Deseos de Cumpleaños
—¡Ro-Ro!
Una empalagosa y chillona voz surgió de repente desde el otro extremo de la mesa de Gryffindor y antes de que Ron tuviera tiempo de reaccionar, Lavender Brown se había arrojado a sus brazos.
—¡Lavender, por favor ahora no! —masculló Ron, azorado al notar las risitas y las miradas burlonas de sus compañeros.
Harry se estaba riendo también, pero se detuvo enseguida al tropezar su mirada con el colérico rostro de Hermione. La joven bruja miraba a la pareja con los ojos entrecerrados y una expresión de amargura en el rostro. Buscando eludir problemas con sus amigos, Harry decidió entonces fijarse en la mesa de profesores. Y no tardó él mismo en sentir una punzada de odio al ver al Profesor Snape junto a aquella mujer que Lupin había dicho, era su asistente. Ambos se sentaron a un extremo de la mesa, susurrando, con un viejo libro abierto frente a ellos.
Harry quedó perplejo al notar que una leve sonrisa, que no era de suficiencia o de burla apareció en el rostro del profesor al ver a la mujer mirando el techo encantado. Jamás había visto actuar de esa forma a Snape. Su rabia aumentó aún más al pensar que Dumbledore realmente le tuviera tanto aprecio a aquél despreciable hombre, que le tuviera la suficiente confianza como para proporcionarle una asistente que le facilitara el trabajo.
Snape no tenía derecho alguno de ser feliz. No se lo merecía. Además del desprecio que se tenían el uno al otro desde el primer día de clases, Harry había concluido que Snape tenía parte de la culpa en la muerte de su padrino, Sirius Black. Sus sarcásticos y viciosos comentarios acerca de lo cómodo que estaba Canuto, escondido en Grimmauld Place mientras los demás miembros de La Orden luchaban contra Voldemort hicieron que su padrino insistiera en salir corriendo hacia el Ministerio la noche en que murió. Y ahora estaba allí, conversando amenamente, cómo si el mundo no se hubiese derrumbado en el momento en que Sirius había caído a través de El Velo.
Desvió su mirada hacia la mesa de Slytherin y se percató de que Malfoy también tenía la mirada clavada en la mujer. Draco sabía algo, de eso estaba seguro. Pero, ¿qué? ¿Cuánto más demoraría en desentrañar ese misterio? Harry esperaba con ansias su próxima reunión con Dumbledore. Le contaría lo que había escuchado la noche de la fiesta de Slughorn, acerca del Juramento Inquebrantable que Snape había hecho para proteger a Draco, su insistencia en ayudarle a llevar a cabo su plan, y ahora, la sospechosa aparición de una asistente que parecía conocer al joven Slytherin de antes. Su cabeza daba vueltas, sus pensamientos arremolinándose en un círculo que aparentaba no tener fin. Tan enfrascado estaba en sus conjeturas que no se dio cuenta de que casi todos sus compañeros también habían notado la presencia de aquella extraña.
—Apareció de repente el día después de Navidad —dijo Parvati, atrayendo la atención de los demás Gryffindors. —Ninguno de los profesores la ha presentado oficialmente, simplemente apareció en el colegio, recorriendo los pasillos, cargada siempre de libros y de pergaminos. Pensábamos que tal vez era una infiltrada del Ministerio, hasta que nos dimos cuenta de que trabaja con Snape.
—¿Snape?
—¿Snape?
—¿Trabaja con Snape?
Los susurros de los estudiantes se extendieron rápidamente por todo el Gran Comedor y no tardaron en llegar hasta la mesa de profesores, haciendo que Severus detuviera su conversación y mirara con dureza a los alumnos. Unos cuantos callaron inmediatamente al ver el brillo asesino en los ojos de su profesor. Laurel apenas bajó su mirada y la dejó fija en el libro, muerta de vergüenza, evitando las miradas de curiosidad de los estudiantes. No estaba acostumbrada a ser el centro de atención, mucho menos cuando debía pretender ser algo que en realidad no era: Una bruja lo suficientemente capacitada como para ser la asistente de un profesor de Hogwarts.
Entonces una mano tibia se posó sobre la suya, dándole golpecitos de consuelo.
—Es sólo la novedad del momento — La mujer sentada a su lado le sonrió, sus ojos azules titilando a la luz de las velas. —Ya se acostumbrarán a verte aquí.
Laurel no la había visto antes, suponiendo que debía ser una de las profesoras de planta que había pasado las vacaciones de Navidad fuera del colegio.
—Ya me lo había esperado —le respondió, las comisuras de sus labios doblándose en una leve sonrisa. — Al igual que para ellos, todo esto es una novedad para mí también.
La mujer acercó una jarra con jugo de calabaza y le sirvió un vaso sin dejar de sonreír.
—Soy Charity Burbage, la profesora de Estudios Muggles. Créeme, no hay nadie más contento que yo, en que el profesor Dumbledore haya tomado la decisión de contratar a una persona no mágica en Hogwarts. Es un paso hacia una sociedad dónde los muggles y los magos...
—¿Cómo sabes que soy muggle? —susurró Laurel, abochornada. —¿Es tan evidente?
La profesora Burbage se quedó mirándola sorprendida.
—Todos los docentes hemos sido informados, Laurel. No es cosa de todos los días encontrarse con una Akardos —luego rió. —Además, nunca he visto a una bruja quedarse tan deslumbrada al ver el techo del Gran Comedor.
—Dumbledore también ha ordenado al personal mantener completo silencio acerca de su condición — susurró Severus por lo bajo sin apartar la mirada de los estudiantes.
—Algo totalmente innecesario. Es precisamente durante estos tiempos oscuros en que debemos fomentar la unión entre magos y muggles. En realidad, si pudieras acudir a alguna de mis clases sería maravilloso. El entendimiento...
—Charity, es una orden. — Severus la fulminó con la mirada, su semblante serio y sombrío. —Es peligroso exponerla de esa manera".
La profesora Burbage bajó su mirada hacia su plato, aclarándose la garganta apenada. Laurel resistió el impulso de reprocharle a Severus su actitud y su falta de tacto, pero no estaba realmente sorprendida por el hecho de que pudiera cambiar tanto su comportamiento de un momento a otro. Después de todo, era un espía y, según Lupin, un hombre manipulador.
Laurel sacudió esos pensamientos de su mente y decidió entonces inclinarse hacia ella, estirando su brazo para servirle algunas chuletas de cordero de la fuente que tenía cerca, devolviéndole la sonrisa de consuelo que la bruja le había obsequiado antes.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo, Charity, pero tal vez a los estudiantes o a sus padres no les gustaría saber que hay una muggle en Hogwarts.
—Sí, sí por supuesto —asintió ella con una risa nerviosa. —Que tonta fui al proponer semejante idea.
—¡Pero es una idea genial! Sólo que no es posible por el momento. —replicó Laurel, intentando animarla. —Lo que suena tonto es que la asistente del profesor de Defensa contra las Artes Oscuras sea una muggle. Ya te podrás imaginar lo inútil que puedo llegar a ser.
—Para nada. — Charity miró con disimulo a Snape, que había vuelto a dirigir su atención hacia la mesa de Slytherin. — Puedo ver que has sido una buena ayuda para él, nunca había visto a Snape tan descansado en años. Recuerda, la magia no lo es todo. La comprensión, el cuidado mutuo, la compasión; eso es lo que nos hace humanos, es lo que nos hace ser personas.
Laurel estaba maravillada con su discurso, apreciaba lo empática y bondadosa que Charity Burbage era y muy pronto se enfrascaron en una animada charla acerca del mundo Muggle. Laurel hizo su mejor intento de explicarle a Charity cómo funcionaba una nueva tecnología que ni ella misma había usado hasta entonces: El Internet.
Sus voces se acallaron al ver a Albus Dumbledore ponerse de pie y dirigirse a los estudiantes, su mirada abarcando todo el Gran Comedor, su sonrisa radiante:
—Ahora que sus estómagos están llenos tras el banquete, y sus cabezas limpias y vacías después de las vacaciones de Navidad, quiero darles la bienvenida a todos al segundo trimestre en Hogwarts.
—Cómo habrán notado, una invitada se nos ha unido durante las fiestas. Permítanme presentarles a la Señorita Noel — Dumbledore señaló hacia ella con su mano y Laurel se puso de pie por apenas un segundo, sentándose al instante, el rubor en sus mejillas contrastando con las túnicas verde oliva que la profesora McGonagall le había proporcionado. Algunos estudiantes aplaudieron educadamente. —La Señorita Noel se ocupará de un proyecto académico, bajo la supervisión del Profesor de Defensa contra las Artes Oscuras y no ocupará ningún cargo docente. Y ahora todos, ¡la cama os espera! ¡Chao, chao!
El siseo de las túnicas, las risas, sus cuchicheos y los rápidos pasos de los cientos de estudiantes de Hogwarts levantándose al unísono de las mesas y dirigiéndose hacia la salida, hicieron que Laurel lanzará un suspiro de alivio. La perspectiva de dirigirse a sus tibias camas después de un viaje tan largo había adormecido la mente de los jóvenes y tal cómo lo había dicho Charity, la novedad de un nuevo rostro en la mesa de profesores pareció ser olvidada en cuestión de segundos.
—Debo ir por un momento a la sala común de Slytherin —dijo Severus mientras se ponían también de pie y caminaban hacia el vestíbulo. —Tengo que hablar con los estudiantes. ¿Te veo luego en mi despacho?
—Me tardaré un poco, pero allí estaré.
—¿Irás a la biblioteca?
—No —contestó ella desviándole la mirada.
—¿A dónde...?
—Ya dije que me tardaré un poco —le cortó ella. —Nos vemos luego.
—Estás molesta. Es por lo de Burbage —. Era una afirmación, no una pregunta.
Laurel se detuvo y miró a su alrededor, se habían quedado solos en una esquina del vestíbulo y nadie podía oírlos.
—Bueno ya que lo mencionas, sí fuiste muy grosero con ella.
—Algunas personas no entienden razones de ninguna otra forma. Desafortunadamente para Charity, lo que le falta de inteligencia, le sobra de ingenuidad.
—¿La llamas tonta por intentar mejorar las relaciones entre el mundo mágico y el muggle?
—No, la llamo tonta por insistir en dar esa clase en Hogwarts —. Severus hizo una pausa, acercándose a ella, bajando la voz a un susurro apenas audible:
—¿Sabes cuantas veces se lo he dicho? ¿Cuántas veces le he advertido que su cátedra es una afrenta directa al Señor Tenebroso? ¿Qué es casi una sentencia de muerte? Le he insistido en que abandone el país, pero la muy gilipollas no me hace caso, no se da cuenta de que es un objetivo para los mortífagos, hasta Dumbledore le ha ofrecido refugio con otros miembros de la Orden. Se piensa que es muy valiente al sacrificar su seguridad por sus ideales. Gryffindor tenía que ser...
Laurel tragó saliva, intentando aplacar la mezcla de emociones que sentía en el pecho. La primera, remordimiento al permitir que lo que Lupin le había dicho, influenciara para juzgar a Severus tan deprisa. A la culpa le siguió el enternecimiento, Severus parecía dedicar su vida a proteger a todos a su alrededor, de una manera cruel y ofensiva, pero esa era su personalidad y Laurel era capaz de entenderlo, acostumbrada como estaba a sus afiladas palabras. El amor en su corazón cada vez más fuerte por él.
Laurel lo tomó de la mano furtivamente, mirándole a los ojos con una sonrisa tímida. Severus no esperaba aquella súbita reacción de la mujer.
—Tienes razón, Sev. — Y sin esperar respuesta, se alejó diciendo:
—Te veré en tu despacho.
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Su té estaba frío y se había formado una capa de nata sobre él. Suspiró y tomó un sorbo, sin embargo, la repugnante sensación de ésta al adherirse a sus labios lo hizo hacer una mueca. Sus ojos recorrieron sus oficina, la luz de la chimenea iluminaba la habitación. Sobre su escritorio, la poción Lupinaria, cómo Laurel había decidido llamar a aquella poción plateada, rebosaba un caldero, destellando visos iridiscentes. Los pergaminos con sus anotaciones y reportes cubrían por completo su mesa, en un desorden de fechas y de resultados de experimentos. Muy pronto debería empezar a probar la poción con Lupin y no podía permitirse un margen de error. Al menos no uno tan grande que pudiese matarlo, o dejarlo en estado vegetativo cómo le sucedió a Greyback.
Severus se reclinó en su silla y volvió su vista hacia la mesita auxiliar frente a la chimenea. Allí, debidamente ordenados por curso se hallaban los deberes, ya calificados, que debía entregar mañana en la mañana durante su primera clase. Junto a ellos, el plan de estudios para el segundo trimestre catalogado por temas y fechas. Así como también un reporte de los estudiantes de Slytherin que habían fallado en sus exámenes y necesitaban clases remediales para no perder asignaturas. Realmente no podía agradecerle lo suficiente, no sabría cómo se las habría arreglado para seguir con su trabajo de profesor, su trabajo de espía, sus reuniones con los mortífagos y ahora su trabajo investigativo sin Laurel.
¿Dónde estará? Una punzada de miedo le tocó la nuca y se estremeció. Estaba molesta con él, lo estaba castigando por ser tan capullo. Estaba pasando demasiado tiempo con Lupin y él le estaba llenando la cabeza de veneno en su contra. Sin embargo, ¿le estaba mintiendo? ¿No era cierto que él desdeñaba a todo el mundo? Laurel estaría abriendo sus ojos por primera vez al mundo, y se estaba dando cuenta que él no era más que un viejo amargado.
Dejó escapar una risa hueca. Fern tenía razón.
Se encogió de hombros ante ese sentimiento, recordándose a sí mismo que Laurel era libre ahora, que ella se había quedado voluntariamente a su lado, y que estaba en su derecho si no quería pasar esa noche con él. Pero aún así, esa mano helada todavía parecía estar agarrando su corazón ante la idea de que Laurel lo abandonase. No supo en que momento había empezado a sentirse tan dependiente de una persona.
Se levantó y se paseó silenciosamente por su despacho, deteniéndose un momento para leer la letra de Laurel en sus reportes, forzándose a si mismo a no salir a buscarla en ese mismo instante. Se quedó mirando el fuego por un rato, jugando con su oclumancia, decidiendo que sería mejor si dejaba de sentir aquella inquietud por un rato. Pero antes de que pudiera sumergirse en la oscuridad, hubo un golpe y la puerta se abrió.
—Feliz cumpleaños, Sev.
La imagen lo tomó por sorpresa, Laurel estaba de pie frente a él, sosteniendo un pastel, el rico glaseado oscuro decorado con fresas frescas y la luz de una sola vela, bailando encima, iluminando su rostro sonriente.
—¿Qué? ¿Cómo...? — Severus frunció el cejo, aún confundido.
—¿Cómo? —repitió Laurel riendo. —Un nueve de enero, hace treinta y siete años, un pequeño bebé nació en Cokeworth, su madre era Eileen y su padre Tobías. Y fue él, el pajarito que me lo contó.
Severus pareció reaccionar, sonriendo se acercó a ella y titubeó:
—Gracias, Laurie —se sonrojó. —Se me había olvidado. No recuerdo cuando fue la última vez que celebré mi cumpleaños.
—Entonces adelante, cariño. Sopla la vela y pide un deseo.
—No.
—¿No? — Laurel inclinó su cabeza a un lado sin entender.
—No. Tú lo harás por mí.
—Pero es tu cumpleaños...
Severus puso sus manos sobre las de ella, ayudándola a sostener el pastel, su suave mirada sobre la mujer.
—Mi deseo es que seas feliz, Laurie. Así que pide lo que sea que te haga feliz.
Laurel lo miró con ojos brillosos por un momento y luego asintió levemente, concentrándose en su deseo. Cerró los ojos con fuerza y apagó la vela con un suspiro.
—Listo. Ahora puedes llamarte oficialmente un anciano.
—Ríete lo que quieras, pero tú eres la que quiere quedarse al lado de un vejete. ¿De dónde sacaste ese pastel de todos modos? ¿Robas ahora en las cocinas?
Laurel tan solo siguió riendo, colocó el pastel en la mesita y sacó dos botellas llenas de vino de Elfo de su bolsa y le pasó una a Severus.
—¡Hasta el fondo! —dijo ella, chocando las botellas y tomando un largo trago de vino directamente de ella.
Severus no tardó en seguirle el ritmo.
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—En serio hiciste el pastel tú misma? No seas mentirosa, los elfos te ayudaron.
—Te lo juro. ¿Por qué habría de mentir? Por eso me tardé.
Ambos estaban sentados en un diván que Severus había hecho aparecer frente al fuego. Las botellas flotaban alrededor de ellos, su contenido siendo constantemente rellenado gracias a un encantamiento del mago. Laurel había perdido la cuenta de cuanto había bebido, pero no podía estar más a gusto en compañía de Severus que ahora parecía estar más risueño que nunca.
El mago se dejó caer, apoyando su cabeza sobre el regazo de Laurel, mirando lo que quedaba de pastel, controlando las ganas de comer otro trozo.
—Pastel de chocolate. Es mi favorito ¿sabías eso?
—Lo sé, Sev.
Él volvió sus ojos hacia ella, y luego lo entendió:
—También era el favorito de mi padre.
—De tal palo, tal astilla.
—Odio a mi padre.
—Lo sé, Sev —contestó ella, acariciándole el cabello con sus dedos, masajeando su cabeza.
—Pero tú le querías.
—Le quería. Lo alimentaba a diario, lo bañaba, le hacía compañía. Era un triste viejo.
Severus siguió con la mirada a las botellas de vino, deslizándose mágicamente por el aire, produciendo un leve ruidito de tintineo.
—Te sientes cómoda estando junto a hombres malvados.
—O tal vez los hombres malvados se sienten cómodos junto a mí —dijo ella mientras sus dedos trazaban su rostro, desencadenando una sensación de hormigueo en su espalda, relajando su cuerpo. —Fue muy difícil para él controlarlo, los problemas mentales; lo hizo inestable, agresivo. Me lo contó todo, fue sincero conmigo, no se escondió. No pudo esconderse, la culpa lo carcomía.
Severus sintió un espesor en su garganta que fue difícil de tragar. Su propio padre, un hombre mezquino y violento había encontrado refugio en la misma mujer que ahora jugaba con su cabello, hablándole suavemente, la misma mujer que tenía la paciencia de una santa.
—¿Qué deseaste? —preguntó mientras se incorporaba, su voz quebradiza, sus ojos fijos en ella.
—Deseé que confiaras en mí completamente.
La sensación de frío en su corazón volvió. Miedo, culpa, desprecio a sí mismo. Se humedeció los labios y lavó esos sentimientos con un trago de la botella.
Su confianza en él era ilimitada. Él lo sabía, pero ¿Cuánto tiempo más duraría hasta que descubriera sus secretos? Su papel en la revelación de la profecía a Voldemort que puso a los Potter en peligro mortal, el juramento inquebrantable para ser él quien tuviera que matar a Dumbledore, su inevitable caída en desgracia ante los ojos de los demás miembros de la Orden, ante sus colegas, ante las personas cercanas a él.
Debería ser él quien se lo dijera, pero no podía. No podría soportar ver la amarga decepción en sus ojos.
Él estaba viviendo un sueño y no quería despertar. Se inclinó hacia ella y la besó.
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Un golpe en la puerta lo despertó.
—Disculpe, profesor. ¿Está ahí?
Severus miró alrededor de su oficina, el fuego se había extinguido hacía mucho tiempo, Laurel estaba durmiendo en el diván junto a él, las botellas vacías en el suelo, los restos del pastel aún descansaban sobre la mesa de café junto con las tareas y su plan de clases.
Maldición.
Se le había hecho tarde, se había emborrachado anoche y ahora llegaba tarde a su clase.
Otro golpe lo hizo saltar del sofá y se dirigió a la puerta, abriéndola solo un poco para ver quién estaba allí.
—Señorita Granger —dijo, el sabor amargo del vino aún en su boca.
—Profesor —dijo con voz temblorosa, obviamente temerosa de estar en presencia de un desaliñado y malhumorado Snape. — Los alumnos de la primera hora están esperando en el salón de clases, no hubo aviso de su ausencia. Así que pensé que yo, como prefecta de Gryffindor, estaba obligada a...—
—A presumirme esa reluciente insignia de prefecto? —la interrumpió, la arruga en su frente se profundizó. —Sé que estoy atrasado, señorita Granger, no necesito que me lo diga. Además, ¿no debería estar en clase de pociones en este momento? ¿Se ha saltado una clase exclusivamente para demostrar su insufrible necesidad de sentirse importante?
—No, yo no... — Hermione sintió que su rostro se sonrojaba, por qué, oh, por qué había decidido venir hasta aquí después de que el pequeño Gryffindor de primer año le había dicho que los estudiantes estaban sin supervisión, jugando en el salón de clases de Snape. Podía sentirlo. Snape estaba a punto de quitarle una buena cantidad de puntos por su insolencia. —No fue mi intención faltar a clases, pero los de primer año...
—Ya es suficiente, señorita Granger — Severus giró su rostro hacia su oficina, sus ojos se dirigieron a Laurel que se había despertado con el sonido de su voz. Ella se puso de pie en silencio, guiñándole un ojo y comenzó a limpiar el desorden en la oficina.
Volvió a mirar a Hermione, ella parpadeaba rápidamente, su rostro rígido, esperando por su habitual frase: "Veinte puntos menos para Gryffindor!". Esperaba que no fuesen más, esperaba que no le encimara también un castigo, pero con Snape, debías estar preparado siempre para lo peor.
—Diga a los estudiantes que empiecen a leer del capítulo once en adelante —dijo Snape. —Avíseles que estaré con ellos pronto y que será mejor que los encuentre sentados y en silencio.
Hermione se había quedado petrificada.
—¿Me ha oído, Granger?
—Sí, sí. —balbuceó incrédula. —Y no va a descontarme puntos?
—¿Quiere que se los descuente?
Hermione negó con la cabeza rápidamente.
—Entonces haga lo que le digo, y vuelva a su clase de inmediato, si no quiere ser castigada.
—Sí, señor.
Snape cerró la puerta en sus narices y Hermione caminó a paso rápido de vuelta a los pisos superiores. Sentía que había sido testigo de un milagro, tenía que decírselo a sus amigos.
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