Duda
—¡Sev! Severus, por el amor de dios, ¡detente!
El hombre se detuvo en mitad del pasillo, volviendo sus insondables ojos hacia Laurel.
Ella respiraba con dificultad, su voz quebradiza, su pálido rostro contraído con una expresión compungida.
—Por favor, volvamos. Ron necesita tu ayuda. Nadie mejor que tú para preparar un antídoto.
—El chico sobrevivirá —. La fría voz del mago hizo que un escalofrío le corriera por la espalda. —Un veneno obtenido de la despensa de la clase de pociones se puede revertir fácilmente con un bezoar.
Snape entrecerró los ojos, estudiando a la mujer.
—Pero tú ya sabes eso —continúo diciendo con recelo. —¿Por qué quieres volver allí?
Su barbilla tembló, sus manos agarraron su túnica manchada con nerviosismo.
—Creen que lo hice. Creen que soy tan perversa como para asesinar a alguien. Harry piensa...
—¡No te atrevas! —Severus la agarró por el brazo, acorralándola contra la pared, mostrando los dientes con ira. — No te atrevas a sentir ningún tipo de conmiseración por ese mocoso.
Laurel apretó los labios, abriendo los ojos de par en par ante el repentino movimiento, ante la inesperada intensidad de la ira de Severus.
—No puedo evitarlo — susurró ella. —Tengo corazón.
—¿Y crees que yo no? ¿Crees que puedo dejar que te calumnie sin hacer nada? ¡Levantó su varita contra ti, contra mí! Estoy harto de él.
—Tal vez deberías hablar con él. Está sufriendo. Ambos tienen mucho en común. Ambos perdieron...
El rostro de Severus palideció, las aletas de su nariz se ensancharon. Se acercó a Laurel, apretando su brazo con más fuerza.
—Te prohíbo que menciones...
—¿Me prohíbes? — Una peligrosa luz centelleó en sus ojos, una repentina oleada de ferocidad hizo temblar su cuerpo. —Suelta mi brazo, Severus.
Él pareció darse cuenta de su comportamiento, liberándola al instante.
—Lo...
—¿Lo sientes? — espetó con frialdad. — Me estoy cansando de escuchar eso.
Un gran peso cayó sobre el estómago de Severus. La historia se repetía. La estaba lastimando, tal como su padre había lastimado a su madre, tal como él había lastimado a Lily.
Se vio a sí mismo de pie frente al retrato de la Dama Gorda, mirando fijamente los desdeñosos ojos verdes de Lily.
—Me recuerdas a ella —dijo sin darse cuenta. — No quiero que te pase nada malo.
—¡Yo no soy ella! ¡Yo no soy Lily! —La voz de Laurel era una mezcla de indignación y repentina realización. — ¿No puedes verme por quién soy? ¿Soy simplemente un reemplazo barato, Severus?
—No lo eres, Laurel. No quiero que lo seas. — Sus grandes manos acunaron su rostro, disculpándose. — Hoy estuvo cerca, muy cerca, pudiste haber sido tú quien tomara de esa copa. Un veneno es un veneno, ya sea mago, muggle o akardos por igual. De ahora en adelante quiero que lleves esto.
Buscó por algo atado a su cinturón, escondido debajo de su levita. Le entregó una pequeña cartera.
—Mantenlo contigo. Puede que te salve. Bezoares, antídotos, ingredientes básicos para preparar remedios...
—¿Cómo un botiquín de primeros auxilios?
—Por así decirlo. — dejó escapar un suspiro de alivio pensando que el temperamento de Laurel se calmó. — "Se está poniendo peligroso, incluso en la escuela. Nunca me lo perdonaría si..."
—¿Me amas? —La mujer lo interrumpió, el brillo en sus ojos volvió a cobrar vida.
Severus se congeló, repentinamente incapaz de dar una respuesta articulada.
Amor.
Le tenía miedo. Estaba totalmente asustado de aquella emoción. Pensó que después de Lily ya nunca más podría amar a otra persona. Su conciencia le pedía a gritos que se alejara de Laurel, que su relación estaba condenada al fracaso. Sin embargo, su atracción era más fuerte que su sentido común.
Pensó que sus acciones ya habían sido lo suficientemente claras para Laurel, pero era obvio que una vez más había pasado por alto la voluntad y los deseos de la mujer que amaba.
Sí, él la amaba. Mucho. Pero sabía que estaba viviendo en tiempo prestado.
Abrió la boca, dudando si debía ser honesto, dudando si era mejor hundir sus sentimientos en un océano de oclumancia cuando escuchó el susurro de largas vestiduras arrastrándose por el suelo.
—Mis disculpas si interrumpo. — La voz de Dumbledore era tranquila, sus ojos mirando a uno y a otro. — Debo hablar contigo, Severus. Es de carácter urgente.
Severus miró a Laurel indeciso, pero ella volvió su rostro, alejándose de ellos a paso rápido; dejando un sentimiento de abandono en su corazón.
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Una suave brisa alborotó el cabello de los hombres.
Estaban en lo alto de la torre de astronomía y el impresionante paisaje primaveral no era suficiente distracción para un alterado Severus Snape.
—¿Alguna vez ha considerado que pide demasiado, que da demasiadas cosas por sentado? —Su voz era dura, su cuerpo tenso. — ¿Alguna vez se le pasó por su brillantísima mente que ya no quiero seguir haciendo esto?
—Me diste tu palabra, Severus.
—¡Quizás he cambiado de opinión!
—¿Lo has hecho, en serio? —Dumbledore lo miró por encima de sus gafas de medialuna — ¿O alguien más está decidiendo por ti?
La ira estalló en su rostro delgado, sus brazos rígidos, sus manos cerradas en puños.
—Se está sobrepasando. Usted y Potter. Él es exactamente igual a su padre, un matón...
—Debo admitir que el comportamiento de Harry hoy fue inaceptable. He asignado personalmente un castigo para el chico.
—¿Y qué es lo que impondrá? ¿Más reuniones uno a uno en su oficina? — gruñó Snape. — ¿Qué hace con Potter, todas estas noches que están encerrados juntos?
El rostro de Dumbledore pareció cansado de repente.
—Paso tiempo con Harry porque tengo cosas que discutir con él, información que debo darle antes de que sea demasiado tarde.
—Información—repitió Snape. — Confía en él... pero no en mí.
—No es una cuestión de confianza. Tengo, como ambos sabemos, tiempo limitado. Es esencial que le dé al muchacho la suficiente información para que haga lo que tiene que hacer.
—¿Y por qué no puedo tener la misma información?
El anciano mago dejó escapar un suspiro, dibujando una sonrisa condescendiente en su rostro.
—¿Realmente sientes que estás en la posición de lidiar con tal conocimiento, Severus? Estás llegando a un punto de quiebre. Acabas de decir que ya no querías seguir con esto.
Snape parpadeó un par de veces.
—No quiero matarlo.
—Ah, pero tendrás que hacerlo, amigo mío. Una promesa es una promesa ¿Le has contado sobre el Juramento Inquebrantable?
—Yo...
Severus no pudo sostenerle la mirada al director. Volvió su rostro y sus ojos se perdieron en el vibrante color de los narcisos y las anemonas que florecían, entapizando los agrestes terrenos bajo el sol del mediodía.
Deseaba poder tenerla ahora. Deseaba que pudieran huir. La tomaría por la cintura y la liberaría de la prisión que ahora era Hogwarts, volando hacia la oscuridad de la noche. ¿Qué diablos le importaba Dumbledore? Huirían juntos y se esconderían en Australia, en Tailandia, en alguna pequeña isla del Pacífico, y él se dedicaría a hacerle el amor a diario, hasta el fatídico día en que los Mortífagos los encontrasen o el Juramento Inquebrantable cobrara su vida.
—La harás sufrir. De una manera u otra — Dumbledore se le acercó, colocando una mano sobre su hombro. — Entiendo tus sentimientos.
—¿Qué sabría usted? He dado mi vida por su causa. Mi felicidad, mi seguridad...
—No creas que subestimo el peligro constante en el que te colocas, Severus. Darle a Voldemort lo que parece ser información valiosa mientras ocultas lo verdaderamente esencial es un trabajo que no le confiaría a nadie más que a ti.
—Entonces, ¿eso significa que porque soy útil para usted, debería sacrificarla?
—Todos tenemos que sacrificar algo por el bien mayor — Dumbledore le mostró su mano ennegrecida a Severus. — Recuerda que aliviarás mi sufrimiento si me matas.
—Se niega a decirme por qué se puso ese maldito anillo. ¡Está escondiendo sus planes con Potter, pero aún espera que le haga ese pequeño favor!
—Prefiero no poner todos mis secretos en una sola canasta, particularmente una canasta que pasa tanto tiempo colgando del brazo de Lord Voldemort.
—¡Lo cual hago bajo sus órdenes! ¡Sin embargo, confía mucho más en un chico que es incapaz de usar Oclumancia, cuya magia es mediocre y que tiene una conexión directa con la mente del Señor Tenebroso!
Dumbledore suspiró de nuevo; ojos brillando con una expresión algo satisfecha. Se las había arreglado para despertar el interés de Snape, arreándolo a donde él quería. Ahora, era sólo una cuestión de logística.
"Ven a mi oficina esta noche, Severus, a las once, y no te quejarás de que no confío en ti..."
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Laurel estaba sentada en lo alto de una de las grandes rocas a la orilla del lago, medio escondida entre los frondosos árboles. Cerró los ojos y dejó que la brisa fresca acariciara su rostro, trayendo el aroma de las algas y el musgo. Se acostó y respiró hondo, absorbiendo los rayos de sol que se filtraban a través de ese cielo de marzo.
—Curioso lugar para esconderse —. Una voz masculina la hizo sentarse con un sobresalto.
Ella sonrió cuando vio que era Remus quien caminaba con dificultad entre las rocas, cuidándose de no resbalar en los guijarros y la maleza.
—Pensé que Severus te había dicho que era mejor que te quedaras en cama.
—Me estaba volviendo loco en esa pequeña habitación en la posada, así que preferí hacerte una visita —dijo mientras se apoyaba contra la enorme roca y recuperaba el aliento. — Además los calambres no me dejan dormir. Esperaba que pudiera ayudarme con eso.
Laurel le tendió una mano, ayudándolo a subir y Lupin dejó escapar un profundo gemido cuando finalmente pudo sentarse a su lado.
—No deberías esforzarte tanto, Remus.
—No lo tenía planeado, pero al llegar a los terrenos de la escuela, no pude evitar notar tu rastro en el camino que conduce al lago. ¿Qué haces aquí sola? — Lupin se inclinó hacia ella y la olfateó brevemente. — ¿Jugo de calabaza? ¿Nuevo perfume?
—Nada se puede esconder de tu nariz —Laurel se rió, mirando de nuevo el paisaje. — Simplemente no tenía ganas de quedarme dentro del castillo. Después de un tiempo empieza a sentirse como una prisión.
—¿Estás bien? ¿Todavía te miran?
—No, ya se han acostumbrado a verme. Paso desapercibida la mayor parte del tiempo. — Laurel abrazó sus rodillas, el recuerdo de Harry gritándole, resonando en los oídos. — Pero la verdad, me gustaría ser completamente invisible.
—Laurel, ¿qué pasa?
—Ron fue envenenado. Harry cree que lo hice yo.
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—¡Ha enloquecido completamente!
—Está estresado, asustado... Quiero decir, vio a su amigo convulsionar, por supuesto que entiendo...
—Eres demasiado buena para tu propio bien, Laurel. — Lupin negó con la cabeza. — Me sorprende que Severus no le lanzara una maldición.
—Siempre estás pensando mal de él.
—Ah, lo siento, olvidé que ustedes dos...
—Nosotros dos nada — le cortó ella.
Se sentaron en silencio, contemplando el magnífico castillo al otro lado del lago.
—Es una vista impresionante, ¿no? — dijo Laurel en tono conciliatorio. — Deberías traer a Tonks aquí al atardecer, sería una cita bastante romántica.
—Dora ha ido a visitar a sus padres.
Su voz se había vuelto hosca. El hombre se frotó las piernas abstraído, los ojos fijos en el agua oscura. Laurel lo miró fijamente, esperando que siguiera hablando, pero no añadió nada más.
—¿Cuándo se ha ido?
—Hace apenas un par de días... Quería que la acompañara.
—¿Y por qué no fuiste?
Remus se giró hacia ella y Laurel pudo ver una expresión de completa mortificación en su rostro marchito y lleno de cicatrices.
—No quería avergonzarla.
—¿Avergonzarla? ¡¿Qué tontería estás diciendo?!
—Ninguna, es la verdad.
—Remus, no sé si te has dado cuenta, pero Tonks está totalmente enamorada de ti. No entiendo cómo puedes pensar...
—Puede estarlo, pero no es apropiado, Laurel. No le haría ningún bien tener una relación conmigo, no cuando yo soy... Imagínate lo que pensarán sus padres...
—Pensarán que su hija tiene a su lado a un hombre de buen corazón, dulce y protector.
—Y que está condenado a transformarse en un asesino sin alma una vez al mes. Además, no tengo un Sickle en mi nombre, tengo suerte de tener un techo sobre mi cabeza gracias a Dumbledore. ¿Qué podría ofrecerle? Solo sobras.
—Pero la harías la mujer más feliz del mundo con esas sobras. A menos que tú...— Pensó por un momento. — "Tú no la amas como ella te ama a ti. ¿Amas a Nymphadora, Remus?
—¡Sí! — Sus ojos brillaron de repente. — O creo que sí... no estoy acostumbrado, ¿sabes? Que alguien quiera acercarse tanto a mí. Sirius, él era el encantador, y las mujeres siempre le perseguían, nadie realmente me prestaba atención. Pero cuando conocí a Dora, no pude evitar terminar enamorándome de ella, y fue una sorpresa cuando supe que los sentimientos eran correspondidos.
—¿Entonces? Ella sabe que eres un hombre lobo. Te acepta, tal como eres. ¿Cuál es el problema?
—Mi vida es miserable, ¿por qué querría que Dora sufriera también?
—Oh, vamos, te encanta nadar en tu propia miseria, ¿no? ¡Tienes la oportunidad de ser feliz, imbécil! — espetó Laurel de repente.
Lupin bajó la mirada y arrancó unos cuantos hilos sueltos de la manga de su chaqueta.
—Lo siento, Remus. No quise ser tan cortante — dijo ella, sintiéndose avergonzada de haber reaccionado de forma exagerada.
—Suenas espantosamente como Snape. — murmuró. — Pero tienes razón. No hay vuelta atrás. Su Patronus se ha convertido en un lobo. Igual que el mío.
—¿Patronus?
— El hechizo contra los dementores. Pregúntale a tu profesor favorito.
—Ah sí, lo estudian en sexto. —Recordó ella — ¿Pero que tienen que ver los dementores con el amor?
—Nada. Pero los Patronus sí. — Lupin sacó su varita. — Expecto Patronum.
Una luz cegadora salió de la varita, tomando la forma de una enorme bestia de cuatro patas. Laurel tardó un par de segundos en darse cuenta de que era un lobo.
—Para conjurar un Patronus debes recordar tus recuerdos más felices, tus sentimientos más sublimes. Cuando uno se enamora, y me refiero a un amor real, profundo e inmutable, los recuerdos utilizados para lanzar el Patronus tenderán a girar en torno a la persona de la que el mago o bruja este enamorado. Es una prueba de amor verdadero.
Laurel se quedó mirando como el lobo plateado daba hábiles saltos sobre la superficie del lago, su luminiscencia más brillante que el sol.
—Es hermoso. — Susurró para sí.
—Severus no puede hacer uno. — Lupin guardó su varita, mirando a Laurel de soslayo.
—¿No?
—Ningún Mortífago puede. No tienen la suficiente capacidad de amar.
Laurel se tragó el nudo que tenía en la garganta y respiró hondo. Tan pronto como el lobo plateado desapareció, saltó al lago.
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