¿Dónde has estado todo este tiempo?
No había ni un atisbo del sol de la mañana. Las ventanas estaban empañadas por la condensación y la luz de una sola vela se reflejaba en ellas.
Severus estaba caminando de un lado al otro, esperando por el reporte diario de Filch pero éste no aparecía. Miró el reloj de péndulo un par de veces más y siguió rumiando en su mente las fechorías que el grupo conocido como Ejército de Dumbledore había realizado hasta el momento. Los estudiantes estaban empezando a rebelarse con más fuerza en contra del régimen establecido y cada día llevaban a cabo acciones más arriesgadas para sacar a los Carrow de quicio.
—Longbottom —susurró Severus mientras revisaba los últimos reportes de patrullaje de Filch.
Neville Longbottom era el miembro más temerario del ED y ya había perdido completamente el miedo a las repercusiones por sabotear la autoridad de los Mortífagos. Severus suspiró, cavilando cómo podría proteger al chico antes de que los Carrows se diesen cuenta que él era el principal hostigador y cabecilla de la rebelión. Su condición de Sangre Pura no le garantizaba impunidad.
Severus alzó su mirada y se sorprendió al ver que la luz del sol ya se adentraba con fuerza por las ventanas. ¿Qué había sucedido con Filch?
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Un quejido débil y lastimero se podía oír en el pasillo que daba a la oficina de Argus Filch. Severus apuró el paso, su rostro ensombrecido y al abrir la puerta, sus ojos se abrieron en shock.
Filch estaba colgado del techo por los tobillos, encadenado con los mismos grilletes con los que soñaba un día volver a los castigos de antaño y que siempre se esmeraba en engrasar. El hombre lanzó un chillido al ver a Snape, su cara estaba roja e hinchada y sus ojos se le salían de las órbitas
Sin dudarlo un momento, Snape sacó su varita y abrió los grilletes, bajando a Filch suavemente al suelo. El conserje se desplomó, resollando débilmente, incapaz de tomar aire. Snape lo ayudó a sentarse en una silla.
—¿Quién ha sido? —preguntó Severus, con voz inusualmente suave.
—Alecto... Ha dicho que... un... un Squib no debe ensuciar el nombre de Hogwarts —resolló Filch y se echó a llorar desconsoladamente.
—Voy a buscar a Madam Pomfrey —dijo Severus, su preocupación apenas disimulada por su habitual severidad. Se giró y caminó rápidamente hacia la enfermería.
"Es una perra" —pensó mientras avanzaba por los pasillos. — "Es una perra que cree que puede hacer lo que quiera en mi escuela..."
El odio le hizo apretar la varita con fuerza. Buscaría venganza de alguna forma. Respiró hondo, sintiendo la necesidad de hundirse una vez más en su Oclumancia, pero antes de que pudiera dejar su mente en blanco una atronadora explosión resonó en las afueras del castillo, deteniendo a Snape en seco.
—El patio —masculló entre dientes.
Pero no tuvo tiempo de reaccionar. Una segunda explosión más cercana lo ensordeció, haciendo vibrar los antiguos muros de piedra. La mente de Snape se aceleró; la situación se estaba deteriorando rápidamente.
Corrió hasta donde docenas de estudiantes intentaban escapar de los cientos de litros de Jugo Fétido que ahora inundaba la biblioteca. Los gritos se mezclaban con el caos. La nauseabunda baba verde dejaba un hedor abrumador y se estaba extendiendo rápidamente, saliendo al pasillo. Snape blandió su varita, intentando limpiar el desastre, pero la inmensa cantidad de asqueroso líquido superó sus esfuerzos.
—¡TODOS AL GRAN COMEDOR! —ordenó Snape, amplificando su voz para ser oído por sobre el estruendo.
Condujo a los aterrorizados estudiantes hacia las escaleras, gritando instrucciones para intentar mantener el orden. Uno por uno, iban saliendo de la biblioteca, algunos cubiertos de pies a cabeza de jugo fétido, algunos resbalándose en los enormes charcos de líquido. Severus lanzaba hechizos, tratando de desvanecer cuanto podía. Llegaron más profesores, ayudando a evacuar a los alumnos del primer piso. La seguridad de ellos era primordial.
Mientras sacaba al último de los alumnos de la biblioteca, una tercera detonación sacudió el castillo y Snape entendió de inmediato que aquellos no eran meros actos de insubordinación de algunos revoltosos. El caos no era sino una calculada distracción orquestada por el Ejército de Dumbledore. Debía actuar rápido. Se dio la vuelta y se dirigió a toda velocidad al Gran Comedor, preparado para extraer hasta la más pequeña pista que los estudiantes pudieran proveerle.
Pero apenas dio un par de pasos cuando un dolor agudo e insoportable le desgarró el lado izquierdo del pecho.
Snape se tambaleó, su visión se puso borrosa. Se llevó las manos al pecho mientras que el dolor se intensificaba con cada latido de su corazón.
"Laurel"—pensó. —"Laurel está aquí"
El director logró apoyarse contra una pared, sus labios frunciéndose en una pequeña sonrisa a pesar del intenso dolor. Olvidó por completo el desastre que estaba sucediendo en el colegio. Tan sólo pensaba en volver de inmediato a su oficina.
Corrió torpemente, todavía agarrándose el pecho mientras el efecto radiante del hechizo se extendía rápidamente, alcanzando cada rincón de su ser.
"Está en la oficina; ha tocado el árbol... Todavía le importo..."
El tiempo pareció detenerse cuando llegó a la Gárgola, y el repentino estallido de felicidad fue reemplazado lánguidamente por vergüenza, miedo.
Contuvo la respiración, sintiendo que se estaba desmayando. Una piedra en su estómago se revolvió, sus manos estaban húmedas y frías. Su cuerpo se movió por voluntad propia, abriendo las puertas de roble, y entonces la vio.
Parpadeó rápidamente, como si temiera que ella desapareciera si le quitaba los ojos de encima aunque fuera por un segundo. Estaba diferente. Algunos cambios importantes, pero ella era la misma mujer con la que soñaba estando dormido o despierto. Hizo todo lo posible para calmar su voz a pesar de que sus rodillas temblaban ligeramente.
—No deberías estar aquí —dijo, cerrando la puerta detrás de él con un clic.
—Sev...Severus.
Un éxtasis abrumador lo invadió mientras permanecía de pie, momentáneamente aturdido, al escuchar su dulce voz, al ver los ojos que amaba, y que tanto temía haber perdido para siempre. Pero la pesadez sobre sus hombros regresó rápidamente cuando se dio cuenta de que ella sostenía la Espada de Gryffindor en sus delicadas manos.
Ahora entendía que ella era parte de ese insensato plan. Ella no estaba ahí por él. Ella se había expuesto voluntariamente al peligro, no por alguna ilusión romántica, sino para desafiar el régimen del Señor Oscuro, para desafiar su propia autoridad. Su corazón, que acababa de acelerarse con su regreso, ahora se desplomaba con el peso de la realidad.
—Es demasiado peligroso, Laurel.
Severus caminó hacia ella lentamente, detallando en cada elemento que adoraba: el brillo rojizo de sus ojos marrones, sus exquisitos labios. La larga cabellera había desaparecido, dejando al descubierto la suave piel de su cuello. Estaba de pie, bajo el resplandor de un sol otoñal. El suave juego de luces y sombras enfatizaba la suave inclinación de sus hombros y la elegante curvatura de su clavícula. La mujer lanzó un tembloroso suspiro y Severus captó el destello de una delicada cadena de plata, disimulada entre el cuello de la camisa del uniforme escolar. El corazón del mago dio un vuelco, pero no se atrevió a acercarse más.
Escrutó los ojos de la mujer, notando que a pesar del ligero temblor de su cuerpo su mirada era desafiante. Detalló en su extrema delgadez, en su rostro apergaminado y en el débil silbido de sus pulmones a cada exhalación.
—Estás muy delgada. —susurró con preocupación.
—Y tu pareces que no has dormido en meses. —espetó ella con desprecio. — Mi salud no es asunto tuyo.
Severus no pudo evitar sonreír ante su valentía, pero los ojos de Laurel se entrecerraron, apretando con más fuerza la espada. Tragó con dificultad, aun no creyendo que era capaz de estar apuntando con la afilada hoja hacia el cuello de Severus. Los últimos meses la endurecieron. Cada día que pasaba era torturada con el conocimiento de que el hombre que amaba era un asesino. ¿Era ella tan malvada como él? ¿Podía cometer lo impensable para vengar a Dumbledore?
"Tú no eres una asesina" —masculló su conciencia. —"No eres igual a él"
Un repentino escalofrío recorrió su espalda y sintió una oleada de pánico cuando se dio cuenta de que unos pocos centímetros eran suficientes para hacerle daño. Tragó con fuerza, el dolor punzante de siquiera pensar en infligir daño a Severus le rompió el corazón, y su fuerza flaqueó rápidamente.
Severus, percibiendo su agitación interna, movió su mano suavemente, bajando la hoja de la espada con cautela.
—No hay necesidad de eso —dijo con voz suave. —No te haré daño.
—¿Por qué debería confiar en ti?
—Es cierto, Laurel. No merezco tu confianza. Tendré que recuperarla de alguna manera.
—No se puede arreglar lo que se ha hecho añicos—susurró, más para sí misma que para él.
Severus bajó los ojos, sintiendo cómo el amargo remordimiento que había intentado con tanto esfuerzo mantener a raya con la oclumancia lo invadía, ahogando cualquier pizca de ilusión, de soñar con que algún día Laurel fuera capaz de perdonarlo.
Había lanzado una Maldición Imperdonable, e imperdonable él debía permanecer. Ese era el precio por sus pecados pasados y ese era un destino justo para el hombre amargado y despreciable que siempre había sido. Sin embargo, lo que más le carcomía era saber que él había sido el causante del sufrimiento de Laurel.
—Déjame ir —. La voz de la mujer le hizo levantar la mirada nuevamente
—Lo haré, pero me temo que no será tan fácil —dijo con cuidado. —Primero necesito tener cierta información. Debes saber que te has expuesto a un terrible peligro. ¿Es esto obra del Ejército de Dumbledore? ¿Longbottom te convenció de realizar una misión tan arriesgada?
—No te diré nada.
—Debes entenderlo —. Su voz se convirtió en una súplica urgente. —Si no sé lo que estás planeando, no puedo protegerte.
—¡No necesito tu protección! —siseó Laurel con repugnancia. — ¿Te atreves a decir... proteger? ¿Quieres proteger a tu mascota, Severus? ¡No soy tu maldita mascota! ¡Ya jugaste conmigo suficiente tiempo! Ahora deja tus estúpidos juegos y dime, ¿me dejarás ir? ¿O me encerrarás de nuevo?
Severus sintió un dolor agudo en el pecho, sus palabras cortando profundamente, pero se obligó a persistir:
—Hace alrededor de una semana, se realizó un intento de intrusión en esta misma oficina. No pude atrapar al culpable, pero tengo una idea bastante clara de quién fue el responsable. Verás, el Ejército de Dumbledore ha causado estragos en Hogwarts y el Señor Tenebroso no tendrá piedad con esos rebeldes. Debo mantener la paz en esta escuela y tú ayudarás en esta misión diciéndome quién planeó este ridículo plan. No los castigaré severamente, lo prometo. Pero necesito que me digas cómo pudiste entrar a la escuela si todos los túneles y pasillos están vigilados.
Y luego dejó escapar la pregunta que llevaba meses ardiendo en su corazón:
—¿Dónde has estado todo este tiempo?
—Me temo que no será tan fácil. —contestó ella con burla, imitando su tono voz. —Ya he sufrido lo suficiente, lo he perdido todo menos el miedo de morir. Yo, no soy una soplona y tampoco soy una cobarde como tú, Sev.
Una oleada de ira surgió desde lo más profundo de su interior. Sus ojos se oscurecieron, entrecerrándose hasta convertirse en rendijas mientras su mandíbula se apretaba con tanta fuerza que parecía a punto de romperse. Dio un paso adelante, con un movimiento brusco y deliberado. Ella se mantuvo firme, enfrentándolo con odio y desprecio pintados en su rostro.
—Eres una tonta. No sabes nada sobre mi — espetó, su voz temblando de ira.
—Sé lo suficiente. —Laurel apretó el mango de la espada. —Y te recuerdo que soy yo quien tiene la única arma que realmente funciona.
Las palabras de Laurel eran como dagas en el corazón de Severus. Su ira se mezclaba con una desesperación profunda, una necesidad imperiosa de protegerla y, al mismo tiempo, un abismo de remordimiento por el daño que sabía le había causado. Tomó una respiración profunda, intentando calmarse, aunque sus ojos todavía ardían de rabia.
—¿Lo harías, Laurel? —dijo mirándola fijamente. — ¿Usarías esa espada conmigo? Dijiste que has perdido el miedo a morir. ¿Perdiste también el miedo a matar? Merlín sabe que me harías un gran favor...
—Cállate —chilló ella; su voz quebrándose de repente, sus ojos abrillantándose con lágrimas.
Severus la observó cuidadosamente, notando el ligero temblor en sus manos a pesar de su feroz agarre sobre la espada. Dio otro paso adelante, su expresión se suavizó ligeramente, aunque su mirada permaneció intensa. Con un movimiento rápido jaló la cadena que colgaba del cuello de la mujer, dejando al descubierto el colgante de la familia Prince que ella siempre llevaba escondido entre su ropa.
—A pesar de todo, todavía lo llevas puesto.
Ella se sonrojó y una expresión de mortificación se dibujó en su rostro cuando Severus sostuvo el pendiente y sus largos dedos rozaron la delicada cadena.
—¿Qué significa, Laurel? —preguntó, sus manos acariciando sutilmente su mandíbula.
Pero antes de que la mujer pudiera responder, se escuchó una conmoción afuera de la oficina. Gritos y pasos frenéticos resonaron por la escalera. Los ojos de Laurel se abrieron alarmados e instintivamente dio un paso atrás. Severus la agarró por los hombros, escondiéndola debajo de su escritorio antes de que los Carrow irrumpieran en la oficina.
Laurel se mordió el labio y contuvo la respiración, tratando de permanecer lo más callada posible. No pudo ver a los Carrow, sólo las piernas de Severus eran visibles.
—Snape, debes bajar de inmediato, esos malditos... —exclamó Alecto, quien tenía parte de su túnica chamuscada.
—Suele ser decente llamar a la puerta antes de entrar, querida Alecto —dijo el director enderezándose, su rostro cambió a una máscara de fría autoridad mientras se giraba para mirar a los Mortífagos.
Alecto frunció el ceño, pero se mordió la lengua, sintiendo la fría furia en la voz de Severus. Amycus, que iba detrás de su hermana, dio un paso adelante.
—Han infestado el jardín con escregutos de cola explosiva y el patio está cubierto... ¿Qué ha sucedido aquí? —Amycus abrió los ojos al darse cuenta de que la alfombra estaba cubierta de cristales rotos y una vitrina estaba destruida.
Severus bajó una mano e hizo un gesto enérgico, abriendo y cerrando los dedos. Al comprender su señal, Laurel vaciló por un momento antes de entregar la espada a regañadientes.
—Intrusos. Estaban tratando de robar esto, —dijo secamente, colocando la Espada de Gryffindor encima del escritorio. —Lograron huir, pero no por mucho tiempo. Ahora, si no les importa, tengo asuntos importantes que atender.
—Pero la situación se está volviendo insostenible. Es un caos ahí abajo. Esos partidarios de Potter, el ED, sabotearon el sistema de tuberías, el patio está lleno de...
—¡Suficiente! —Los ojos de Severus parpadearon con molestia, su tono destilaba desdén. — ¿Ustedes dos son incapaces de lidiar con unos cuantos niños rebeldes? Si necesitan ayuda, pídansela a Flitwick o a Hagrid. ¡Arrodíllense ante ellos si es necesario!
—¡¿Arrodillarse ante un semigigante?! —soltó Alecto.
—Es mejor ser medio gigante que ser subnormal, ¿no te parece, tontita?" — Snape respondió con sarcasmo. —Ahora, vayan al patio y arreglen este desastre. Cuando salga de aquí, será mejor que no vea ni un rastro de estos disturbios. ¿Me entienden? Si no, estaré feliz de informar al Señor Oscuro de su incompetencia.
El rostro de Alecto se contrajo de ira, pero no se atrevió a responder. Amycus tiró de ella por el brazo, murmurando maldiciones en voz baja mientras salían furiosos de la oficina.
Severus esperó hasta que el sonido de sus pasos se desvaneciera antes de soltar un suspiro tenso. Volvió al escritorio y se agachó para ver a Laurel.
—Ya puedes salir —dijo suavemente.
La mujer salió gateando de su escondite, ignorando deliberadamente la mano que Severus le tendió.
—Gracias —dijo ella con rigidez, evitando su mirada.
Severus suspiró, sabiendo que su frágil tregua pendía de un hilo.
—Necesitamos movernos ya.
—¿Movernos?
—Debo sacarte de aquí. No puedo dejar que lo hagas tú sola. Los Carrows no se irán por mucho tiempo y estarán observando de cerca.
Laurel miró la Espada de Gryffindor e hizo el ademán de tomarle, pero Severus la detuvo, agarrando su muñeca con firmeza.
—Se queda aquí. No puedo dejar que te la lleves. Si la descubren en tu poder, ya te podrías considerar muerta.
—Estoy dispuesta a arriesgarme.
—Pero yo no. —Severus la acercó a él, sus narices casi tocándose, su voz se convirtió en un susurro — Ya te he causado suficiente daño.
La respiración de Laurel se entrecortó y sus ojos buscaron los de él.
—Severus...
—¿Cómo entraste, Laurel? ¿Qué pasadizo usaste?
—La Sala de los Menesteres. —respondió atropelladamente, sintiendo un repentino ardor en los ojos. — Me he estado quedando en el Cabeza de Puerco.
La expresión de Snape se suavizó ligeramente.
—¿Y quién te ayudó a entrar?
Laurel se llevó las manos a la boca, sin querer decir más.
—Está bien. No castigaré a Longbottom con demasiada dureza, lo prometo. Al menos no lo enviaré a los Carrows.
—¡Pero él no es...!
—Entonces di otro nombre, Laurel —dijo con su voz sedosa. — Di quien te puso en peligro y será castigado.
Laurel miró sus pies inmediatamente, arrepintiéndose de haber aceptado llevar a cabo el plan de Neville. Habían fracasado. Ella fracasó.
—Longbottom es entonces.
—No le hagas daño, por favor —suplicó con los ojos húmedos.
—Te hice una promesa y la cumpliré —respondió él. —Dile a Longbottom que quien manda en Hogwarts soy yo y no toleraré más estupideces del ED. La espada será llevada a Gringotts muy pronto y es mejor que se olvide de seguir intentando entrar a mi oficina.
Y antes de que Laurel pudiese replicar, se la llevó escaleras abajo.
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