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El Atentado

Severus Snape se había aparecido junto con los Carrow en un callejón oscuro y sucio a un par de calles de su objetivo. Vestían ropajes muggles ya que se infiltrarían entre el creciente algarabío de asistentes que se agolpaban a la entrada de un famoso club nocturno.

A pesar de que Severus consideraba a Amycus ser apenas un poco más que un trol, tenía que estar de acuerdo en que tenía una mente siniestra: el sitio elegido era el ideal para atacar a una gran cantidad de muggles y generar el mayor pánico posible. El atentado pretendía acabar con la tranquilidad de la sociedad muggle y socavar la confianza que los magos tenían en la capacidad del Ministerio de Magia de controlar a los mortífagos.

El plan en sí era bastante simple, Greyback y Goyle entrarían de golpe en medio del gentío torturando y maldiciendo a diestra y siniestra, revelando ante los ojos muggles el poderío de los magos. Después Amycus y Severus serían los responsables de conjurar el Fuego Maldito que arrasaría con todo a su paso. Alecto y Selwyn debían encargarse de bloquear todas las salidas del edificio y atacar a los servicios de emergencia que pudieran aparecer. Esperaban que fuera un ataque rápido, certero y letal.

Al salir a la calle principal, Severus escaneó rápidamente los alrededores esperando ver la señal acordada que indicara que los miembros de la Orden estaban en sus debidas posiciones. Tonks y Weasley debían estar ya dentro del edificio asegurándose de salvar la vida de tantos muggles como les fuera posible. Moody, Lupin y Jones debían estar rodeando el edificio, preparados para lanzar hechizos anti-deflagración al momento de escuchar los primeros estallidos.

Severus esperaba que los miembros de la Orden fueran lo suficientemente competentes para detener el ataque sin que necesitaran su ayuda directa. Evitaba involucrarse físicamente en los ataques de los mortífagos y se quedaba siempre en las sombras, protegiendo su estado como doble espía. Pero esta vez, no hubo manera de zafarse, Amycus sospecharía de él si de repente su plan se viera frenado por aurores justo tras su insistencia en ser incluido en el ataque. Debía quedarse del lado de los mortífagos y seguir el juego.

Severus frunció el ceño al no ver señal alguna de la presencia de la Orden en los alrededores, sin embargo, siguió caminando con paso decidido y entró junto con Amycus al ruidoso edificio, allí esperarían el momento adecuado para atacar.

—No está mal, ¿eh? —dijo Amycus con una sonrisa lasciva cuando dos chicas pasaron por su lado vistiendo faldas bastante cortas —. Casi no puedo esperar por oír sus grititos.

Severus ignoró aquel comentario y se sentó junto a él en la barra. Amycus conjuró la maldición Imperius y el barman se dirigió de inmediato hacia él trayendo una pinta de cerveza.

—¿Qué quieres? Yo invito.

—Whisky. Sin hielo.

Severus no estaba de humor para beber, pero decidió tomar algo mientras esperaba por alguna señal de vida de los otros miembros de la Orden. Maldijo por lo bajo. ¿Cómo podrían ser tan torpes? Culpaba a Lupin en especial y no precisamente por una razón racional, sino porque aún guardaba un gran resentimiento hacia el antiguo merodeador.

Sus ojos calmos se pasearon por el recinto y finalmente algo captó su atención. Se fijó en los varios grafitis que adornaban la pared en frente suyo: el rostro pintado en aerosol de la reina muggle movió su cabeza de manera casi imperceptible. Algo andaba mal, algún miembro de la Orden no estaba aún en posición. Debía ganar tiempo.

Amycus bebía su cerveza, dejando vagar su mirada por los escotes de las mujeres a su alrededor. Cada cierto tiempo echaba una ojeada a su reloj de bolsillo.

—Greyback debe entrar en cualquier momento. ¿Crees que se comportará como un mago decente o empezará a ladrar y a morder como un perro? —dijo Amycus con una risita.

Severus lanzó el hechizo muffliato y entrecerró los ojos con rabia.

—¿Crees que es una broma, Amycus? ¿Hablar tan descaradamente? ¡Alguien podría escucharte!

—Los muggles no saben escuchar.

—No estoy hablando de los muggles. Alguien del Ministerio podría estar por aquí.

—Al Ministerio le importa un comino las vidas de los muggles. Sólo se preocupan por mantener el Estatuto del Secreto, intentar mitigar y esconder nuestros estragos. Aparecerán tan sólo cuando hayamos terminado aquí.

Y una vez más Severus tuvo que darle la razón a Amycus. Miró el retrato nuevamente esperando encontrar una señal afirmativa pero la Reina seguía negando con la cabeza. ¿Qué diablos estaba pasando?

—Son casi las diez, la fiesta debe estar a punto de comenzar.

—No, detenlos. ¿Acaso no has visto la fila que hay afuera? Debemos esperar un poco más.

—Tienes razón. Le daremos una hora más." —respondió Amycus mientras se tomaba de golpe el resto de cerveza y ordenaba al barman traer otra más. —Además, no es tan mal sitio para esperar.

Los minutos pasaban y Severus cada vez se iba desesperando más, estuvo a punto de salir y enviar un patronus pero se contuvo. Sería muy peligroso para él exponerse de esa forma. Amycus ya empezaba a perder la paciencia.

—Greyback está listo para entrar. Está esperando en el callejón con Goyle, no sé porque quieres demorar más el plan.

—Aún es muy temprano, Amycus. Los muggles empezarán a llegar en más cantidad a la media noche. Pensé que al menos sabías eso.

De repente una mujer de largo cabello oscuro se había acercado hasta ellos. Severus la miró esperanzado, deseando que fuera Nymphadora Tonks disfrazada y lista para darle luz verde al plan, pero al cruzar su mirada con ella se dio cuenta que solamente era una muggle.

Volvió sus ojos al exasperado Amycus. Éste le miraba con rabia. ¡Por supuesto que lo sabía! Había estudiado las costumbres muggles. Le había tomado un par de semanas preparar ese plan y estaba orgulloso. Sería su momento de gloria ante el Señor Tenebroso, pero Severus Snape tenía que aparecer e inmiscuirse. Si hubiera sido por él, no lo hubiera permitido, pero su Amo aceptaba cualquier petición que su adorado perrito faldero hacía y no tuvo más remedio que incluir a Snape en el plan.

Severus notó su antipatía y sus celos, ni siquiera había tenido la necesidad de usar su legeremancia. Con una sonrisa de superioridad terminó su frase:

—Dile a Greyback que mandaré a buscarlo en su debido momento...

—¡No te atrevas a darme órdenes, Severus! Yo idee este plan, no tú.

El ruido de un cristal al romperse hizo que ambos hombres giraran sus cabezas hacia la joven mujer que estaba de pie junto a ellos.

—¿Qué diablos le pasa a esa muggle?" —preguntó Amycus disgustado.

La mujer, mirando fijamente a Severus preguntó con voz aguda y temblorosa:

—Severus... ¿Eres Severus Snape?

Snape pensó que había oído mal, pero la mueca de sorpresa de Amycus daba a entender que él había escuchado exactamente lo mismo.

Era la primera vez que Severus sentía que empezaba a perder el control durante una misión. Miró rápidamente al retrato de la Reina y para su irritación ésta aún respondía con un gesto negativo.

—Pero qué demonios... ¿Quién es ésta, Snape?

Snape no tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando. Miraba a los brillantes ojos marrones de la mujer intentando descifrar con legeremancia las intenciones de la muggle, pero estaba tan nervioso que era incapaz de adentrarse en sus pensamientos.

—Lo siento, pero no pude evitar oír su nombre, Severus. No es muy común ¿sabe? Un conocido tiene el mismo nombre y se parece tanto a usted... Pensé que tal vez se tratara de la misma persona... Tobías Snape, ¿ha escuchado ese nombre? Era su padre... tal vez me he equivocado de persona... pero estaba segura..."

Laurel estaba tan exaltada que no era capaz de detener el vómito verbal que le acontecía en ese momento. El hombre de piel cetrina y grasiento pelo negro le miraba de forma tan intensa que casi tuvo la sensación de que pretendía leer su pensamiento.

—¿Oír? ¡¿OÍR?! ¡Acaso no habías conjurado el muffliato! — gritó Amycus exasperado.

Sin mediar palabra, Severus conjuró de inmediato la maldición Imperius contra él y una mirada somnolienta se apoderó de su rostro. Laurel miró preocupada al hombre con cara de cerdo que pareció desvanecerse sobre su silla.

—Algo le pasa a su amigo. —dijo Laurel con voz queda.

—No es mi amigo. — contestó Severus.

—Pe... perdón. — Laurel sintió como sus mejillas ardían de vergüenza. — No quise ser grosera. Pero no pude evitar... Conocía a Tobías Snape. Cuidé de él, y él me contó tanto sobre su familia, sobre su hijo Severus...

—Yo no tengo padre —le cortó Severus de forma fría.

Laurel se sentía mortificada. ¿Cómo se le había podido ocurrir dirigirse a un completo desconocido de esa forma? Estaba segura de que era Severus Snape y su reacción era perfectamente entendible. Obviamente debía odiar a su padre y no querría saber absolutamente nada de él. Laurel estaba tentada a disculparse por arruinar su noche y marcharse inmediatamente de aquel sitio. Sin embargo, la penetrante y peligrosa mirada del hombre parecía atornillarla al piso.

Severus sentía como su corazón empezaba a palpitar de forma incontrolada. Gotas de sudor helado se le empezaban a formar sobre su frente y sobre su labio superior. En ese momento olvidó por completo que estaba en medio de una misión. Sólo tenía ojos para la mujer que tenía en frente.

La evaluó de forma rápida intentando discernir si la había conocido durante su infancia, pero no podía reconocerla de ninguna manera. Era una simple muggle, vestida con jeans ajustados, una blusa negra corta que dejaba su abdomen al descubierto y una chaqueta de mezclilla. Pero entonces algo llamó su atención, algo brillante que colgaba de su cuello. El medallón de la familia Prince destellaba brillos plateados cada vez que las luces estroboscópicas alumbraban su cuerpo.

—¿Quién te ha dado el collar? —preguntó bruscamente señalando el pecho de la joven.

—To... Tobías, me lo ha dejado junto a sus diarios y fotografías —respondió la joven acariciando con dedos temblorosos las esmeraldas en el medallón—. Puedo devolvértelos. Todo.

Laurel se inclinó un poco más hacia Severus hasta que sus ojos estuvieron al mismo nivel y él fue capaz de sentir el olor dulce de su cabello.

—Mira, sé que es bastante raro. Yo misma no puedo creerlo... sólo ayer me despedí de él por última vez... y ahora te encuentro a ti. Parece magia, ¿no? —dijo ella con una sonrisa triste. —Tobías... él estaba profundamente arrepentido. Durante sus últimos años tan sólo hablaba de ti... de Eileen.

Severus se puso de pie de inmediato. Su cuerpo temblaba de pies a cabeza. Sin pensarlo sacó la varita de su bolsillo apretándola con tanta fuerza que había perdido el color en sus nudillos. Unas cuantas chispas rojas salieron de ella de forma incontrolable. Las pocas personas que lo notaron aplaudieron pensando que eran simples fuegos pirotécnicos. Sin embargo, Laurel sintió el mismo impacto que si un tren bala chocara de frente contra ella.

"Es un mago. Severus puede hacer magia, igual que su madre."

Las palabras de Tobías resonaban en su cabeza y Laurel se convenció de inmediato. Dio un paso atrás, temblorosa, mirando con la boca abierta la alta y delgada figura del furioso mago que tenía en frente.

—No te atrevas a pronunciar el nombre de mi madre. —siseó Severus con odio. —Ni de hablar del bastardo de mi padre. No tienes ni idea...

Pero entonces un estallido ensordeció todo el edificio. Laurel pensó por un momento que Severus la había atacado, pero se dio cuenta que éste parecía tan sorprendido como ella.

Gritos y alaridos invadían el recinto mientras dos hombres caminaban riendo y lanzando maleficios. Una masa de personas echaron a correr hacia las salidas que ya estaban bloqueadas. Severus recordó de repente que estaba en medio de una misión y volvió su vista hacia el grafiti de la Reina. Ésta le guiñó un ojo y asintió con la cabeza.

Por fin.

Buscó a la mujer de cabello oscuro, pero ya se había desaparecido entre el gentío. Severus sintió un sentimiento de cólera mezclado con una punzada de preocupación. Esperaba que Bill y Nymphadora pudieran rescatarla con desaparición conjunta junto con los demás muggles. Ya se ocuparía después en buscarla.

Rápidamente retiró el Imperius de Amycus y éste se puso de pie como si nada hubiera pasado.

—¿A dónde ha ido la muggle? —preguntó mientras miraba el caos a su alrededor con una risita en los labios.

—Eso no importa ahora Amycus —contestó Severus. —Greyback y Goyle la están pasando bomba. ¿Quieres unírteles?

Los magos alzaron sus varitas al aire y gritaron al unísono:

"¡FIENDFYRE!"

Chorros de fuego emergieron de la punta de las varitas arrasando con todo el recinto. Severus pudo ver entre las llamaradas las casi imperceptibles figuras de Weasley y Tonks apareciendo y desapareciendo a la velocidad de la luz, evacuando a los muggles por cantidades.

Laurel gritaba desesperadamente por Rebecca y Edward mientras el fuego consumía todo a su alrededor. No podía respirar y se tiró al suelo, tratando de evitar el espeso humo negro que le llenaba los pulmones.

De repente una figura apareció a su lado: una mujer con rostro en forma de corazón y cabello pardo la agarró de la mano. Y luego, mientras Laurel sentía cómo el agarre de su mano atravesaba la suya como si de un fantasma se tratase, la mujer desapareció dejándola atrás. Laurel estaba en absoluto shock cuando un segundo después la mujer apareció una vez más y esta vez, la agarró por completo del brazo, pero sucedió exactamente lo mismo.

—¡¿Qué está sucediendo?! ¡¿Por qué no puedo desaparecerme contigo?! —exclamó Nymphadora al aparecerse junto a ella nuevamente.

Laurel no tuvo tiempo de responder, un hombre de apariencia bestial lanzó un hechizo contra la mujer y está le respondió con un contraataque que el hombre esquivó saltando como lo haría un animal. La mujer dejó salir un grito exasperado y se desapareció nuevamente. Laurel empezó a correr, pero el fuego le cerraba el paso. Se tiró al piso rendida; atrás suyo el hombre de aspecto salvaje y dientes afilados apuntaba hacia ella con la varita.

—¡Crucio! —gruñó.

La maldición dio de lleno en el cuerpo de Laurel, pero para sorpresa de Fenrir Greyback la mujer no se empezó a retorcer de dolor. Tan sólo se quedó mirándolo, llorando aterrada desde el suelo.

—¡Crucio, crucio, CRUCIO!

Fenrir blandía la varita con rabia, su cólera acrecentada cada vez más al notar como la chica parecía no ser afectada en absoluto por la maldición imperdonable que él le estaba lanzando.

Finalmente dejó la magia a un lado y decidió atacarla con sus propias manos. Se abalanzó sobre la mujer y estaba a punto de clavar sus dientes en su cuello cuando un conjuro le dio de lleno en el rostro causándole varias cortadas.

—Aléjate de ella, Fenrir —dijo la sedosa voz de Snape.

Éste apareció en frente de la chica, defendiéndola mientras le apuntaba al hombre lobo con la varita.

—Ahora proteges a los muggles ¿eh, Snape? —le espetó Fenrir con una risa burlona mientras se limpiaba la sangre que empezaba a manar de sus heridas. —¿Qué pasa? ¿Te ha gustado su culito? Yo no dudaría tampoco en echarle una mordida.

Severus entrecerró los ojos con rabia y estuvo a punto de lanzarle otro hechizo a Fenrir cuando los hermanos Carrow se aparecieron junto a ellos.

—Los traidores de sangre están combatiendo afuera, han atrapado a Selwyn... ¿Qué está sucediendo aquí? — Alecto miraba incrédula la escena que tenía en frente.

—¡Traidor! —gritó Fenrir señalando a Snape y a Laurel que se encogía de miedo tras él. —¡Defensor de muggles, eso es lo que es!"

Alecto no lo pensó dos veces, apuntándole a Laurel gritó:

—¡AVADA KEDAVRA!

La brillante luz verde salió de la varita y fue a dar contra el pecho de Laurel, pero ella apenas dio un grito de sorpresa al ver como su cuerpo se iluminaba con el resplandor verde para luego desaparecer al instante. Intentó ponerse de pie nuevamente, pero al no conseguirlo gateó tratando de alejarse lo más posible de ellos.

Los cuatro magos en frente suyo la miraban totalmente estupefactos, con ojos y bocas abiertas de par en par.

Era imposible...

Snape fue el primero en reaccionar. No tenía más opción. Tomó a Laurel, levantándola del piso y convocó el encantamiento que había aprendido de su Amo hacía poco tiempo. Suspendido en el aire, salió volando, confundiéndose con el humo negro que salía a través de las ventanas abiertas del club.

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