Draco Malfoy
"Aquí está, Tobías, la he encontrado. Siempre estuvo donde se suponía que debía estar".
Tragó saliva y hundió su rostro entre sus manos.
Severus había mantenido esa fotografía cerca de él después de todos esos años.
El amor que sentía por Lily era latente. Laurel lo sabía. Tuvo que recordarse a sí misma que probablemente nunca podría ocupar un lugar tan importante en el corazón de Severus como el que pertenecía a Lily, pero se contentaría con al menos un pequeño recoveco dónde su profundo amor pudiese colarse. Esperaría por él. Era lo suficientemente paciente y lo suficientemente ingenua para amar sin garantías.
Un sentimiento de irrealidad descendió sobre Laurel mientras miraba a los dos niños en la fotografía.
"Tiene los ojos de su madre".
La mirada esmeralda de la niña, los ojos almendrados. Eran iguales a los de Harry. Él chico estaba en lo correcto. Realmente, sí que era un caso especial para Severus.
"¿Es por eso por lo que lo odias tanto? ¿Es él el recordatorio de lo que pudo ser, pero nunca fue?"
La pregunta que había empezado a rondarle la cabeza desde hacía un tiempo apareció nuevamente: ¿Por qué le costaba tanto a Severus superar a Lily después de tantos años?
Laurel se reclinó en la silla y cerró sus fatigados ojos, recordando la historia que Remus le había contado: La causa del rompimiento de su amistad. Severus había empezado a juntarse con malas influencias, llegando incluso a llamar sangre sucia a la que hasta ese momento había sido su mejor amiga, en un momento de desespero, colmando la paciencia de la chica. Lily había terminado enamorándose de James, el apuesto, adinerado y popular chico que había matoneado a Severus desde primer año.
Laurel podía entender la pena que habría sentido el joven Slytherin al perder a la chica a quien más había querido, en quien más había confiado. Podía entender el resentimiento hacia James Potter, la amarga realidad de ser dejado de lado por alguien "mejor". Laurel podía comprender todo eso, pero sentía que faltaba algo. Una pieza del rompecabezas que no podía encontrar. ¿Por qué el recuerdo de Lily seguía atormentándolo? ¿Por qué nunca pudo dejarlo de lado y seguir adelante? ¿Por qué sentía tanto dolor?
Un golpe repentino la hizo sentarse derecha. Rápidamente volvió a poner la fotografía en el cajón y miró hacia la puerta, nerviosa de ver la figura de Severus a travesando el umbral, pero la puerta se mantuvo cerrada.
Un segundo golpeteo le apresuró a abrirla, preguntándose quién podría ser a esas horas.
—Señorita Noel.
Era Filch, pero no estaba solo. Su rostro pastoso sonreía con malicia mientras agarraba del cuello de la camisa a Draco Malfoy. El chico que intentaba liberarse de las manos del conserje dejó de revolverse y miró a la mujer con rabia.
—Él no está aquí. ¡Déjame ir de una vez! — siseó a Filch.
El cuidador que parecía desilusionado por no encontrar a Snape mantuvo agarrado al Slytherin.
—¡Que no esté aquí no significa que no pueda ponerte un castigo! —chirrió.
—¿Puedo saber que está pasando, Señor Filch? —preguntó Laurel con firmeza.
—He atrapado a éste fuera de su dormitorio, merodeando cerca del salón de pociones. Cómo bien sabe, está prohibido vagar por él colegio a deshoras —dijo Filch, mientras zarandeaba a Draco.
—Eso no es necesario, Señor Filch —dijo Laurel, apoyando una mano en el hombro de Draco y alejándolo del hombre. —Me parece haber escuchado al profesor Snape, como jefe de Slytherin, asignar trabajo extra al Señor Malfoy para mejorar sus calificaciones en Pociones. Probablemente el chico solo estaba tratando de poner en práctica el consejo que recibió del profesor Snape. ¿No es así, Draco?
Draco miró a la mujer. Sus brillantes ojos grises parpadearon por un segundo, pero inmediatamente respondió en un tono suave y dulce:
—Así es, señorita Noel. Estoy bastante preocupado por mi desempeño en la clase de Pociones, el profesor Slughorn no está nada contento conmigo...
—Ahí lo tiene —. Laurel le sonrió a Filch, quien la taladró con una expresión asesina en su rostro.
—Eso no significa que no merezca un castigo. El director ha dejado claro que estaba prohibido merodear de noche sin permiso.
—El profesor Snape dio el permiso —dijo Laurel apresuradamente, agarrando a Draco por los hombros, alejándolo de las manos de Filch. —Él regresará pronto, Señor Filch y se ocupará de la situación. Mientras tanto, Draco permanecerá en esta oficina. Muchas gracias por informarme.
Laurel condujo a Draco adentro del despacho y cerró la puerta en las narices del conserje. Suspiró aliviada, dirigiendo su mirada hacia el muchacho quien había recuperado su molesto semblante.
—No había necesidad de empujarme dentro de esta oficina. Podría haberle dicho que me dejase ir a mi sala común.
Laurel se enderezó y se aproximó hasta Draco.
—Dime, ¿Hubieses vuelto a tu sala común si te dejara ir así sin más?
El rostro pálido de Draco se tiñó de un leve rojo, sus ojos se entrecerraron cuando la miró fijamente.
—¡¿Quién te crees que eres?! Ni siquiera Snape...
—Yo no soy el profesor Snape, Draco—. Laurel cruzó los brazos frente a su pecho. —Él ha sido bastante paciente contigo. Sé que ha intentado llamarte, pero te niegas a venir a la oficina.
—No es de su incumbencia, Señorita Noel — La llamó con enfermiza repugnancia. —Puedes tener la falsa ilusión de que vales algo dentro de Hogwarts, pero no eres nada para mí. No tengo que responder a ninguna de tus preguntas.
—No necesitas decirme nada, pero puedes hablar con Snape, él solo quiere...
—¿Lo mejor para mí? —Draco se rio con frialdad.
—Solo dime, ¿tuviste algo que ver con el ataque a Katie Bell?.
—No lo hice. Lo he dicho cien veces. NO. FUI. YO.
—Bueno, hay gente que sospecha de ti.
—¿Quién? ¿Potter? —Draco espetó, poniendo los ojos en blanco. —Eso no es nuevo... pero él no puede probar nada. Nadie puede.
Laurel jugueteó con sus dedos, sin saber cómo proceder a continuación. Se apoyó en el escritorio, respirando profundamente.
—¿Puedes decirme qué estabas haciendo en el aula de Pociones?
—No es asunto tuyo —. Draco dio un paso hacia atrás, sus mejillas hundiéndose en un gesto aprensivo.
—¿Estabas tratando de sacar algo de los armarios de ingredientes? ¿Qué estabas buscando, Draco?
No hubo respuesta.
—¿Lograste sacarlo? ¿Lo llevas contigo? — Aventuró a decir Laurel, esperando poder sacarle alguna información al chico mientras daba un paso hacia él.
Draco se alejó, metiendo las manos en sus bolsillos. Una sonrisa burlona se dibujó en sus delgados labios:
—¿Y qué si lo hice? ¿Me vas a requisar? Ni siquiera Filch se atrevió a hacer eso. Ese squib conoce su lugar".
—¿Su lugar?— Repitió Laurel con sorna. —Al parecer, todos estamos por debajo de ti, Draco, eso es lo que crees, pero lo único que hacemos es preocuparnos por ti.
—¿Por qué te vas a preocupar tú? Eres una despreciable desalmada. ¡Ni siquiera mereces posar un pie en esta escuela! ¡Estás viva solo porque Snape tiene una extraña fascinación contigo y el Señor Oscuro lo ha permitido porque quiere mantener contento a su perrito faldero! No durará mucho. Si yo fuera tú, aprovecharía la poca libertad que tienes y me escaparía.
—¿Eso es lo que tu querrías hacer si tuvieras la oportunidad? ¿Escapar?
—Soy un mago de sangre pura. ¡Soy un Malfoy! Y un Malfoy nunca huye.
—Está bien —. Laurel suspiró y se dejó caer en una de las sillas que había ocupado antes junto a Harry. —Está bien. Nos quedaremos aquí hasta que Snape aparezca. Se alegrará de tener una oportunidad para hablar contigo.
—Quiero irme.
—Temo que no puedo dejarte salir. Filch aún debe estar rondando y esta vez no te salvaré el pellejo.
—Me caías bien antes. Te has vuelto bastante altanera desde que Snape te trajo aquí.
—La gente tiende a valerse por sí misma cuando nadie amenaza su vida cada dos segundos, Draco —dijo ella irónicamente. —Y por grosero que suene, no extraño la mansión. Ni un poco.
—Solía ser mejor —susurró Draco para sí mismo. Se había trasladado a la mesa de mármol y estaba mirando los instrumentos de laboratorio.
—¿Cuándo? — preguntó Laurel en voz baja, viendo como el chico levantaba un frasco brillante y lo examinaba a contraluz.
—Antes de que Él viniera.
—¿Cuando eran sólo tú y tu madre?
—Y mi padre. Ella lo extraña demasiado.
—Le debo mucho a tu madre, Draco. Ella me salvó la vida —. Laurel fue a pararse a su lado. —No te mereces pasar por todo esto.
—¿Qué puedes hacer? Tú no eres nadie.
—Snape puede ayudarte. Deberías decirle qué tarea te ha encomendado el Señor Oscuro.
—¿De qué estás hablando? Snape sabe perfectamente lo que se me ha ordenado hacer.
—¿Qué? Él... él no lo sabe... de lo contrario, ¿por qué me pediría que averiguara tu plan? Solo queremos protegerte.
—¡Protegerme! —cacareó el joven sarcásticamente. —Lo último que Snape intenta hacer es protegerme, y tú eres sólo una tonta que se traga su historia. Snape sabe perfectamente cual es la misión que debo llevar a cabo. Lo único que le interesa es saber cómo lo lograré. Quiere interceder porque lo que él más quisiera es enaltecerse ante el Señor Tenebroso.
—¿Él ... él sabe? — Laurel se quedó estupefacta.
—La rata de laboratorio nunca debe confiar en el científico, Señorita Noel —dijo desdeñosamente. —¿Por qué no se lo preguntas?
—Él nunca ha dicho...
—¡Vaya! ¡¿Realmente confías en él?! —. La sonrisa desdeñosa se ensanchó. —¿Te crees todo lo que sale de la boca de esa víbora? Realmente no tienes ni una pizca de sentido común, ¿verdad?
—¿Por qué mentiría...?
—¡Para usarte! ¡Para manipularte! ¿Pensaste qué? ¿Que estabas tratando con un hombre honesto? ¿Un buen hombre?
Draco frunció el ceño; su expresión se oscureció. Caminó lentamente hacia la silla y dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre ella.
—Somos mortífagos. Sólo hay un camino para nosotros —. No había burla en su tono. Simplemente sonaba cansado, y había un horror en su voz al darse cuenta en lo que se había permitido convertirse.
Él la miró fijamente, esperando que ella dijera algo que tuviera sentido. Toda la oficina, incluido él mismo, parecía haberse convertido en piedra. Se sintió anestesiado. La diminuta botella de veneno pesaba toneladas en su bolsillo. El tiempo no pasaba. El aire se había vuelto sólido.
—Aún puedes elegir, Draco. Puedes ir con Dumbledore...
—Escúchame bien, desalmada —le interrumpió él. —Yo no tengo opción. Mi vida y la de mi familia están en riesgo. Pero tú...
Draco restregó su rostro con sus manos, aclarándose la garganta continuó:
—La ciudad más cercana es Inverness. Es una caminata de dos días. Si te diriges al sur, siguiendo la línea del lago, puedes llegar a un asentamiento muggle. Allí te pueden ayudar. Te vas mientras Snape está en clase. No se dará cuenta de que te has ido hasta la hora del almuerzo, tal vez hasta más tarde si tienes suerte.
—¿Cómo...?— Entonces lo entendió. ¿Estaba realmente tratando de ayudarla a escapar? ¿Realmente se había tomado el tiempo de averiguar maneras muggles de huir de Hogwarts? —Yo... yo no puedo.
—¿Por qué no?
Draco dejó caer sus hombros y soltó un suspiro al darse cuenta del súbito brillo en los ojos de la mujer.
—Por favor, no me digas que realmente te has enamorado de él.
Laurel no le contestó, pero el rubor en sus mejillas y la forma en que evitó su mirada clavándola súbitamente en el piso fue suficiente para confirmar su sospecha. Draco no volvería a cruzar palabra con aquella mujer, no podría confiar en ella sabiendo que era apenas una mascotita, un títere que obedecería cualquier orden de Snape.
Se levantó, dispuesto a marcharse sin mediar más palabras. La botella de veneno en su bolsillo tintineó levemente, pero el joven no se preocupó por ocultarlo.
—Draco, por favor... —murmuró Laurel. —No hagas nada de lo que puedas arrepentirte después; no eres como ellos. Eres un buen hombre.
—Eres la persona menos adecuada para juzgar eso.
Y dándole la espalda, salió del despacho.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro