diferenciar el bien y el mal, sabía que abandonar la Orden implicaría abandonar a Harry, abandonar la lucha contra el Señor Oscuro. ¿Qué pasaría si Dumbledore no pudiera destruir a Voldemort sin el importante trabajo de Severus como espía? ¿Qué clase de mundo sería para gente como ella? ¿Akardos y muggles?
-Sólo quiero su seguridad. Está arriesgando demasiado como doble espía. Temo que eventualmente resulte en su... - Laurel sacudió su cabeza alejando aquella palabra de su mente: Muerte.
-Entonces tienes que escuchar mis palabras: Severus debe permanecer en Hogwarts. Si quieres que permanezca con vida, cómo yo lo quiero, debe permanecer fiel a la promesa que me ha hecho. Sobre cualquier cosa.
-¿Qué promesa?
-No está en mi poder revelar eso.
-Más secretos... Siempre secretos. - La mujer dejó salir un resoplido de indignación. - No sé ni siquiera si en verdad puedo confiar en él.
-A ese hombre le confío mi vida y muerte, Laurel. - Dumbledore extendió su mano y la puso sobre la de la Akardos. - Si lo amas y quieres lo mejor para él no permitas que los Mortífagos se den cuenta de que los ha traicionado. No querrás que él viva huyendo.
Dumbledore le sonrió y se incorporó al tiempo que le ofrecía una bombonera repleta de caramelos de limón.
-Y por cierto, falta poco para la luna llena. ¿Cómo va ese nuevo lote de Lupinaria?
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-Nos quedamos.
-Sabía que te iba a lavar el cerebro. Él puede persuadir a cualquiera...
-¿Cuál es la promesa que le hiciste, Severus?
El mago se calló y dejó que su cuerpo se desplomara en la silla de su escritorio.
-Sé que no me lo dirás -. Laurel le dio la espalda y abrió el baúl, recogiendo sus pertenencias y llevándolas a la habitación de Severus. -Supongo que eventualmente lo sabré. Esto es lo que me pasa por salir con un espía.
Severus la agarró del brazo cuando pasó junto a él.
-Te amo, Laurel. De verdad lo hago.
Laurel asintió, forzando una sonrisa.
-Yo también te amo, Sev.
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La luna estaba cerca, podía sentirlo. Le dolía el cuerpo, pero al menos ya no estaba paralizado.
Miró hacia el cielo nocturno desde las afueras de la Mansión Malfoy y no pudo contener el salvaje impulso de dejar salir un profundo aullido.
"Te encontraré, Akardos". - La voz de Greyback estaba seca, afónica. Ansiaba beber aquella sangre nuevamente, así se le fuera la vida en ello.
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